23 de julio de 2005

Es posible, era cierto; se puede tardar 8 horas 8 en un trayecto de tren entre Madrid y Hendaya, como hace 30 años. Esto es conservar la tradición y lo demás, tonterías.

No hay preámbulos. Es así de extraño pero un viaje a pie de un mes y 800 kms. empieza así, sin más, bajándose uno del tren y empezando a caminar. A pesar de la hora adicional que cuesta acercarse hasta la playa y de que sea un mero hecho simbólico, cómo no hacerlo… es un símbolo, sí y, como tal, un poco tonto, objetivamente hablando pero… en fin, creo que tampoco hace falta dar más explicaciones, se antoja obligado hacer todo el numerito de acercarse a la playa, tocar el agua, sacar la foto…

Y ¿ya? ¿ya hay que empezar a andar? Es como si costara dar el primer paso.

La HRP es esa ruta anónima que aprovecha, para existir, el recorrido e infraestructuras de otras; en este caso, uno usa el cartel del GR10 como última cosa a la que echar una última vista atrás. Ahí aparecen dibujados algunos de los puntos clave por los que tendré que pasar, evocando los típicos sentimientos encontrados de atracción y rechazo por todo lo que hay que afrontar.

Los altaruteros no tenemos cartel

Basta ya. Lo mejor es comenzar.

Hasta Ibardin, la Alta Ruta sigue el GR10 así que basta con entrenar a los ojos para localizar marcas rojiblancas. Uno se vuelve diestro en esto. El día comenzó gris, al más puro estilo cantábrico pero, al más puro estilo idem también, se despejó y el sol calentaba ya más de lo ideal. La salida de Hendaya no tiene complicaciones; colina arriba, el asfalto da paso a un camino, las casas se acaban y el mar desaparece de la vista tras la primera cresta. Alcanzo a una pareja que resultan ser holandeses, discípulos auténticos de Joosten. Llevan unas mochilas descomunales y se nota que el calor les pesa, no me extraña (a mí también me pesa). Planean hacer la primera sección, hasta Lescun. ¡Qué bien, nada más salir y ya me he encontrado colegas altaruteros!

El terreno suena familiar: prados verdes, bosquetes enmarañados, caseríos desperdigados, terreno montañoso de montañas de 300 m.

Pasado Biriatou, el GR10, aparentemente, difiere de lo indicado por Joosten… eso o mi lectura de mapa está escandalosamente equivocada, cosa que no me gustaría nada, para empezar… poco después, compruebo que, efectivamente, el camino trazado por las franjas rojiblancas ha sido diferente de lo que marcaba la guía. Durante estos episodios de divergencia entre las diferentes fuentes de información, planeo elegir el criterio de seguir las marcas, cuando sean estas las que marquen el camino (esto es, cuando la HRP siga algún GR o similar con marcación consistente). En esta zona, como era de esperar, el problema de orientación se resume en encontrar el camino bueno de entre la maraña de pistas y sendas. Las señales son casi más útiles aquí que en la alta montaña.

Subiendo poco a poco, por los consabidos y siempre verdes prados «de altura», se afronta el descenso al collado de Ibardin, ese sitio de nombre conocido por eventos ciclistas y que me sonaba, por ello, evocador… pues no, ¡menudo engendro! Ristra de edificios a lo largo de la carretera y doloroso recuerdo de que estamos ya en el monte… pero no estamos. Paso sin mirar. Bueno, compro agua, que nunca se sabe cuándo se va a encontrar y/o en qué estado.

Vuelta la tranquilidad, un pequeño merendero con fuente parece el lugar ideal para descansar y comer algo antes de subir el Larrun. La subida es muy cómoda, por una amplia pista en la cara sur, desde la que se vislumbra asomar la niebla agolpándose contra la cumbre en el lado opuesto, el del mar, claro. La cima del Larrun está llena de turistas pero al menos aquí no hay tantos edificios como en Ibardin. Además, dado que no se puede subir en coche, evitamos la siempre horrorosa visión de un aparcamiento lleno o (¿o debo decir «y»?) los laterales de la carretera atestados. La gente, sin coches de por medio, es más soportable. Lástima de niebla porque las vistas serían espectaculares hacia la costa pero hay que conformarse con los más modestos panoramas hacia el sur y este.

Larrun, cara sur. Acariciando los 1000 m. nada más salir

Según desciendo, tengo ocasión de ver el simpático tren de cremallera que sube a la cima, muy pintoresco. Yo bajo para el otro lado, hacia el collado de Lizuniaga, visible ya una vez abandonada la zona de la cima. Lizuniaga es el final de la primera etapa según el evangelio de Joosten pero yo, obviamente, aspiro a llegar mucho más allá. Una pequeña carretera cruza el collado y en el bar que también hay compro más agua, previendo un campamento seco. Esta es zona húmeda pero en esta época y, especialmente, con la primavera tan seca de este año, no todos los cauces corren aún y, además, transitando por terreno bajo y abundantemente habitado, es posible incluso que el agua esté impregnada de cosas de las que las pastillas de cloro no pueden matar (químicos y guarreridas así…) así que juego sobre seguro y compro botellas cuando tengo ocasión. Ya habrá tiempo de beber de los arroyos.

La Navarra atlántica y el Larrun, de fondo, se va quedando atrás

Pasado Lizuniaga y en el trayecto a media ladera hacia el siguiente collado, Lizarrieta, un cruce confuso y tomo el camino que no es. Soy consciente de que, probablemente, las mayores dificultades de orientación de ¡toda! la ruta (en condiciones normales de visibilidad) estén en el maremagnum de caminos y pistas de los primeros dos o tres días. Afortunadamente, el maremagnum quiere decir también que suele haber gente y enseguida encuentro a un lugareño al que preguntar (y estos se lo saben todo). 20 minutos de penalización, ida y vuelta.

Poco antes de Lizarrieta, la HRP encuentra el GR11 y lo sigue hasta más allá de donde pueda llegar hoy así que a partir de aquí será más fácil. Cae la tarde mientras se suceden las subidas y bajadas, sobre pequeñas colinas y al fondo de minúsculos valles, casi simples vaguadas por donde discurren esos arroyos de los que prefiero no tener que coger agua. En una granja encuentro fuente y el perro me ladra.

No fue aquí donde me equivoqué

Sigo caminando, hasta que el día se acabe; pero ya voy poniendo un ojo en algún sitio para dormir. El collado de Palomeras (o zona de alrededores… no es inmediato saber cuándo se está en el collado porque no hay un claro antes y después y el bosque cierra el panorama) tiene una bonita, pequeña y plana pradera pero las cabañas de cazadores (supongo) que hay allí están llenas de gente. Avanzo un poco más, metros, hasta una pista lateral que me saca de la pista principal y me lleva a un rellano donde montar un agradable y protegido campamento. El Spinnshelter se iza por primera vez en la Alta Ruta.

Mi toldo de papel