27 de julio de 2005

La noche ha sido de todo menos tranquila. De hecho, he dormido muy poco. Cuando monté campamento, todo parecía tranquilo y no puse mucho cuidado en elegir un sitio resguardado; tampoco había mucha opción, me acomodé como pude en el único cacho de hierba entre tanta piedra… y sólo poco después empezó el vendaval. Realmente, no era un viento continuo sino rachas, cortas pero frecuentes y fuertes. Intervalos de calma tensa seguidos por el aullido de la próxima racha, acercándose hasta que, sin remedio, llegaba y sacudía el Spinnshelter con furia. Una y otra vez, el refugio aguantaba muy bien pero las sacudidas y el ruido que hacía me tenían intranquilo y así no hay quien duerma. Jugó un papel importante en mi intranquilidad el hecho de que no conozco bien este refugio, es sólo la cuarta vez que lo uso y la primera en este tipo de condiciones. Sé que debe aguantar sin problemas pero no lo he experimentado aún y al subconsciente le puedes decir misa pero lo que no se ha experimentado es difícil hacérselo creer.

Hasta dos veces salí a corregir el perfil para hacerlo más discreto y aerodinámico pero era difícil porque resultaba complicado clavar las piquetas en un suelo tan rocoso. Daba reparo sacar esa piqueta bien clavada para intentar ponerla un poco más allá sin saber si ibas a poder clavarla otra vez. Además, no tengo dominada aún la geometría de este trasto como sí la tengo la de otros y no resulta tan inmediato encontrar el perfil correcto.

Por lo menos, es sólo viento, no hay nubes ni amenaza de lluvia. Hacia el final de la noche, consigo dormir algo.

El Spinnshelter aguantó como un campeón, en el fondo. Se movía mucho con las ráfagas y hacía mucho ruido (inherente al material spinnaker) pero, revisado a la mañana siguiente, no tenía ni un rasguño, ni una costura afectada, nada. Notable, para un material tan ligero y fino. Aún así, la falta de confianza, provocada por la falta de práctica, y la perspectiva de las grandes montañas que vienen a continuación me hacen pensarme sustituirlo ahora que voy a tener ocasión, en los próximos días, por un refugio en el que sí confíe y tenga práctica de primera mano en condiciones duras; ese refugio existe, pesa casi el doble que el Spinnshelter y está en casa, por el momento.

Hoy sí que madrugo. Levanto campamento con las primeras luces. No quiero sorpresas ni prisas de última hora.

El sendero sigue siendo inequívoco gracias a las marcas y el paisaje sigue, también, siendo espectacular. Estaba aún más cerca de lo que pensaba del collado de Anaye, al que llego enseguida. Había aún algunos sitios más arriba factibles para acampar, apunto para otra vez aunque la acampada en Larra tiene la pega de la falta de agua, particularmente cuando, un poco más allá, tras el collado, está el manantial de Marmitou, por donde sale parte de la que el karst se ha tragado. Pero aún falta un poco para esto. Falta, al menos, echar la vista atrás antes de empezar a bajar y dedicar unos momentos a la contemplación de este sitio tan especial, así como de las, ahora ya sí, grandes montañas de impresionantes paredes verticales que flanquean el collado de Anaye.

El descenso comienza empinado, hasta llegar a la hoya donde está el manantial de Marmitou. Precioso lugar para pasar la noche, con agua abundante y rica y pequeñas praderas de hierba perfecta pero no lamento haber dormido en Larra (salvo por el viento)

Mirando atrás: el col d’Anaye, cara este

Voy tan bien de tiempo que me permito hasta caminar relajado, parando a admirar el paisaje (hay mucho que admirar) y marchando sin prisas. El día es espléndido aunque, según bajo y la hora avanza, empieza a hacer calor.

El valle se estrecha y la última parte del descenso es tortuosa, salvando un gran desnivel, pero por un buen sendero. El plateau de Sanchèse es un sitio muy bonito y bucólico, con sus praderas, el río y el ganado pastando. Y sus coches aparcados, estropeando el paisaje. Me cruzo con varios grupos que suben.

Pic de la Brèque. Ese que, esta mañana, estaba «ahí abajo»

Desde el plateau de Sanchèse, pista y luego carreterita hasta Lescun. Llego de sobra; de hecho, llego a las 10.00 h. de la mañana. Hace muchísimo calor, aplastante, no sé por qué hace tanto pero es lo único malo. Por lo demás, Lescun es un sitio muy bonito, pulcro pero rural, no un artificio urbanístico moderno y su valle es un encanto, especialmente esa espectacular vista hacia el sur, hacia el no sé si muy correctamente denominado Circo de Lescun (porque no es realmente un circo…), con su hilera de torres calizas cerrando el horizonte.

No cuesta encontrar la oficina postal, está en el centro mismo de un pueblo ya de por sí pequeño. Allí aparece mi paquete, inconfundible, con ese amarillo cantoso de los sobres de correos españoles. Sí, me entró todo en un sobre, uno de esos grandotes de material plasticoso y color amarillo cantoso.

Tengo, también, que mandar para casa el primer bloque de mapas y guía usados. Esto sienta bien, restar en lugar de sumar.

Ahora, me espera un buen rato de “descanso” obligatorio mientras proceso todo el contenido del paquete: hay que sacarlo todo, reenvasar cosas, juntar las nuevas provisiones con los restos que han llegado hasta aquí y rehacer la mochila, esperando que siga entrando todo. Me busco una sombra.

Lescun tiene albergue, un hotel, un par de bares y una tienda. Es la tienda lo que me interesa. El albergue me mira, es un edificio muy bonito con pinta de ser un lugar muy agradable y, técnicamente, me lo podría permitir pero… no debo. Si, además, sé que voy a dormir mejor en el monte…

La tienda no está mal, tiene casi de todo. Me compro, ahora sí, ese trozo de queso brevis que había evitado en las granjas por el camino. Un trozo bien grande. Cómo me voy a poner.

Dudo si auto-homenajearme con una comida en el restaurante y, al final, decido que me parece bien. Me pesa algo el tiempo que voy a tardar pero supongo que me lo he ganado… pero resulta que el lugar está cerrado a mediodía. Pues nada, vuelvo a la tienda, me compro una tonelada de cosas ricas y vuelvo a la sombra.

Contacto telefónico con casa para fijar cita, tal como estaba previsto, en Candanchú, dos días después, y mensaje claro: estoy asustado, tráeme la Cave 2.

El pueblo tenía bastante actividad cuando llegué, a media mañana pero, para cuando termino de comer y descansar, todo el mundo ha desaparecido y todo está cerrado. Me planteo a quién preguntar por el pronóstico del tiempo, que es el dato que me falta por recopilar, y veo que mi única opción es el pescatero, que tiene su furgoneta/pescadería aparcada aún en medio de la placita. Pues se lo sabe y las noticias no son muy buenas: tormentas en ciernes. No me extraña, con el calor que hace. Mala cosa, cuando tengo que subir a las alturas a continuación.

La pescadería de Lescun

Me da pereza salir de mi sombra para ponerme a caminar otra vez bajo el calor aplastante de esta sobremesa pero ya me he pasado más de 3 horas aquí y tengo que continuar. Au revoir, Lescun.

Camino sin muchas ganas pero convencido. Es todo para arriba pero resulta sencillo seguir la ruta, por pistas y luego caminos. El sendero se acerca a las paredes que cierran el horizonte inmediato mientras el viento se pone a soplar, se forman nubes e incluso caen unas gotas, nada halagüeño. Me cruzo con otros senderistas que bajan hacia el valle pero yo parezco ser el único que va para arriba a estas horas.

Parece que el valle se acaba aquí pero las crestas enfrente no son aún parte de la cresta principal, que está más atrás, más arriba; hay que superar este primer escalón por la pequeña y escarpada vaguada que se intuye a la derecha pero el sendero es claro y no ofrece dudas. Arriba, una bonita explanada y la vista del cordal principal. En la explanada está la cabaña de Bonaris, con una buena fuente donde rellenar la botella. Hay otros dos mochileros allí, charlando con el pastor residente, que me advierte que tenga cuidado con el cerdo, que a veces se come las mochilas que la gente deja apoyadas por ahí… y que es broma; aunque yo me lo creo, el cerdo es gigantesco y tiene pinta de poder comerse una mochila entera de un bocado… por lo menos, la mía, que es ligera y pequeña; lo tendría peor con las de los otros dos compañeros de sendero que, descubro con alegría, van para arriba también: así me siento acompañado.

Cabañas cerca de Bonaris

Salgo para arriba, hacia el port du Pau. He vuelto a los mapas 1:50.000 después de un buen trecho de haber usado 1:25.000 y se nota la diferencia. Qué pena que los 1:25.000 pesen tanto y sean inviables para una ruta tan larga porque no hay color. De hecho, a pesar de que, a mitad de subida (contando desde la cabaña del pastor), tras un recodo donde tengo buena vista de todo lo que falta, me paro a estudiar mapa y terreno, no consigo identificar del todo a qué punto de la cresta me estoy dirigiendo. Me desasosiega esto de no acertar a mapear el terreno. De todas formas, está todo bien señalizado y el sendero es muy claro así que me dejo llevar.

Cuando por fin llego arriba, en el port du Pau hay un poste que, indicando hacia el sur, marca el camino hacia la Selva de Oza; en la vista hacia allí, reconozco los familiares perfiles del valle de Guarrinza y Oza y caigo en la cuenta: el port du Pau es ¡el puerto del Palo! Curioso, nunca había llegado a hacer esta ascensión desde el sur y hoy he acabado por llegar aquí desde el otro lado. Me agrada encontrar vistas familiares y me gusta mucho poder correlar la ruta presente con todo lo que he ido visitando a lo largo de los años.

El tiempo está definitivamente revuelto. No ha terminado por llover, afortunadamente, y las nubes se mueven rápido, vienen y van, a causa del, a ratos, fuerte viento. A ratos, en el cordal; supongo que será más continuo en altitud, donde ya no hay obstáculos.

A partir del port du Pau, la ruta es más o menos plana, con algunas subidas y descensos menores, a lo largo de la ladera norte, siempre cerca de la cresta. Esta travesía es muy bonita: los prados de altura y las vistas a los valles, el vallée d’Ossau y sus valles laterales. Aparece Lescun, a lo lejos, en alguna ocasión, quedándose atrás ya. El sendero es perfecto, una pequeña trocha pero muy fácil de seguir y con los escasos cruces (aquí y allá, algún camino que sube de los valles) bien señalizados.

Tramo recién recorrido: el circo de l’Hers

La idea es llegar a Arlet. Tengo el tiempo justo para hacerlo sin un esfuerzo descomunal, apurando el día pero sin llegar en penumbra y, de cara al día siguiente, es casi perfecto: me permitiría una etapa corta (para mis estándares) y tranquila para llegar a Candanchú a media tarde, como mucho. Arlet, a todo esto, es un refugio guardado. Como es habitual en los refugios franceses (y lamentablemente no habitual y hasta perseguido en los españoles… como de costumbre en España, campeones en estupidez), es posible acampar cerca del refugio. Esa es mi intención inicial. La presencia del refugio tiene dos ventajas fundamentales: una, que es seguro que habrá agua; otra, que si el tiempo se pone muy feo (y, tal como está la cosa, es muy posible que lo haga), siempre queda la opción cobarde de refugiarse dentro. La cosa es que, aparte del pronóstico de tormentas y de las nubes negras que vienen y van, hace mucho viento y, tras una noche casi sin dormir a cuenta del viento, me seduce negativo volver a montar el Spinnshelter en estas condiciones. Habrá que ver cómo está de resguardada la zona del refugio o zonas aledañas, no conozco el terreno. Yo prefiero acampar y, por momentos, cuando el viento se calma y el sol asoma, parece una opción buena pero hay ratos en que todo se pone muy oscuro y el viento sopla fuerte y frío. Ya veremos…

Ya digo que estaba esto bien señalizado

Por el camino, paro a comer y me alcanza la pareja que dejé en la cabaña del pastor. Van a Arlet también. Es curioso que anoche durmieron en la misma zona en que lo hice yo aunque, dado que lo hicieron en una cueva, el viento no les debió afectar. Poco después, les volví a pasar y ya no les vi más hasta Arlet.

El camino sigue siendo muy bonito pero se hace largo. Es de estas situaciones y recorridos que se hacen de forma muy fluida al principio del día pero se hacen eternas al final del mismo, especialmente cuando ya se lleva una buena historia detrás. Aún así, marcho tranquilo, nada de las prisas y esfuerzos de días anteriores.

Llego, por fin, a Arlet. Tengo bastante claro que me voy a quedar dentro del refugio: el tiempo está malo, mucho viento, sobre todo, y es al viento a lo que más temo. A pesar del relativo resguardo de las paredes de los montes próximos, las ráfagas son fuertes y, lo que es peor, vienen de direcciones diferentes, quizá precisamente desviadas por dichas paredes. Hace hasta un poco de frío, aunque eso no me importa.

Refugio de Arlet. El lago, a la izquierda

Entro y está todo el mundo cenando. Pregunto y me dicen que ok, que puedo dormir, pero no cenar. Perfecto porque yo prefiero cenar fuera y consumir mi comida, que para eso la cargo.

Salgo, me abrigo y me busco el flanco del refugio que mejor me parapete. No está del todo claro porque el viento cambia de dirección constantemente pero, por suerte, parece ser que el lado más protegido es el que mira al sur, que es el que tiene mejores vistas y no tiene puerta, con lo que no tendré gente pasándome por encima todo el tiempo.

Un buen rato después, aparece la pareja de antes, acercándose. Pasan por delante de mí y me comentan brevemente que están muy cansados pero contentos de haber llegado ya y que van a preguntar en el refugio si hay sitio; están como yo, con pocas ganas de acampar con este tiempo. Que, por cierto, hay gente acampada. Hoy no les envidio mucho aunque la mayoría de las tiendas tienen una pinta bastante sólida.

Minutos después, veo a la pareja alejarse del refugio camino adelante. No han vuelto atrás a contarme qué ha pasado pero no hace falta adivinar mucho para pensar que no había sitio. Lo que no sé es a dónde van, con lo tarde que es… y me extraña que no les hayan dejado quedarse, habiendo una habitación extra (el refugio de invierno, abierto y no guardado durante tal estación) en la planta baja… quizá les hayan dado una alternativa válida, eso espero.

Termino mi cena y tengo tiempo de relajarme y ver la puesta de sol, aunque el ambiente no es nada acogedor: viento y frío. Una imagen reveladora: hacia el oeste, se distingue perfectamente la inconfundible silueta cónica del pico Anie, el primer 2.500 del pirineo occidental. Anoche, dormí muy cerca de su base. Lo veo y me resulta difícil de creer: está ¡lejísimos!!! Absolutamente a tomar por culo, en el quinto demonio o cualesquiera expresión que se pueda usar pero, desde luego, mucho, muchísimo más lejos de lo que uno esperaría que se puede llegar a pie en un día. ¿Todo eso he andado yo? Y no sólo yo, la pareja de antes también… la idea aquí es que, realmente, andando se puede llegar mucho más lejos de lo que parece a simple vista, especialmente en este asquerosamente motorizado mundo donde parece que lo que no corre mucho, no vale… señores, señoras, tengo el placer de anunciar que no es así; por nuestros propios y humanos medios, esas piernas peludas, podemos viajar y llegar realmente lejos.

Pico Anie, en el centro; lejos, lejos… ¡12 horas de camino! (aunque con 3 y media de descanso)

La sesión de higiene cuesta cara hoy, con el ambiente gélido, pero se hace, no hay tregua en esto. Estiro las horas de luz y las de penumbra para ver el precioso atardecer, a costa de aguantarme el frío, y eso que estoy abrigado. Es curioso cómo la ausencia de actividad cambia las tornas.

Durante la noche, el viento aullaba, a ratos, tanto que daba hasta miedo, incluso desde dentro del refugio. Cómo me alegré de estar ahí dentro. Y luego seguro que, fuera, no era para tanto y se podía estar bien también pero, especialmente después de la experiencia de la noche precedente, me alegré infinito de tener un techo y paredes de madera y no de nylon.