Un viaje es mucho más que su recorrido físico pero el recorrido sigue siendo una parte importante del viaje. El PCT tiene secciones muy diferenciadas, tanto por la naturaleza física como por la época en la que se recorren y la división típica me viene perfecta:

Sur de California

El PCT busca las montañas en el sur de California, tanto cuando siguen la dirección norte-sur como cuando no; tampoco hay mucha más opción. El sur de California me ha recordado mucho a las tierras del centro de la península ibérica. El clima y la vegetación son similares y buena parte de la realidad física, también; aunque con una diferencia: las montañas son una divisoria de aguas y una marcada divisoria de dos mundos. Y, por lo que al trazado del PCT respecta, el único lugar viable. Hacia el oeste, las megalópolis urbanas se van haciendo tan grandes que casi se fusionan. Hacia el este, el desierto.

Las montañas Laguna, San Jacinto, San Bernardino y San Gabriel, más algunas otras cordilleras menores, bloquean la humedad del Pacífico y originan las áridas tierras de los desiertos de Sonora y Mojave. Resulta curioso, a la vez que espectacular, caminar entre los pinares de cualquiera de estas montañas ante la vista del desierto, al este, mil metros verticales más abajo. Más curioso aún es hacerlo entre arroyos cantarines y bloques de nieve o, incluso, amplias extensiones aún nevadas. Es lo que pasa cuando hay que subirse a más de 3000 metros a mitad de mayo; aunque sea en el sur de California.

En las pocas ocasiones en que es necesario bajarse de las montañas, el sendero toma, habitualmente, la vertiente árida y aquí experimentamos de primera mano lo que, hasta entonces, era sólo una vista desde la distancia. El desierto californiano tiene arena pero no está desprovisto de vida, tanto vegetal como animal y, personalmente, ha significado un gran descubrimiento. Caminar por el desierto fue hermoso. Las luces oblicuas del principio y final del día suponían un espectáculo especial y diferente.

El sur de California también tiene su rutina, muchos kms de pistas y caminos polvorientos, entre vegetación arbustiva con poco cobijo del sol inclemente y con la civilización casi siempre cerca, lejos de mi romántico ideal del PCT. El aproximadamente mes y medio que se tarda en llegar a las grandes montañas no es, de todas formas, ni un trámite ni un mal necesario para quien quiere recorrer el sendero completo. La belleza está siempre a la vuelta de cualquier esquina y esta sección tiene, sin duda, la suya particular.

Descendiendo hacia el árido valle de San Felipe

La Sierra Nevada

Espectaculares montañas de relieves abruptos e intimidantes, extensos bosques, ríos, lagos… vienen a ser como nuestros Pirineos pero más grandes, en todas las dimensiones: a lo largo, ancho y alto; y, sobre todo, más silvestres, menos alteradas.

En junio de 2006, la Sierra Nevada estaba todavía muy nevada. Todos los años queda algo de nieve pero en este año había mucha más de la habitual. La travesía de la Alta Sierra tomó un tinte un tanto épico. Nunca me había pasado tanto tiempo en la nieve. Fue duro pero fue también, probablemente, la sección más memorable.

La nieve acumulada plantea un problema adicional que, a la postre, resultó el obstáculo principal: los ríos. Hubo que cruzar muchos. Algunos, profundos; otros, embravecidos. Los momentos más tensos y arriesgados de todo el viaje sucedieron en alguno de estos.

Como consecuencia de todo ello, esta fue, paradójicamente, la sección más social; al menos, para mí. La única en la que compartí el viaje con otros de forma regular.

Afortunadamente, lo tardío de la primavera hizo que los mosquitos no empezaran a incordiar hasta más allá de Yosemite.

Rolling Thunder y Three Gallon en el descenso de Mather Pass

Norte de California

El norte de California supone un cierto estado de relajación pos-orgásmica. El escenario es aún bonito pero incomparable a lo que acaba de quedar atrás. Los kilómetros empezaron a importar más y el viaje empezó a parecerse a un trabajo sin fines de semana.

La Sierra Nevada va difuminándose poco a poco hasta que el granito da por fin paso a las rocas volcánicas. Las montañas son más bajas y están atravesadas por los profundos y estrechos valles transversales de los grandes ríos que han conseguido abrirse camino. Bajar a estos valles para inmediatamente volver a subir era un duro aunque interesante ejercicio, al atravesar diversas zonas climáticas. En las profundidades, y en medio del verano, el ambiente era muy caluroso, casi opresivo.

Los bosques no dan tregua y cubren prácticamente todo el terreno. A menudo, son enmarañados y densos hasta el punto de que hay que hilar fino para encontrar acomodo por las noches.

En 2006, una cierta ola de calor trajo temperaturas que yo no había encontrado ni siquiera en las tierras áridas del sur. Incluso, el agua volvió a ser un problema en alguna sección, con lo que hizo falta un cierto reajuste mental. En la Alta Sierra, el problema era el exceso de agua.

El norte de California tiene uno de sus atractivos en la vertiente humana, esas pequeñas localidades a las que regularmente se acerca el PCT y donde se encuentra gente amable y sencilla, la américa profunda en su mejor versión.

Por fin, se aprecia el cambio de escenario según la Sierra Nevada transiciona hacia las Cascades y empieza la serie de grandes montañas aisladas que se elevan sobre todo lo que les rodea: son volcanes y serán una constante hasta el final de trayecto.

Mt. Shasta, el primer gran volcán de las Cascades

Oregon

Oregon fue una carrera. Y no sé si fue lo correcto o no. Quizá sucumbí a la presión (es un decir) del tópico de que es muy plano y se hace en un par de semanas. Pues sí se puede hacer en ese par de semanas pero a costa de caminar mucho.

Desde luego, el PCT en Oregon no es plano, ni mucho menos. No existen los valles profundos del norte de California pero el terreno es montañoso, obviamente, no podía ser de otra forma. Las Cascades en Oregon son una sucesión interminable de montañas de tamaño modesto, cubiertas de bosque hasta donde alcanza la vista y salpicadas aquí y allá por esos volcanes que crecieron más que los demás: Thielsen, McLoughlin, Washington y los gigantescos montes Jefferson y Hood, coronados por grandes glaciares.

Oregon es monótono, dentro de lo bonito. En la península ibérica, apreciaríamos la sucesión infinita de bosques y lagos pero allí acaba siendo rutina. Los lagos, por cierto, significaron la vuelta de un mal compañero de viaje que yo consideraba ya olvidado: los mosquitos, que alcanzaron, por momentos, niveles insoportables. Nadie les había dicho que en agosto ya no deberían estar ahí.

Oregon en 2006 ha estado marcado por el infierno de los incendios forestales. Incendios de envergadura histórica, ardiendo sobre la misma traza del sendero. Para cumplir mi premisa de un itinerario continuo, tuve que pasarme dos días y medio caminando por carreteras. Los dos días más horrorosos de todo el viaje. Jamás me sentí tan desamparado, tan vulnerable, tan cansado y, paradójicamente, tan solo.

Las jornadas largas y polvorientas castigaron mis pies y los días en la carretera, junto a mi propio descuido, me dejaron una lesión de cuádriceps que arrastré durante casi dos semanas. Oregon era fácil pero resultó duro, a la postre.

Los infinitos bosques de Oregon

Washington

Washington comenzó donde Oregon lo había dejado pero yo sabía que lo mejor estaba por llegar. A modo de bienvenida, comenzó a llover al segundo día; lluvia y frío, un aviso, también, de que lo “mejor” estaba por llegar.

Cuando hablo de retomar la tónica de Oregon incluyo la parte más vistosa: nuevos ejemplares de volcanes gigantescos y con glaciares cada vez más grandes, según vamos hacia el norte: Adams y, por fin, Rainier, el gigante de las Cascades, con su cara norte completamente cubierta de hielo. Alguna zona alpina como aperitivo y, después, más rutina polvorienta hasta llegar a donde yo estaba esperando: las Cascades septentrionales, donde de nuevo nos sumergimos en un mundo de montañas de relieves extremos, montañas hasta donde alcanza la vista y que incluyen algunas de las regiones más remotas de todo el PCT.

Y es en medio de tanta maravilla cuando el barómetro se lanza en picado y tengo que cambiar los pantalones cortos por los guantes. Tiempo gélido, viento helado, nubes negro-oscuro y, por fin, nieve. Más de una semana de mal tiempo, sin apenas tregua, para un final un tanto épico, una lucha constante por mantener la temperatura corporal cuando el mundo que te rodea está empapado y la temperatura es baja. Una pequeña agonía por llegar a Canadá antes de que el inminente invierno diera por cerrada la temporada. Las Cascades presentaban su cara más bella y dura, con preciosos colores otoñales en los valles y nieve en los picos. Con el sendero a caballo entre ambas cosas. En perspectiva, un final con estilo.

El glaciar Adams, auténtico río de hielo en el monte homónimo