This entry is part 3 of 9 in the series West Coast Trail

Al contrario que en las montañas, aquí sí que madrugamos. Hoy tenemos motivo: de acuerdo a la tabla de mareas, si queremos ir por la costa, tenemos que rodear Owen Point antes de media mañana o la marea nos lo impedirá. Y lo peor es que, una vez en la costa, es complicado retirarse. Owen Point es un acantilado prominente y, con marea baja, se puede pasar pero, cuando sube, sólo queda mar y pared así que tenemos un buen estímulo para levantarnos pronto y no demorarnos en la salida.

Campamento recién recogido en Thraser Cove

La alternativa es volver al sendero y recorrerlo a través del bosque. No es que sea mala opción pero se acepta por consenso que la costa mola más. El bosque es bonito pero monótono y ya habrá largos trozos de bosque, de todas formas. La playa, cuando la hay (dentro de unos días), o la plataforma costera son un mundo mucho más rico.

Hay movimiento en Thraser; probablemente, la mayoría han decidido intentar la costa hoy. El mayor problema, junto con la marea, es que en la sección inicial desde Thraser hay que cruzar un largo tramo de rocas muy grandes, conocido por ser la tumba de muchos recorridos del WCT: las rocas son resbaladizas, mojadas y pulidas como están, y transitar por ahí con una mochila con comida para 7 días (digamos que ya son 6) es algo que hay que hacer con mucho cuidado. Si a eso le añades la carrera contra la marea, ahí la complicación.

En contra de nuestras costumbres, salimos de los primeros. El avance es muy lento y penoso pero la aventura es la aventura. Hay que ir con muchísimo cuidado; especialmente, yo, que llevo mucha carga, cuidar dónde se pone cada pie y hacerlo despacio, nunca sabes cuándo lo vas a posar sobre una pista de patinaje. Las consecuencias pueden ser serias.

Rocas entre Thraser y Owen point

Como contrapartida, caminamos (si es que a esto se le puede llamar caminar) por la base de los acantilados de una costa virgen, compartiendo espacio con los cangrejos y bichos varios de la zona intermareal. Algo parecido a lo que hacía de niño (y de no tan niño) en la playa pero esto es naturaleza de verdad, sin nada que haga pensar lo contrario.

Al rato, y con tiempo de sobra, avistamos Owen Point y ya nos sentimos salvados. El último trozo antes del saliente es más fácil y hasta hay tramos arenosos entre las piedras, que ya no son tan grandes.

Restos de árboles y de barcos cerca de Owen point

Owen Point es espectacular, con pasadizos en las rocas a modo de cuevas. Sin duda, ha merecido la pena venir por aquí, a pesar de lo lento que hemos tenido que ir.

Rocas pulidas en la base del acantilado, Owen point

Cueva intermareal en Owen point

A partir de aquí, todo es más fácil, el piso es arenoso y las piedras que lo cubren son de tamaño razonable. Ahora, se trata de encontrar el punto en el que hay que volver al bosque. El bosque, por cierto, que se convierte en una presencia tan fronteriza como el mar mismo. Caminando por la plataforma costera se tiene, de hecho, la impresión de moverse entre dos mundos, el azul de la izquierda y el verde de la derecha. Un par de fronteras impenetrables pero, no, una de ellas sí lo es… aunque hay que saber por dónde penetrar porque, si no, mal asunto.

La plataforma costera en marea baja

Supuestamente, hay señales para indicar dónde abandonar la plataforma, situadas allí donde hay un acceso al sendero (que sigue circulando por el bosque) y antes de acantilados u otros obstáculos que impedirían el paso por la plataforma. El mapa y la guía avisan de estas entradas y salidas de la plataforma, con lo que es fácil preverlas pero mantenemos cierta tensión por saber hasta qué punto son visibles o fáciles de encontrar las señales.

Al borde de la frontera verde cuelgan chismes extraños; no se aprecia bien aún qué son pero no es algo natural, así que tiene que ser la “puerta” al sendero. Más cerca, lo vemos: son boyas o trozos de boya o flotador asociado, descoloridos ya por el paso del tiempo pero claramente visibles. Ya sabemos lo que buscar, para otras ocasiones.

Una vez en el bosque, ya se trata sólo de seguir el sendero. Hay zonas más caóticas que otras pero, afortunadamente, no hay mucho barro. No estamos sacando mucho partido a las polainas. En las partes más planas, que las hay, el camino es orográficamente sencillo pero es donde más barro debe haber, a cuenta de los largos tramos de plataformas de madera. Éstas no resultan muy cómodas para caminar, resbalan bastante pero suponemos que si están ahí es porque, si no, el camino sería una ciénaga permanente. No hay más que ver cómo está por debajo de las estructuras de madera (embarrado), y eso teniendo en cuenta que estamos en un periodo seco.

Plataforma de madera para caminar en un mundo sin suelo

Una de las cosas que más impresionan de este bosque impresionante es el tamaño de los árboles. Son todos grandes pero hay algunos de proporciones gigantescas. De hecho, esta zona es conocida por albergar algunos de los árboles más grandes del mundo, detrás sólo de las sequoias de California. A ver qué tal este par de cedros:

Las perspectivas, probablemente, engañan un poco… el de la izquierda era tan grande o más

Pocos metros antes de Camper bay, donde pensamos acampar hoy, nos encontramos con el primero de los carricoches colgantes. De hecho, el río que hay que salvar es el que, unos metros más adelante, en su desembocadura, da lugar a la cala y playa donde pasaremos la noche. El caso es que, después de tanto esperar el rollo del carricoche, resulta que el río lleva tan poco agua que se puede vadear sin problema, así que decidimos no hacer el numerito y pasamos andando. Ya habrá más ocasiones.

Camper bay es una cala bastante más amplia que Thraser, tanto por el mayor tamaño como porque el terreno de detrás no es una pared. Tiene una configuración curiosa: el río viene por el costado izquierdo pero, cerca de la desembocadura propiamente dicha, se encuentra con una barrera de pedruscos (probablemente, acumulados por el mar, que está detrás) y cruza su propio valle y se va al lado derecho, bordeando la barrera y llegando ya al mar. Esto origina en la cala un “detrás” y un “delante”. Detrás de la barrera, hay una amplia zona seca, de arena gris y guijarros, desde donde no se ve el mar, aunque está a menos de 50 metros. Esta zona está protegida del viento y es donde acampa todo el mundo. Aunque no llegamos los primeros, hay sitio para todo el mundo y encontramos un buen hueco.

Más allá de la barrera está la playa propiamente dicha, aunque es de guijarros. Se siente la furia del mar, nadie acampa aquí.

Camper bay. Humedad extrema, sin lluvia. Al fondo, la barra; detrás, oculto, el mar

Uno de los grandes placeres de acampar junto al mar es lo sencillo que es hacer fuego: en la playa, no hay peligro alguno de quemar nada y hay un aporte inagotable de madera seca, la que trae el mar. Esto es algo curioso: la costa, allí donde es lo suficientemente plana, está cubierta de troncos y maderas secos, arrastrados por las olas y depositados allí. Es lo que tiene una costa llena de bosque. Para hacer fuego, basta con acercarse a la orilla y recoger, recoger, recoger. El único requisito es encontrar trozos lo suficientemente pequeños como para poderlos transportar ya que no tenemos hacha. Es conocido que en Thraser, donde anoche, la madera suele escasear hacia el final del verano porque la cala es pequeña. No hicimos fuego ayer. Pero en Camper bay, desde luego, hay toneladas.

Hoy estamos más espaciados que ayer pero el campamento sigue siendo bastante social; en contraste con nuestro habitual plan de caminar hasta última hora, en el WCT estamos llegando pronto a campamento y esto nos da ocasión de contactar con gente. Los del grupo de Toronto siguen siendo nuestros favoritos.

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