Sea del tipo que sea, tanto en lo que respecta a diseño como a materiales, es conveniente seguir este pequeño decálogo:

  1. Evitar compresiones excesivas. La compresión daña la fibra aislante, sea del tipo que sea. Obviamente, no vamos a transportar un saco hinchado, pero conviene que la compresión sea lo menor razonablemente posible, tanto en el grado de compresión como en el tiempo que dure. Es decir, no utilizar nunca una bolsa de compresión más pequeña que la que haya suministrado el fabricante y, si el tamaño de nuestra mochila lo permite, no está de más usar una más grande. Y, muy importante, jamás mantener el saco comprimido un minuto más de lo imprescindible. Exagero un poco, ya sé; un minuto, una hora o un día más o menos no van a significar gran cosa, es una forma de hablar; pero nunca mantener el saco comprimido por periodos prolongados, eso le hace mucho daño. Y, al hilo de esto: jamás comprar un saco que, en la tienda, está almacenado en su bolsa de compresión.
  2. Airear después de usar. Durante la noche, nuestro cuerpo produce una considerable cantidad de humedad que debe viajar a través del aislamiento del saco. Airear el saco por las mañanas contribuye a evacuar lo que haya quedado retenido entre las fibras, lo cual redundará en un mejor funcionamiento en noches sucesivas y evitará el riesgo de que el saco se empiece a saturar.
  3. Evitar ensuciar el saco. Dormir desnudo o, en general, con la piel en contacto directo con la pared interna del saco, no es una buena idea. El cuerpo segrega sustancias que acaban llegando a las fibras aislantes, impregnándolas y dificultando su trabajo. Llegará un momento en que el saco funcionará considerablemente peor y se hará necesario lavarlo (algo a evitar, en la medida de lo posible). Igualmente, es conveniente no introducir dentro del saco cosas sucias o dormir con la misma ropa que hemos usado durante el día (o los días). Idealmente, deberíamos usar un conjunto limpio de ropa para dormir, como el pijama de casa pero utilizando la misma ropa que para caminar (un juego diferente, claro está).
  4. Evitar, en la medida de lo posible, lavar el saco. El lavado es un proceso un tanto traumático para las fibras aislantes. Será inevitable, tarde o temprano; pero mejor tarde que temprano. Evitar lavar el saco porque ha acumulado cierto olor, eso son cosas que sólo importan en el mundo urbano. Airear y listo. El lavado deberá realizarse cuando se detecte que el saco ha perdido prestaciones y se sospeche que la suciedad acumulada puede ser la causa.
  5. Lavar el saco cuando esté manifiestamente sucio. No es por cuestión de etiqueta o para borrar trazas de olores varios; eso, en la montaña, da igual. Lo importante es que un saco sucio no va a funcionar bien y, atención, la suciedad más importante no es siempre la más visible: lo que nos importa aquí son las partículas de suciedad que impregnan las fibras y les impiden cumplir su función adecuadamente. Si se detecta que un saco “calienta” menos de lo que debiera, quizá requiera un lavado.
  6. Si se lava, hacerlo con cuidado. El secado, también.
  7. Protegerlo de la humedad. La humedad es el enemigo número uno de las fibras aislantes y nuestro objetivo primordial es protegerlas de ella, tanto durante el uso como mientras está empaquetado. Durante el día (o, en general, mientras va en la mochila), conviene exagerar la protección. Durante una lluvia prolongada, el agua acaba colándose por todos los sitios y esa estrategia de protección que nos sirvió para mantenerlo todo seco durante una descarga de 3 ó 4 horas puede no ser suficiente cuando nos enfrentamos a varios días seguidos de lluvia. El agua tiene una capacidad asombrosa para acabar empapándolo todo si se le da tiempo. Además, hay que prever circunstancias de humedad masiva como cruzar un río profundo, una caída en el agua o una pérdida de alguna botella que transportemos en la mochila. No puedo dejar de insistir en cuán importante es evitar que cualquiera de estas cosas afecte al saco de dormir. Personalmente, creo que con una doble barrera impermeable es suficiente. Si la bolsa de compresión del saco es impermeable y estanca (algunas lo son), con una bolsa de plástico adicional basta. ¿Exagerado? Siendo el saco de compresión estanco, quizá… pero este, insisto es un asunto en el que conviene invertir unos gramos más (una bolsa de basura no pesa más de 10) y estar seguro, especialmente si el saco es de pluma. Si la bolsa de compresión no es impermeable y estanca, utilizo dos bolsas de plástico.
  8. Llevar un saco adecuado a las temperaturas esperadas. No es buena estrategia tener un saco para todo si por “todo” entendemos condiciones muy variadas; un saco de invierno implicará noches sudorosas y, lo que es peor, mucho peso muerto en verano. Más comúnmente, procurar no exagerar a la hora de elegir el saco. Estudiar bien el rango de condiciones posibles y probables y obrar con sentido común. Los viajes largos dificultan este aspecto porque todo es menos previsible y el abanico de posibilidades se dispara pero el proceso es el mismo. Se suele escuchar/leer por ahí que, para estar seguro, se debe acarrear un saco útil para unos 5 grados C menos de la temperatura más baja esperada. No es mal aviso, esto es algo con lo que no hay que jugar, pero lo considero un poco exagerado. Personalmente, prefiero llevar un saco apto para las temperaturas más bajas esperables, no más; y, si luego las hay más bajas, complementar con ropa (el saco debe tener la amplitud suficiente para esto). Todo esto depende, también, no ya de la posibilidad de que se dé una cierta temperatura sino de la proporción de ocurrencias esperadas. Si se prevé como una circunstancia poco habitual, razón de más para no cargar peso muerto durante todo el viaje. Una vez más, conceptos como la versatilidad y la multifunción son claves para optimizar el peso llevado sin sufrir en prestaciones.
  9. Complementarlo con ropa. Uno de los mitos comunes del mundo de los sacos es que, para aprovechar su poder aislante, hay que usarlos sin ropa adicional. Hay quien defiende que esto es fundamental para facilitar que el calor corporal alcance y temple el aire atrapado en la capa aislante. No niego que esto pueda tener su sentido pero mi experiencia es que, cuando tengo frío, me visto con ropa adicional y mi situación mejora. La única contraindicación importante de vestirse dentro del saco es que la falta de espacio interior provoque una compresión de la fibra aislante (de la del saco y de la de la ropa adicional que usemos), con lo que podemos estar, efectivamente, empeorando las cosas; eso o que la ropa que usemos esté muy sucia y/o húmeda, lo cual no impide que la utilicemos para dormir pero sí constituye un factor que lo desaconseja. Por lo demás, cuanta más ropa usemos, de más aislamiento dispondremos. El efecto de las diferentes capas de aislamiento que aportemos es acumulativo: 5 cm. de aislamiento en el saco más 3 cm. de una chaqueta tienen el mismo efecto (donde cubra la chaqueta) que un saco con 8 cm. de aislamiento. Es, por tanto, absolutamente aceptable (e, incluso, aconsejable, desde una filosofía ultraligera) complementar el saco con ropa.
  10. En los sacos momia (en realidad, en ninguno; pero es en los momia donde más merece la pena apuntarlo), evitar exhalar dentro del saco. Esto provoca la introducción de una cantidad importante de humedad en el aislamiento, algo que hay que procurar evitar a toda costa. Hay dos situaciones típicas en las que esto se suele llegar a producir: cuando hace mucho frío, porque protegemos la cara metiéndola dentro del saco; y como consecuencia de dar vueltas durante el sueño girando el cuerpo dentro del saco (y sin mover este). Esto último es tanto más habitual cuanto más amplio es el saco. En cualquiera de los casos, evitar que suceda. El aire exhalado contiene mucha humedad y esto contribuye a mermar la capacidad aislante del saco. Para el caso de frío intenso, se puede solucionar fácilmente utilizando alguna prenda para cubrir la cara (pasamontañas, pañuelo, braga…) y respirar a través de ella.