Día 0: San Francisco

Partimos temprano de San Francisco, a donde, virtualmente, acabamos de llegar; el día anterior, a media tarde, con el tiempo justo de hacer las compras precisas y disfrutar del bohemio ambiente del youth hostel. Estos son los que nos gustan. Pero no tenemos ni un rato para ir a ver el Golden Gate. San Francisco parece un lugar agradable pero una hipotética visita tendrá que esperar a mejor ocasión. En esta, hemos venido a por las montañas.

Tranvías en San Francisco

El viaje resulta más largo de lo previsto debido a una extraña y prolongada parada del tren que nos lleva de San Francisco a Merced cuando se encuentra a sólo unos metros de la estación. Esto nos hace perder nuestra conexión con el autobús que debemos tomar hasta el propio valle de Yosemite y esperar a un siguiente servicio. Por lo demás, el viaje resulta agradable, particularmente la etapa en tren. La parte negativa es que, tras el madrugón, nos presentamos en el valle de Yosemite a media tarde.

Nuestro primer destino es la oficina de los Rangers, donde debemos recoger nuestro previamente reservado permiso. Intentamos hacer cambios de última hora con la intención de disponer de un día en el valle para, de alguna forma, poder visitar los grupos de sequoias gigantes y, además, comenzar la ruta desde su extremo ‘oficial’, en Happy Isles, en lugar de Glacier Point, donde corresponde nuestra reserva. No a lugar; ni lo uno, ni lo otro, con lo que afrontamos el inicio mañana mismo y nos quedamos sin ver las sequoias. Alquilamos un par de de contenedores de comida a prueba de osos esperando poder meterlo todo ahí.

El valle de Yosemite es un lugar impresionante, con sus gigantescas paredes de granito gris y su tapiz de hermoso bosque de abetos. La presencia humana es abundante y podemos entender que para los que terminen aquí su viaje en el John Muir Trail la experiencia del retorno a la «civilización» resulte dura y agobiante pero no es del todo nuestro caso, recién salidos de la vorágine de nuestra vida diaria. De hecho, no podemos siquiera relajarnos porque aún nos quedan compras imprescindibles por hacer, así como la reserva del autobús que necesitaremos para llegar a nuestro punto de inicio al día siguiente. Afortunadamente, todo se da bien, pero es ya bastante tarde cuando por fin llegamos a la zona de acampada de emergencia destinada a los senderistas portadores de permiso que van a iniciar su viaje al día siguiente. Así de ocupado está el valle de Yosemite.

Llegamos tarde al valle de Yosemite

Apartada en un rincón del valle, esta zona de acampada nos aleja de las masas justo a tiempo, cuando ya empezaban a agobiarnos. La noche nos trae la curiosa visita de un mapache que, atraído por nuestra comida, se muestra atrevido hasta el punto de que hay que echarle activamente, cosa que, en cierto modo, nos duele, aunque sabemos que es lo correcto.

Día 1: Glacier Point – Little Yosemite Valley

El día amanece espléndido y eso nos hace desear con muchas ganas empezar a caminar de una vez, pero antes debemos pasar por dos autobuses para llegar a Glacier Point, uno de los ‘miradores’ por excelencia sobre el valle, dado que es accesible por carretera. La vista es realmente impresionante pero no podemos evitar sentirnos incómodos recorriendo el lugar con nuestras grandes mochilas a la espalda rodeados de turistas convencionales y enseguida localizamos el comienzo del sendero. Desde Glacier Point vemos buena parte del que va a ser nuestro recorrido del día, lo cual nos da seguridad y lima un poco la incertidumbre típica del inicio de una ruta.

Comenzamos cuesta abajo por una ladera en buena parte quemada en el pasado reciente. Esto nos hace sufrir más de la cuenta el calor, con lo que es especialmente bienvenido el cruce con el río Illilouette, justo unos metros por encima del punto en que se precipita al vacío en una espectacular cascada que, como todas las demás de la zona, no se parece en nada a las de las fotos, consecuencia del especialmente seco verano. El río, no obstante, lleva más que suficiente agua como para un primer baño que nos sienta de maravilla, aunque hay que bañarse con cuidado: a pesar de que la corriente es muy suave, unos metros más allá el río hace esto:

Cascada Illilouette

A partir de aquí, una ligera subida seguida de una travesía cerca del borde de un precipicio casi vertical que no apercibimos realmente desde el sendero pero sí vimos claramente desde Glacier Point antes de partir. Afortunadamente, aquí el bosque sí nos ofrece sombra y el camino se hace mucho más llevadero.

A media tarde, alcanzamos el río Merced y el cruce con el sendero que sube desde el valle. Esto significa una enorme multitud de senderistas que, venidos del valle, volverán a él antes del final del día. Resulta un tanto agobiante pero permanecemos en el lugar el tiempo necesario para, al menos, quitarnos las botas y remojar los pies en las frías aguas.

A partir del río Merced, el sendero comienza un suave ascenso hacia Little Yosemite Valley durante el cual nos cruzamos con las hordas que vuelven. Pronto, según avanzamos y avanza también la tarde, desaparecen y disfrutamos mucho más de este tramo que combina bosque, prados y la vista de las moles de granito.

Little Yosemite Valley, Half Dome a la izquierda

En Little Yosemite Valley no está permitida la acampada fuera de la zona designada, que es muy grande y dispone de numerosos espacios entre los árboles. Llegamos allí al final de la tarde y encontramos bastante gente ya acampada pero el ambiente es disperso y muy tranquilo. Disponemos de wáteres y contenedores para guardar la comida, con lo que no podremos aún estrenar los nuestros.

Ha sido este nuestro primer día caminando por América una jornada tranquila en cuanto a kilometraje y con abundante compañía, lo cual ha contribuído a limar el miedo escénico inherente a todo principio, especialmente cuando no se es experto y se juega tan lejos de casa en un ambiente a priori desconocido. A pesar de que, a ratos, la cantidad de gente resultaba excesiva, nos hemos sentido cómodos y sabemos que en adelante sólo encontraremos senderistas afines. Estamos muy contentos de estar aquí.

Un Ranger pasa por nuestro lugar en su ronda de control de los permisos y le consultamos la posibilidad de pasar una noche más aquí, ya que hemos decidido que queremos subir al Half Dome, a lo que nos contesta que no hay problema, así que ya tenemos plan para mañana.

Día 2: Little Yosemite Valley – Half Dome – Little Yosemite Valley

Nuevo amanecer luminoso. Cuando aún es muy pronto y Rosa todavía duerme, asomo la nariz fuera de la tienda y noto que la pared del Half Dome visible desde donde estamos está plenamente iluminada por el sol recién salido, así que agarro la cámara y me pongo a buscar un lugar despejado de árboles para captar ese momento. Encuentro un amplio prado y, en él, no sólo el lugar idóneo para la foto sino también un pequeño ciervo que, a pocos metros de mí, no huyó inmediatemente sino que se retiró con discreción, dándome una visión aún más bonita que la del propio Half Dome.

Buenos días, pequeño ciervo

Dado que la jornada va a ser relativamente corta y sin grandes mochilas a la espalda, nos lo tomamos con calma y comenzamos tarde. Nuevamente, hace calor pero el sendero asciende a través del bosque en todo momento. Las ardillas, al igual que en ciertos momentos del día anterior, son una constante y se dejan ver, y fotografiar, desde distancias cortas. La que no nos parece tan corta es la ascensión; quizá acusamos un poco aún el viaje transcontinental o el ajetreo de los primeros días. Somos habitualmente sobrepasados por buen número de personas que, probablemente, provienen del valle y están aquí sólo durante el día. Nuevamente, hay tráfico intenso, aunque no tanto como ayer.

Finalmente, llegamos al punto en que el bosque termina y se comienza a subir la base rocosa sobre la que descansa el Half Dome. Aquí, la subida sí es empinada pero probablemente la sensación de estar cerca del objetivo y las vistas cada vez más impresionantes nos hacen caminar con buen ánimo. Superado este primer escalón, llegamos por fin a la base de la roca y nos acabamos de enterar de qué era aquello de ‘los cables’: unos gruesos hilos metálicos que, sujetos por postes y dispuestos a modo de baranda, posibilitan a los no escaladores subir a la cima.

¿Seguro?… puedo decir que la visión de la pared, aparentemente vertical, vista desde frente, impresiona hasta el punto del ¿*yo* tengo que subir por *ahí*??? y que, si no hubiera habido un constante flujo de gente de todas edades, tamaños y pintas subiendo y bajando, probablemente no nos hubiéramos atrevido, cobardes como somos… pero, ante estas situaciones, uno aplica lo del ‘si el niño ese está subiendo, yo también’ y se autoconvence de que no debe ser tan difícil, se arma de valor y para arriba.

Por esa pared suben los cables

Una pila de guantes sudados y bastante desgastados aguarda sobre el suelo a que consigamos juntar dos parejas iguales, por mantener un poco de orden. Y comenzamos a subir. Realmente, es casi tan vertical como parece y, lo que es peor, este no es granito rugoso de ese al que las suelas se agarran como pegamento sino una superficie pulida y lisa como una pista de patinaje. Pero, nuevamente, si todos esos están subiendo…

A partir de este punto, ya, era fácil. Lo más vertical está detrás de ese lomo

Y así, poco a poco, tragándonos el miedo que nos da y parando de cuando en cuando a descansar los brazos, que se llevan todo el esfuerzo, conseguimos llegar arriba. La cima de la roca es plana y muy amplia y aún nos quedan unos buenos metros (ahora ya a pie) para llegar al borde del precipicio vertical y a las vistas del valle Tenaya y, al fondo, Yosemite. Es difícil ver esto como un logro con tanta gente alrededor pero el lugar es espectacular, especialmente por la mencionada pared vertical de la media cúpula. Lo que no sabemos es cómo ha subido la marmota que aparece por allí, pero suponemos que es mucho menos torpe que nosotros.

Marmota en el Half Dome

La foto que se hace todo el mundo

La bajada nos da casi tanto miedo como la subida pero, a la postre, resulta más fácil, aunque da miedo ver lo que pasa cuando a alguien se le cae algo, cosa que sucede un par de veces mientras descendemos. La vuelta a la zona de acampada se nos hace larga y un tanto pesada, signo claro de que aún no estamos en plena forma, ya que hoy ha sido un día sencillo. Llegamos, aún así, con abundante tiempo por delante aún, tiempo para un baño en las heladas aguas del río Merced (parece mentira que haga tanto calor y el río esté tan frío) y un poco de relax.

Río Merced en Little Yosemite Valley

Día 3: Little Yosemite Valley – Sunrise

Tras el baño de multitudes de los dos primeros días, hoy tenemos la verdadera sensación de principio de viaje: nos adentramos en la sierra, nos alejamos de la civilización y de la gente y es ahora, al dejar atrás la zona de acampada de Little Yosemite Valley, cuando surge la sensación de incertidumbre y abandono propia de todo comienzo.

El sendero, por lo demás, está muy bien marcado sobre el suelo y señalizado en los cruces, con lo que seguirlo no supone ningún problema. La primera parte del día coincide con el principio de la ascensión al Half Dome de ayer y ahí aún encontramos algo de tráfico pero, tras el cruce que nos separa de esa ruta, nadie.

Secuoyas, no sé si gigantes o normales pero, en cualquier caso, muy grandes

A pesar de pasar desapercibida para la bibliografía, hoy cruzaremos una cota significativa en altura, la mayor de esta primera parte, en un collado sin nombre a 3250 metros, con lo que la mayor parte de nuestro recorrido de hoy consiste en subir y subir, de forma gradual, hasta ese punto para, por fin, bajar hacia las praderas de Sunrise, donde esperamos pernoctar en la zona de acampada que allí se encuentra.

Tras descender a una pequeña vaguada junto a cuyo arroyo encontramos un grupo de tiendas aparentemente deshabitado en ese momento, continuamos el ascenso, recorriendo una cresta desprovista de árboles, lo que nos permite unas hermosas vistas, mientras caminamos, sobre el valle del río Merced, abajo, a nuestra derecha; las montañas que lo cierran por el otro lado y, mirando hacia atrás, aún un vínculo visual con ‘casa’, la cara norte del Half Dome, por donde habíamos ascendido el día anterior, destacando en el horizonte.

El encuentro con un senderista solitario es buena excusa para charlar un poco, en fuerte contraste con los dos días anteriores. La jornada se alarga y los modestos 15 kms. empiezan a hacerse largos mucho antes de que, ya cerca del punto más alto, la ruta empiece a ascender por una abrupta pendiente. El sendero está bien trazado, con los habituales cambios de dirección constantes pero se hace tarde y no podemos esperar a llegar arriba y empezar a sentirnos más seguros de que llegaremos a Sunrise antes de que se haga de noche. Por otro lado, los árboles comienzan a escasear y ser más pequeños, con lo que la empinada subida nos ofrece bonitas y siempre cambiantes vistas de lo que vamos dejando atrás.

Por fin, y ya con la tarde bastante avanzada, llegamos al collado. En la Sierra Nevada parece que a los árboles no les afecta la altitud como en las montañas que nos son más familiares y aquí, a pesar de los más de 3000 metros, estamos aún rodeados de un bosque que nos impide ver amplios panoramas. Quizá por eso no supone ningún hito importante pero para nosotros sí lo es: representa, al menos, un cierto techo y el primer lugar de la ruta en que dejamos de subir y comenzamos a bajar. Cuando miremos atrás, ya nada será lo mismo.

El descenso sí nos ofrece algún claro en el bosque con vistas al amplio valle de altura hacia el que nos dirigimos y de la cordillera que lo flanquea por el otro lado, iluminada por el sol poniente con esa luz tan especial del atardecer. El valle es más bien una amplia llanura herbosa rodeada de montañas que el sendero recorre por uno de sus bordes. Junto a un arroyo, encontramos un grupo de tiendas en lo que aparentemente es algo así como una excursión familiar. Bonita estampa, aunque le quita exclusividad a nuestra presencia aquí.

Luces de atardecer sobre la Sierra Nevada

Peor aún, en cierto modo, resulta llegar a Sunrise, que está lleno hasta los topes; sobre todo, después de un día tan agradablemente solitario. La zona de acampada, al igual que ha ido haciendo el propio sendero, evita intencionadamente la llanura, al tiempo que unos carteles advierten de que se trata de una zona protegida, y se encarama sobre el inicio de la ladera. Nos cuesta un rato de subir y bajar por las rocas encontrar un sitio donde plantar la tienda, lo cual resulta un poco duro dado lo tarde que es y lo cansados que estamos. Por ello, aquí no nos duele en absoluto contar con la comodidad de un grifo de agua potable ya que así no es necesario filtrarla. Suponemos que hay algún tipo de filtro colectivo, ya que el agua procede del pequeño arroyo que cruza la zona de acampada. Idem con respecto a las cajas metálicas anti-osos, iguales a las de las noches anteriores.

Al final, nos instalamos en un lugar cuyo único defecto es estar relativamente cerca de un área ‘comedor’ pero como todo el mundo está recogiéndose ya, ni molestamos ni nos molestan y, por lo demás, tenemos vistas muy bonitas sobre la pradera. Cenamos en penumbra y nos metemos en la tienda poco después, cansados pero contentos.

Día 4: Sunrise – Tuolumne Meadows

Sunrise resulta casi una pequeña ‘urbanización’ en medio de la alta sierra, a causa de los dos campamentos: el que nosotros ocupamos, muy básico, con sólo los habituales wáteres químicos y contenedores metálicos de comida más el lujo adicional de un grifo de agua corriente; y uno de los que aquí llaman ‘high sierra camps’, unos metros más allá, que cuenta con un edificio y se adivina mejor dotado. Es uno de un cierto número de campamentos sólo accesibles a través de los senderos pero bien suministrados a través de animales de carga, y donde los menos aventureros pueden tener también su parte de contacto con la naturaleza. Esto (la relativa masificación) resta un poco de encanto al lugar que, por otra parte, es precioso. El amanecer, espléndido, hace honor y justifica totalmente el nombre del sitio, ya que la ladera sobre la que nos hemos encaramado mira al este y vemos el sol salir tras las montañas al otro lado de la gran pradera, creando juegos de luz de una magia especial.

Desayuno en Sunrise Camp

El tiempo, por si hiciera falta seguir recordándolo, continúa siendo espléndido, con cielos azules, sol y un calor sólo por momentos ligeramente excesivo, normalmente agradable. El sendero continúa recorriendo el borde oeste de la pradera por un poco más de tiempo hasta que ésta se estrecha y, finalmente, termina, momento en que comenzamos un ligero ascenso. El terreno, de todas formas, continúa siendo más abierto que en jornadas anteriores, transcurriendo normalmente por zonas herbosas, bastante secas en esta época, flanqueadas por bosque. Esto posibilita unas vistas más amplias pero también nos deja más expuestos al calor que, ya cuando comenzamos a caminar (no muy temprano), aprieta.

Long Meadow

Por primera vez, comienza a ser relativamente habitual encontrar senderistas en sentido contrario al nuestro, no en vano estamos a un sólo día de camino de la carretera Tioga; es decir, tenemos la civilización más cerca hacia delante que hacia atrás. Continuamos el suave ascenso hasta un punto especialmente panorámico donde otros senderistas se han detenido ya para descansar y admirar la vista que, hacia el este, sigue siendo abierta y hermosa. Hacia el norte, desde hace un rato tenemos en lontananza un grupo de tres afilados picos del característico granito gris de la Sierra Nevada que hemos bautizado cariñosamente como ‘los picachos’ y hacia los que, el mapa nos confirma, nos dirigimos.

Los «Picachos»

Tras un breve llano, volvemos a subir, siempre por relieves suaves y por terreno abierto, hasta que por fin alcanzamos el punto culminante, en altitud, de la jornada, desde donde ya será todo descenso, que nos ofrece un panorama infinito, espectacular y totalmente nuevo. En este punto, Cathedral Pass, que, orográficamente, no parece gran cosa ya que no estamos significativamente más altos ni más bajos que el terreno a nuestros lados, se aprecia lo realmente altos que estamos (3200 metros), ya que a nuestros pies se adivina el valle que acoge la ya de por sí famosa por su altitud carretera Tioga y, más hacia el norte, vemos un inacabable mar de picos.

Descenso hacia Tioga

Más cerca, en el altiplano delante nuestro, el primero de los lagos Cathedral, típica y bucólica imagen de lago de alta montaña, de forma casi redonda y profundamente azul, en fuerte contraste con el verde intenso de los prados que lo rodean y el gris pétreo de las montañas. No dejamos pasar la oportunidad de un agradable baño, aunque el agua, como no puede ser menos, está gélidamente fría.

Para cuando retomamos la marcha, el cielo se ha empezado a cubrir notablemente de gruesas y oscuras nubes que presagian la típica tormenta de montaña que caerá algo más tarde. Por lo demás, y a partir de ese punto, todo descenso. Inmediatamente después de pasar el lago, el terreno comienza a caer, al principio de forma no muy abrupta, luego sí, hacia el valle del río Tuolumne; el bosque denso y continuo, por su parte, retoma su presencia. Hasta aquí, y a diferencia de jornadas anteriores, nos hemos sentido sobrados de fuerzas, pero el descenso, sobre todo a partir del punto en que se hace más acusado, con la carga que supone para ciertos músculos y articulaciones, y los kms. acumulados empiezan a pasar factura y el final se nos hace un poco largo. Por fin, llegamos al fondo del valle y a la carretera, una visión no demasiado agradable después de varios días lejos de cualquier cosa que fuera asfalto, pero agradable porque significa que nos queda poco.

Continuamos paralelos a la carretera pero fuera de su vista, entre el bosque y finalmente llegamos a un edificio que resulta ser una oficina de turismo, lo cual nos viene muy bien porque no sabemos muy bien qué nos vamos a encontrar aquí por lo que al alojamiento respecta, ahora que estamos de nuevo entre humanos motorizados. Nos informamos de que en Tuolumne Meadows, al igual que en el valle de Yosemite, hay una zona de acampada básica para senderistas, incluída, en este caso, dentro del camping, que cuelga el cartel de completo con mucha antelación (de ahí la importancia de la mencionada zona para senderistas). Aún tenemos que caminar un pequeño trozo para llegar allí pero también hay un autobús que recorre las inmediaciones a lo largo del día para intentar disminuír el tráfico de coches y que, casualmente, está a punto de llegar, así que decidimos cogerlo. Mientras esperamos en la marquesina cae una primera e intensa, aunque corta, tormenta.

Ya en Tuolumne Meadows, pasamos una segunda tormenta, esta vez más larga, dentro del garito de hamburguesas que, junto con la oficina postal y el mini-supermercado, conforman un ‘centro comercial’ muy modestito pero que tiene casi todo lo que necesitamos por el momento: las hamburguesas nos vienen genial para un cambio y en la tienda nos reaprovisionamos de algunas cosas, aunque nuestra idea inicial era ser autosuficientes hasta Reds Meadow, ya que no estábamos seguros de lo que íbamos a encontrar aquí, y lo hubiéramos conseguido, pero nos viene bien rellenar las mochilas con aquellas piezas de la despensa que más éxito han ido teniendo. Estamos aún en fase intensa de aprendizaje, pero vamos perfeccionando la técnica.

En esta mini zona comercial, aparte de los turistas convencionales, hay unos cuantos senderistas y mochileros con pinta más o menos bohemia, con lo que nos sentimos agradablemente integrados en la facción ‘aventurera’.

La zona de acampada no está demasiado poblada y disponemos de abundante espacio, así como, de nuevo, contenedores para la comida y, en los servicios del camping, wáteres de verdad y agua potable. Nos reencontramos felizmente con el japonés con quien compartimos algunos momentos en el valle de Yosemite, está tan impoluto como si no hubiera estado varios días caminando, en fuerte contraste con nosotros, sobre todo conmigo, como él mismo se encarga de apuntar… yo creo que debe ser la barba (que él no tiene). PCT o JMT, cuando soy capaz de responder que nosotros somos ‘JMT’ (John Muir Trail; en Tuolumne Meadows se cruzan JMT y PCT, Pacific Crest Trail) en una conversación con unos aguerridos muchachotes también senderistas, nos sentimos más aún, si cabe, parte del ambiente senderista, y eso es algo que nos hace sentir bien. ¡Somos JMT!

Tras cenar, vemos que en el modesto anfiteatro del camping hay fuego de campamento amenizado por una pareja de rangers que cuentan historias y cantan canciones y nos quedamos un rato. Haremos muchas risas a lo largo del viaje intentando encontrar un paralelismo entre estos entrañables personajes, a caballo entre guardabosques y policías, y sus hipotéticos equivalentes en España…

Día 5: Tuolumne Meadows – Lyell Headwaters

Hoy hemos decidido no madrugar (tampoco es que el resto de días madrugáramos demasiado) y salir un poco más tarde para esperar a la apertura de la hamburguesería y pedir dos ejemplares del desayuno más grande que tengan. Esto nos hace partir desesperantemente tarde en el primer día en que nuestro destino final no está definido con antelación. Hoy, la ruta abandona su hasta ahora dirección dominante noreste y comienza mirando al este para, tras alcanzar la desembocadura, sobre el Tuolumne, del río Lyell, girar a la derecha y tomar dirección sur para remontar el valle de este último.

El valle del Lyell recibe el nombre de ‘cañón’ más probablemente por su estrechez que por la verticalidad de sus paredes, que no es tal, ya que el valle muestra una perfecta forma de uve y ni siquiera es demasiado profundo. Es un lugar fantástico para caminar, remontando la orilla izquierda del río, recorriendo el terreno abierto correspondiente a las praderas que rodean al cauce con ocasionales incursiones en el bosque que se encuentra un poco más arriba en las laderas. El desnivel es muy escaso y el sendero se torna prácticamente llano. El río discurre tranquilo, no es muy ancho pero sí se adivina profundo y de aguas oscuras. Resulta accesible en todo momento y en nuestra primera parada aprovechamos para remojar los pies.

A pesar de que el día ha amanecido, como de costumbre, despejado y luminoso, hoy lleva la misma tendencia de ayer y a partir de mediodía se empiezan a juntar nubes, cada vez más y cada vez más negras, hasta que por fin caen unas gotas. Pocas, esta vez, casi son bienvenidas porque refrescan el ambiente, aunque ahora ya no apetece tanto el programado baño en el Lyell.

El cañón del Lyell se alarga y parece que no acaba nunca, siempre igual, nunca monótono. El tráfico es escaso y la sensación de soledad, similar a la de hace un par de días, entre Little Yosemite Valley y Sunrise, aunque sí encontramos gente de forma más o menos regular. Por fin, avanzada ya la tarde, vemos cómo el valle sin fin se cierra al fondo, una zona especialmente bella donde es un poco más ancho y el río discurre formando una serie de meandros. Es aquí, en la cabecera del valle, donde se encuentra lo que la bibliografía describe como zona de acampada no oficial pero habitual, y se comprende el porqué, el lugar es uno de esos en los que sientes, al pasar, que te gustaría pasar la noche. Así lo han pensado también un buen número de senderistas cuyas tiendas aparecen repartidas a lo largo del río y, especialmente, en un grupo justo en el mismo fondo de valle, un lugar poco menos que idílico.

Cabecera del cañón (valle, más bien) del Lyell

Dada la hora que es y lo bonito del lugar, sería coherente quedarnos aquí. La presencia de más gente no nos supone gran problema, hay sitio para todos y para tener toda la privacidad que se quiera. Lo que nos hace dudar es el aviso, reiterado, de que esta zona aloja una importante población de osos y que, acostumbrados a la habitual presencia humana, se comportan de forma especialmente atrevida, lo cual no supone un peligro para las personas (aquí no hay grizzlies) pero sí, y mucho, para su comida e incluso, quién sabe, quizá para su material. Y aquí ya no hay contenedores donde guardar los alimentos y las cosas olorosas, susceptibles de atraer a los osos. De hecho, el que haya más gente nos anima a quedarnos aquí, ya que la perspectiva de pasar nuestra primera noche solitaria en un lugar especialmente sensible a visitas osunas no nos seduce demasiado. Por otro lado, el fondo del valle es una pradera herbosa y llana donde es muy sencillo plantar la tienda; seguir adelante significa empezar a subir por una ladera empinada donde, al menos desde aquí, no se ve nada parecido a algo plano…

Justo allí donde el Lyell deja de ser río tranquilo y se convierte en torrente y el sendero comienza a ascender, consultamos la biblioteca y el mapa para intentar figurarnos lo que nos espera y, sobre todo, si vamos a encontrar un buen sitio donde dormir. Las diversas descripciones no lo dejan del todo claro pero se hace tarde y debemos tomar una decisión, apenas nos queda una hora para seguir caminando. unos mosquitos similares a las sandflies que no nos dejaban vivir en la costa oeste de Nueva Zelanda o las blackflies que ya nos han acribillado alguna vez en Escocia nos terminaron de convencer de que había que moverse, en un sentido o en otro y… decidimos continuar.

Comenzamos a ascender a buen ritmo. Al principio, no estamos seguros de haber tomado la decisión correcta ya que el camino asciende haciendo zetas por una ladera empinada, sin ningún trozo llano, desprovista de árboles y cubierta de arbustos; y, para colmo, alejándose del ahora arroyo Lyell, que está destinado a ser nuestra fuente de agua. Afortunadamente, tras una media hora de ascensión continuada, la pendiente se suaviza, volvemos a circular por bosque y a acercarnos al río. Incluso, pasamos por delante de un cartel que anuncia la prohibición de hacer fuego a partir de ese punto. Esto, que aparentemente puede parecer malo, por lo restrictivo, tiene un significado positivo importante, por lo que nos concierne: el fuego se prohíbe a partir de cierta altitud, donde los árboles son más pequeños y escasos, y los osos no viven por encima de otra cierta altitud que no sabemos exactamente cuál es pero que no debe andar muy lejos de aquella primera. Eso nos tranquiliza. Hoy va a ser, con toda probabilidad, nuestra primera noche sin compañia y, a la vez, la primera en que vamos a utilizar nuestros relucientes, abultados y pesados contenedores anti-osos.

Son estos un par de cajas de plástico duro y color negro con forma cilíndrica y una tapa que se abre y cierra mediante un mecanismo que un oso no puede accionar (y, la verdad, un humano casi tampoco… yo me empeñaba en abrirlas utilizando la uña en lugar de algo más contundente y costaba lo suyo). Deben ser colocadas a una cierta distancia de la tienda ya que no son estancas y no impiden que el oso huela la comida y sepa que ahí hay comida, pero son demasiado duras como para que las pueda romper. Esa es la ortodoxia anti-osos en la Sierra Nevada y ese es el método que hemos decidido usar y esperamos que funcione.

Llegamos a una zona donde el sendero se nivela durante unos metros antes de empezar a descender, presumiblemente al encuentro del río, que ya no está lejos. Es la hora perfecta para acampar y el lugar… ¡podría serlo!. Procurando cumplir con las normas, nos separamos del sendero para buscar un buen lugar y, de repente, allí está. Una zona plana, en terreno bastante abierto pero rodeada de algunos árboles y rocas que ofrecen resguardo, al borde de una pared que, en vertiginoso descenso, lleva al río, que oímos correr ahí abajo y con unas fantásticas (y, hasta ese momento, inéditas) vistas hacia los grandiosos picos nevados que cierran el valle por el sur. No nos lo podemos creer. ¡Vamos a pasar la noche en el lugar más bonito del mundo!

Nuestro campamento más bonito (hasta ahora)

Mientras estoy en el río recogiendo agua, pienso que estoy ahí yo solo en una hora en la que, habitualmente, los osos acuden también para beber, antes de comenzar sus andanzas nocturnas y oculto a su fino oído por el ruido del agua. Todo el día deseando ver un oso pero, llegando ciertas horas, ese deseo da media vuelta y uno empieza a preferir dejar lo del oso para el día siguiente. No apareció ninguno.

El lugar es ciertamente bonito y nos sentimos más eufóricos que nunca, totalmente felices de estar aquí y disfrutando cada minuto, mientras apuramos nuestra cena y el día apura también su luz, ofreciendo el habitual espectáculo del ocaso, amplificado esta vez por el marco.

Esa noche pagaremos nuestro bautismo en esto de dormir solos en tierra de osos y no dormiremos todo lo bien que hubiéramos debido pero, como suele ser habitual, todo está en nuestra cabeza; y todo se aprende con el tiempo y la experiencia.

Día 6: Lyell Headwaters – Thousand Island Lake

Por la mañana, el primer pensamiento es para los contenedores de comida. ¿seguirán ahí?. Pues sí, ahí siguen, tal como los dejamos. El señor oso ni se ha dignado a pasarse por aquí. Verificado que todo bien, nada mal, basta levantar la vista para que la mandíbula se caiga hasta el suelo ante lo espléndido del lugar bajo la luz del amanecer. El estrecho valle, las montañas que nos rodean, el bosque, que también, y, sobre todo, esos montes nevados del fondo componen una imagen de postal bajo, una vez más, un cielo azul radical y limpio como sólo lo está en la alta montaña. Una vez más, nos sentimos afortunados de haber pasado la noche aquí. Realmente, mola esto del senderismo.

Campamento con vistas

A la vista del terreno que nos espera (los picos nevados), hacemos conjeturas sobre por dónde discurrirá la ruta y cuál de los collados que se adivinan desde aquí será el paso Donohue que nos llevará al otro lado de la cresta principal de la Sierra Nevada. Nuestras dotes de lectura de mapas aún no están todo lo finas que debieran…

La cuesta es de pronóstico reservado pero el bosque por el que discurre es tan bonito que resulta un placer caminar por aquí. Estamos ya muy altos pero esto sigue siendo un bosque denso. Da la impresión de que aquí el límite del bosque se va a encontrar más alto de lo que estamos acostumbrados en Europa.

Un buen rato y muchos metros más arriba después, el terreno se nivela y los árboles comienzan a escasear. El panorama es cada vez más impresionante, con los picos más altos ya muy cerca, y más aún cuando, unos metros más adelante, llegamos a un pequeño y no identificado lago de alta montaña, probablemente de origen glacial, un lugar de ensueño donde el azul del agua y el verde del cesped compiten en brillantez y, aunque escasos, todavía quedan árboles. Éste hubiera sido otro buen sitio para dormir, pero no nos vamos a quejar ahora…

Lago sin nombre bajo el monte Lyell

Nos encontramos con un francés acompañado de un chaval muy joven. Aquí, Francia nos parece algo tan cercano como ‘casa’, supongo que ellos sienten algo así también. Desde luego, sus caras reflejan la sensación de felicidad y plenitud que nosotros sentimos y, probablemente, nuestras caras reflejan también.

Esto es tan bonito que nos quedaríamos horas aquí, simplemente sentados, admirando el espectáculo y sintiéndonos pequeñitos, pero sabemos que debemos seguir, no ya por cumplir horarios o distancias sino porque la propia esencia del viaje radica, a veces, en la fugacidad de las cosas bellas, en la magia del momento, en la inabarcabilidad de la naturaleza y sus paisajes… y la promesa de que esto no se acaba aquí y que el mismo viaje nos traerá más, en sucesión inagotable.

Así que cruzamos el desagüe del lago y nos dirigimos a uno de los laterales de la cubeta que lo aloja para empezar a subir hacia lo que se adivina podría ser otra cubeta más… debe serlo porque, según el mapa, hay otro lago un poco más arriba y se ve desde aquí el hilo de agua que baja de él.

Este segundo lago es similar al primero, con la diferencia de que aquí ya no hay árboles (¡estamos a más de 3000 metros!) y el telón de fondo de esta cubeta es ya el monte Lyell que, rozando los 4.000 metros, es uno de los grandes picos que exhiben restos glaciares en medio de la soleada y cálida california. Siento la necesidad moral, más que física, de darme un baño a más de 3000 m. y puedo afirmar que se trataba de unas de las aguas más congeladamente frías en las que me había sumergido jamás.

El monte Lyell y sus glaciares

El sendero vuelve a cruzar por el desagüe del lago y continúa su ascenso por la pared lateral hacia el paso Donohue. Desde aquí, tenemos la familiar vista del fondo del valle del Lyell, la hermosa zona de los meandros por la que pasamos ayer por la tarde, muy pequeñita, allí abajo. Increíblemente, aún aparece algún árbol aislado, pequeño y retorcido, a consecuencia, sin duda, de las duras condiciones que tendrá que soportar durante muchos meses del año. Todo un valiente. Nosotros sólo tenemos ocasión, por el momento, de presenciar esto una soleada y cálida mañana de agosto.

Nos encontramos más compañeros de sendero y todos, sin excepción, aparecen contentos y felices. Qué diferencia con las caras largas y los gestos y actitudes torcidas tan comunes en el día a día de los que nos rodean y, probablemente, de nosotros mismos. En momentos como estos, uno se cuestiona de verdad la validez de nuestro civilizadísimo e insulso mundo que nos condena a vegetar y, como mucho, disfrutar de alguna que otra migaja como ésta que no por rica deja de saber a poco.

La pendiente se va suavizando según entramos en un paisaje de roca pelada aderezado con algunas pequeñas lagunas que ahora están casi o totalmente secas. Por fin, llegamos al paso Donohue, el punto donde cruzamos la cordillera principal de la Sierra Nevada y, éste sí, todo un hito en el John Muir Trail: 11.100 pies o, más o menos, 3.680 metros. Lo más alto que vamos a llegar a subir en esta ruta, ¡lo más alto que hemos estado jamás!. Es, por tanto, también para nosotros, un hito importante. Un letrero nos recuerda que salimos de Yosemite y otro, que entramos en Ansel Adams Wilderness. Ahora sólo los impresionantes picos que nos acompañan desde ayer por la tarde están por encima de nuestras cabezas.

Lyell Canyon, al fondo. Mundo de roca en el paso Donohue

Tras una última y nostálgica pero en el fondo alegre vista atrás hacia la vertiente oeste, completamos el paso para ver qué nos espera al otro lado: un horizonte de montañas de decreciente altura hacia el este y las impresionantes y oscuras moles de la cordillera Ritter hacia nuestra derecha, cerrando el horizonte por el oeste. Al frente, un fuerte descenso por la ladera rocosa hasta alcanzar el primer fondo de valle digno de tal nombre, donde los pequeños torrentes de diversas procedencias se juntan por primera vez y los árboles comienzan a aparecer.

El paso Donohue no sólo marca nuestro punto más alto y salida de Yosemite; también, el punto en que empezamos a ser conscientes del inminente final de la ruta y empezamos a tenerlo cuenta. Hasta ahora, se había tratado simplemente de ir hacia adelante sin pensar en pasado mañana. Ahora, tenemos un hito inminente que cumplir y empezamos a hacer las pertinentes cuentas. La primera conclusión es que la ascensión del paso nos ha llevado mucho más tiempo del que hubiéramos podido prever (caso de que lo hubiéramos hecho) y que ya es bien pasado mediodía. No nos arrepentimos, ya que somos conscientes de haber vivido probablemente nuestra media jornada más memorable pero vemos cómo nuestra intención de hacer un último día corto y tranquilo se pone complicada. Para ello, calculamos que sería deseable llegar hoy al lago Shadow o, como poco, al lago Garnet y sólo para éste nos restan aún unos 14 kms., si bien casi todos cuesta abajo.

Sintiendo, por todo ello, y quizá por primera vez en toda la ruta, ciertas ‘prisas’, descendemos a través, una vez más, de un paisaje alpino de ensueño, con una almenada cordillera a nuestra izquierda y, a la derecha, el monte Davis, primero de una serie de grandes picos que, según la bibliografía, tienen algún tipo de origen volcánico (no que sean antiguos volcanes). El oscuro color de sus paredes rocosas contrasta fuertemente con el dominante gris o rojizo claro del granito dominante en la sierra y las blancas manchas que lo cubren en parte de sus zonas más altas, restos glaciares de lo que antiguamente debió ser una enorme masa de hielo.

Según bajamos, el mundo va retornando a la vida y el río, especialmente, construye hermosos rincones de pequeñas cascadas y pozas que invitan a un descanso y un baño que lamentamos (mucho) no podernos dedicar. Sí lo hacemos, brevemente, al terminar el largo ininterrumpido descenso y antes de comenzar a ascender nuevamente hacia el mucho más modesto paso Island. Los kilómetros empiezan a pesar y la ascensión se nos hace dura, sin serlo demasiado. El paso Island es uno de una larga serie que tendremos que ir atravesando según avanzamos hacia el sureste, por encima de las crestas que intersectan nuestra ruta procedendes de la cordillera Ritter, que vamos dejando a nuestra derecha. Esta que ahora ascendemos viene directa del pico Davis. Poco antes del collado, el bosque da paso a prados de altura y un par de pequeños lagos completan el bucólico cuadro. Un lugar mágico más que nos vemos obligados a dejar atrás.

Banner Peak desde Island Pass

Tras el paso Island, aparece ante nuestra vista el siguiente pico oscuro, el Banner, con más manchas glaciares y, abajo, el primero y esperado de los grandes lagos de alta montaña que van a ser una constante durante nuestra ruta por Ansel Adams Wilderness: el Thousand Island Lake o lago de las Mil Islas. Según vamos descendiendo hacia él, comenzamos a abandonar la idea de alcanzar hoy el lago Garnet (el siguiente de la lista) y a abrazar la de quedarnos en Thousand Island. Llegamos allí sobre las 19.00 horas, muy cansados, y no lo dudamos más. El lugar es absolutamente impresionante: el lago, haciendo honor a su nombre, repleto de pequeños islotes y con el telón de fondo del pico Banner, en un entorno en que domina la roca sobre el bosque. A pesar de que apenas hemos encontrado gente desde el paso Donohue, aquí hay bastantes tiendas ya desplegadas y uno entiende fácilmente por qué es éste un lugar popular. Un cartel advierte de la prohibición de acampar en cierta zona del perímetro del lago, la más próxima al sendero, probablemente intentando evitar excesivo desgaste de las siempre frágiles márgenes. Bordeando el lago y tras salir de la zona prohibida y buscar un poco, encontramos nuestro huequecito y nuestro merecido descanso. Aunque pareciera difícil, conseguimos dormir en un sitio ¡cada vez más bonito que el anterior!

Thousand Island Lake y Banner Peak

Día 7: Thousand Island Lake – Reds Meadow

Hemos dejado 21 kms. para un último día en el que, tras una serie de subidas y bajadas, un largo descenso nos sacará por fin de la alta sierra y nos llevará al valle donde terminaremos esta semana en el John Muir Trail. Madrugamos mucho, intentando conseguir evitar prisas al final, y nos despedimos del lago Thousand Island no sin antes probar sus aguas, frías, como está mandado.

Agua fría, marco incomparable

En el extremo del lago decimos también adiós al Pacific Crest Trail, con el que hemos compartido sendero desde Tuolumne Meadows y que desde aquí desciende siguiendo el desagüe del lago hacia Agnew Meadows. Nuestro JMT cruza dicho desagüe y empieza a ascender por la ladera de enfrente para cruzar la cresta que nos envía esta vez el monte Banner. Aunque signifique caer en el tópico, no puedo evitar mencionar que en la travesía de la amplia cresta pasamos junto a dos pequeñas ‘joyas’ como son los lagos Emerald y Ruby, especialmente este último, encajonado entre altas y verticales paredes y bordeado por bosque en la orilla que recorre el sendero.

Descendemos hacia el lago Garnet, una copia calcada del Thousand Island, aunque aquí el fondo lo pone el monte Ritter, capitán general de la cordillera y su pico más alto, rozando literalmente los 4.000 metros y de una roca tan oscura como los demás. Aquí también hay bastante gente. Tras descansar un rato, para admirar el lugar y no marcharnos sin más, más que por cansancio, acometemos la siguiente subida, con bastante tráfico en el sendero, hacia la siguiente cresta. Pasada esta, iniciamos un prolongado descenso a través del bosque hasta encontrarnos con Shadow Creek, el arroyo que alimenta al lago del mismo nombre, que está un poco más abajo y al que llegamos justo a tiempo para la hora de comer.

Descenso hacia Shadow Creek

El lago Shadow es, cómo no, muy bonito, de forma casi redonda y encajonado entre empinadas paredes; de ahí, probablemente, su denominación. Nos tomamos, aquí sí, un merecido descanso, acompañado de un también merecido baño y reponemos fuerzas. Cuando reanudamos la marcha, parece que todo el tráfico se ha diluído entre los cruces hacia abajo, Agnew Meadows, y arriba, Ediza Lake, y nos encontramos totalmente solos. Emprendemos el último ascenso significativo, y muy duro, por cierto, del día, por una pared casi vertical, aunque el sendero está bien trazado, con las pertinentes zetas, que lo hacen más llevadero. Una vez arriba, bordeamos la última pareja de lagos de alta montaña que nos queda: ahora, el leit motiv de sus nombres tiene que ver con ciertas señoras cuya historia no conocemos: Rosalie y Gladys. Se trata de preciosos lagos de márgenes más suaves y menos montañosas que todos los anteriores, casi colgados en el altiplano de una cresta y, especialmente el segundo, al mismo borde del vacío que mira al profundo valle al que nos vamos a dirigir.

Shadow Lake

Con la mirada puesta ya casi permanentemente en el reloj que avanza mucho más deprisa que nosotros pero con la tranquilidad relativa de que ya hemos hecho todas las subidas y a partir de aquí es todo bajada, comenzamos a descender a buen paso. El panorama empieza a ser un poco más monótono, dentro de lo bonito, ya que descendemos por una vaguada boscosa sin vistas amplias. Avanzamos sin apenas referencias hasta que el sendero hace una gran curva antes de llegar al fondo del valle donde se encuentran Johnston Lake and Meadows, lugar donde evaluamos nuestra situación, con la conclusión de que vamos a tener que darnos auténtica prisa si queremos llegar a Reds Meadow antes de que se haga de noche.

Con cierta desazón ya, seguimos adelante por terreno más llano, a través de bosque, hasta que se abre ante nosotros la vista al valle del río San Joaquín, al que nos dirigimos. Acabamos de salir de Ansel Adams Wilderness para entrar en Devils Postpile National Monument y un cartel nos advierte de la prohibición de acampar fuera de las zonas designadas en este área. Abajo se ven, por fin, trazas de civilización, el camping de Minaret Falls. El de Devils Postpile también está cerca. Pero no nos sirven, debemos ir un poco más allá, donde podremos coger el autobús a la mañana siguiente. Aquí nos separamos del arroyo que seguíamos desde el lago Jonhston que forma, a muy poca distancia, las cascadas Minaret, que sólo llegamos a oír, ya es demasiado tarde como para encima tomar desvíos, por cortos que sean.

Volvemos a descender, cruzamos el desvío al camping y puesto de rangers de Devils Postpile y, un poco más alante, el prometido espectáculo de las columnas de basalto que dan nombre a la zona. Para nuestra desgracia, nos encontramos ahora con la profunda arena volcánica que nos anunciaba la bibliografía. Es como caminar por arena de playa y, pronto, nuestras botas han desaparecido bajo una capa de polvo gris, así como la parte baja de nuestros pantalones. Por si fuera poco, el camino deja de descender hacia el valle, como pensábamos que haría en todo momento, y empieza a remontar la ladera. Por fin, toma el esperado giro hacia el fondo del valle y, tras un corto y empinado descenso, cruzamos el río San Joaquín. Y aquí, en los, literalmente, últimos metros de nuestro JMT, empieza nuestro pequeño calvario particular: se nota que nos aproximamos a la civilización, ya que los caminos y ramales empiezan a multiplicarse y las señales no lo hacen al mismo ritmo y no son siempre todo lo claras que debieran. Eso y la advertencia que figura en parte de nuestra bibliografía de la posibilidad de perder el camino caso de seguir las señales oficiales, nos vuelve inseguros y temerosos. El mapa tampoco parece conseguir captar todos los senderos que aparecen sobre el terreno. Y, todo eso, mientras empieza a oscurecer.

Sorprendentemente, para nosotros, después de todos estos días, empiezan a aparecer personas sin mochila y con atuendo muy poco senderista. Es un pequeño choque, al principio, resultan un tanto fuera de lugar, pero tenemos que aceptar que ya no estamos en ningún lugar remoto sino a pocos minutos de una carretera. Aceptado, pues. Suponemos que tienen que saber dirigirnos en el camino correcto pero nadie, de entre todos a los que preguntamos, parece tenerlo nada claro. Para más inri, nos encontramos con una pareja de Bilbao que, para variar, tampoco sabe dónde está exactamente Reds Meadow. Más aún: dado el nombre, uno esperaría que esto fuera una pradera donde la orientación a la vista resultaría sencilla pero, ni mucho menos, tras cruzar el río hay que volver a subir por una ladera boscosa.

Ante la falta de referencias válidas, decidimos guiarnos por las señales que nos vamos encontrando en algunos cruces y por la intuición en los que no tienen señal y, por fin, llegamos a ¡asfalto!. Y no es que nos alegre encontrar asfalto pero eso debe significar que ya queda poco. En el picadero que nos encontramos, preguntamos y la explicación no es del todo clara pero al menos sí sabemos que el minicomplejo turístico de Reds Meadow está a la vuelta de una curva y, efectivamente, en unos pocos minutos estamos ahí, aunque nadie lo hubiera dicho, ya que seguimos metidos en denso bosque. El lugar consta de unos pocos edificios nada más: básicamente, una tienda y un bar, por lo que respecta a cosas públicas, pero ni rastro del prometido camping. Por increíble que parezca, nos vuelve a costar un buen esfuerzo y un par de interlocutores obtener una explicación decente de por dónde ir. Si hubiéramos mirado bien el mapa en este punto, hubiéramos comprendido un poco mejor la situación pero era casi de noche ya y lo que queríamos era llegar cuanto antes. Al final, tomamos una pequeña senda que nos habían indicado y, tras unos minutos y ya en casi completa oscuridad, vemos las luces del camping.

Cansadísimos, física y moralmente, después de nuestro día más largo y de toda la tensión de las últimas horas, pero aliviados, buscamos finalmente nuestro huequito en el mundo de los humanos, para llegar a la conclusión de que era todo más fácil en el mundo de los animales. Nos sentimos un tanto desplazados en esta pequeña jungla de autocaravanas pero por fin encontramos la zona de senderistas y, allí, una mesa y un contenedor para la comida.

Supongo que, de día, todo hubiera tenido una pinta más amigable pero, en estas condiciones, y sintiéndonos tan fuera de lugar por la vuelta a la civilización y por estar haciendo las tareas propias de otras horas más tempranas, cuesta un poco. Quisiéramos meternos en la tienda y descansar, pero hay que montarla, hacer la cena y… no podemos olvidar la ¡ducha termal!. La verdad es que perfectamente podría haber estado sin ducharme otro día más con tal de no hacerlo ahora pero es más el atractivo de usar aguas termales naturales que la propia necesidad (físicamente, mucha; moralmente, ninguna) de darme la ducha lo que me decide a tomarla. Unas casetas de hormigón pelado, sin luz y con aspecto bastante cochambroso-sospechoso hacen que la experiencia no sea demasiado memorable pero el agua estaba agradablemente caliente, eso es verdad.

Por fin, y después de dar unas cuantas vueltas a cuenta del cómo, dónde y cuánto pagar por la noche (funciona aquí el mismo sistema de ‘autoservicio’ que en Toulumne Meadows), para terminar no haciéndolo, medio por falta de información medio por cabreo por lo abusivo del precio (nos cobran lo mismo que a los que se traen la autocaravana de cinco pisos), nos permitimos relajarnos del todo ya e irnos a descansar. Apenas nos da tiempo a pensar y reflexionar sobre lo que acabamos de conseguir, nuestra ruta más larga hasta la fecha, casi el doble que nuestro límite hasta entonces, y lo habíamos hecho sin problemas y, lo más importante, disfrutando cada momento y enriqueciéndonos mucho con la experiencia. Ahora, nos vamos a descansar pero tiempo tendremos de pensar en todo ello y darnos cuenta de que éste ha sido un paso y un salto cualitativo y cuantitativo muy importante de cara a nuestra evolución, como senderistas y como personas.

Reds Meadow es un buen lugar para dar por terminado un periplo por el John Muir Trail dado que, ahí, el sendero roza una carretera y, no lejos (a menos de un día de camino, si se va a pie) hay una población relativamente grande, Mammoth Lakes. Para nosotros, todo encajó: una semana parecía una unidad sólida y, además, un salto cualitativo importante con respecto a nuestras rutas anteriores. Empezamos, por primera vez, a prestar atención a ciertos aspectos que hasta entonces no habían sido tan importantes. Eso y el encontrarnos en un ambiente tan familiar y afín constituyó un hecho clave cuyas afortunadas consecuencias aún seguimos cultivando.

Casi sin darnos cuenta, nos habíamos plantado en una de las rutas clave del senderismo de largo recorrido a nivel mundial y habíamos completado un tercio de la misma, con la conciencia de que podríamos haber seguido y llegado hasta el final, si esa hubiera sido nuestra elección. Y habíamos hecho todo esto de forma absolutamente no traumática, dejando que las cosas fluyeran por sí mismas y sintiéndolas como algo totalmente natural, como si lo hubiéramos hecho durante toda la vida.

Nos enfrentamos ahora con los habituales sentimientos encontrados de alegría por lo conseguido y tristeza por que haya terminado. Por fin empiezan a cobrar sentido las nunca claras informaciones que teníamos sobre el lugar: la carretera que llega a, y termina en Reds Meadow, se cierra al tráfico particular durante el día y, a cambio, circula un autobús gratuíto que nos viene ni hecho a medida. Cogemos el primero de la mañana para evitar agobios ya que a mediodía debemos tomar el Greyhound a Los Angeles en Mammoth Lakes.

El autobús sube un largo puerto y nos deja en la cima, donde hay una estación de esquí y a partir de donde la carretera ya está abierta a todos los públicos. No hay transporte público oficial hasta Mammoth Lakes, al otro lado de esta sierra, pero sí oficioso: nos lleva el encargado del remolque que transporta bicicletas a la estación de esquí, donde las alquilan, y además nos lleva gratis, también. Nos ha salido barato y rápido el viaje hasta Mammoth Lakes.

El auténtico epílogo habla de una vuelta a la civilización tranquila, al principio, en el agradable entorno peri-montañero de Mammoth Lakes, y más traumática después, con nuestra primera experiencia de la América «sucia» (es una forma de hablar) con un mastodóntico viaje en uno de esos Greyhound que podrán haber sido la creme de la creme del mundo de los autobuses… hace 30 años; una travesía del desierto (increíble el contraste con las aún cercanas montañas) y llegada nocturna, para más inri, a L.A. Central. Demasiado contraste para un sólo día.