This entry is part 4 of 5 in the series Long Range Traverse

Esto… ¿quién hablaba de placidez, buen tiempo, bla, bla, bla…? Pues hoy nos levantamos para encontrarnos envueltos por una niebla densa. ¿Se puede saber de dónde ha salido esto? El caso es que esperamos que no dure mucho porque no se ve un carajo. Eso que tanto temíamos ha llegado, el momento en que tengamos que caminar a ciegas por un mundo sin senderos…

… o no; consultamos con Loren y acordamos esperar, a ver qué pasa. Aún es pronto y, hoy, una vez más, el camino es corto, no tenemos prisa.

Y debíamos estar cansados porque, sin querer ni nada, nos volvemos a dormir. A mal tiempo, buen saco.

Un par de horas después, aquello sigue parecido y nos empezamos a preguntar qué hacer… Loren y Michael tienen un calendario algo menos flexible que el nuestro, tienen que volverse a casa en cuestión de unos pocos días, y Loren opina que quizá convenga partir… el caso es que justo entonces la niebla se empieza a aclarar, no mucho aún pero es un buen augurio. Recogemos y salimos.

Efectivamente, la nube que nos cubría se ha levantado un poco y ahora la tenemos justo encima de la cabeza pero el terreno está prácticamente despejado. Puntualmente, nos vuelve a cubrir pero dura sólo unos minutos y, por el momento, no tenemos problemas para seguir rumbo.

Lo peor es que pasamos por delante de la vista a Ten Mile pond sin ver nada. Ten Mile pond es otro de los fiordos encerrados y es famoso en la travesía porque, al igual que Western Brook pond (y al contrario que Bakers Brook pond), es visible desde un cierto punto de la ruta. Cuando pasamos por ahí, la niebla tapa todo. Esta vez, nos perdemos la foto típica.

Pero no hay que desesperarse: el día nos va a compensar con creces, a nosotros y a nuestras cámaras. La nube se va aclarando y, en medio de una parada para descansar y en un momento de fugaz claridad, vemos a lo lejos lo que parecen animales cornudos… ¿alces? ¿caribús??? No está claro porque la niebla aún viene y va pero parece claro que está remitiendo y, además, nos debemos dirigir hacia allí así que, si el bicho no huye, ya veremos qué es…

Caribús

Resultó tratarse de una manada de Caribús. Según nos acercábamos, la niebla terminó de levantarse y les vimos claramente. Eran muchos y estaban extrañamente juntos en una pequeña cima. Pasamos discretamente cerca y no parecieron inmutarse demasiado. Miraban, y eso, pero no se movieron de sitio.

Estábamos muy impresionados. Quizá no sean unos animales tan espectaculares como alces u osos pero tienen ese aura de las altas latitudes que les hace muy especiales a nuestros ojos. De hecho, el que aquí, en Terranova, haya caribús es una pequeña anomalía porque normalmente viven mucho más al norte pero parece que las montañas Long Range les sirven bien.

Pasado el lugar donde están aposentados, paramos para observarles con atención. Son como un clan: hay machos y hembras, de edades diversas. Los pequeñitos, como suele ser, son los más adorables. Los machos de grandes cornamentas son los más espléndidos. En esto que uno de los jóvenes, haciendo esas cosas que suelen hacer los jóvenes de todas las especies, aparece por un costado, acercándose a donde estábamos:

El individuo curioso del grupo se acercó a ver qué éramos

Trotaba con elegancia y se paseó por delante de nuestras narices, mientras casi aguantábamos la respiración pero por emoción, no por no asustarle, que no parecía nada asustado. Iba con cautela pero decididamente se había acercado hasta allí a propósito, por curiosidad.

Especulábamos sobre la razón de que estuvieran agrupados en lo alto de la colina. Tras finalizar la ruta, nos comentó un ranger que lo hacen porque es el lugar con más brisa y, por tanto, menos insectos. Y que los machos dominantes se cogen el mejor sitio; por eso había tanta cornamenta en el horizonte.

Nos cuesta irnos de allí (los caribús no se van) pero alguna vez hay que continuar. El día se ha despejado definitivamente y vuelve a la tónica de buen tiempo con la que jugamos mucho más a gusto. Ya es complicado perderse, de todas formas, porque circulamos cerca del borde de la meseta, con una profunda muesca a nuestra derecha que significa Ferry gulch; enfrente, al otro lado, la montaña Gros Morne, que tiene la pinta de una meseta más, sólo ligeramente más alta que la que ahora recorremos… lo que es, en realidad. Pero hace ilusión tenerla delante.

Por fin, la montaña Gros Morne en el horizonte

Ahora, se trata ya simplemente de buscar el sendero por el que bajar a Ferry gulch. No debería ser difícil de encontrar pero es un asunto serio: la pared es empinada y está cubierta de tuckamore, lo que la convierte en virtualmente impasable. Afinamos el ojo y, prácticamente, acertamos a la primera: ahí donde esperábamos encontrarla, aparece una pequeña trocha que se introduce entre el tuck y por ahí nos metemos.

Descenso hacia Ferry Gulch

Podemos considerar la travesía Long Range por superada. Una vez llegados a Ferry gulch, enlazamos con el ya bien mantenido sendero de la montaña Gros Morne (incluso llegamos a avistar a algunos excursionistas que descienden). Por la hora que es, podríamos seguir bajando y llegaríamos a la carretera aún de día pero ¿quién quiere terminar tan pronto? Desde luego, nosotros no, y Loren y Michael tampoco. Hay consenso, acampamos juntos una noche más junto al lago ese de la foto de arriba (demasiado pequeño para tener nombre). Donde ya no hay tanto consenso es en el plan para el resto de la tarde: yo tengo claro que quiero subir la montaña (ya que estamos aquí…) pero Loren y el chaval prefieren descansar. Rosa duda y al final se viene conmigo. Hela aquí:

La cima de la montaña Gros Morne

Efectivamente, una meseta más, mundo plano en las altura. Las nubes y la niebla volvieron y todavía nos dieron un poco de susto escénico pero el sendero estaba lo suficientemente bien marcado, incluso a través de la larga y pedregosa meseta, como para no perderlo. Conseguimos avistar el perdido Ten Mile pond entre jirones de niebla y nos cruzamos con un ptarmigan, una especie de perdiz de las montañas. La subida terminaba mucho antes de llegar a la cumbre y el último e interminable trozo era prácticamente llano. Porque hay un cartel que, si no, sería realmente difícil decir dónde está la cumbre. Nos asomamos al borde occidental, a ver si vislumbramos Rocky Harbour o algo conocido pero está demasiado nublado para distinguir nada… aunque la vista es hermosa, con el sol filtrándose a través de capas de nubes a varias alturas y reflejándose en las aguas del golfo de San Lorenzo; del mar, esto es.

Volvemos para abajo y nos reunimos con el clan yankee para una última cena. Hoy tenemos entretenimiento de sobremesa en forma de método inédito (para nosotros, al menos) para colgar la comida fuera del alcance de los osos: en lugar del habitual larguero elevado y la cuerda o polea para izar el bulto, aquí hay un poste con ganchos y el izado se hace mediante un mástil. Mal método, y eso que los bultos ya pesan poco… pero nos las vemos y deseamos para levantar aquello (a más de 3 m. de altura, la inercia era brutal) y acertar a engancharlo en alguno de los ganchos. Buscábamos ya la cámara oculta cuando por fin conseguimos acertar, preguntándonos si íbamos a ser capaces de bajarlo…

Series Navigation<< Día 3: Green Island PondDía 5: The Viking Trail >>