Día 1: Glasgow – Fort William – Glenfinnan

Para empezar el día, y la ruta, había que cruzar Loch Linnhe en este barquito tan majo:

Camusnagaul ferry en Loch Linnhe

La Vapor Trail de Granite Gear demostró ser más que suficiente para esta ruta. Aquí va a máxima carga y no está rebosante. Resultó muy cómoda, aunque su piel ha recibido ya algún que otro agujero, nada grave. Con 1 kg. y 25 gr. nada más, me parece una mochila excepcional. No será su último viaje. Aquí, la hice posar junto a Loch Eil. La foto no puede ser más horrenda, lo sé.

Loch Eil

Este primer día consistía en un sencillo paseo a lo largo de Loch Eil por una de esas mini-carreteras típicamente escocesas donde sólo cabe un coche y hay ensanchamientos cada unos pocos cientos de metros para que los vehículos se puedan cruzar. Había muy poco tráfico (un vehículo cada… ¿10 minutos?) y el paisaje era muy bonito, una adecuada forma de empezar con algo facilito pero agradable.

Loch Eil. El monte del fondo es Ben Nevis

Día 2: Strathan

¿Quién dijo que Escocia es muy verde? No las tierras altas, desde luego. Tras el primer día de trámite, empiezo a darme sopapos con esa esponja que allí llaman suelo. ¡Menos mal que aún hacía bueno! Desde mi primer collado, chispas:

Gleann Camgharaidh

Hasta aquel punto, todo había sido subir y aún no era consciente de lo que me esperaba. En la bajada, campo a través, me empecé a dar cuenta de por dónde me movía. Tras las vigésimoctava caída consecutiva empecé a plantearme que quizá no era yo que estaba torpe ni era mi mala suerte sino que allí había que cambiar la forma de caminar. Aunque parezca paradójico, dado lo pardo del terreno, no está seco, ni mucho menos… muy al contrario, todo lo que se ve ahí (y, aparentemente, *todo* en las highlands) es un fangal continuo, superficie herbosa con terreno anegado debajo. Una auténtica pista de patinaje. Subiendo no se nota tanto pero cuesta abajo hay que cuidar mucho cómo y dónde se posa el pie, a cada paso. Las caídas son en blando pero posar cualquier parte del cuerpo sobre el suelo significa empaparla como si te hubieras caído a un río. Culo mojado garantizado.

Rosa se dedicaba a su trabajo pero llegamos a encontrarnos casi la mitad de las noches a lo largo de la ruta, allí donde había acceso por carretera. Al final de este segundo día, dicho acceso era realmente atípico, sobre todo para mí, que venía de cruzar una zona bastante remota en la que hice la travesía campo a través más larga de toda la ruta (parte de ella se ve en la imagen de arriba). Paradójicamente, al final del día, llegaba a la cabecera de Loch Arkaig, lejos, lejos de cualquier población pero con una carreterita que llega casi hasta el final; sólo me tuve que desviar un km. escaso. Rosa comentó que la carretera daba miedo, tan estrecha que el coche cabía justito y con muchas subidas y bajadas en su recorrido a lo largo del loch. Creo que si lo hubiera sabido no hubiera venido…

En el coche, llevaba la Rainshadow, que más espaciosa que la Cave y tiene suelo, es casi una tienda. Pasamos la noche en este bonito lugar, junto al loch. El pequeño muro corresponde a los restos de un edificio. Aunque en la foto no se aprecia, el terreno estaba todo anegado, como por todos los sitios y dado que la Rainshadow tiene suelo de silnylon, parcialmente permeable bajo presión, buscamos un sitio mínimamente seco y lo encontramos aquí; prácticamente, el recuadro que ocupa la tienda era lo único que estaba simplemente húmedo. Welcome to the wetlands.

Rainshadow en Loch Arkaig

Día 3: Sourlies

Se acabó el cielo azul. Esa masa gris no es la pobre calidad de la foto (que también) sino un extracto del nubarrón que me hizo pasar un día miserable, el peor de todos. Menos mal que el sitio era muy bonito. Aquí ya estaba pisando terreno remoto.

Loch Nevis, allí abajo

Acababa de atravesar unos parajes preciosos, uno no sabe si menos a causa del tiempo o si precisamente ese tiempo tan oscuro y lluvioso engrandece el aura del lugar. Las montañas entre Strathan y Loch Nevis no son de las más altas pero sí de las más remotas de toda Escocia. La zona del collado por el que había cruzado era espectacular, justo antes de que el valle se estrechara y se precipitara en una profunda garganta hacia Loch Nevis. Hubo momentos de incertidumbre porque el sendero no era siempre evidente y no acerté a encontrarlo a la primera en la zona previa a la garganta. Cuando vi que por ahí no podía ser, un vistazo al mapa me dio la pista y la confianza de que la cartografía que manejo es fiable, lo cual es una muy buena cosa: nada como una cartografía imprecisa para liarla en los momentos peores (y este era uno: llovía mucho, hacía frío y marchaba con retraso).

En la cabecera de Loch Nevis (que no tiene nada que ver con el Ben del mismo nombre), el bothy de Sourlies. Los bothies son refugios libres, muy austeros pero, si ningún desaprensivo lo impide, limpios y cómodos, situados habitualmente en zonas remotas. Son antiguas casas sacadas de las ruinas para su moderna segunda vida. Antiguamente, mucha más gente vivía en estas regiones, dispersos por todos esos valles ahora despoblados, de ahí el origen de estos edificios. Este estaba en mi camino, en un lugar espectacular. Loch Nevis es un sea loch, aunque el mar abierto está muy lejos.

Sourlies

No pensaba quedarme en Sourlies, a pesar de lo acogedor y hermoso del lugar, pero llegué allí a las 3 de la tarde, mojado, cansado y hambriento y no me pareció buena idea seguir caminando bajo la lluvia un par de horas más para acabar extenuado y buscando un lugar medio seco para acampar en medio de tanto fangal, así que decidí pasar la noche allí. Me la jugué a un día siguiente muy largo y esperé que las condiciones climáticas no fueran demasiado duras, ya que me esperaban un montón de kilómetros, algunos de ellos sin sendero y muchos encharcados (qué novedad…)

El único saco esa noche en Sourlies

Estuve solo en el bothy, tampoco esperaba que hubiera nadie más (era lunes y hacía muy malo). Escribí algo en el libro de visitas; si vas por allí, busca el 21/03/05.

Aproveché para estudiar y planificar a fondo la etapa del día siguiente y para colgar todas mis cosas mojadas. Me gusta dormir en la naturaleza pero me gustan también los refugios libres. No me gustan los «hoteles» de montaña pero aquí, en Sourlies, como en tantos otros edificios similares en Escocia, puedes seguir siendo tú mismo, solo con tus cosas y tus medios, sin mesa puesta y, en casos como este, sin masas sedientas de hazañas. Me gustan los bothies.g

Día 4: Kinloch Hourn

Qué bonita praderita, ¿verdad? pues no, vaya infierno de praderita. Con el agua hasta los tobillos, o más, en casi cada paso. Para eso seca uno los calcetines durante la noche; nada más salir, pies encharcados para el resto del día. Había que ir hacia las montañas del fondo a la izquierda. Afortunadamente, las nubes, aunque seguían siendo aplastantes, se mantenían justo por encima de los montes y, además, no llovía.

Glen Carnach

Tras el madrugón y la zozobra (física y moral) de la primera parte del día, todo fue bien. Aquí, recién superado el collado del día y bajando hacia Loch Hourn, que aparece al fondo, y ya estaba salvado: por primera vez en día y medio, circulaba por un senderito de calidad aceptable, fácil de seguir y medianamente seco. Autovía senderista de las Highlands. Ni un alma, eso sí. Hasta entonces, llevaba una media de una persona al día y en esa jornada, aún ninguna.

Gleann Unndalain

Loch Hourn es otro sea loch, uno de los más largos y profundos. En su orilla sur (en la que estoy), no luce el sol durante varios meses al año (sin contar los días con cielo gris oscuro, como este)

Loch Hourn

Día 5: Shiel bridge

Allí abajo, junto a Loch Duich, el final de la sección más dura: Shiel Bridge, con alojamiento, una buena cena y una cerveza. Me he ganado todo eso y más. Acabo de cruzar el punto más alto de la ruta, uno de esos collados de nombre impronunciable (Bealach Coire Mhalagain; ya dije que era impronunciable) con las nubes rozándome la cabeza. Menos mal que no más abajo, porque era monte a través. Hacía viento y frío y no podía esperar a bajar a por mi cerveza. Aún me queda encharcarme los pies un poco más en ese bonito glen, con su forma de U, su río y su esponjoso terreno esperando para tragarse mis botas.

Glen sin nombre, Loch Duich al fondo

Día 6: Killilan

Lo más difícil está pasado, la travesía de Knoydart, sin tregua, ha sido duro, física y psicológicamente. Lo que me queda (3 días) va a ser un paseo en comparación. El barómetro ha invertido tendencia y ha empezado a subir pero las nubes siguen ahí. Mirando atrás, capto una última vista de Loch Duich (donde la cena y la cerveza), antes de coronar un collado más:

Loch Duich se queda atrás

Haciendo caso al barómetro, las nubes se empezaron a diluír y, aunque la foto es tan mala como todas las demás, al menos tiene un poco más de luz. Puede parecer un valle como cualquiera de los de días anteriores pero aquí los perfiles son más amables y hay un buen sendero (¡seco!) por el que pisar.

Glen Elchaig

A pesar de su aspecto amenazador y esos cuernos tan grandes, son animales muy tranquilos:

Son como peluches grandes

Tengo plena confianza en el tarp de Golite. Es mi refugio número uno y me siento seguro en él. Con 740 gr. en total (con 10 piquetas), es un buen compromiso entre ligereza y comodidad. Aquí, lo he colocado tenso como un tambor y con un perfil muy bajo porque el tiempo se había empeñado en no dar tregua y se había levantado un viento fuerte, frío y amenazador. El tarp es sorprendentemente eficaz contra el viento y dormí muy bien. El lugar era espectacular, con las luces del atardecer sobre Loch Long, al fondo.

Campamento sobre Loch Long

Día 7: Lochcarron

Pequeño ejemplo del pan mío de cada día. No siempre había tanta agua en superficie pero daba igual, estaba «dentro».

Era todo el rato así. La huella es mía

A lo largo de los días, fui alternando las denominaciones que dedicaba al terreno: La Sopa, La Esponja… creo que esta última es la que más caló (valga el doble, y cruel, sentido), porque la más gráfica. Resultaba curioso mirar atrás y ver cómo tu huella de 3 cms. de profundidad se iba diluyendo a medida que el suelo recuperaba el terreno perdido y lo rellenaba otra vez. Como una esponja.

Abajo, Poste señalizador. Es evidente que estaba en una zona más transitada. Los senderos eran mejores y había alguna que otra señal. La civilización ya no estaba nunca demasiado lejos.

Así, en cambio, no solía ser

Loch Carron es el más grande que he encontrado desde Loch Linnhe. Las nubes no descansan pero ya me da todo igual: allí, al fondo, me espera Lochcarron (así, todo junto, es el nombre de un pueblo) donde me daré otro homenaje, menos merecido que el de Shiel Bridge pero bienvenido también.

Loch Carron

Día 8: Kinlochewe – Achnasheen – Kyle of Lochals

Acabada la sección Knoydart, entro en Torridon para una breve incursión en este último día de caminar. El terreno se vuelve más extremo, de nuevo, pero ahora estoy en zona senderista y no tengo más que seguir el camino, muy bien marcado. ¡No tengo miedo a las nubes esas!

Torridon hills

Voy a juntar dos etapas en una para un gran final, aunque tendré que hacerme 27 kms. a todo correr para montar la operación retorno y esperar que salga bien. Yo estoy acostumbrado a días de 30 ó 40 km. en terreno de montaña «normal» pero caminando sobre una esponja me he dado por contengo con los alrededor de 15 (excepcionalmente, 20) que he venido haciendo. Brook y Hinchliffe no decían en su guía por qué iban tan «despacito»…

Glen Coulin

Tengo que llegar a Kinlochewe y allí arreglármelas para conseguir transporte hasta Achnasheen, para allí coger el tren a Kyle of Lochals, donde me reencontraré con Rosa. Espero que no sea difícil encontrar quien me lleve pero, por si acaso (y como no puedo permitirme perder ese tren), acelero y aprovecho que los senderos son bastante practicables para batir el record Lochcarron – Kinlochewe (los 27 kms.) en 5 h. 30 min. Me paro sólo para sacar esa foto, eran un sitio y una luz tan bonitas que hasta con la desechable ha quedado chula:

Loch Clair

Creo que puedo decir que es la ruta más dura que he hecho nunca: Sé que es fácil decir eso inmediatamente a la vuelta y olvidar todos aquellos momentos difíciles del pasado que ahora se recuerdan de forma mucho más bucólica, siempre sucede así y así sucederá también con esta ruta pero, aún así, haciendo balance lo más frío posible, sigo pensándolo. Por un lado, la dificultad intrínseca del terreno, las circunstancias… por otro, las expectativas erróneas. Esto último es un factor clave. Cuando me hice con el lugar y aprendí a comprender los entresijos de los mapas, lo que podía esperar de los senderos o cómo iba a ser el terreno en su ausencia, todo empezó a ir mejor. Los primeros días fueron duros. Acostumbrado a moverme con rapidez, cuando viajo ligero, a cubrir grandes distancias, me sorprendí cuando un día normal, intenso, como yo los hago siempre, no pasaba de 20 kms.

Caminar por esta región es duro pero no todo es malo. El terreno es complicado, muy húmedo y resbaladizo; a veces, completamente anegado… pero, por otro lado, es abierto y transitable universalmente. Hay muy pocos bosques, no hay apenas arbustos o vegetación que compliquen el progreso. A la vista de un mapa, sabes que, allá donde la pendiente lo permita, vas a poder pasar, si eso es lo que quieres. Esto es un factor importante: puedes contar con múltiples alternativas si algo va mal. Si la cosa se pone fea en las zonas altas, no es imprescindible buscar desesperadamente tu ruta de descenso, si no es inmediata; cualquiera vale, siempre que no haya obstáculos como un loch o paredes de roca (elementos, ambos, claramente visibles en un mapa) por el camino. El pasado verano (2004), en el Pacific Crest Trail, hablando con otro senderista con el que nos cruzamos, preguntábamos por la posibilidad de atajar unos cuantos kms., sendero alante, vadeando un río y con un pequeño trozo fuera de camino… nuestro interlocutor, que venía de haber pasado por allí, dijo que, sin duda, era posible pero que él no lo había hecho; y que (y cito, más o menos) «cada vez que me he salido de los senderos en Washington, me he acabado arrepintiendo…». Es un pequeño ejemplo de lo que significa transitar por según qué zona. En España es así, también, en muchos sitios. Pues no en Escocia. De hecho, los senderos son, en según qué zona, tan pobres que da prácticamente igual ir por uno o no.

Una vez más, insisto: fue fundamental comprender y aceptar todo esto para empezar realmente a disfrutar. Y hay mucho de lo que disfrutar en esta región: paisajes hermosos, sobrecogedores bajo las luces del norte que, no sé qué será, pero algo tienen que las hace especiales; muy poca gente (¡muchos más ciervos que gente!) y libertad absoluta para caminar, acampar y mojarse. Tómese la humedad con humor y ya no molesta tanto.