This entry is part 1 of 2 in the series Great Divide Trail

«A pesar de ser nuestro cuarto día en el sendero, es quizá ahora cuando sentimos esa mezcla de incertidumbre y desamparo que suele acompañar al inicio de una larga ruta, uno de esos momentos en los que debes echar mano de todo tu arsenal de motivaciones y respuestas a la pregunta «qué hago aquí…» (pregunta que, inevitablemente, tarde o temprano, termina por surgir) para que la moral no decaiga.

Acabamos de recorrer uno de los tramos más espectaculares (y populares) de las Rocosas de Alberta, compartiendo nuestros días y, particularmente, esos momentos especiales del anochecer con gente afín entre la que es fácil desarrollar un agradable sentimiento de camaradería y comunidad. Hemos superado el punto en el que la inmensa mayoría dan por terminado su viaje, aprovechando el cruce con la carretera del lago Maligne, y afrontamos la travesía del valle y paso del mismo nombre, transitando por zonas remotas en las que no esperamos cruzarnos con nadie durante, al menos, tres o cuatro días, hasta que volvamos a pisar senderos más concurridos. Hemos, además, cambiado las espléndidas vistas de la cresta Skyline por el denso y oscuro bosque del valle Maligne. Todo esto, unido a la inminencia del anochecer y al frío viento y negras nubes, evidencia de un empeoramiento del tiempo, había empañado nuestra euforia de días previos y nos hacía avanzar silenciosos y cabizbajos.

De repente, algo imprevisto: nos cruzamos con otros dos caminantes. Resultan una joven pareja de alemanes. Parecen nerviosos, hablan entre ellos y, por fin, deciden explicarse: no estaban implicados en ruta alguna, tenían su coche aparcado en la aún cercana carretera y habían pensado, como complemento a su viaje, pasar la noche en el bosque, en la zona de acampada más próxima, la misma a la que nos dirigíamos nosotros, para desandar sus pasos a la mañana siguiente y continuar su propio periplo. Sin embargo, estaban volviendo.

Nos contaron que, estando ya acampados, habían oído (y, vagamente, visto), un gran animal rondando por las proximidades. No pudieron precisar más pero reconocieron que sintieron miedo y decidieron abandonar el plan y volverse.

Fue como un remedio instantáneo para nuestros males. Encontrar a gente que estaba más «asustada» que nosotros nos hizo, de alguna manera, recuperar la confianza.

Comprendimos su situación, a nosotros nos ha pasado alguna vez también, especialmente en terrenos o circunstancias extraños y más aún cuando nuestra experiencia era limitada. Intentamos indagar de qué animal se podría tratar. Descartada la posibilidad de que fuera un oso (aseguraron que no era tan grande), único elemento vagamente peligroso de entre los que viven en la zona, les tranquilizamos y les ofrecimos venirse con nosotros ya que, en cualquier caso, íbamos a dormir allí; nosotros no teníamos alternativa.

Se animaron y decidieron unirse y recuperar su plan original. Una vez en la zona de acampada, no vimos, ni oímos, a ningún animal, salvo a los incansables mosquitos, siempre presentes en estas zonas bajas. Es curioso cómo el simple apoyo moral mutuo puede borrar todos los miedos y reservas aunque, físicamente, en realidad, no signifique nada… si hubiera habido algún peligro, poco habríamos podido hacer.

A la mañana siguiente, cansados, quizá, después del esfuerzo de días anteriores, dormimos un poco más de la cuenta y, cuando por fin nos levantamos, los alemanes se habían ido ya. Ni siquiera nos habíamos dado cuenta. En el suelo, junto a nuestra tienda, nos habían dejado una nota: se despedían y nos deseaban buen viaje. Sonreímos y afrontamos el día con alegría renovada.»

Extracto de “El Great Divide Trail a través de Jasper y Banff”

Valga este pequeño ejemplo como muestra de lo que significó recorrer las crestas y valles de las espléndidas Rocosas a lo largo de 10 días y 135 kms., nuestra ruta continua más larga hasta la fecha.

Desde el valle del Athabasca y la ciudad (pueblecito, realmente) de Jasper, contemplamos, inmediatamente frente a nosotros, la cadena de montañas por las que se encarama el que va a ser nuestro sendero por más tiempo y distancia del que siquiera nos permitimos imaginar. En este momento, es todo un reto que nos impone profundo respeto, especialmente cuando vemos la cresta que vamos a recorrer cubierta de la nieve recién caída en días anteriores. Afortunadamente, los rangers nos informan que el sendero está en buenas condiciones y que la nieve no durará mucho: es agosto y en cuanto el tiempo se asiente las temperaturas subirán.

Aquí, se hace necesario un comentario sobre el concepto de lo que es el Glacier Trail ya que es diverso según las fuentes que se consulten. Su origen histórico se sitúa en una ruta de 3 semanas entre las localidades de Jasper y Lake Louise que se empezó a recorrer en los años 20, cuando aún no existía la actual carretera. Hoy día, en la bibliografía, se considera como Glacier Trail la parte de aquella ruta que aún es un sendero (el resto ha sido ocupado por las carreteras Icefields Parkway y Maligne Lake Road). A nosotros nos gusta pensar como «nuestro» Glacier Trail el total del recorrido continuo que hicimos desde Jasper hasta Nigel Creek, el punto donde alcanzamos la actual carretera. A fin de cuentas, el concepto es similar, aunque no el 100% de la ruta.

Bajo esta idea, el Glacier Trail tiene tres partes bien diferenciadas. La primera, una de las estrellas del parque Jasper, el Skyline Trail. En unas montañas cuyos valles son un denso y continuo bosque, los locales aprecian especialmente aquellas rutas que les permiten emerger de la oscuridad de las coníferas y contemplar los panoramas más acongojantes que uno pueda imaginar y el sendero Skyline no se llama así por nada; recorre la espina dorsal de la cordillera Maligne, con una espectacular travesía de varios kilómetros por la misma cresta, a más de 2400 m. de altitud, ninguna broma en estas latitudes. Sólo es practicable (sin material invernal) durante un par de meses al año y la demanda es alta, lo que resulta en un acceso regulado que nos obligó, en su momento, a un importante esfuerzo de planificación. El sendero Skyline termina en el cruce con la carretera del lago Maligne, que muere allí mismo, a las orillas del propio lago. No así nuestro viaje. Nosotros continuaremos por la sección que se conserva de aquel Glacier Trail de principios del S.XX: primero, por su tramo más remoto, la ascensión del valle Maligne, 30 kms. de soledad que culminan en el paso Maligne (sí, aquí es muy común que los diferentes rasgos orográficos compartan nombre) para descender hacia zonas más frecuentadas y unirse, por fin, a la popular ruta del Brazeau Lake Loop, cruzar de Jasper a Banff en el paso Nigel y descender a la carretera bajo la imponente presencia del casquete de hielo Columbia.

The Skyline Trail

Cuando Jack Brewster, guía de la zona, ideó y dio nombre al Glacier Trail, dirigió sus pasos por el fondo del valle Maligne, hasta el lago del mismo nombre y más allá. Hoy día, en el trazado entre Jasper Town y el lago, el valle está recorrido por una carretera y los senderistas nos hemos tenido que ir por las alturas. La cordillera, cómo no, una vez más, «Maligne» separa el valle homónimo del valle del Athabasca y no es el camino lógico para comunicar territorios, especialmente en estas latitudes, pero sí es un recorrido excepcional para disfrutar de bellos y extensos panoramas de las Rocosas, mar de montañas en todas direcciones, valles glaciales a tus pies y no menos de 25 kms. continuos por encima del límite del bosque, en el reino de las marmotas.

La temporada senderista es corta en el sendero Skyline y, dado su carácter expuesto, el mal tiempo lo puede hacer casi impracticable en cualquier época del año. No obstante, es una de las rutas más populares de la zona, por todo lo ya mencionado. Tuvimos claro, desde un primer momento, que este sendero era uno de nuestros objetivos ya que, además de constituír un excepcional principio, resultaba inmediato continuarlo hacia el sur.

Nuestro Glacier Trail: 5 al 14 de agosto de 2002

El recorrido tuvo lugar a lo largo de 10 días, entre el 5 y el 14 de agosto de 2002. Fue realizado de forma autónoma, salvo por el breve interludio en la orilla del lago Maligne donde, además de darnos un paseo en kayak por el lago, nos pusimos las botas en el restaurante. Por desgracia, en el lago Maligne sólo hay un bar y una tienda de recuerdos así que no pudimos dormir bajo techo ni reaprovisionarnos (sólo pudimos llenar el estómago).

Día 1: Tekarra

Partimos del albergue de Jasper, arriba en las laderas de los montes Whistlers. Allí hemos pasado un par de agradables noches. Ahora, miramos con un poco de susto la mala pinta del tiempo: está nublado y durante la noche ha nevado hasta tan bajo como casi el nivel del propio albergue, a 1200 m. Sabemos que es nieve que no va a durar, no deja de ser agosto, pero nos preguntamos cuánta habrá podido caer en las zonas más altas, teniendo en cuenta que, a lo largo de la ruta, llegaremos a 2500 m., con una larga travesía por encima de los 2400 (mañana) y subiendo hoy mismo por encima de los 2200. Ya veremos.

Nuestra intención es comenzar lo antes posible pero dependemos de los transportes, dos, que debemos coger para llegar al punto de comienzo del sendero: el habitual bus-furgoneta del albergue al pueblo y, allí, el bus que Maligne Tours fletan unas cuantas veces al día para llevar y traer turistas hasta y de el lago que les da nombre, pasando por el extremo norte del sendero Skyline. A veces, se les cuela algún mugriento senderista; o no tan mugriento, según estén empezando o terminando ruta. Nosotros empezamos y estamos impolutos aún.

No llegamos a Jasper a tiempo de coger el primer bus de la mañana al lago pero el segundo nos permitirá llegar al comienzo del sendero a las 10.30 h., que no está tan mal. Eso, evidentemente, cogiendo el primer transporte del albergue al pueblo y quedándonos unos minutos en medio (y aquí enlazo con lo que estaba contando de nuestras preocupaciones por el tiempo) para acudir a la oficina de información de Parks Canada a preguntar por el estado del sendero en las partes altas y nevadas y por la previsión del tiempo.

Cuando llego al mostrador de Parks Canada, hay una persona ya siendo atendida; no hay problema, no está preguntando cosas muy profundas y aún tengo unos minutos. Miro hacia el cuartito interior y por la puerta abierta veo a un tío tocho de rizos sentado frente a un monitor y no puedo evitar pensar en Brian, el empleado con el que crucé numerosos mails y un par de conversaciones telefónicas durante la planificación. En esto que el de rizos mira para atrás, me ve esperando ante el mostrador y se viene inmediatamente, dejando caer que debiera haberle llamado. Miro su pin de identificación y ¡es Brian! Qué pequeño es Jasper (es verdad; es bastante pequeño).

Empiezo por preguntarle lo debido y las noticias son buenas, me dice que habrá algo de nieve en las partes altas pero que será una capa ligera que se irá a nada que salga el sol. Acabada la consulta debida, me animo a decirle «hey, tú eres Brian… ¿eres el mismo con el que hablé?» y sí, sí lo era y se acordaba de mí y de nuestro viaje en bici en medio del cual le llamé por primera vez (esto es una historia en sí misma pero, dado que, como explicado en el apartado de planificación, llamé en el primer minuto hábil del periodo máximo de 3 meses pre-ruta para hacer la reserva, resulta que, debido además a la diferencia horaria, aquello nos pilló en medio de un viaje en bici que estábamos haciendo en un puente de 4 días que cayó por esas fechas… y paré, literalmente, en una cuneta para agarrar el móvil y llamar a Canadá para hacer una reserva para 3 meses después… pues se acordaba de todo eso), puso cara de alegrarse, me estrechó la mano y deseó suerte. Muy majo.

Corriendo al autobús que, en este caso, es mini (minibús, no micro ni furgo) y resuelve el tema del equipaje con una parrilla que cubre toda la superficie del techo. Allí me tengo que subir por la escalera con mis 300 kgs. de mochilón para dejarlos y, de paso, ya que estoy arriba, ayudar a subir unos cuantos más.

Dejamos Jasper y pasamos por algunos sitios muy bonitos, sobre al Athabasca y junto a preciosos lagos rodeados del omnipresente bosque, con parada incluída en un complejo hotelero de chalecitos de madera. La siguiente parada es ya la nuestra.

Sólo nosotros nos bajamos aquí. Un aparcamiento similar a los que ya conocemos del año pasado. Hay bastantes vehículos y también unos ciclistas que nos desean un buen Skyline mientras se dirigen hacia el sendero que comienza unos metros más allá.

Ya estamos aquí. Después de tantos meses, tanta planificación, tantos preparativos e incertidumbres, estamos a, literalmente, un paso de comenzar, un paso que nos cuesta dar… sabemos que, a partir de ahí, son 10 días por delante, 135 kms., sin contacto, apenas, con lo que llamamos civilización, a más de un día de camino, en ocasiones, con su ocurrencia más cercana, más de lo que hayamos conseguido nunca… y todo eso, inevitablemente, impone un poco. Pero, por supuesto, no alcanza ni de lejos a la profunda emoción y la intensa ilusión que todo ello nos causa. Así que, tras las fotos de rigor para el «antes de» y los últimos ajustes a la carga de las mochilas, ¡allá vamos!

Según la señal, extremo norte de la ruta Great Divide. Es la única señal que vimos de tal ruta

El inicio del sendero es bonito aunque no especialmente espectacular: caminamos por una amplia pista encajonada en el bosque y sin vistas de ningún tipo, aunque no es algo que nos importe ahora, caminar por el bosque también tiene su encanto, aunque los panoramas son bastante marginales, un bosque muy denso, tanto por los árboles como por los arbustos de todo tipo.

De acuerdo al pronóstico del tiempo que acabamos de consultar, va a ir mejorando paulatinamente de aquí a un par de días, pero eso era justo lo que decían cuando, hace precisamente un par de días, lo consultamos por primera vez, lo cual nos hace ser desconfiados… de todas formas, ya da igual, ya estamos en camino y ya no tendremos acceso a más pronósticos que el que nos dé nuestra observación del cielo y, por supuesto, tenemos claro que habrá que apechugar con lo que venga. Hoy, de momento, no tiene del todo mala pinta: nubes y claros y temperatura suave, muy agradable para caminar.

Pronto empezamos a cruzarnos con grupos que bajan, son las primeras personas que encontramos en el sendero y les vemos con ese punto de admiración inherente a la situación: ellos están terminando eso que nosotros estamos empezando y eso, a nuestros ojos, les da un caché especial. Bien es verdad que, probablemente, ninguno de los que nos encontramos ha hecho lo que nosotros vamos a hacer, más probablemente vienen todos del lago Maligne pero, aún así, vienen de esos sitios que para nosotros no son más que nombre y huecos irregularmente rellenos en nuestra imaginación. Saludan amablemente… el espíritu senderista-montañero no tenía por qué ser diferente al de cualquier otro sitio…

Según vamos subiendo por la pista, empezamos a ver hermosos paisajes montañosos, cuando los árboles nos dejan algún hueco y no podemos evitar empezar a sacar la cámara, a pesar de que sabemos que le espera mucho trabajo después.

Por lo que nos han llegado a comentar algunos de los que bajan, con los que hemos llegado a hablar algo, parece ser que el tiempo estos días anteriores no ha sido tan malo por ahí arriba. Ahora tampoco tiene mala pinta, aunque hay nubes pero no amenazan nada amenazador y lo que sí hacen es dar color y textura al cielo que, como resultado, está muy bonito.

Aunque la subida es enteramente por una cómoda y ancha pista, resulta dura porque, por un lado, la pendiente es fuerte y, psicológicamente, es un poco agobiante atravesar este bosque tan cerrado, sin ningún resquicio, ninguna variación, siempre la misma vista, apenas unos metros más allá del borde del camino. Pero eso no evita que sigamos muy contentos, entusiasmados de estar aquí, en ese sitio tan lejano y tan remoto, hasta hace nada, que parece imposible que ahora sea tan cercano y tan real. No importa que la cuesta se empine o que nuestras mochilas pesen, estamos donde deseábamos estar, haciendo eso con lo que tanto disfrutamos y la sensación es genial, de pura, plena y necesariamente leve felicidad.

Pero, hey, el enclaustramiento y la pendiente acusada tienen fecha de caducidad. Kilómetro 8, muy cerca del límite del bosque y llegamos, por fin, al que habíamos designado como punto de parada para reponer fuerzas, la zona de acampada Signal. Nos alegramos mucho porque es nuestro primer hito y porque estábamos ya muertos de hambre.

En Signal, nos encontramos con un chaval de Quebec con el que tenemos nuestra primera conversación más o menos larga. A pesar de la hora (es tarde ya) y de que está cocinándose algo, no va a acampar aquí hoy, está de paso, como nosotros, aunque en la otra dirección. Viene de subir por Watchtower para ahora bajar por aquí, en dos días. A él, dice, sí que le ha hecho mal tiempo. Ante afirmaciones como estas y pensando en todo lo que tenemos por delante, no podemos evitar sentir un poco de envidia por su situación de misión-casi-cumplida… mezclado, como siempre, con la sensación positiva de ilusión por todo lo que nos queda. Es la mezcla habitual en la que, por supuesto, gana con crecesla sensación positiva (si no, probablemente, no estaríamos aquí) pero es, también, uno de esos momentos que nos recuerda que el lado oscuro está también ahí. En el fondo, lo está para dar coherencia y sentido a todo esto.

Las zonas de acampada en las partes altas están cuidadamente dispuestas al borde del límite del bosque, siempre al abrigo de los árboles. Desde Signal, un poco más de subida y entramos en el dominio alpino, donde nos olvidamos de la reclusión del bosque, y de qué manera: los panoramas que se nos revelan son abrumadores, no tengo palabras. Estamos alcanzando una cresta y, según subimos, se van revelando vistas cada vez más extensas. La más espectacular, probablemente, la del valle del Athabasca, de donde hemos partido esta mañana, y que responde a la más gloriosa encarnación del estereotipo asignado a un sitio como las Rocosas de Canadá: un inmenso valle glacial, cubierto de bosque, sólo interrumpido por el gran río que hace meandros en su fondo, rodeado de impresionantes y oscuras moles rocosas coronadas, a su vez, por el hielo de los glaciares. La postal perfecta ante nuestros ojos.

El valle del Athabasca, la postal perfecta

En este caso, estamos ante casi el único valle con carretera y eso estropea un poco la imagen pero todo es tan impresionante que ni la carretera ni la menos visible vía de tren lo empañan.

Según subimos, doblamos un recodo y perdemos las vistas sobre el Athabasca, ahora estamos sobre un valle lateral del Maligne. Cuanto más altos, más evidente es el mar de montañas hacia el este. Hacia el oeste, ahora, el monte Tekarra cierra las vistas.

Se hace tarde pero ya avistamos la zona de acampada Tekarra, al pie del dicho monte, para la que sólo nos falta un ligero descenso, lo justo para llegar al límite del bosque en un precioso valle de altura. Llegamos tarde y encontramos a todo el mundo ya acampado y cenando. Aparentemente, sólo queda un sitio libre. Para cuando terminamos de montar campamento y acudimos a la zona de comida, casi todo el mundo se está retirando ya. Se nos ha hecho largo hoy pero estamos muy contentos.

Zona de acampada Tekarra. Esa cosa rara es el conjunto de postes para colgar la comida

Terminamos las actividades del día colgando la comida. Aquí, el sistema consiste en tres postes colocados de pie, en forma de pirámide, en los que se han instalado sendos cables metálicos con ganchos ya preparados para colgar el bulto y sendas poleas para un izado fácil. Así está chupado.

Será una noche fría pero dormiremos muy bien.

Día 2: Curator

Como llegamos tarde, nos sentimos con derecho a levantarnos tarde también. De todas formas, hoy será un día corto y, si el tiempo lo permite, sencillo. El terreno es el más comprometido de toda la ruta y, probablemente, de todo el viaje: toda la travesía por encima de 2000 m. en un lugar donde 2000 son muchos metros. Si el tiempo se pone feo, puede ser comprometido. Por lo demás, y por lo mismo, promete ser el día más espectacular.

Los augurios son buenos. Hace frío pero el día amanece despejado. Como era de esperar, la mayor parte de la gente toma rumbo norte; probablemente, han recorrido el Skyline desde Maligne lake y terminarán hoy donde nosotros empezamos ayer. Nosotros vamos al sur y… hacia arriba.

Alta montaña canadiense: sobre el valle Maligne

Ascendemos hacia la cabecera del valle y ya sólo una última pared nos separa de la cresta de la cordillera Maligne. El sendero nos sube allí cómodamente. Una vez en la cresta, los panoramas de ayer, amplificados, por estar más altos. Vemos el valle del Athabasca, ahora también hacia el sur, más el mar de montañas hacia el oeste (el del este ya nos lo tenemos más visto pero mola también). Ahora nos queda algún trozo adicional de subida y una travesía casi llana, todo ello por o muy cerca de la misma cresta. Por el camino, hemos podido saludar a un inquilino del lugar:

Marmota

Según avanzamos, el cielo se empieza a cubrir y las nubes son realmente negras, dan miedo y todo aunque el ambiente se mantiene calmado, sin viento y, por el momento, no llueve.

Alcanzando la cresta. Nubes negras

La travesía de la cresta es todo lo espectacular que se podía suponer, y más. La gente que nos vamos cruzando traen cara de estar encantados y disfrutando mucho, supongo que la nuestra es similar. Los comentarios que cruzamos van por ahí.

La cresta del Skyline Trail

Amber Ridge, Skyline Trail

Por fin, llegamos al punto culminante, The Notch (la muesca), un estrecho collado al que hemos llegado llaneando por la ladera del monte Amber, cerca de la cumbre. Por el otro lado, sin embargo, el descenso es pronunciado hacia un espectacular circo con el lago Curator en el centro del panorama.

The Notch, 2510 m.

Recordamos el aviso sobre la posible cornisa de nieve en el paso y el peligro que supone y por fin vemos por qué: no se aprecia que es una cornisa viniendo desde donde venimos nosotros. Hay que evitarla por la izquierda, nada difícil. Pasado un corto trozo sobre la nieve, el sendero reaparece en la ladera. Antes, dejamos descansar las mochilas y aprovecho la cercana cumbre y cómoda subida para coronar el monte sin nombre justo al oeste del paso.

El cielo está cada vez más negro y eso nos anima a comenzar el descenso cuanto antes. Especialmente, hacia el sur, la vista que se nos abre ahora, parece aún más cubierto. Bajamos hacia el lago, el sendero lo bordea. Estamos aún en un mundo de roca sin apenas vegetación pero ya se adivina, adelante y más abajo, la cabecera del valle donde esperamos encontrar la zona de acampada Curator. El límite del bosque llega hasta allí.

Lago Curator desde The Notch

Al revés: The Notch desde el lago Curator

Llegamos no tan tarde como ayer pero encontramos a todo el mundo acampado ya, también. Montamos campamento, preparamos la cena y, según acabamos y terminamos por colgar la comida, empieza a chispear. Justo a tiempo. Hoy, el sistema de colgar la comida ha vuelto al más tradicional larguero con dos postes pero se repite el sistema de cable metálico y poleas que facilita mucho el izado, especialmente a los que llevamos un bulto tan gordo (comida para 10 días y dos personas).

Curator Camp

Nos retiramos en semipenumbra mientras el cielo sigue mandándonos alguna que otra gota que aún no toma la categoría de lluvia.

Día 3: Evelyn Creek

El día amanece feo. Hace frío y el cielo está muy gris. Afortunadamente, hemos pasado ya la parte más expuesta. Desde aquí, aparte de la empinada subida desde la zona de acampada hasta la traza del sendero, casi todo es bajada.

Conseguimos que el mal tiempo nos respete el desayuno y la recogida pero nada más: según empezamos a caminar, empieza a nevar, aunque débilmente. Nos cruzamos con uno que baja hacia donde hemos dejado la zona de acampada y que dice que, a causa del mal tiempo, se retira al valle (pasada la zona de acampada, el sendero continúa y da acceso al valle del Athabasca y la carretera). Más adelante, nos encontramos con una chica que habla algo de castellano y nos animamos a cambiar algunas impresiones aunque hace tanto frío que no es muy aconsejable pararse mucho rato.

Afortunadamente, las nubes están aún por encima de las montañas y la visibilidad es buena, aunque el día está muy oscuro. Sigue nevando débilmente pero no llega a cuajar en el terreno. El sendero recorre la ladera hacia el sur, sin ganar ni perder altura, con una pequeña cubeta a nuestra derecha; un corto ascenso para cruzar el paso Big Shovel y otro corto descenso para bajar a una preciosa zona plana en altura, donde empieza a volver a aparecer la vegetación. Según vamos bajando, los copos se van transformando en gotas y ahora llueve, aunque la precipitación sigue siendo muy débil, vamos protegidos pero no mojados. El tiempo parece que se aclara un poco y, por fin, deja de llover y paramos a descansar.

El entorno es precioso, casi irreal, una llanura en esta zona tan alta, rodeada de pequeñas crestas a un lado y cayendo suavemente hacia el otro. Rozamos el límite del bosque, justo donde pasamos por una zona de acampada, Snow Bowl, que a estas horas está vacía. Otro pequeño ascenso para alcanzar el paso Little Shovel (el hermano pequeño del de antes) y, desde ahí, comenzar ya un descenso en toda regla que nos va a sacar de las alturas.

Paseo por las alturas, tiempo lluvioso

Marmota

Entramos nuevamente en el bosque y esta vez ya para quedarnos. Al poco, pasamos por otra zona de acampada más, Little Shovel (como el paso cercano), muy agradable y donde paramos a descansar. El tiempo ha mejorado tanto que incluso empieza a asomarse el sol. Hay algún pequeño grupo ya empezando a ocupar su sitio en campamento. Nosotros aún tenemos que bajar un poco más.

Hoy llegamos más pronto que días anteriores a nuestra zona de acampada, Evelyn Creek, adorable enclave junto al arroyo del mismo nombre y entre los árboles, a través de los que se filtra un sol que por fin tiene ya sitio estable en el cielo. El tiempo ha mejorado definitivamente. Evelyn Creek está muy cerca del lago Maligne y, de hecho, hoy hubiéramos llegado hasta allí de no ser porque allí no hay sitio donde pernoctar y continuar hasta la siguiente zona hábil hubiera convertido al día en muy largo. Además, nos apetece (ese es el plan), tomarnos parte del día libre en el lago Maligne, alquilar un kayak y recorrer el lago y darnos un buen homenaje gastronómico en el bar antes de continuar; para ello, necesitamos llegar pronto al lago porque luego aún hay que andar 5 kms. hasta la siguiente zona de acampada… pero todo eso será mañana.

En Evelyn Creek hay una simpática familia con sus niños y abuelos incluídos, están empezando el Skyline y han comenzado con un día corto desde la carretera del Maligne. Hoy nos lo tomamos con más calma, si cabe, y la tarde resulta muy plácida. Estamos relajados y contentos.

Tarde tranquila junto a Evelyn Creek

Día 4: Trapper Creek

Ya casi he descrito el plan del día; al lago Maligne, del que nos separan sólo 5 kms. cuesta abajo, llega una carretera que procede de Jasper y termina ahí. Hay algunos servicios pero ni un sitio para dormir ni (lo que mejor nos hubiera venido) una tienda ni ningún sitio o forma de comprar suministros. Hay una tienda de souvenirs pero de eso no necesitamos. También hay un embarcadero donde alquilan canoas y kayaks y una cafetería-restaurante. Esas dos últimas cosas sí pensamos usar.

Madrugamos para llegar pronto al lago. La vista es otra de esas para las que no hay palabras, auténtica postal, casi más postal que la de anteayer del valle del Athabasca: un lago absolutamente azul, rodeado de grandes y rocosas montañas que, hacia el fondo, se hacen tan grandes como para poder contener pequeños glaciares que ponen el colofón a la imagen. Indescriptible, aunque haya tratado de describirlo. Además, mirando hacia el lago no se ve la carretera ni los edificios. Sabemos que están ahí y qué le vamos a hacer, también nos vamos a aprovechar de parte de lo que ofrecen pero no podemos evitar pensar que la sensación sería tanto más mágica si todo eso no estuviera ahí. Aún así, esto dista mucho de ser ningún masificado complejo turístico, ni siquiera hay mucha gente. Es difícil encontrar esa sensación en las Rocosas de Canadá.

Otra imagen de postal: lago Maligne

Nos acercamos al embarcadero y alquilamos el kayak. Navegar por el Maligne va a ser una experiencia brutal, en este entorno impresionante. El tiempo está calmado y no hace viento, así que el lago no tiene olas, salvo las que crea el barquito que lleva y trae a los turistas. Intentamos llegar al punto ese de las fotos de las postales, Spirit island, esa islita tan bonita con sus árboles pero no nos hemos traído el mapa y no es fácil calcular dónde va a estar. Nos limitamos a palear tranquilamente, preocupándonos más de no preocuparnos por llegar a ningún sitio y sí de disfrutar de la experiencia.

Proa a los glaciares

Al final sí que apretamos un poco, a ver si, a la vuelta de esa esquina está ya el objetivo, pero no conseguimos alcanzarlo antes de que nos dé la hora de darnos la vuelta. Tampoco importa. Todo lo que vemos es impresionante, no se nos ocurre pensar que nos hayamos perdido nada.

A la vuelta sí que tenemos un premio extra: poco antes de llegar al embarcadero, nos encontramos con un par de alces metidos en el agua, supuestamente alimentándose de las plantas del fondo (ya que meten la cabeza en el agua, también). La gente les ve desde la orilla, nosotros pasamos casi al lado… con cuidado, eso sí, no se nos vayan a enfadar y la liamos…

Alce

Devolvemos el kayak y nos vamos a por esa cafetería llena de cosas ricas. No podemos llenar la mochila (o sí; pero sería de alimentos no demasiado transportables) pero sí podemos llenar el estómago y no nos vamos a privar. Cogemos de todo (es un autoservicio) y todo para dentro.

Hemos terminado el Skyline, ahora iniciamos el Glacier Trail propiamente dicho, tal cual fue recorrido por primera vez hace casi 100 años. Debemos continuar camino porque, como mencionaba antes, en el lago Maligne no hay alojamiento ni camping ni zona de acampada para senderistas. Hay que retomar el sendero y alejarse hasta los 5 kms. que quedan hasta la primera zona de acampada hábil. Las ponen un poco lejos para que sean realmente para senderistas, no para otra cosa. Según estábamos en el kayak, el tiempo ha empeorado otra vez y amenaza lluvia. Eso y el volver a dejar atrás la seguridad de la civilización nos hace sentirnos un poco raros y algo cabizbajos. Además, ahora entramos en la parte más remota de toda la ruta: entre el lago Maligne y Poboktan creek es una zona muy poco frecuentada donde, muy probablemente, estaremos solos. No es que eso sea malo pero la sensación impone un poco. Al irse acabando el día, el márgen de maniobra se reduce y hay que ir pensando en montar campamento.

Es entonces cuando nos encontramos con la pareja de alemanes que vienen de frente. Nos cuentan que tienen su coche aparcado en el lago y que sólo iban a Trapper creek (la zona de acampada) para pasar una noche al aire libre y luego volverse pero les ha amedrentado la presencia de un animal grandote que no han podido identificar. Comprendemos su situación, al anochecer uno se empieza a sentir vulnerable, no es lo mismo que durante el día. Lógicamente, el temor es que pueda tratarse de un oso, es el animal más agresivo que se puede encontrar por aquí (no que los osos sean agresivos que, normalmente, no lo son). Nosotros les decimos que, en cualquier caso, vamos a seguir hasta allí (a diferencia de ellos, no tenemos otra opción) y que, si quieren y se sienten más seguros al estar acompañados, se vengan… cosa que hacen.

No sabemos qué animal fue el que les visitó la primera vez pero no volvió o, si lo hizo, nadie se enteró. Los animales más peligrosos que nos encontramos allí fueron los mosquitos que intentaron devorarme mientras filtraba agua pero, y nunca mejor dicho, no llegó la sangre al río. Los alemanes se hicieron un fuego y estuvieron allí tranquilamente, disfrutando del lugar; nosotros, pues lo mismo, aunque no nos vimos con ganas de encender fuego y nos fuimos a dormir en cuanto acabamos las tareas básicas; había sido un día muy denso.

Trapper

Día 5: Schaffer Camp

Por la mañana, los alemanes se habían ido ya cuando nos levantamos. Ni nos habíamos enterado, debieron madrugar mucho. Nos habían dejado una nota de despedida muy cariñosa que aún guardamos.

Pues allá vamos con nuestro remoto sendero. Se trata de un largo ascenso por el valle Maligne (tienen tantos rasgos geográficos aquí que hay que aprovechar los nombres al máximo) que nos va llevar dos días y medio (nos lo vamos a tomar con calma, valga añadir) para coronar el paso, cómo no, Maligne y descender a Poboktan creek, donde volveremos a pisar senderos más poblados a cuenta de que hay un acceso relativamente corto hasta la carretera, aunque no será ahí donde nosotros nos dirigiremos a ella, aún nos quedarán 3 días y dos altos pasos más.

El día está nublado pero no llueve. Esperamos expectantes el estado del sendero, temiendo que esté en pobre estado de mantenimiento. Hay una zona donde está un poco oculto por la vegetación pero, después, continua de forma muy clara así que un temor menos, parece que será sencillo seguirlo.

No sólo el sendero está en buen estado sino que disponemos de un estupendo y sólido puente sobre el río Maligne. Hace frío y el agua del río está helada pero llevamos ya cuatro días y pico de camino y aún no nos hemos lavado demasiado bien así que decidimos darnos un baño y justo cuando nos ponemos a ello empieza a llover… es una de esas situaciones que de puro surrealismo acaban por hacernos gracia y, lo que es mejor, la lluvia se queda en nada y para enseguida. Proseguimos más contentos y, sobre todo, más limpios. Estábamos un poco delictivos ya…

El valle Maligne sube de forma muy tendida, de ahí su longitud y que nos vaya a llevar tanto tiempo remontarlo; también, en parte, por la disposición de las zonas de acampada, que aquí ya no son tan abundantes como en el Skyline y ya no hay muchas opciones a la hora de planificar las etapas. Las de hoy y mañana van a quedar muy cortas pero cualquier otra opción nos hubiera dejado alguna jornada más larga de lo que en principio teníamos como límite razonable.

El día resulta, efectivamente, corto y fácil. Más pronto que nunca, llegamos a la zona de acampada Schaffer, con el río Maligne siempre cerca y el tiempo siempre amenazante pero sin decidirse a empeorar definitivamente, cosa que agradecemos. Estamos, efectivamente, solos durante la noche, por primera vez en toda la ruta.

Schaffer Camp

Filtrando agua del río Maligne

Día 6: Mary Vaux

Hoy va a ser el día más corto y fácil, continuación de la suave subida a lo largo del valle Maligne. El día amanece lluvioso, con precipitación intermitente y vamos aprovechando los periodos sin lluvia para desayunar e ir recogiendo pero sin prisas, hoy no necesitamos apresurarnos.

Después de un buen rato lloviendo, para otra vez y nos decidimos a recoger y partir. Mientras lo hacemos, llega un grupo de tres que vienen también valle arriba. Han partido esta mañana temprano del mismo sitio del que salimos nosotros ayer y van a tomarse el descanso de mediodía, su destino final para el día es el mismo que el nuestro. Mira por dónde, vamos a tener compañía en la parte más aislada del sendero. Son tres amigos de Calgary en sus dos semanas de vacaciones y están haciendo una ruta calcada a la nuestra; de hecho, es igual salvo porque, al final, la prolongarán un poco más hacia el sur.

Nos despedimos de ellos mientras se preparan la comida. Les volveremos a ver, sin duda.

Es bonito caminar por el bosque pero se vuelve un tanto monótono (que no aburrido) porque no tenemos apenas vistas sobre las montañas. El sendero sigue siendo fácil de seguir (ya no esperamos otra cosa) y ocasionalmente se acerca al río.

Claro en el bosque en el alto Maligne

En una parada para descansar, los tres de Calgary nos adelantan, cosa que ya esperábamos, nosotros vamos bastante despacio. Vuelve a llover y, por primera vez en todo el viaje, llueve de verdad, fuerte y continuo y esto ya empieza a ser incómodo.

Pasamos junto a una zona de acampada para grupos en caballo (están, habitualmente, diferenciadas de las zonas de acampada para personas sin caballos). Menciono esto (el hecho de que sea para grupos ecuestres) porque es relevante: una de las cosas que suelen tener estas zonas de acampada es un tronco horizontal, colocado como a un metro de altura, o algo menos, para atar los caballos… como en los pueblos de las películas del oeste… pues bajo dicho tronco nos encontramos a los de Calgary, que han usado el larguero para colocar un plástico que hace de tienda canadiense de fortuna. Supongo que aquí es más apropiado que nunca llamar a la tienda “canadiense”… el caso es que están allí sentados, guarecidos de la lluvia y preparándose un té. Nos ven al pasar y nos invitan a acercarnos y, dado que nosotros estamos mojados y hace frío, no nos lo tienen que repetir; qué buena idea, esto del techo y el té caliente en medio de la lluvia.

Se trata de dos señores calvos con bigote que no necesitan explicar que son hermanos (porque son igualitos) y otro señor, más mayor, todos con pinta de ser viejos lobos montañeros (en sentido figurado, al menos; no son tan mayores, al menos los hermanos). Nos cuentan que les gusta mucho hacer rutas por las rocosas (pues vaya cosa… no hace falta dar mucha explicación, si yo viviera en Calgary no me sacaban de aquí ni a gorrazos) y suelen hacer una ruta larga en sus vacaciones y en ello están. Son muy agradables y nos tratan muy bien.

Mientras, casi ha dejado de llover y nos despedimos de ellos hasta dentro de un rato, mientras ellos recogen sus cosas. Queda poco para la zona de acampada Mary Vaux, donde nos vamos a ver otra vez.

Cuando llegamos, nos encontramos con una sorpresa: hay un grupo grande ya acampado y, aparentemente, ocupando todos los sitios. No nos cabe duda de que no tienen permiso pero tampoco les vamos a echar, sería estúpido. Nos buscamos un sitio alternativo, tampoco es difícil. Luego llegan los de Calgary y hacen lo mismo.

Los “intrusos” son un grupo curioso: un adulto y varios jovencitos; claramente, él les sirve de guía, o algo así, pero luego nos van contando: son británicos y están en una especie de instrucción para algo relacionado con el ejército. Esto es, los chavales están haciendo la instrucción y el adulto es su instructor. Viajan sin permiso y los de Calgary les avisan que en el Skyline mejor no lo hagan, que ahí hay mucha gente y pueden encontrar rangers que les echen la bronca. En esta zona, realmente, no importa, aunque con el número que son, prácticamente llenan la zona de acampada que usen. Bueno, han hecho un fuego y han colocado un gran plástico a modo de techo entre los árboles y, como vuelve a llover y hace auténtico frío, les perdonamos todo, ji, ji…

Lo que más me llama la atención es que alucinan en colores (los jóvenes) cuando se enteran que nosotros (o los de Calgary) estamos haciendo esa ruta por placer (era por placer, ¿no?), en nuestras vacaciones… para ellos es trabajo, aunque supongo que no se lo tomarán con la misma calma que nosotros, por ejemplo.

De hecho, se van a dormir enseguida. Nosotros aprovechamos el techo y el fuego para una agradable velada con los de Calgary, que nos cuentan muchas cosas muy interesantes sobre los osos, los ríos y, en general, sobre esas montañas que tienen allí.

Moscón de las Rocosas, cariñosamente apelado «el super-tábano»

Nos vamos a dormir ya de noche esperando que mañana haga mejor. Hoy ha sido el día de peor tiempo de todo el viaje y, afortunadamente, nos ha pillado en una jornada corta y al abrigo del bosque en altitudes moderadas pero mañana tendremos que coronar (por fin) el paso Maligne y cambiar de valle.

Día 7: Poboktan Creek

Una vez más, no madrugamos mucho. Los chavales se han marchado ya y el trío de Calgary saldrá antes que nosotros. Ya no les volveremos a ver.

El tiempo, por suerte, ha mejorado, aunque hace bastante frío pero al menos no llueve ni está cubierto.

Mesas de madera en Mary Vaux

Hoy tenemos que completar la subida del valle y cruzar el paso Maligne para luego bajar por el otro lado y llegar al fondo del siguiente valle, donde pasaremos la noche junto a Poboktan creek, desde donde será otra vez todo subida.

Ha nevado durante la noche en las montañas que nos rodean, lo que no nos sorprende en absoluto, dado el frío que hace, pero esa capa de nieve es nueva, ayer no estaba. No esperamos encontrar nieve en el paso, de todas formas.

Sigue la tónica de ascenso suave a través del bosque hasta que, por fin, alcanzamos su límite y todo cambia: estamos en un amplio valle de altura, precioso, rodeado de esas montañas ahora nevadas. Este es, probablemente, el tipo de terreno más agradecido para caminar en buenas condiciones climatológicas: buen sendero, amplias vistas y todo el encanto de la alta montaña, particularmente añadido al encanto de la remota localización. Huelga decir que no nos encontramos con nadie.

Subiendo hacia Maligne Pass. Nieve de la noche anterior

Maligne pass está catalogado como un paso no especialmente atractivo y no entendemos por qué. Si los demás son más bonitos, nos vamos a quedar a vivir en el primero que encontremos. En serio, la zona es impresionante, sublime. El paso es muy amplio, un largísimo collado, varios cientos de metros prácticamente planos tras coronar. Dedicamos una última vista atrás valle abajo, imaginando el lago Maligne allí abajo y recordando lo bonito que era.

Parte alta del valle Maligne

Desde aquí arriba, vemos las grandes montañas del fondo del lago, con sus glaciares, esta vez desde el lado opuesto. Una zona realmente remota e inaccesible.

El paso contiene al menos un lago de buen tamaño. Ha salido el sol y aunque no hace precisamente calor, el azul radical del agua no me deja indiferente. Sé que me va a sentar bien.

Agua fría

El marco es sobresaliente, con las montañas nevadas flanqueando el largo pasillo del collado.

Maligne Pass

El tiempo es definitivamente mejor y esto ya tiene otra pinta. Todo lo que nos queda es bajada y estamos muy relajados y contentos. Avanzamos por el collado hasta llegar al borde donde empieza la bajada y nos encontramos con una encarnación más del cartón:

Poligne

Casi nos da pena empezar a descender pero es la disciplina del viaje. A poco de llegar al límite del bosque, pasamos por una zona de acampada donde nos encontramos con otro personaje, un inglés que va en sentido contrario al nuestro y que ha terminado ya por hoy (está acampando). Nos habla de que el tiempo será bastante mejor cuando lleguemos a Banff porque en Jasper, supuestamente, el glaciar Columbia enfría mucho las cosas e inestabiliza el clima. Nos recomienda rutas que no vamos a tener ocasión de hacer.

Tanto relajo y se nos empieza a hacer tarde, así que seguimos para abajo. Estamos en bosque otra vez. Llegamos, por fin, al fondo, donde el valle por el que bajamos se encuentra con el de Poboktan creek, por el que subiremos mañana en dirección sur; hacia el oeste, este valle baja directamente hasta el Sunwapta y la carretera, a no muchos kms. y es un acceso habitual a las montañas, por lo que, a partir de aquí, podemos esperar más tráfico, de nuevo

Por el momento, sin embargo, no lo hay. En la zona de acampada, que está 1 km. más allá, estamos solos. Al final, el descenso se ha dado bien y hemos llegado pronto así que tenemos tiempo de relajarnos, disfrutar del calorcito del sol que se filtra entre los árboles y hacer un fuego, que aún no habíamos hecho ninguno, para otra agradable velada, esta vez con nosotros mismos.

Poboktan Creek Camp, zona «comedor». Comida colgada, al fondo

Día 8: Jonas Cutoff

Hoy toca ascenso todo el día. Tenemos que remontar Poboktan creek hasta llegar a la zona de acampada Jonas Cutoff, justo en el límite del bosque, como suele ser habitual (las ponen todo lo arriba posible mientras queden árboles) para luego continuar subiendo hacia el paso Jonas.

Poboktan Creek

Los días sin paso alpino son menos entretenidos: el consabido bosque, bosque y más bosque pero Jonas Cutoff es una parada prácticamente obligada para los senderistas normales-lentos como nosotros, dado que, después, la distancia hasta la siguiente zona de acampada son unos inusuales 19 kms. (no suelen estar tan separadas), con lo que para nosotros es inviable continuar hasta allí en un solo día.

Sigue haciendo bueno, eso está bien, mantiene nuestro ánimo alto.

Grandes paredes a lo largo de la parte alta de Poboktan Creek

Después de mucho subir, salimos a zonas despejadas donde volvemos a disfrutar de panoramas como sólo los hay en estas montañas. Bueno, ya sé que exagero pero ahora estamos aquí y esto es lo que hay y esto se convierte en lo mejor del mundo. Pasamos por el cruce con la ruta Brazeau, un bucle muy popular en Jasper, casi tanto como el Skyline y ahora estamos en traza compartida Glacier-Brazeau, así que esperamos tráfico… pero no a estas horas, que ya está todo el mundo acampado. O eso parece, cuando llegamos a Jonas Cutoff. De hecho, todos los sitios están ocupados, y eso que esta zona de acampada es mucho más grande que todas las demás en las que hemos estado, incluso que las del Skyline. Está claro que es a causa del mayor número de gente en esta sección y de la falta de alternativas cercanas. Está claro también que alguien está aquí sin permiso pero tampoco nos vamos a poner a preguntar… acampamos en un huequecito bastante aparente.

Jonas Cutoff está, además, en un lugar privilegiado, una plataforma elevada y rodeada de montañas en dos flancos, con árboles muy raquíticos ya pero hoy hace muy bueno y no necesitamos protección extra. Es un poco extraño estar entre tanta gente, no estábamos acostumbrados.

Al rato, se nos acerca un abuelete clavado al profesor Soroffsky (el de “Fama”), con su barba blanca y todo, a disculparse por haber ocupado un sitio sin permiso; nos dice que en su grupo están haciendo la ruta Brazeau y que marchan un día por delante de lo previsto. Por supuesto, no nos importa, estamos bien instalados, pero agradecemos el detalle.

Día 9: Four Point

En nuestra línea de este viaje, salimos casi los últimos. Bueno, de hecho hoy parece que somos los últimos del todo, y mira que había gente… normalmente, no se nota porque somos los últimos por detrás de nosotros mismos pero hoy sí hay con quién comparar… aunque da igual, nunca hemos llegado a campamento tan tarde que tuviéramos que darnos prisa en nada. Hoy es un día más largo pero es casi todo cuesta abajo. Se trata de subir un poco más, hasta la cresta Jonas para luego bajar al paso del mismo nombre y, de ahí, todo para abajo hasta las profundidades del valle del río Brazeau.

El ascenso inicial vuelve a ser por terreno muy interesante. Estamos muy altos, como no lo estábamos desde el segundo día y ya es todo roca. Hacia el este, mar de montañas y se adivina la enorme cubeta del lago Brazeau. Hacia el oeste, de momento panorama cerrado.

Una subida final por la pared (sendero muy bien trazado y cómodo) para llegar a la cresta Jonas y aquí por fin vemos lo que la montaña ocultaba: enfrente, panorama de los buenos: la cordillera que nos separa del valle del Sunwapta, con picos de más de 3000 m., restos glaciares y algún que otro lago azul, impresionante. Abajo, el paso Jonas, que une los valles del Sunwapta, hacia la derecha, y Brazeau, a la izquierda, por donde bajaremos.

Jonas Pass, vista al norte

Jonas Pass, mirando al sur

Nos recuerda bastante al paso Maligne, el collado es muy extenso, una larga franja llana flanqueada por altas montañas a ambos lados; la diferencia es que, esta vez, nos acercamos al paso desde arriba, desde la cresta de una de esas montañas de los flancos. También, aquí las montañas son más altas y verticales.

Bajando hacia Jonas Pass

Pasamos un rato inmóviles en la cresta antes de empezar a bajar. Llegamos a la zona del collado y comenzamos a recorrerlo, sin apenas perder altura aún. Alcanzamos el inicio del descenso propiamente dicho pero es una bajada muy corta que lleva a otra gran planicie de altura; el gran escalón se adivina más allá pero aún falta bastante para llegar allí.

A lo lejos, vemos a una pareja que nos precede y nos extraña que se han escorado hacia el borde izquierdo de la planicie, cuando la traza del sendero es claramente visible en el lado contrario. Ignoramos por qué pero… pronto lo sabremos.

Seguimos andando, sin pensar más en ello hasta que, de repente, le vemos: prácticamente a nuestra altura, a entre unos 50 a 100 m., más arriba, en la ladera hay una figura peluda: ¡es un oso!

Ahí está, ocupado con los arbustos; comiendo, sin duda. Sin saber mucho de osos, parece un oso pardo, esto es, un grizzly: de los grandotes y, supuestamente, peligrosos. Ahora entendemos por qué los que iban por delante nuestro se habían desviado todo lo lejos que pudieron.

Nosotros optamos por seguir por el sendero. El oso no parece hacernos caso alguno así que nosotros tampoco se lo hacemos (no más allá de sacar la cámara y hacerle alguna foto) y en paz… o eso esperamos, por nuestro bien.

Oso grizzlie

Es complejo el tema de los osos, especialmente con los grizzlies. No son, desde luego, las bestias pardas que aparecen en las películas de acción ni tienen a los humanos como parte de su dieta pero sí es cierto que son animales poderosos, capaces de hacernos pedacitos con un golpe de muñeca, si eso es lo que quieren. Y, así como otras especies de osos son esencialmente tímidos y evitan contacto por sistema, los grizzlies son conocidos por ser menos predecibles. A veces, son agresivos, aunque casi nunca con intención de caza. Si fuera esto último, el humano está perdido, salvo que tenga algún arma (y aún así…) pero esto es extremadamente raro. Sí puede suceder que el oso se sienta amenazado y se torne agresivo como medida de defensa. Esto es particularmente posible cuando resulta sorprendido (es de esperar que la sorpresa sea mutua) y/o ante madres con crías.

Razonamos que no es este el caso en esta ocasión. El oso este nos habrá detectado mucho antes que nosotros a él y, seguramente, lleva viendo pasar gente toda la mañana así que, si no ha sido agresivo antes, no esperamos que lo sea ahora. Está con toda su atención puesta en los arbustos (comiendo bayas, probablemente). Ahora recordamos también que el grupo de británicos de hace 3 días mencionó que habían visto un oso en la zona de Jonas pass; debe ser este mismo.

Está un poco lejos para apreciarlo bien pero parece un oso grande. Es de un bonito color dorado y, por la forma del hocico y la cabeza (y por lo poco que sabemos de cómo distinguir las especies de osos), además de por el tamaño, parece un oso pardo. Sabemos lo difícil que es ver uno, es como una lotería que te puede tocar a la primera o no tocarte nunca durante años y nos sentimos muy afortunados de tenerle ahí delante y poder verle moverse y hacer sus cosas. Está lejos pero le vemos bien y, lo mejor, es de verdad, es un bicho de verdad y es libre y salvaje (en el buen sentido de la expresión). Esto es de lo más bonito que nos podía pasar.

Lo que no vamos a hacer es quedarnos a observarle y mucho menos acercarnos. Un respeto. Disfrutamos del efímero momento y lo guardamos en nuestra mente, esa imagen y esa sensación es para siempre. Seguimos adelante deseándole buen día y felicitándole por vivir en un sitio tan bonito.
Atravesamos la explanada y, llegados al borde, comienza el descenso, esta vez ya de verdad e ininterrumpido. Pronto entramos en el bosque y sabemos que será para no salir ya (al menos, hoy). La bajada es empinada pero, como de costumbre, el sendero está muy bien trazado y es muy cómodo.

Alcanzamos a la pareja que iba por delante nuestro. Son senderistas veteranos y van despacio, aún más que nosotros; especialmente, cuesta abajo, donde más les cuesta a las rodillas sostener el peso que les echamos encima. Les comentamos el tema del oso y nos confirman que, efectivamente, por eso se habían desviado a la otra parte de la explanada. Nos dijeron que pasaron mucho miedo. Yo no sé nada de osos salvo lo que he leído pero creo sinceramente que, en una situación como la que hemos vivido, el miedo es más bien infundado pero, por supuesto, es libre.

Seguimos bajando hasta el fondo del valle y el encuentro con el río Brazeau. Para la mayoría de los que estamos encontrando en esta ruta, esto supone cerrar el bucle y emprender retorno; para nosotros, es aún terreno nuevo. Río arriba, no lejos del cruce, la zona de acampada Four Point, muy popular (y dimensionada acordemente; esto es, bastante grande), por las mismas razones que Jonas Cutoff, donde casi todo el mundo ha llegado ya. Sólo debemos faltar nosotros y la pareja que hemos adelantado y que llegan poco después. Esta vez, Soroffsky, sabiendo que si acampa en sitio legal va a estar ocupando el sitio de alguien más, se ha buscado un sitio alternativo y nosotros podemos encontrar un lugar oficial; tanto da, en realidad, simplemente tenemos un pequeño claro despejado de arbustos.

El ambiente es muy populoso, como anoche, a diferencia de lo que estábamos acostumbrados a lo largo del resto de la ruta, pero no es desagradable. Tenemos ocasión de conversar con gente; entre otros, Soroffsky, que resulta muy majo, y una chica que había hecho, en el pasado, el West Coast Trail, que nosotros recorreremos cuando acabemos con las Rocosas.

El lugar está enclaustrado en un profundo valle pero es muy bonito. El río Brazeau es bastante grande y provee un espacio abierto para admirar las montañas y las luces de atardecer. Estamos acabando esta primera parte de la ruta y estamos muy contentos. Todo está yendo muy bien

Día 10: Nigel Creek & Icefields Parkway

Hoy sí que nos ponemos un poco las pilas y madrugamos. Tenemos una buena razón: hoy hay una cita que cumplir que va más allá de la habitual de llegar a acampar antes de que se haga de noche ya que hoy es nuestro último día de esta primera parte, vamos a llegar a la carretera y allí hemos arreglado una cita con el autobús Jasper – Banff, que pasa a una hora determinada y parará a recogernos pero, si no estamos, se va. Tenemos tiempo de sobra pero preferimos empezar pronto e ir tranquilos para aún disfrutar del día y no padecerlo. Salimos de los primeros.

Y no es un día para desperdiciar. Aquí (en las Rocosas, en general) todo es bonito y espectacular pero hoy, además, tenemos aún que cruzar un collado alto, Nigel pass que, seguro, será espectacular.

Partimos río arriba. Al rato, el camino cambia de orilla y pasamos a una zona despejada de bosque, con lo que vemos perfectamente todo lo que nos rodea, esas grandes montañas que se van cerrando cada vez más a medida que el valle se estrecha. Al cabo de un rato, la subida se suaviza y alcanzamos el borde de un gran circo, cerrado por paredes en tres lados.

Es un sitio espectacular: una llanura herbosa por la que el río discurre en meandros; en la pared del fondo hay una gran cascada y las montañas están coronadas por nieve y restos glaciares. Avanzamos hacia el fondo del circo. Esto tan bonito…

Cabecera del río Brazeau

Justo antes de la pared del fondo, el sendero tuerce a la izquierda, sur, y vemos por dónde vamos a tener que subir para llegar a Nigel pass. El cielo se empieza a cubrir y, según subimos, empieza a llover ligeramente. Una vez por encima del circo, ya es todo roca, hace algo de viento y bastante frío. Subimos junto al arroyo que, una vez llegado abajo (vía la cascada) forma el río Brazeau hasta que vemos que el sendero tuerce al oeste y lo cruza. Estamos frente a Nigel pass. De frente (sur), Cataract pass, por donde habrán continuado los tres de Calgary y por donde, en un principio, pensábamos ir nosotros, opción que finalmente desechamos por hacernos esta primera sección muy larga y por incluír un buen trozo monte a través, más allá de Cataract pass. Dejaremos las aventuras fuera de sendero para visitas futuras.

Lluvia y frío en Nigel Pass

Cruzamos el arroyo y ya sólo nos queda una pequeña subida para llegar al collado. No es un collado muy claro, aunque sí está en la zona más baja de la cresta que nos va a dar acceso, por fin, al valle contiguo, por el que discurre la carretera, aunque aquí ya no es el valle del Athabasca, largamente dejado atrás, ni siquiera el de su afluente el Sunwapta porque, justo en Nigel pass, abandonamos Jasper y entramos en Banff. Eso significa que estamos ya al sur del paso Sunwapta y del casquete Columbia.

El paso Nigel no es el más espectacular de los que hemos hecho pero sí, quizá, el de panorama más extremo: hacia el oeste, justo enfrente, algunas de las mayores montañas de las Rocosas canadienses y la masa de hielo que las cubre, el casquete Columbia, el mayor de toda la cordillera y del que bajan enormes lenguas de hielo a modo de glaciares, hasta 34, que cubren los valles. Uno de ellos, el Athabasca, llega casi al nivel de la carretera en el paso Sunwapta, donde ésta cruza de Banff a Jasper.

Delante, el valle de Nigel creek, por el que tenemos que hacer la larguísima bajada que es todo lo que nos queda. El tiempo, afortunadamente, ha mejorado y las nubes se abren un poco.

Vamos bien de tiempo pero preferimos no entretenernos. La bajada es espectacular, con el Columbia permanentemente a la vista y las montañas oscuras que lo sostienen. Así hasta que, por fin, volvemos al bosque y todo se vuelve más rutinario. Qué bueno, poder llamar rutina a algo tan bonito.

Progresando en la bajada, vamos viendo que tenemos tiempo de sobra y caminamos muy relajados. Al cabo de bastante rato, nos encontramos con algo que no habíamos visto desde hace 7 días, en el lago Maligne: senderistas de un día. Vienen de la carretera y nos preguntan si merece la pena subir más…

En una de nuestras paradas para descansar, nos alcanzan Soroffsky y compañía. “Compañía” son su pareja, otra veterana, y otra pareja más, abueletes también, aunque no tan mayores. Todos ellos han estado recorriendo el bucle Brazeau durante estos últimos días y, como han estado coincidiendo cada noche en las zonas de acampada, ya han hecho migas. Nos causa una sensación muy agradable que gente tan mayor estén haciendo una actividad como esta que, en nuestro país, ni siquiera muchos jóvenes (de entre los montañeros, se entiende) hacen. Está claro que las circunstancias son otras pero constatamos también que la gente es, también otra. Estos señores pueden ser mayores pero su mentalidad no se parece en nada a la de nuestros padres. Podemos conversar con ellos como si fueran de nuestra edad, tenemos intereses comunes y podemos hablar en una misma onda. Eso está bien; a veces, es algo que echamos de menos en casa, ese vacío generacional según el que la generación que nos ha precedido no ha sabido adaptarse a los nuevos tiempos en tantas y tantas facetas. No les culpo, sólo constato (y lamento) el hecho. Espero que aprendamos de esto y no perpetuemos el vacío generación tras generación.

Seguimos camino ligeramente por delante de los demás para, al rato, llegar por fin a la zona de aparcamiento que precede a la carretera. Ya vemos los coches, en sus cuestas arriba hacia el paso Sunwapta. Queda un buen rato aún para nuestra cita con el furgo-bus y esto es el fin de la primera parte. Mochilas al suelo y a descansar; hace sol y un calorcito agradable.

Minutos después, llegan todos los abuelos más otra pareja (a mitad de camino, en edad) que le ha alcanzado. Todos ellos tienen sus vehículos aparcados aquí y, ya que estamos de charla, por qué no abrir esa autocaravana y sacar esas cervezas que estaban ahí esperando a ser premio de fin de ruta…

Juventud y veteranía

Es un ambiente muy agradable, todos acabamos de terminar una ruta hermosa, cada uno la suya, y estamos muy contentos y relajados, con la satisfacción de haber llegado al final y con el recuerdo de todo lo que hemos visto y vivido y, en circunstancias así, todo el mundo es muy agradable, todo el mundo tiene ganas de ser agradable. Nos despedimos de todos cuando, un buen rato después, llega nuestro furgo-bus.

El bus es el que hace el recorrido entre los albergues de Jasper y Banff, una vez al día, parando en los albergues que hay por el camino; entre ellos, el de Lake Louise, 125 kms. más al sur de donde lo tomamos y donde nos bajaremos. Tenemos reservadas un par de noches en el albergue de Lake Louise, donde nos tomaremos un día completo de descanso, mañana, para salir, desde allí mismo rumbo a Banff (city) pasado mañana a lo largo de la cordillera Sawback.

El viaje es largo pero estamos sólo razonablemente cansados y, eso sí, muy relajados y contentos y el paisaje a lo largo de la ruta es espectacular, así que lo llevamos bien. Esta vez, hace bastante mejor tiempo que cuando viajamos hacia el norte y podemos ver las montañas mucho mejor. Al igual que en la ida, el conductor hace un poco de cicerone y va contando cosas según la gente le pregunta. Esto es como una furgoneta grande y resulta muy familiar. Sentimos oler “un poco” pero llevamos 10 días caminando, qué le vamos a hacer…

Lake Louise es una pequeña población turística. Está a mucha altitud (1500+) como para que vivir aquí tenga otro motivo, esto está lleno de nieve durante casi todo el año. Desde aquí se accede a algunas de las más bonitas y populares zonas de las Rocosas.

Lake Louise

El albergue es una preciosidad de edificio, como todos aquí. Todo de madera, cálido, amplio, agradable, ideal para ese día de descanso que tan bien nos va a venir.

Albergue en Lake Louise

Hoy no nos apresuramos a hacer los deberes (hacer las compras para la ruta…), mañana tendremos tiempo de todo eso. Hoy toca hacer la colada, la de la ropa y la de nuestros cuerpos, también y luego bajar al restaurante que hay en el mismo edificio (más fácil no nos lo pueden poner) y pedirlo todo, varias unidades de cada cosa. Y mucha cerveza de esa rica que tienen aquí.

Hoy, además, toca conferencia en el albergue. Es sobre la geología de las Rocosas y el ponente es nada más y nada menos que el mismísimo Ben Gadd, autor del libro considerado como la gran obra contemporánea sobre estas montañas y al que conozco de nombre por, precisamente, haber visto referencias a su libro. Así que, cuando terminamos de cenar por cuarta vez, subimos al precioso salón del albergue donde el señor Gadd está ya en marcha. Resulta un hombre de lo más simpático y dicharachero y su charla es muy amena, aparte de llena de ciencia y nos enseña muchas cosas.

La sala de estar

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