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Terranova, “La Roca”, como es popularmente conocida entre sus habitantes, con una curiosa, a la vez que comprensible, mezcla de aprecio y temor, es uno de los rincones más cercanos y, a la vez, más remotos de Norteamérica. Dice una leyenda local (una de esas que, con diversos matices exclusivos del lugar, existe en muchos sitios) que cuando dios terminó de hacer el mundo, se dio cuenta de que le sobraban un montón de piedras… no sabía qué hacer con ellas y, simplemente, las tiró por ahí. Y eso fue Terranova. Pues no sé si vio si era bueno o no pero, por lo que a mí respecta, amén…

… o no del todo. Las reiteradas alusiones a rocas aluden a la escasez de terreno cultivable pero no quiere eso decir que Terranova sea un erial pelado, ni mucho menos. Los árboles sí se las arreglan para crecer y aunque no es que se hagan muy grandes (el clima no da para más) cubren buena parte de la isla. El resto se lo reparten las montañas y los fangales de las tierras bajas mal drenadas.

No por típica deja de ser la imagen más espectacular: Western Brook Pond

La idea

Surgió un año antes, durante el recorrido del West Coast Trail, en el oeste de Canadá (en la otra punta). En conversación con algunos compañeros de sendero, que se habían desplazado hasta allí desde Toronto, sobre posibles destinos y sobre lo enorme y puro que para nosotros europeos resulta su país, alguien mencionó que en Terranova había unas montañas muy bellas que merecía la pena considerar. A partir de aquel momento, Terranova empezó a significar para nosotros algo más que bacalao.

Planteamiento

Terranova sonaba muy evocador y rápidamente nos gustó la idea. La sección noreste de Norteamérica llevaba tiempo esperando su momento y podía ser este. Por otro lado, en consonancia con lo que ya habíamos descubierto que nos gustaba hacer, buscábamos rutas de cierta longitud que nos obligaran a ser autónomos por un cierto tiempo. En el frío noreste, esto no debía ser difícil: a partir de ciertas latitudes, la población escasea y, concretamente en Terranova, escasea por todos los sitios. Eso era nuestra baza pero acabó siendo, a la vez, nuestro problema y nuestro nuevo aliciente.

La falta de población provoca también falta de senderos. Concretamente, en Terranova, las únicas rutas de cierta longitud discurren por zonas bajas y relativamente cerca de la civilización (escasa como es, pero civilización). Buscábamos algo más.

Ampliando miras, extendimos la búsqueda al conjunto de la zona: Quebec, Nueva Escocia, Nueva Brumswick, la isla del Príncipe Eduardo… incluso Ontario, Maine y Vermont. Nada parecía ofrecernos el valor que buscábamos al irnos tan lejos.

En el este de Canadá, hay pocas montañas y las que hay no son muy altas. Nada de grandes paisajes alpinos aquí. El atractivo se encuentra en los extensos bosques caducifolios, en la abundante presencia de agua… más al norte, en la tundra subártica y sus paisajes tan especiales. Hacia el sur, la civilización está siempre cerca aunque, paradójicamente, su densidad sea escasa pero, al no haber grandes cadenas montañosas que marquen fronteras físicas, es difícil escaparse por periodos y recorridos largos. Más al norte, es fácil, inmediato, casi no hay otra opción… pero tampoco hay senderos.

Terranova nos seguía atrayendo con fuerza y le dimos oportunidades extra para convertirse en nuestro siguiente destino. Sólo esperábamos encontrar esa ruta perfecta (o aunque no fuera tan perfecta) que nos permitiera atravesar todos esos paisajes sobrecogedores que veíamos en las fotos de la forma que a nosotros nos gusta. Era complicado: en Terranova, los senderos que existen son, en su mayoría, muy cortos, casi testimoniales. Sólo dos grandes rutas, el Newfoundland T’railway (el equivalente a una vía verde en España) y East Coast Trail. El primero no nos servía: todavía inconcluso, apto para bicis (esto es: ancho, llano…) y rara vez lejos de la humanidad. El otro, mucho mejor, pero no lo suficientemente largo ni remoto como para llenar nuestro espíritu de cara a todo un mes. Es entonces cuando nos empezamos a plantear, y nunca mejor dicho, tirar por la calle de en medio y… prescindir de los senderos.

Esta era una decisión seria. Una cosa es caminar monte a través por terreno más o menos conocido, ampliamente cartografiado y recorrido por muchos otros pares de botas, durante uno o dos días… sabes lo que esperar, los planes de contingencia salen casi solos y la ayuda nunca está muy lejos; otra muy distinta es irte a una zona que desconoces para pasearte por ella durante varias jornadas, sabiendo que tu camino es la única manera de salir de allí. Esto es algo que impone cierto respeto.

Nos animó el hecho de que una posible ruta de este tipo estaba, en cierto modo, establecida y popularizada, dentro de los límites de un parque nacional, con lo que no nos sentíamos tan desamparados. En el contexto de nuestra búsqueda, era, de todas formas, aún muy corta (4 ó 5 días) y necesitábamos algo más. Ese algo más podía consistir en otra ruta similar, misma cordillera, mismo entorno, pero más larga y fuera del “abrigo” de todo parque.

Como a sus pobladores, Terranova nos atraía pero nos infundía profundo respeto. La única alternativa válida que conseguimos encontrar y que, durante algún tiempo, fue la que más posibilidades tuvo, fue el International Appalachian Trail (IAT), a lo largo de la península de Gaspé, en Quebec; una hermosa idea que tenemos aparcada para el futuro y esperamos fervientemente que algún día suceda.

Huelga decir que esta es una historia con final conocido. Conseguimos aparcar nuestras reservas y ceder al imán creado aquella tarde de agosto de 2003 en alguna cala de la isla Vancouver, cuando alguien mencionó que había unas hermosas montañas en Terranova.

La cordillera Long Range

Esas montañas eran, por supuesto, la cordillera Long Range. Permítaseme la redundancia inter-lingüística (dado que «range» significa «cordillera» pero no me gusta llamarla la «cordillera Long»). Una, como su propio nombre indica, larga y, además, anciana cadena montañosa que se dispone a largo de unos 500 kms. junto a la costa occidental de La Roca. Se trata de montañas muy erosionadas y de altitud escasa (poco más de 800 metros). Sus cimas y crestas son más bien mesetas donde se puede encontrar una especie de tundra en pequeño. El efecto de la altitud compensa el de la latitud y es por ello que las condiciones ahí arriba son similares a las de las tierras más al norte.

Recorrer las mesetas suele ser sencillo cuando se encuentran por encima de una cierta altitud; más abajo, aparece el temido tuckamore, un arbusto impenetrable. En realidad, el tuckamore es un bosque en miniatura. Los árboles, coníferas, tienen tamaño bonsai (entre 1 y 2 metros de altura) y se encuentran abigarrados formando una maraña densa. Es su forma de defenderse de las duras condiciones de frío y viento. El problema es que el tuckamore es, como digo, absolutamente impenetrable. Arriba, en las mesetas, se suele poder optar por rodear, de alguna forma, las ocasiones matas; el mayor problema está en el acceso desde y hacia los valles. A medida que se gana altura, el bosque se va transformando en tuck (abreviatura cariñosa que usan los locales) y ya la hemos liado.

Es por ello que el acceso a las montañas está prácticamente limitado a aquellos lugares donde, por condiciones extraordinarias, no crece el tuck o a aquellos otros donde se ha trazado un sendero que lo atraviesa.

Las dos travesías planeadas en las montañas nacen, precisamente, de la unión de puntos de acceso a las montañas como los descritos. Una vez arriba, todo es más sencillo (salvo en condiciones de mala visibilidad) pero el quid está en llegar arriba y luego poder bajar.

Cañón de Simms brook, montañas Blow me Down

Planificación

El plan global consistía en realizar tres rutas. Abandonamos nuestro ideal de una sola y continua a favor del reto que suponía recorrer naturaleza virgen y apañárnoslas sin el apoyo de un sendero. Las tres rutas en cuestión eran:

  • Long Range Traverse, en el parque nacional Gros Morne
  • Travesía de las montañas Blow-me-down y Lewis Hills, en una zona contigua de la cordillera Long Range
  • East Coast Trail

Las dos primeras travesías, a lo largo de la pseudo-tundra de las montañas Long Range; la tercera, un sendero en la costa sureste de la isla.

Las realizaríamos en ese orden y no de forma casual: preferíamos recorrer primero las que suponían un desafío mayor y dejar la más fácil para el final. Además, de esa forma, cuando termináramos el mes, estaríamos recorriendo el ECT y nos encontraríamos relativamente cerca de la capital St. Johns y nuestro vuelo de vuelta; siempre, intentando minimizar riesgos. Por otro lado, en la Long Range Traverse necesitábamos obtener un permiso (hay un cupo limitado de gente por día) y era mucho más sencillo ubicar esta ruta en primer lugar. A partir de ahí, éramos libres. Por último, la Long Range Traverse serviría como toma de contacto con la zona y ensayo general de la que iba a ser nuestra gran travesía (la de Blow-me-down/Lewis Hills) en el relativo abrigo del parque nacional Gros Morne. Si, por la razón que fuera, las cosas no iban bien allí, éramos libres de no intentar siquiera la segunda ruta.

Acabado nuestro purgatorio en las montañas, volveríamos a St. Johns para nuestro paseo triunfal por el East Coast Trail. El sendero empieza a las mismas puertas de la ciudad; caminaríamos hacia el sur y tan lejos como pudiéramos llegar en el tiempo que nos quedara.

Cómo llegar a Terranova

En estos tiempos de esperpéntica locura para viajar por aire de forma independiente, no es tan inmediato. Al ser una isla, Terranova cuenta con varios aeropuertos y conexiones aéreas bastante abundantes para su escasa población. El mayor y más importante es el de la capital, St. Johns y es el único que cuenta con una conexión europea: a diario desde Londres. En el momento de buscar nuestros billetes, nos pareció muy caro pero, con perspectiva, quizá hubiera merecido la pena.

El resto de posibilidades consisten en volar, de la forma más directa posible, a algún punto neurálgico del este canadiense (Montreal, Quebec, Otawa, Toronto…) y, desde ahí, a La Roca, bien a St. Johns o a alguno de los pequeños aeropuertos de la costa oeste, Deer Lake o Stephenville. Este último es un vuelo local y, por tanto, no crítico; hay varios al día y no es de esperar que se llenen con antelación. No así el transoceánico. Comenzamos a tantear precios en noviembre; ¿una locura? eso pensaban en la agencia hasta que el empleado de turno se dio cuenta de que ¡ya (¿todavía?) no había tarifas baratas disponibles! tras meses de pulsar la actualidad tarifaria sin que hubiera novedades, nos decidimos por un vuelo a Montreal. Poco después (y como uno ya no se fía y sigue mirando), surgió de donde antes no la había una tarifa a Toronto considerablemente más barata, de forma que tras pagar una penalización por la anulación de los billetes anteriores, aún nos traía cuenta. Si alguien lo entiende, soy todo oídos.

Con el vuelo Toronto – Terranova podríamos haber intentado jugar y variar destinos, aterrizando en la costa oeste y volviendo desde St. Johns, pero para entonces estábamos tan hartos de las compañias aéreas, las agencias y todo lo que rodea a este sórdido mundo que fuimos a lo sencillo y nos limitamos a un simple ida y vuelta a St. Johns.

nota: cuidado; hay un St. John (sin «s»; también es mala leche) muy cerca de allí, en la Isla del Príncipe Eduardo; estuvieron a punto de vendernos un billete Toronto – St. John-sin-ese, falto una pulsación de tecla. Me di cuenta porque los horarios que nos daban diferían en minutos con los que yo llevaba anotados para St. Johns.

nota 2: en una agencia, ni soñar en que sepan dónde está o qué es St. Johns, St. John o Terranova, hay que llevar los deberes hechos. Yo ya no acudo a las agencias, de hecho. Pueden estar bien para paquetes turísticos estándar pero no para vuelos pelados a sitios raros.

Moverse en Terranova

Hay, básicamente, dos grandes rutas asfálticas: la carretera que cruza la isla de este a oeste, entre St. Johns y Port Aux Basques y que los canadienses, en un alarde de buen humor y optimismo geográfico, consideran parte de las Trans-Canada Highway, la ruta que cruza todo el país, hasta la Columbia Británica, en el pacífico. La otra, deriva de esta en Deer Lake, se dirige hacia el norte a lo largo de la península septentrional y recibe el apelativo The Viking Trail, en referencia a los restos arqueológicos vikingos de L’Anse aux Meadows (curiosa mezcla idiomática franco-anglófona en el nombre), en el extremo norte de la península. Hay un servicio diario, en cada sentido, de autocar a lo largo de la Trans-Canada Highway, tarda unas 12 horas en hacer el recorrido entre St. Johns y Port Aux Basques. El Viking Trail cuenta con esporádicos servicios a mitad de camino entre minibús y furgoneta de reparto aunque parecer ser que hay un cierto horario.

En la península de Avalon, donde se ubica el East Coast Trail, no hay transporte público convencional pero sí aparecen de nuevo los minibús-furgoneta-de-reparto (hay varios) que hacen, habitualmente, un viaje de ida y vuelta al día a lo largo de la carretera costera y son habitualmente utilizados por los senderistas para moverse entre secciones del East Coast Trail.

Varias aerolíneas locales enlazan St. Johns con Deer Lake y Stephenville. Mucho más caro que el autobús pero estás allí en un suspiro.

Utilizamos el auto-stop (en su versión clásica) sólo esporádicamente, cuando necesitamos movernos por Gros Morne, pero las gentes de Terranova son tan inmensamente amables que no me cabe duda que sería una buena forma de moverse por la isla.

A la postre, decidimos utilizar el avión para los dos grandes desplazamientos dentro de la isla: de St. Johns a Deer Lake, al inicio del viaje, y desde Stephenville, de vuelta a St. Johns, tras las dos rutas en las montañas. La aerolínea (Provincial Airlines) era de un funcionamiento muy familiar, tratamos directamente con ellos y no hubo ningún problema para hacer la vuelta desde un aeropuerto diferente al de llegada en la ida (Stephenville nos venía mucho mejor ya que acabábamos la segunda ruta muy cerca de allí). Los «aviones» resultaron avionetas del tamaño de una cuarta parte de un autobús, o menos. Alargando un poco la mano, le podías dar collejas al piloto.

Alce de mentira en Deer Lake

Para llegar a Gros Morne desde Deer Lake, enlazábamos, en un mismo día, con el furgo-bus que hace la ruta de la península norte. Todo en torno a este servicio parece muy poco definido y es que, a fin de cuentas, es un colega con su furgoneta, que lleva paquetería y algunos pasajeros. En 2003, había servicio varios días a la semana (no todos), a un servicio por día, pero nos cuadraba bien.

Para salir de Gros Morne, utilizamos el mismo furgo-bus, habiendo previamente reservado (esto es, apalabrado) la cita. Viajamos algo más al sur esta vez, hasta Corner Brook, desde donde partiríamos para nuestra segunda ruta.

De vuelta en St. Johns, todo era ya sencillo: el East Coast Trail comienza en las afueras de la ciudad (cogimos un taxi, qué pijos…) y para volver a la capital recurrimos a uno de los varios y (aquí sí) diarios servicios del mismo concepto de furgo-bus. El conductor de este resultó muy simpático.

Permisos

Sólo en la Long Range Traverse hacía falta uno. Ignoro si hay problemas de sobre-uso (me extrañaría) y da la impresión de que la idea principal es controlar la competencia. Las montañas Long Range no son sitio para gente inexperta. en esta ocasión, fue sencillo obtenerlo. No hubo que recurrir a apresuradas llamadas telefónicas ni hubo nervios o incertidumbre alguna. Bastó con un relajado cruce de correos electrónicos con los rangers del parque Gros Morne en los que, de paso, consultamos la posibilidad de enganchar las dos grandes travesías del parque, Long Range y North Rim, en una sola (son contiguas) y juntar así una gran ruta de 7 u 8 días… estuvimos un tiempo sopesando la idea pero finalmente preferimos ser menos ambiciosos y dejar nuestro primer contacto con aquellas montañas en algo más modesto; en parte, porque, al parecer (nadie está muy seguro de nada aquí…), la travesía North Rim parece ser más difícil, debido a la densa vegetación.

Si la obtención del permiso no era en absoluto un factor limitante, sí lo era el acceso al comienzo de la ruta, sólo posible vía navegación del fiordo-lago Western Brook Pond (me explico más adelante). El barco que lo recorre está pensado para turistas convencionales que acuden a contemplar los paisajes impresionantes de las paredes verticales del antiguo fiordo (doy fe que merece la pena) y llevarles de vuelta y se suele llenar. A los senderistas nos desembarcarán al fondo del lago pero conviene reservar con antelación y no arriesgarse a encontrarse a las puertas del gran acontecimiento y sin forma de llegar al punto de comienzo. Las reservas para el barco se consiguen a través de uno de los alojamientos que se encuentran en el parque, el hotel Ocean View de Rocky Harbour. Un telefonazo o correo electrónico bastan.

Logística

Terranova es un lugar escasamente poblado. Esto implica, entre otras cosas, que no siempre los servicios son del todo accesibles. Lo que en el mapa aparecen como ciudades pueden no ser más que grupos de casas sin mucho más. La única ciudad realmente grande es St. Johns y, del resto de lo que hemos visitado, lo único que llamaríamos ciudad es Corner Brook. Stephenville y Deer Lake, de las que uno esperaría algo más en ese sentido, no tienen ningún tejido comercial. Y uno va a caminar por las montañas (o las costas), vale, pero alguna vez hace falta comprar algunas cosas…

Alojamiento

Terranova no es una meca del turismo de juventud (ese al que nos agarramos aunque nuestra edad ya haya evolucionado un poco pero conservamos el espíritu) así que no resultó tan inmediato como de costumbre. Normalmente, basta con buscar el albergue local (Youth Hostel Association o no…) y saber que ese va a ser el lugar bueno pero mira que busqué por todo internet sin encontrar ninguno. Ni siquiera en St. Johns. Las cosas pueden haber cambiado desde entonces (2003).

Al final, lo más parecido que encontramos fueron los campus universitarios. No sé si es práctica habitual en otros sitios (no lo había visto nunca) pero en Terranova parece común utilizar dichos campus como alojamiento barato estilo albergue durante las vacaciones. Así nos alojamos en St. Johns, en dos ocasiones (de las tres que hubo), y en Corner Brook (en una de las dos).

En Gros Morne, nuestra opción obvia era Rocky Harbour, una de las pocas localidades dentro del parque; probablemente, la más grande, aunque era más bien un conjunto disjunto de casas dispersas. Cerca de allí estaba el centro de acogida del parque y, en él, la oficina de los rangers que debíamos obligatoriamente visitar tanto antes como al final de la travesía Long Range. Al no tener coche propio, nuestra movilidad estaba limitada. Inicialmente, y ante la aparente ausencia de albergues, habíamos reservado lugar en uno de los campings, Berry Hill, el más cercano a Rocky Harbour, asumiendo que sería un paseíto sub-urbano entre camping y pueblo. Durante el viaje desde Deer Lake, nos enteramos de que no, ni mucho menos: los campings en Gros Morne están pensados para una estancia no urbana, casi anti-urbana (salvo por el acceso en coche), están alejados de las poblaciones y no tienen ningún servicio, nada… pero también nos enteramos que en Rocky Harbour sí había un albergue y el furgo-bús nos paró delante de la puerta así que sobre la marcha decidimos bajarnos ahí y esperar que el turismo de masas no hubiera llegado aún a Gros Morne… y, sí, pequeño-minúsculo como era el albergue, tenía sitio. Ningún problema. Así da gusto. Allí pasamos tres agradables noches.

Juniper hostel, en Rocky Harbour

Envalentonados por la experiencia, salimos hacia las montañas sin preocuparnos del alojamiento para la vuelta… en parte, a propósito porque, aunque teníamos nuestro plan, en una ruta sin senderos es más que posible que haya alteraciones sobre la marcha (falta de visibilidad…) que retrasen la llegada. Cuando, cinco días después, volvimos a Rocky Harbour, decidimos que nos habíamos merecido las comodidades de una casa de huéspedes (de las que en Rocky Harbour hay numerosas); en buena parte era también que volvíamos calados hasta los huesos y con buena parte del material bien mojado y necesitábamos un sitio donde secarlo todo antes de partir al día siguiente pero, paradójicamente, esta vez no hubo manera: estaban todas ocupadas. El albergue Juniper era muy agradable pero también muy pequeño, pero descubrimos que había otro albergue y allí nos metimos, a ver qué tal… en este sí había sitio.

Majors hostel

En Corner Brook, a continuación, pasamos un par de noches en una casa de huéspedes. Obviamente, más caro que el campus pero supongo que nos lo habíamos ganado.

La segunda estancia en Corner Brook, sobrevenida, a causa del mal tiempo en las montañas, fue, esta vez sí, en el campus. Era en Corner Brook pero, por lo demás, estaba cortado por el mismo patrón que el de St. Johns.

En Stephenville tuvimos que pasar una noche. Allí no hubo más opción que casa de huéspedes. Muy agradable.

De vuelta a St. Johns, de vuelta a la universidad. Lo malo es que, para cuando terminemos el ECT, a últimos de mes, ya no podremos alojarnos ahí porque el modo albergue termina unos días antes…

Ante esto, durante el ECT, echamos mano de algún teléfono que había encontrado en alguna vaga referencia internética y allí contesto la voz de Carola, la alemana más simpática y alegre de todo St. Johns. Fue un placer pasar nuestra última noche en La Roca en su albergue, no nos pudimos marchar con mejor sabor de boca. Esperamos que, cuando volvamos, ella siga allí; la universidad era un poco impersonal.

Provisiones

St. Johns y Corner Brook son los dos únicos sitios con tiendas y supermercados. Stephenville parecía tener poca cosa (no lo verificamos) y Deer Lake tenía cuatro tiendas dispersas. El «centro comercial» era la tienda de la gasolinera. Rocky Harbour sólo tenía el ubicuo almacén de ferretería.

A lo largo del ECT, sólo Bay Bulls tenía un gran supermercado. Admirals Cove tenía supermercado también, pequeño pero apañado. Witless Bay tenía una tienda de variedades. El resto, nada (me niego a contar como algo la mini-tienda de Petty Harbour).

Combustible

Estamos con lo de siempre: no se puede llevar en avión y hay que comprarlo en destino. Llegábamos a St. Johns un sábado por la noche. Pasábamos allí el domingo y el lunes llegaríamos a Rocky Harbour, pasando por Deer Lake. En alguno de estos teníamos que conseguir una bombona de gas.

En St. Johns tenía que haberlo (lo había) pero no confiábamos mucho que estuviera abierto en domingo. Resultó que sí lo estaba pero no lo comprobamos. Bueno…

Mantuve grotescas conversaciones telefónicas pre-viaje con la ferretería de Rocky Harbour para verificar si las bombonas de gas que tenían eran de las nuestras… por entonces, aún no sabía muy bien cómo describirlas (tampoco en castellano, para el caso) y la conclusión fue que no sé nada… así que confiamos en Deer Lake y el par de horas que pasábamos allí. Nos entró el canguelo cuando llegamos allí y vimos que sólo había casas con jardincito pero ni rastro de tiendas ni nada que se le pareciera. Aún así, había una ferretería (debe ser el comercio más popular en Terranova) a la que entramos casi temblando y pensando que no iban ni a saber lo que les pedíamos… pero hete aquí que no sólo lo sabían sino que además ¡tenían bombonas! de una marca que no habíamos visto en la vida pero funcionaban. Menos mal.

Después de esto, pensábamos que en Corner Brook (desde donde afrontábamos la segunda travesía) no habría problema: allí sí que había tiendas, supermercados, un par de centros comerciales… pero parece ser que la única fuente de bombonas con válvula Lindhal (aparte de la tienda de montaña en St. Johns) es la cadena de ferreterías a la que pertenecía la de Deer Lake y que tenía también sucursal en Corner Brook pero ¡había cerrado poco antes!!! Esto es, cerrado por fin de negocio… aunque parezca mentira, no hubo forma de encontrar gas en todo Corner Brook, y mira que buscamos… visitamos todos los sitios probables y llamamos por teléfono a todos los improbables, movilizamos a la mitad del personal del Walmart, preocupados por nuestro problema, nos sacaron las páginas amarillas y hasta nos hicieron unas cuantas llamadas… amabilidad de Terranova, no tiene igual… pero eso no nos consiguió gas. ¿Solución? casi siempre hay una… en este caso, nada menos que coger un taxi y hacernos 50 kms. (y vuelta) hasta Deer Lake, a aquella ferretería a la que habíamos entrado desconfiados semana y pico antes.

Simpática tienda de artesanía en Corner Brook. Lástima que no hubiera simpática tienda de bombonas de gas…

De cara al ECT, fue más fácil: en St. Johns hay una (al menos) hermosa tienda de montaña tal cual conocemos las tiendas de montaña. Bueno, había otra pero ¡no tenía gas! o sí, pero no de válvula Lindhal…

Terminología básica

Por sus características geográficas y climatológicas, en Terranova hay varias palabras omnipresentes cuyo significado va más allá de la mera traducción. Ni siquiera un angloparlante nativo las comprendería en toda su extensión y, dado que aparecen una y otra vez en los nombres de las cosas, merece la pena un pequeño comentario.

Pond

Literalmente, charco o laguna. Terranova es la tierra de los lagos (o una de ellas), los hay por todos los lados, a cientos, miles y millones, de todos los tamaños, colores y formas. Muchos de ellos ni siquiera tienen nombre pero, los que lo tienen, inevitablemente acaban en pond que, por tanto, viene a significar el genérico para lago. También usan el vocablo más habitual, lake, pero sólo para los más grandes. Resulta curioso cómo llaman pond a lagos de extensión considerable, al menos desde la perspectiva de los que vivimos en lugares donde los lagos no son un fenómeno común.

Brook

Literalmente, arroyo. Caso similar al de los lagos. llaman brook a todo lo que se mueve y lleva agua y como hay tantos cursos de agua, el palabro resulta uno de los más utilizados en cualquier convesación o soporte que trate con elementos geográficos. De nuevo, también usan el genérico river pero sólo para los más grandes, con lo que llaman brook a cursos de agua que en España serían ríos de los grandes.

Tuckamore

Abreviado, Tuck. No sé si esta palabra es endémica de Terranova o si se usa en algún otro sitio. En los diccionarios, desde luego, no sale. El tuck es el resultado de árboles que intentan crecer en el clima inclemente de La Roca: entre el frío, el viento, la nieve y la pobreza del suelo, los pobres árboles no pueden progresar mucho y hacen causa común bajo el principio de que la unión hace la fuerza. Resultado: en la transición hacia las zonas altas, el bosque se transforma en una maraña impenetrable de mini-árboles que viven entrelazados y nunca muy lejos del suelo. Es su forma de hacer frente a las duras condiciones.

Se suele decir que si, en cualquier travesía por las montañas, encuentras una mata de tuck, optes siempre por rodearla, por estrecha que parezca y por ridículamente largo que pueda llegar a ser el rodeo. No intentes cruzarlo. Después de haberlo visto, doy fe: es impenetrable.

Peridotita

Es como se me ocurre traducir el palabro correspondiente en inglés (que es la única forma en la que lo he visto escrito): Peridotite. ¿Se acepta, entonces, peridotita o no? En los diccionarios, desde luego, no lo he encontrado, ni en inglés ni en castellano.

En cualquier caso, lo importante es la cosa en sí: la peridotita es una roca de un color marrón claro, muy extraña de encontrar en la superficie terrestre. Al parecer (ni idea de estas cosas; es lo que he leído por ahí) es más habitual (más que la roca, los materiales que la componen) en el manto, es decir, a buena profundidad planetaria pero, en Terranova, y por yo qué sé qué fenómenos geológicos, hay zonas donde hay afloramientos de esta cosa: montañas enteras hechas de ella.

Lo curioso es que, a causa de uno de los minerales que contiene (no recuerdo cuál), es una roca que resulta bastante tóxica para la vida vegetal. Así, mientras en Terranova todo está cubierto de vegetación de algún tipo, de repente se encuentra uno con un pedazo de montaña totalmente pelada, como si fuera un desierto en medio del mar vegetal: el anti-oasis.

Las implicaciones de este fenómeno van más allá de la espectacularidad paisajística o la singularidad geológica: desde el punto de vista senderista, las emergencias de peridotita marcarán el lugar por donde podremos acceder a las montañas.

Referencias

Senderismo

Newfoundland Outfitting

Aunque desde cuando nosotros les conocimos, han puesto Outfitting donde antes decía Adventure pero tanto da. Ray Humber es un señor muy agradable, aunque eso, en Terranova, no sea ninguna noticia. Lo que está claro es que conoce el lugar.

Newfoundland Backcountry

Clarence Pelley nos ayudó mucho en nuestra planificación pero sobre todo su espacio web, básico como es, nos inspiró y fue la llamada definitiva hacia las montañas Long Range.

Alojamiento

Memorial University of Newfoundland

Este es el lugar para un alojamiento barato y cómodo. El campus funciona como albergue hasta finales de agosto.

Memorial University Residence
309 Hatcher House
St. Johns
Newfoundland
Canada
tlf. +1 (709) 737 7933

Downtown Hostel

– Carola, danos tu tarjeta…
– esto… si no tengo… ¡bueno, no importa, os hago una ahora mismo!!!

Esa era Carola, la alemana más simpática de todo St. Johns. Y esta, la «tarjeta» que nos hizo:

General

Parks Canada: Gros Morne

Gubernamental y oficial pero excelente espacio web sobre los parques nacionales canadienses y ese que nos interesa aquí.

East Coast Trail Association

Foco de casi toda la información disponible sobre el East Coast Trail.