Día 1 – lago Shoshone oeste: 8R5

Nos lleva un buen rato conducir desde Grant hasta el comienzo del sendero y conseguimos comenzar más tarde de lo debido pero no debería importar: hemos dimensionado todas las etapas para que sean cortas y sencillas.

Los primeros kilómetros son por una pista prácticamente llana, hasta llegar al geyser Lone Star. Este es un paseo habitual para muchos de los que quieren ver fenómenos termales sin sentirse en medio de un centro comercial pero tampoco quieren meterse en grandes berenjenales. Cuando llegamos, hay un cierto número de gente congregada esperando a que el geyser haga algo. Este geyser tiene un gran bloque de materia precipitada, 2 ó más metros de altura, y “amenaza” constantemente con ruidos, fumarolas y algún chorro de agua pero no termina de dar el gran petardazo que todo el mundo espera. No sabemos si seguir esperando o qué, no queremos que se nos haga tarde. Al final, conseguimos aguantarnos hasta que hay una erupción más o menos presentable. Seguimos adelante.

Lone Star Geyser

La ruta es ya un caminito. Cruzamos bosque, alguna pradera y pasamos junto al río Firehole que, aquí, aún no hace honor a su nombre (más adelante lo hace, podéis imaginar por qué). El paisaje nos recuerda mucho al de las películas del oeste (cuando salen zonas montañosas), tiene ese aura especial de grandeza y amplitud, especialmente en esas praderas rodeadas de bosque donde uno espera ver aparecer búfalos en cualquier momento (nota: hay muchos búfalos en Yellowstone pero no vimos ninguno en esta ruta; les gustan más los valles amplios)

Río Firehole

Esta segunda parte del trayecto del día tiene el atractivo adicional, simbólico pero significativo, de que el sendero nos hace cruzar en varias ocasiones la divisioria continental norteamericana, la que separa las cuencas atlántica y pacífica. Desde nuestra posición en medio de las Rocosas, resulta curioso pensar en divisorias de aguas y en ríos que desemboquen en mares tan inmensamente lejanos. En ningún sitio de Europa podríamos estar tan lejos del mar como lo estamos aquí.

Hacia el final de la tarde, llegamos por fin al lago Shoshone, gigantesco, para nuestros estándares. Allí encontramos nuestra primera zona de acampada, toda para nosotros, aunque hay sitio para un par de tiendas más, al menos. Estamos justo encima del lago, entre los árboles, y no cuesta nada bajar para darse un baño. El lago será también nuestra fuente de agua potable.

Primer campamento en Yellowstone

Filtrando agua del Shoshone

Día 2 – lago Shoshone norte: 8S2

Uno de los grandes atractivos que le hemos encontrado a esta ruta está a sólo unos minutos de camino: la zona geotermal Shoshone, junto a esta misma esquina del lago donde estamos acampados. Ayer, preferimos relajarnos y montar campamento con tranquilidad. Hoy, desayunamos, colgamos de nuevo la comida y todo lo que sea susceptible de atraer a un oso y nos vamos con las manos en los bolsillos a darnos una vuelta.

Charcos de agua hirviendo, algunos humeantes, otros burbujeantes; mini-geysers, chorros de agua caliente por aquí y allá; barro hirviendo, fumarolas y la constante presencia del habitual olor a azufre al que uno se llega a acostumbrar hasta que ya casi parece que no huele tan mal. Lo mejor de todo es presenciar esto como si fuéramos los únicos (de hecho, no hay nadie más), como si nunca nadie lo hubiera visto antes. Es fácil imaginar algo así, no hay mucha huella humana por aquí. Sólo el senderito que recorre el lugar.

Que no sean todo palabras:

Agua hirviendo. El cono lo forman los minerales precipitados

Más agua hirviendo

Cono colorista con canal de desagüe

Panorama general de la zona termal

Afrontamos 3 días de camino alrededor del lago. Éste está totalmente rodeado de bosque, salvo por las ocasionales praderas que se suelen encontrar en las zonas bajas y llanas, junto a la orilla. Nuestro sendero discurre por los suaves perfiles de las laderas de la orilla norte del Shoshone, siguiendo una línea recta que, por momentos, nos aleja de la orilla.

Acabamos el día descendiendo otra vez hasta casi el nivel del lago para encontrar nuestra zona de acampada, idéntica a la de ayer, en el bosque y casi al borde de otra playa de guijarros.

Día 3 – lago Shoshone sur: 8M1

El tiempo es espléndido, mañana fría y despejada que augura el agradable calor del mediodía; el lugar, precioso, con las luces de amanecer sobre el lago cubierto de fina bruma. Alguien más pensó que era una buena idea desayunar con vistas y colocó unos trozos de tronco a modo de sillas y mesa frente al lago. Nos habríamos colocado ahí, de todas formas. Son momentos de paz y felicidad que, simplemente, no existen en el mundo urbano.

A ratos, el sendero toma la “playa” (de guijarros) y caminamos junto al agua, viendo saltar a los peces. Cuando la costa se hace más escarpada, tenemos que subirnos por las paredes y recorrer trozos muy empinados. El lago Shoshone no desaparece nunca de la vista. Desde que salimos del geyser, anteayer, no nos hemos cruzado con nadie. Esto, definitivamente, es muy diferente del masificado Yellowstone.

Lago Shoshone

Poco después, en la pradera que se forma en la desembocadura de De Lacy creek en el borde noreste del lago, nos encontramos con este señor:

Alce, a unos 30 metros

Señor o señora, que no sabemos, pero la experiencia resulta hermosa, de cualquier forma. El bicho no nos hizo mucho caso, siguió pastando para terminar retirándose tranquilamente. Nos sentimos respetados por el animal pero no especialmente temidos, lo que nos hace sentir bien. No es el primero que vemos en esta ruta, ni siquiera el que hemos visto más de cerca pero es un encuentro siempre especial y que da una dimensión nueva a estar caminando por aquí.

Pasamos por la zona quemada. Es un trozo no muy largo, una ladera elevada sobre el nivel del lago. El calor es un poco molesto, a estas horas y sin la sombra del bosque, pero nada serio. Por otro lado, las vistas son extensas sobre el lago y las mesetas del sureste de Yellowstone. Los pequeños retoños que ya han colonizado todo el lugar apenas llegan al metro y medio aún y conviven con los troncos aún en pie de los grandes árboles que se quemaron.

Nuevos retoños y antiguos troncos quemados conviven en la orilla este

El río Lewis es el desagüe natural del lago Shoshone y conecta este con otro lago, el Lewis. Aquí, encontramos nuestra primera compañía desde que empezamos la ruta, aunque no en el sendero: unos palistas conducen sus kayaks por el río, saliendo del Shoshone con destino al siguiente mencionado lago, cuya orilla oriental recorre la carretera del acceso sur del parque; la civilización no está lejos pero nosotros pasamos a alejarnos de ella aunque, antes, toca mojarse:

Cruzando el río Lewis

Pasamos a recorrer la orilla sur del Shoshone, en dirección oeste. Toda esta zona fue parcialmente afectada por los incendios masivos del 88 pero, como en muchas otras, la destrucción no fue total y los troncos quemados conviven, esta vez, con árboles maduros que resistieron al fuego. Superada una primera colina que nos ha cortado del lago, volvemos a verlo con el primer plano de una amplia y preciosa pradera:

Zonas pontanosas en las orillas bajas, lago Shoshone sur

La ruta nos hace descender hacia la pradera y la rodea para, finalmente, separarnos ligeramente del lago y de su vista y llevarnos a acampar entre bosque sano (ya no veremos más rescoldos) junto a Moose creek.

Otro campamento en el bosque (no hay mucha más opción)

Día 4 – Cruce a la ruta del Bechler: 8G1

Hoy completamos la vuelta al lago Shoshone como colofón de esta primera parte de la ruta aunque, al principio, no somos muy conscientes de su presencia porque el sendero nos lleva lejos de su orilla sur. Hacia mediodía, bajamos un escalón para salir del bosque y acercarnos a la orilla. Aprovechamos para un último baño antes de decir adiós al lago que nos ha acompañado durante todos estos días.

El monstruo del lago Shoshone

Dejamos atrás el agua por fin y volvemos al bosque para pasar junto a la zona termal que visitamos al principio de la segunda jornada y esto ya sabe a retorno, no sin llevarnos alguna otra imagen curiosa:

Barro hirviendo

Completamos el bucle en el punto donde retomamos el sendero que nos trajo aquí y que deberemos remontar durante un rato para llegar a la zona de acampada situada justo en el cruce del camino que baja al río Bechler y que tomaremos mañana. Antes, verificamos las magníficas opciones que Yellowstone ofrece para avistar fauna, un compañero más en el sendero:

Elk, una especie de ciervo grandote

Sabemos positivamente que hay osos por aquí pero de esos aún no hemos visto ninguno. Estamos ya en esa fase del día en que dejamos de tener ganas de verles. Sumamos nuestro cuarto día sin encontrar ningún otro senderista.

Plácidas condiciones para nuestra casa y merecido descanso

Día 5 – Three River Junction: 9D1

Hoy ya, por fin, partimos hacia el río Bechler. Ascenso suave y continuado, siempre a través del onmipresente bosque, hasta llegar a las praderas al pie del prominente Douglas knob, una colina boscosa modesta pero de singular presencia.

Praderas de camino al Bechler

¿Dónde están los osos? Este sería un buen sitio para verles pero nos siguen siendo esquivos. Es lo habitual.

Unos metros más de ascenso e iniciamos la bajada hacia el río de las cascadas. Hoy apenas le alcanzaremos, dado que nuestra zona de acampada está situada metros antes de la confluencia de los tres arroyos que dan lugar al río Bechler propiamente dicho. El atractivo del día vuelve a ser de origien termal: ya en el valle, un corto desvío a la izquierda nos lleva al que se conoce como el único lugar de Yellowstone donde uno se puede bañar en aguas termales en plena naturaleza. No es que en el resto de lugares esté prohibido; más bien es que el agua hirviendo no nos sienta nada bien. Aquí, llegamos a una surgencia termal que vierte directamente a un río que pasa por ahí y, claro, en la zona donde las aguas caliente y fría se mezclan se da una temperatura por momentos ideal. Nos damos todo un lujo de baño caliente en plena naturaleza. Dudo fuertemente que cualquier terma del mundo (de las de pago) pueda proporcinar sensaciones siquiera lejanamente parecidas. Recordamos aquel baño caliente en las tierras altas de Islandia, con los neveros de las montañas rodeándonos… aquí, el panorama no es tan espectacular pero el lugar es todo para nosotros.

La surgencia termal, por cierto, es espectacular, con la cubeta humeante de la surgencia y una pared (por la que discurre el agua caliente) cubierta de las habituales precipitaciones minerales:

Las pozas inferiores son las piscinas calientes

He ahí la surgencia

Y esto no fue todo. La zona de acampada a la que nos dirigimos es, supuestamente, famosa y solicitada por su emplazamiento, junto a numerosas surgencias termales que aquí se aprecian en forma de fumarolas, aún lejanas, en esta vista del incipiente cañón del Bechler:

En la segunda curva del río, nubes de vapor

Las surgencias brotan aquí y allá con vapor, agua caliente y todos los fenómenos asociados; como esta pared llena de plantas que crecen al calor del agua:

A pocos metros de campamento

El flujo de agua caliente no era suficiente como para crear las condiciones de baño tibio pero sí como para que el aseo de esa noche fuera bastante más llevadero que de costumbre.

Día 6 – El cañón del Bechler: 9B9

El día 6 va a ser un tanto atípico: llegaremos todo lo lejos que podamos, río abajo, para volver atrás y pernoctar en una zona de acampada cercana a la de la noche anterior. Por esto, nos detenedremos en esta, al pasar, para montar campamento a media mañana y hacer, básicamente, una excursión de día, sin grandes mochilas, que nos dé acceso y vistas a las grandes cascadas del Bechler.

Empezamos con un error de bulto: nos confundimos de zona de acampada. Todo tiene su razón de ser: algunas de las zonas son específicas para grupos en caballos, dado que estos tienen sus especificidades y se intenta no mezclarlos con los senderistas de a pie para la pernocta. Mientras caminamos, nos encontramos con el desvío a la zona de acampada que esperamos, tenemos que vadear el río (quitar calzado y volver a poner al otro lado), llegamos allí, montamos la tienda, cargamos una de las mochilas con lo que necesitamos para el día y colgamos la otra con todo lo demás. Hemos notado (es obvio, aunque sólo sea por el olor) que es una zona de acampada para grupos en caballo pero suponemos que será compartida, coincide con la localización que esperábamos. Volvemos al sendero, para lo cual necesitamos un segundo vadeo (quitar y poner calzado). Seguimos la marcha y, pocos minutos después, nos encontramos con el desvío (indicado) a la zona de acampada que buscábamos. Sólo entonces nos damos cuenta del error, pero esto nos obliga a desandar y hacer un par de vadeos más para desmontar campamento, descolgar la mochila, llevar todo a la zona correcta y volver a montar todo el tinglado. En el breve desvío hacia la zona de acampada, nos encontramos (¡por fin!) con un grupo que sale de allí y nos dicen sobre la marcha que el lugar es precioso. Lamentablemente, nuestro humor no está para muchos trotes, después de todo el tiempo que hemos perdido a lo tonto, y contestamos con cara y voz de circunstancias.

El lugar, no obstante, es ciertamente precioso, con una gran cascada que cae por la pared próxima.

Con la hora muy avanzada y el ánimo un poco tenso, comenzamos a caminar río abajo. El Bechler es ya un señor río, aunque los dos vadeos que tenemos que hacer son facilitos.

Río Bechler, con islita y todo

Llegamos por fin a la sucesión de cascadas por las que es relativamente famoso el lugar. Por momentos, las aguas oscuras del Bechler se tornan blancas, tanto en los rápidos como en los saltos grandes:

Las primeras de la serie

Irish Falls

Colonnade Falls

Nos hubiera gustado llegar al Bechler Meadows, la gran pradera donde el valle se abre y el río se suaviza, como colofón a la excursión y para haber tenido la sensación de haber llegado a algún sitio; y esa era la idea inicial pero, con el tiempo que perdimos por la mañana, se nos ha hecho demasiado tarde para ir tan lejos y nos tenemos que dar la vuelta tras Colonnade falls. Al mirar aguas arriba, el escalonado río nos ofrece algún panorama que no habíamos apreciado al ir cuesta abajo:

Escalones sucesivos en el Bechler

Volvemos, por fin, a nuestro ya montado campamento para comprobar que nuestra segunda mochila sigue allí, colgada del poste de la comida y, esta vez ya sí, disfrutamos de la que, efectivamente, es una magnífica localización

Campamento frente a la cascada

 

Día 7 – De vuelta al cruce: 8G1

Ya sólo nos queda la vuelta, que aún nos costará dos jornadas. No podemos evitar que esto se convierta en algo así como un punto bajo porque ya no nos queda nada nuevo que ver en la ruta, todo va a ser repetido pero, por otro lado, estamos felices de lo bien que está yendo todo, el buen tiempo que estamos teniendo, la cantidad de cosas sorprendentes y bonitas que estamos viendo y la sensación general de estar en un sitio modestamente remoto, donde hemos encontrado muy poca, poquísima gente, con la sensación de logro nuevo que nos da el haber sido autónomos durante 8 jornadas (vamos con la séptima) de una forma tan natural y sencilla, sin traumas, como si lo hubiéramos estado haciendo toda la vida, como si hubiéramos nacido para esto.

Antes de salir, estuvimos jugueteando un poco con objetos abandonados. El gesto de esfuerzo de ella no es porque tenga poca fuerza sino porque esa cosa (un cuerno de alce) pesa una tonelada. Yo estoy más contento, con mi hueso:

A ver quién se anima a ponerse eso en la cabeza para hacer la foto graciosa (se intentó)

Hoy hace bastante calor, entre esto, la cuesta arriba y la sensación de procesión de retirada, marchamos un poco cabizbajos. En esto, nos sucede lo más sorprendente y especial de todo el viaje: el encuentro más directo, cercano y emocionante con un gran animal que hayamos tenido nunca.

Pasábamos junto a un pequeño arroyo y decidimos parar a coger agua; la rutina del filtrado por bombeo lleva su rato (unos minutos), así que aprovechamos para quitarnos las mochilas y descansar a la sombra. En esto, oímos ruidos de pasos y aparecen por allí, en el claro del bosque junto al arroyo, mamá alce y su cría.

Simplemente, pasaban por allí, siguiendo su rutina de comer hierba y, en este caso, acercarse al arroyo a beber. Nosotros permanecimos quietos pero no inmóviles, expectantes, esperando que, cuando nos vieran, saldrían corriendo, especialmente teniendo en cuenta que había un pequeño alce de por medio. El alce adulto nos vio, se detuvo y se pasó unos segundos observando, probablemente tratando de decidir qué éramos y si suponíamos una amenaza o no… el veredicto debió ser que no porque siguió sus movimientos parsimoniosos como si nada y, desde ese momento, ya no nos hizo más caso. La cría, obediente, hizo lo propio.

Esto incluye que, por supuesto, no salieron huyendo, ni siquiera en retirada prudente. Siguieron por allí y, de hecho, se nos acercaron más, hasta a poco más de 5 metros. Yo dejé lo que tenía entre manos (el filtro) y eché mano de la cámara para plasmar el momento:

Mamá alce e hijo

Un poco más cerca

Lo mejor de todo, y esa sensación especial que aún hoy nos emociona al recordarlo, es que, a diferencia de otros muchos encuentros con fauna, esta vez no fuimos nosotros quienes nos cruzamos en el camino de los animales sino que fue ¡al revés!. Ellos se cruzaron con nosotros. Y, de hecho, eso (quiero pensar que fue eso) marcó una diferencia importante: los alces no se asustaron, no huyeron, no nos percibieron como un peligro. En ese momento, nosotros, en el fondo, no éramos nada más que otros animales que, como ellos, habíamos bajado al arroyo para beber y me gusta pensar que así se lo tomó mamá alce. Creo que nunca más que en ese simbólico momento me he sentido tan integrado en la naturaleza. Por una vez, éramos uno más, no unos intrusos que causan recelo y desentonan allá por donde van sino una parte más de todo el proceso, de toda la escena. Por eso fue genial.

Los alces siguieron su lento deambular hasta que, varios minutos después, terminaron saliendo del claro y perdiéndose entre los árboles.

El día nos guardaba aún una última sorpresa: al llegar a la zona de acampada, la misma de hace 3 días y la única que repetíamos, nos encontramos allí a una pareja que esperaban sentados a la sombra. Resultaron ser padre e hijo, de ruta por allí, y nos preguntaron si no nos importaba que se quedaran allí esa noche. No tenían permiso o, mejor dicho, habían modificado su viaje sobre la marcha de forma que se habían adelantado un día a lo previsto y su permiso no correspondía con el lugar. Nosotros éramos los titulares de permiso vigente para aquella zona ese día así que supongo que eso nos daba la «autoridad» para decidir si ellos se quedaban también o no. Por supuesto que no había problema. De hecho, fue agradable compartir esa última noche en el sendero con alguien más. Hasta entonces, habíamos estado solos todas las noches y es algo que habíamos apreciado también, había resultado una ruta extremadamente solitaria, en lo que a humanos se refiere, y eso nos había gustado, pero agradecimos poder compartir algo de todo aquello con alguien más y, además, con gente de la zona con quienes pudimos mantener conversaciones muy interesantes y de las que aprendimos muchas cosas. Ellos eran de Boise, Idaho, y caminaban habitualmente por Yellowstone. Nos contaron muchas cosas sobre el lugar, los osos y qué se yo… fue agradable.

Foto clásica de campamento. Última noche

Día 8 – Out

El último día era poco menos que un pequeño paseo hasta la carretera. Volvimos a cruzar divisorias continentales y a pasar junto a pequeñas manifestaciones termales hasta llegar al río Firehole y, por fin, al reencuentro con la civilización: el geyser Lone Star.

Cuenta la bibliografía que su nombre no tiene nada que ver con Tejas (the lone star state) sino que se le ha llamado así porque está aislado de otros geysers y no hay otros indicios termales alrededor. Esta vez, hicimos coincidir nuestra llegada con la hora del descanso y la comida, de forma que no nos importara parar y esperar a que el geyser hiciera sus cosas: cada 2 ó 3 horas, supuestamente, tiene una gran erupción.

Había bastante gente allí, algo que nos parecía totalmente marciano, después de tantos días sin casi ver a nadie. Algunos portaban grandes mochilas y estaban en su fase de ida. Nos causó cierto orgullo que vinieran a preguntarnos cosas sobre la ruta y que les pudiéramos informar, no en vano somos aún novatos jugando «fuera».

Allí nos sentamos y sacamos toda la comida que nos quedaba, que no era mucha pero sí suficiente para darnos un buen atracón, antes del definitivo, que sería esa noche y sentados a una mesa. Comprobamos con agrado que toda nuestra basura cabía en una minúscula bolsa, señal de que habíamos apurado al máximo la cantidad de embalajes y cosas innecesarias.

El tiempo estaba nublado por primera vez en toda nuestra estancia en Yellowstone pero ya nos daba igual. Tampoco llegó a llover. Al rato de repetir una y otra vez su coro de ruidos y amenazas, el geyser, por fin, se puso serio y envió un montón de metros para arriba una gran columna de agua que permaneció durante varios minutos. Quedamos contentos con el espectáculo.

Deja vu, Lone Star geyser

Tras esto, sólo nos quedaba el pequeño paseo de 4 kms. por la pista que daba acceso a la carretera. Foto finish:

Sucios pero contentos

Recogimos el coche para conducir de vuelta, aunque no a Grant, donde habíamos pasado las dos noches previas a nuestra ruta, sino que volvemos a intentar establecer base en Canyon, más cercano a los lugares que más nos interesan para esos paseos a los que pensamos dedicar los dos días que aún nos quedan en el parque. Ya lo habíamos intentado al llegar pero en Canyon el camping estaba completo. Tampoco lo lamentamos mucho, Grant fue muy agradable y hasta tuvimos un búfalo merodeando por el lugar pero acabamos un poco cansados de conducir arriba y abajo del valle Hayden.

Esta vez sí hubo más suerte y encontramos espacio en Canyon. Allí estaríamos un par de noches antes de dejar Yellowstone.

La ruta en el cuadrante suroeste de Yellowstone fue lo que habíamos esperado de ella: no la más espectacular que habíamos hecho hasta la fecha pero sí la más larga en autonomía y con el atractivo habitual y que totalmente refrendó nuestras expectativas de la abundante presencia de fauna y los fenómenos geotermales. Resultó más solitaria de lo que hubiéramos esperado. Le faltó, en relación, sobre todo, a la semana mágica que pasamos en el John Muir Trail, la sensación de viaje que da el caminar sin retorno, no fue el caso en Yellowstone, pero fue una pérdida asumida de antemano, a cambio de facilitarnos una planificación que no tuvimos valor de complicar. Hubiera sido relativamente sencillo seguir Bechler abajo y girar al este para llegar a la carretera del acceso sur vía la meseta Pitchstone; además de un viaje lineal, hubiera sido aún más variado y espectacular, pero la longitud y dificultad de esta opción nos hicieron aparcarla. Con la experiencia necesaria, no obstante, hubiera sido la opción mejor.

El tiempo fue espléndido y casi perfecto durante toda la ruta. Días calurosos pero no agobiantes (el ambiente es seco en medio de las rocosas), mañanas y noches frías pero no gélidas, ni una gota de lluvia y abundante bosque para protegernos del sol durante las horas de camino. Resultó muy sencillo, incluso para nuestra por entonces limitada experiencia en el largo recorrido.

Al igual que en la Sierra Nevada, nuestra impresión fue de que todo fluyó por si solo con tanta facilidad que resultó fácil y agradable; más, si cabe, que en el JMT, donde pasamos algún que otro apurillo al final; en Yellowstone, todo fue plácido y relajado. Tanto que, a pesar de haber hecho la, hasta la fecha, ruta autónoma más larga, no nos quedó una sensación de logro: había sido casi demasiado fácil.

Nos sentimos muy bien, muy a gusto, con el entorno y con nosotros mismos y esa fue quizá la sensación más positiva y la lectura más importante. En definitiva, Yellowstone fue un paso más, muy importante, en nuestro camino y guardamos un hermoso recuerdo de nuestro viaje allí.