Puede parecer trivial pero no lo es. Puede parecer que 75 son muy pocos kms. pero bastaría pensar en cuántos tiene el mayor trozo de costa vírgen que nos queda en Europa o a dónde nos haría falta irnos para encontrar otros 75 kms. de costa vírgen para darnos cuenta del incalculable valor de este tramo que parece milagrosamente salvado del intrusismo de la civilización.

Niebla sobre la frontera verde en Walbran

El West Coast Trail no es un sendero cualquiera. Todas las fuentes de información advierten de su dureza y de la necesaria adaptación mental de quien lo quiera completar, aún tratándose de (y quizá especialmente por eso) senderistas experimentados. No es sencillo o siquiera posible progresar al mismo ritmo que en un sendero “normal”.

Y ¿por qué? ¿qué tiene esta ruta de especial? pues, sencillamente, que… ¡esto es la jungla! Puede que nombres como cedro, abeto o pícea no suenen tan exóticos como pudiera parecer necesario pero aquí, en el noroeste del pacífico, las junglas son de coníferas. Por lo demás, nada que envidiar a lo que uno se imagina que debe ser una jungla: el ambiente oscuro, húmedo, casi tétrico; los gigantescos árboles y el caos de ramas, raíces, troncos caídos, agua, barro y plantas de todo tipo. La dificultad de caminar por un entorno así empieza a tener sentido cuando uno se da cuenta de la práctica ausencia de un concepto fundamental y aparentemente obvio: el suelo.

¿Dónde está el suelo? pues no es fácil de decir. Si los árboles son gigantescos, sus raíces también. Y lo son asímismo los troncos caídos tan propios y tan exclusivos de un bosque inexplotado. Troncos caídos allá donde pongas la vista, tan altos como una persona (es decir, una vez caídos), o más, y que forman el sustrato sobre el que crece toda una suerte de vida vegetal. Al final, de entre todo lo que uno ve, sólo se atreve a llamar “suelo” a algún que otro charco fangoso donde es mejor ni pensar en posar el pie.

La selva de los cedros

Y esto no es todo. La combinación entre los vientos cargados de humedad provinientes del océano y las montañas costeras convierte a esta zona en una de las más húmedas del planeta (de ahí la selva) y hace que una travesía del West Coast Trail pueda convertirse en una constante lucha por mantener seco tu último par de calzoncillos. Conviene tenerlo presente antes de empezar.

En el fondo, esa es la clave: saber qué esperar y no sorprenderse de encontrar cinco días seguidos de lluvia constante o una progresión tan penosa que uno acaba la jornada extenuado tras haber recorrido unos aparentemente paupérrimos ocho kilómetros. Al final, esto no deja de ser un sendero provisto de numerosas infraestructuras que liman considerablemente las dificultades inherentes al entorno. Imagino que la calificación (que he llegado a ver en alguna fuente) de “el sendero más difícil de Norteamérica” haría sonreír con condescendencia a más de un avezado senderista que se haya pateado rutas realmente vírgenes y desprovistas de todas las infraestructuras que en el WCT se pueden encontrar pero no deja de ser significativo a modo de advertencia: este no es, en efecto, un sendero cualquiera.

Dicho esto, nuestra experiencia en el WCT nos ha dicho que puede no resultar tan fiero. Bien es verdad que la meteorología estuvo de nuestra parte para hacerlo más sencillo. Sobre si esto puede considerarse buena suerte o no, es difícil juzgar… quizá la sensación de logro que hubiéramos conseguido hubiera compensado con creces las penurias, quizá nos hubiéramos reído con ganas recordando cómo el otro metía su pierna hasta la ingle en una ciénaga justo antes de que el que tanto reía cayera de morros en otra… pero si bien tenemos claro que las dificultades que puedan crear las inclemencias meterológicas dependen mucho de con qué humor se las tome uno, somos conscientes de que el West Coast Trail que tuvimos la suerte o la desgracia de encontrarnos resultó mucho más sencillo de lo que presentan las crónicas más negras.

Un verano mucho más seco de lo habitual y la ausencia casi total de lluvia durante los siete días que empleamos (y esto sí que es inusual en el WCT) hizo que el suelo pareciera sólido y el barro nunca nos llegara más allá de los tobillos y que las tarde-noches en las zonas de acampada pudieran ser dedicadas a nadar en el mar o en los ríos, pasear por la playa en busca de restos de naufragios, fotografiar puestas de sol o cenar tranquilamente junto al fuego y pasar un rato mirando las estrellas antes de irse a dormir en lugar de recluírse en la tienda mientras el cielo vacía litros sobre ti.