This entry is part 3 of 3 in the series Blow Me Down

Amanecemos con la incertidumbre por sombrero. Casi desearíamos que hiciera malo para no tener duda sobre qué hacer. Nos amedrenta mucho la posibilidad de subir a las Lewis Hills y encontrarnos allí con un buen marrón (más bien, gris). Si al menos tuviéramos la posibilidad de esperar a que el tiempo mejore y continuar después… pero es que, encima, con el límite de 6 días que nos hemos impuesto y el retraso que ya llevamos, no podríamos, seguramente, asumir más de una jornada de parón. ¿Y si el mal tiempo dura más?

El caso es que, por el momento, el tiempo sigue siendo bueno. Siguen viéndose nubes hacia el oeste pero encima nuestro y de las Lewis Hills hace un día espléndido. Tenemos que decidir entre ser valientes o cobardes.

Desayunamos y recogemos despacito, para darnos tiempo, como cuando apurabas el bocadillo para retrasar el momento de ponerte a hacer los deberes (tiempo ha, de esto…). Otro factor que nos pesa es tener que atravesar el infierno vegetal hasta la boca del cañón que nos permitiría entrar en el macizo. No hemos olvidado lo de ayer.

Finalmente, decidimos ser cobardes y aprovechar la oportunidad de escapar que nos ofrecieron ayer. Nos pesa no completar esa travesía que tanta ilusión nos hacía pero, por otro lado, nos sentimos satisfechos de lo que hemos hecho. Nos hemos demostrado a nosotros mismos que podíamos hacerlo (pequeña concesión al ego, punto de confianza para guardar de cara al futuro) y hemos recorrido parajes memorables, más allá, incluso, de lo que habíamos imaginado. Las sensaciones han sido muy intensas. Estropeamos un poco el concepto del viaje a pie porque, muy probablemente, acabaremos el día de vuelta en Corner Brook, perdiendo esa sensación del viaje sin retorno pero, de verdad, tenemos miedo de vernos ahí arriba con una combinación de mal tiempo y prisa por acabar (por el tema ya comentado de que hemos dejado instrucciones de dar alarma si tardamos más de 6 días… no había más remedio que hacerlo así).

Y ¿cuál es el plan? Pues no lo tenemos muy claro. Ahora lamentamos no haber aclarado mejor los planes de los Humber ayer por la tarde pero estábamos un poco impacientes por encontrar un sitio para pasar la noche y supongo que no era momento. Si no entendimos mal, ellos pensaban navegar río abajo, desde su cabaña y pasado el lugar de nuestro campamento, para pasar el día pescando y volver por la tarde. Con esto, recogemos y nos acercamos a la orilla del Serpentine y… nos quedamos allí, esperando. Si no han madrugado, les veremos pasar río abajo; si han pasado ya, les placaremos en su camino de retorno.

Es curioso estar aquí, quietos, simplemente esperando. No estamos acostumbrados a esto y, de hecho, probablemente, es la primera vez en toda nuestra historia senderista que nos pasamos un día sin caminar. El lugar es muy bonito. En esta zona, el bosque no es tan insidioso y parte de las orillas y algo de sus alrededores están cubiertos de vegetación algo más modesta, no arbórea. Sigue siendo una pequeña selva pero al menos los panoramas en lontananza no son tan cerrados. Nos aposentamos en una minúscula playita de 2 x 2 y dejamos pasar el día a la sombra mientras charlamos, nos damos algún que otro baño en el río, espantamos mosquitos tamaño XL y nos preguntamos si algún día pasará alguien por aquí… Sigue haciendo bueno.

El río Serpentine, desde nuestro aposento

Algo así como a mediodía aparecen, como inventados de la nada, un par de pescadores, pero no son los nuestros y ni siquiera tienen barca. Van caminando cerca de la orilla del río, metidos en el agua con megabotas de estas que usan los pescadores. Ni idea de dónde han salido o dónde han aparcado la barca pero está claro que no nos pueden llevar. Curioso encuentro… ¡hola!

Esto nos da una idea: podemos salir de aquí a base de ir caminando junto al río… ¡dentro del río! Ni en el más húmedo de nuestros sueños se nos ocurriría intentar llegar a la cabaña de los Humber a través del bosque pero si podemos hacer como los pescadores (eso sí, sin las megabotas) y caminar por el agua, lo más cerca posible de la orilla, quizá sea fácil…

Pues eso hacemos. No sabemos a qué distancia está la cabaña pero esperamos que sea visible y no nos la pasemos. Si llegamos al lago es que nos hemos pasado. Y como lo que sí sabemos es que la cabaña está en la orilla opuesta, comenzamos por cruzar. Hoy ya no parece tan difícil como ayer. Está claro que las circunstancias son diferentes, ahora estamos tranquilos y vamos a cruzar un río en el que nos hemos pasado unas horitas chapoteando y, de hecho, cruzando (a nado) y nos lo tomamos casi como un juego: a ver por dónde me mojo menos. Protegemos bien todo lo de dentro porque las mochilas se van a mojar. Acabamos pasando por un sitio por donde nos cubre sólo poco más allá del ombligo y sólo se moja el fondo de los macutos.

Como no tenemos botas de pescador, caminamos con las sandalias. Vamos por el agua y, normalmente, conseguimos que no nos cubra más allá de las rodillas. A ratos, cuando la vegetación lo permite, tomamos algún trozo de tierra firme que, en varios casos, acaba por no ser tan firme y se convierte en una especie de barro traga-pies. Es divertido, como niños en los charcos. No pasa nada, momentos después volveremos al agua y pies limpios otra vez.

Y ¿por qué todo este rollo para contar el día de la huída? Pues porque ¡el paseo resulta muy bonito! El río es precioso y, a ratos, tenemos vistas espectaculares tanto de las Lewis Hills como de la cara sur de las montañas Blow-me-down. Especialmente las Lewis Hills aparecen imponentes. Nos da pena no haber subido pero ya no vamos a volvernos atrás. El caso es que, por lo que a nosotros respecta, hoy estamos caminando también y esto cuenta. Que conste en acta.

Llegamos por fin a la cabaña que, efectivamente, es claramente visible desde la orilla, está cerca. Menos mal porque el bosque sigue siendo tupido. Nos acercamos y está allí todo el mundo menos los Humber, que aún no han vuelto de pescar. Como esta gente no está en su casa (están invitados), no queremos incordiar y esperamos por los alrededores. Al rato, llegan Ray Humber y su padre. «…que hemos hecho el cobarde y necesitamos que nos saquéis de aquí…». No hay problema.

Serpentine cottage, un hogar en medio de la nada

El lugar es muy bonito y lo recuerdo de las fotos de la web de Newfound Adventures, curiosa sensación de deja vu. Comentamos a Ray el infierno que nos resultó el bosque ayer. Me consta que esta ruta en la que estábamos metidos es una de las que ofrece en su web y, claro, me pregunto yo con qué cara mira a los clientes después de meterles por ahí… nos dice que hay un sendero que parte de detrás de la casa y llega al cañón de Simms Brook pero que, aparentemente, Clarence Pelley no conoce. Mecaguentó…

La evacuación tiene que ser en dos fases, no hay sitio para ocho en la barca. Se llevan primero a sus amigotes y prometen volver a buscarnos.

La barca de los Humber

El caso es que no es que dudemos pero dijeron diez minutos y pasa el tiempo pero no aparecen… qué raro. Y el río, de repente, se ha puesto barroso. Ahora es marrón en lugar de oscuro.

Casi una hora después, aparecen los Humber. Había una relación entre la tardanza y el color del agua; al parecer, están haciendo movimientos de tierras en la zona del lago (no conseguimos entender para qué) y se les ha ido la mano. En fin…

El resto ya es historia. Navegamos hasta el lago Serpentine, fantástico, en su valle, rodeado del onmipresente bosque pero con un ambiente más abierto, aunque sólo sea por la propia presencia del lago. En una de las orillas hay un minúsculo embarcadero y, al lado, una pequeña explanada despejada de vegetación donde los Humber tienen su vehículo. Al rato, estamos dando tumbos por la pista.

Hubiera sido curioso salir por aquí por nuestros propios medios… la pista se hace interminable, incluso en coche. Son más de 40 kms. La primera parte está en muy mal estado. A partir de un cruce, está mucho mejor; al parecer, en esta zona es usada aún para explotación forestal, de ahí que esté más cuidada. De hecho, nos cruzamos con un camión. Finalmente, llegamos a la carretera.

Los Humber son de French Cove, el pueblito junto al que comenzamos nuestra ruta hace un par de días. En su camino, pasan por Corner Brook y se desvían para dejarnos en el centro. Allí nos despedimos y les damos las gracias. Ellos siguen tan joviales y sonrientes como siempre y nosotros, encantados con toda la dosis de amabilidad y buen rollo que nos llevamos cada vez que nos cruzamos con alguien. Terranova mola.

Esta vez pasamos de lujos, no estamos tan seguros de si nos los hemos ganado o no (que yo creo que sí pero bueno…) y acabamos el día en el campus de la universidad, aún en misión de albergue. Mañana tomaremos el bus a Stephenville.

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