This entry is part 1 of 9 in the series West Coast Trail

Éste es, a la vez, nuestro día de «descanso» entre rutas y el día que utilizamos para cambiar de mundo: de las rocosas a la costa oeste. Entrecomillo lo de «descanso» porque, aunque lo suponga en el sentido de ruptura con nuestra actividad cotidiana, de descanso, no mucho. Autobús, avión, autobús, barco y autobús. Eso es lo que nos espera, todo un prodigio de planificación del que me siento vagamente orgulloso (es broma…) que nos permite salir de Banff por la mañana y llegar al final del día a Victoria, en la isla Vancouver, listos para comenzar, al día siguiente, el WCT.

Basta coger un autobús y enfilar la autopista rumbo a Calgary para que esas montañas que nos han acompañado durante semanas y que parecían tan inmensas que no acabarían nunca se queden atrás de un plumazo y se conviertan en una no menos inmensa llanura. Epítome de la distorsión que los humanos causamos en nuestras propias vidas a base de cacharros varios. Nos alegramos de que esto nos deje un poco desconcertados porque eso significa que, en cierto modo, hemos conseguido desconectar de la civilización y empezar a medir el mundo por parámetros mucho más… humanos.

Nos cuesta casi tanto tiempo circunvalar Calgary en busca del aeropuerto como nos había llevado llegar a los primeros suburbios, pero no hay problema; es lo bueno de estas modalidades de transporte público a medida tan habituales aquí, a falta de una auténtica red regular: están pensadas para un uso muy concreto y, si coincide con lo que necesitas, perfecto. Llegarás a tiempo de coger tu avión.

El vuelo es breve y extremadamente rico en panoramas. Podemos observar sobre el terreno lo que Ben Gadd nos había contado en el albergue de Lake Louise: la transición entre llanura y montaña, las ‘Front Ranges’ y las ‘Main Ranges’; los semiáridos valles interiores de la Columbia Británica y, por fin, las montañas costeras y la (desde aquí arriba, al menos) estrecha franja llana que queda antes de llegar al mar, allí donde se asienta Vancouver y donde aterrizamos.

Desafortunadamente, y gracias al retraso con el que iniciamos el vuelo, perdemos el primer autobús destino Victoria que hubieramos podido coger y nos tenemos que resignar a terminar nuestra jornada demasiado tarde, teniendo en cuenta lo que nos espera mañana. El viaje a Victoria consiste en un autocar que, partiendo del mismo aeropuerto, enlaza con el ferry que cruza a la isla. Nada más salir de la terminal, notamos el importante cambio de clima: más calor y, sobre todo, más humedad ambiental que en las montañas.

La primera parte en autobús supone rutina, aunque no deja de tener el interés de suponer nuestros primeros «pasos» en la Columbia Británica. El barco es mucho más chulo y, aunque se nos hace de noche durante el viaje, eso nos permite también presenciar una bonita puesta de sol tras la silueta de la isla Vancouver.

El ferry deja la terminal de Tsawwassen, en el continente

Navegando en el estrecho de Georgia

El resto del viaje, desde la terminal de Schwartz Bay hasta la capital, es ya un incómodo trámite porque estamos cansados y, al ser de noche, ya no vemos nada. Llegamos a la terminal de autobuses rememorando, por las circunstancias similares, aquella de un año antes en Los Angeles pero inmediatamente nos damos cuenta de que aquí el ambiente es mucho más relajado y agradable. Mientras dudamos entre coger un taxi y caminar hasta el albergue, una señora se ofrece para ayudar y nos acaba preguntando qué es lo que íbamos a hacer en la isla… supongo que esperaba, en cierto modo, la respuesta, ya que nos dice que ella también había hecho el WCT, hacía muchos años, y nos desea buena ruta al tiempo que nos recomienda ir andando al albergue. Diez minutos. Definitivamente, no es como aquel día en Los Angeles.

Victoria tiene un aire muy pulcro y, a la vez, bohemio. La temperatura es muy agradable y, a pesar de lo cansados que estamos, nos causa una buena impresión. Más aún, el albergue es de la división cutre-bohemia, que son los que más nos gustan, con un ambiente muy desenfadado y acogedor. Además, aunque no tenemos una habitación para nosotros (cosa que interesa mucho, sobre todo con todo lo que tenemos que empaquetar y desempaquetar y todo el ruido que tendremos que hacer para ello), nos dan una en la que no hay nadie más… hasta que, en lo que a nosotros nos parece la mitad de la noche, alguien (¿alguienes?) más entra, duerme e, increíblemente, se levanta y se va antes que nosotros, que teníamos que darnos el madrugón del siglo… en fin, a nosotros no nos molestaron en absoluto (demasiado cansados para preocuparnos por algo así).

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