This entry is part 17 of 118 in the series PCT Relato Completo

Distancia: 17.5 m / 28.2 km. Acumulado: 879.7 m / 1415.7 km

A la mañana siguiente, lo primero que miro es el tiempo: quedan nubes pero la mayor parte del cielo visible es ¡azul! y las nubes que quedan están agarradas a las cumbres de alrededor… nubosidad de condensación, aparentemente. Parece que todo va a ir bien por el lado del tiempo. Y, si el tiempo está bien, todo está bien.

Mather Pass es, supuestamente, el más difícil de la serie. La cara sur es muy empinada y es conocido por su infame cornisa. Veremos qué nos encontramos.

Por el momento, la mañana es fría glacial. Hoy no notamos el efecto catabático pero yo creo que hace más frío que nunca. Especialmente dolorosa es la operación de ajuste de los crampones, con los que voy a intentar una tercera configuración, habida cuenta de que la primera, en Glen, y la segunda, en Pinchot, no terminaron de funcionar bien. Si quiero conseguir un ajuste seguro, tengo que hacerlo ahora, a las puertas del paso en el que más la voy a necesitar. Qué frío está el aluminio, cagüentó…

Con manos petrificadas (yo) pero buen ánimo (todos), retomamos la ascensión. Infinito panorama de suncups pero ahora, congeladas, son más fácilmente negociables y avanzamos a buen ritmo. El escenario, una vez más, es más espectacular de lo que las palabras pueden describir. Según avanzamos y suavemente subimos, el valle va llegando a su final y, allí, se amplía (era amplio ya) en una gigantesca hoya de suave relieve que conduce al inequívoco collado al que deberemos subir. Ahora, ya lo tenemos enfrente: Mather Pass, cuya subida está casi totalmente cubierta de nieve, a pesar de la inclinación y la orientación. Hoy estamos con la moral alta y no tenemos miedo a nada. Bueno, hablo por mí… es que, como ya he dicho alguna vez, yo soy un cagao y yo sí que suelo tener miedo a las cosas, los collados, las cornisas y tal… seguro que estos dos no pero, hoy, ¡yo tampoco! ala.

Aprovechando las islas de roca en el escenario más espectacular. La Alta Sierra

Esta vez está claro, chavales: Mather Pass es ese de ahí

Llegamos a la base de la pared a hora idónea, cuando la nieve se está empezando a fundir y es fácil plantar el pie de forma segura sin tener que estar colgando de las mini-puntas de mis crampones de juguete. RT y TG llevan crampones más sólidos, acero de 12 puntas aunque, con zapatillas, igual que yo, mejor para ellos no encontrarse con nieve petrificada.

Precisamente por la diferencia en crampones, diferimos también en estrategia para subir. Mis cramponcitos funcionan suficientemente bien salvo por el limitado éxito de su ajuste. Hasta ahora, me ha sido imposible conseguir que no se muevan ante esfuerzos laterales, tales como los que sufren en un flanqueo. A pesar de que esta mañana he hecho un último intento de afinar con la regulación en anchura, aún no me fio de ellos en las diagonales; conclusión: yo prefiero subir en línea de máxima pendiente. Así, me aseguro que los crampones no se moverán de su sitio. Por muy fuerte que sea la pendiente, me siento más seguro así.

El caso es que, a mitad de camino entre la base y el collado, hay una franja de roca. Mis compis la rodean por un lado y luego enfilan el collado en diagonal para evitar salir de la nieve. Yo les sigo pero, una vez en la roca, me quito los crampones y atravieso en horizontal para colocarme justo bajo el paso y poder seguir directo. Tediosa y delicada operación de quita y pon en condiciones un poco precarias pero todo por evitar el mencionado flanqueo.

La pendiente tendrá unos 40º; probablemente, lo más vertical que hayamos tenido que subir sobre nieve en todo el PCT. Nada del otro jueves para estándares montañeros pero la épica de las zapatillas le da un punto interesante a una pendiente de 40º. RT llega el primero y comprueba que la temida cornisa es casi inexistente. Un último metro vertical, eso es todo. Nos lo aplasta un poco para que a los de detrás nos cueste menos. Otro hito feliz y esta vez lo celebramos casi como en aquel ya lejano Forester. Las vistas desde Mather son, probablemente, las más amplias y arrebatadoras hasta ahora. Mather es un «docemil» (12100 pies, 3630 metros) y el panorama hacia el sur es sublime, con el añadido de mostrarnos nuestro camino de hoy y buena parte del de ayer. Casi vemos Pinchot, como casi veíamos Mather desde allí, ayer a mediodía.

Thunder, qué leches haces que no estás mirando el panorama…

El descenso es de los que más nos gustan: ¡deslizar de culo! Así sí que se avanza rápido. La bajada inicial nos deposita en la esplanada previa a los lagos Palisade, otro valle de altura de escaso desnivel completamente cubierto de nieve; y aquí es cuando TG nos empieza a odiar porque este es el terreno ideal de las raquetas. Es broma, TG es un tío de lo más estoico y bonachón, seguro que no nos odia nada; pero, aquí, RT y yo vamos mucho más felices. De todas formas, todo es tan bonito que vamos felices de todas formas. Llegados a la orilla del primero de los lagos, encontramos un trocito desprovisto de nieve e increíblemente seco y allí nos arrepantingamos para comer. No hay viento y el sol calienta tanto que casi se me secan del todo (por primera vez en varios días) zapatillas y calcetines…

…para nada porque, a nada que retomamos el camino, la nieve húmeda me los devuelve a su estado natural (empapados), a pesar de las raquetas.

Hierba seca, picnic en el parque

Pasada la parte eufórica del día, la depresión post-orgásmica llega a su turno del ciclo y empezamos a estar hasta el gorro de tanta nieve. Esta vez, si cabe, con más razón que nunca: llevamos en la nieve desde ¡ayer por la mañana! y necesitamos un descanso. De ahí que, cuando por fin concluímos la interminable travesía de los lagos Palisade y RT, que va delante, se asoma al balcón que se adivina detrás, se oye un grito: «Dirt!!!» Que no sé muy bien cómo traducir al castellano, de ahí la versión original… ¿»Tierra»??? Parecería Colón en trance caribeño… bueno, es igual; lo que RT quería decir es que lo que veía desde ahí ¡no!!! era nieve… ¡se veía suelo! y para allá corrimos TG y yo para contemplar el hallazgo: un precioso-y-desprovisto-de-nieve valle, el de Palisade Creek. Helo aquí:

Palisade Creek, nuestro valle prometido

Un enorme talud nos separa del suelo del valle pero, albricias, tampoco aquí hay nieve ya y podemos volver a caminar como personas normales. Parecía difícil creer en un mundo sin suncups pero ¡existe!

Y, a todo esto, ¡el sendero! Ya casi ni nos acordábamos que teníamos un sendero que seguir… bueno, pues aquí está también, alto y claro; como si no hubiera habido nieve nunca.

Y ahí se acaban las buenas noticias. Las malas es que salir del infierno blanco nos ha llevado más tiempo del previsto (como siempre, vamos…) y se nos hace tarde. Y, pensamos, «no importa: ahora podemos caminar a buen ritmo, por fin…». Bueno, pues no, y esto son las otras malas noticias: el valle este tan bonito y limpio de nieve está constantemente bloqueado por árboles caídos. Una barricada tras otra; la mayoría, infranqueables, que hay que rodear y, enlazando barricadas, enlazas rodeos y cuesta hasta volver al sendero. El caso es que el avance sigue siendo penoso y la progresión, lenta.

Tocamos fondo a nada menos que 2400 metros, casi nos sobra oxígeno, y afrontamos la siguiente subida a una hora intempestiva y con las fuerzas más exhaustas que nunca. En estas condiciones, de nuevo, hay que tirar de la épica, apretar los dientes y decirse a uno mismo que hay que seguir. Al menos, una hora más. Muir Pass aún está preocupantemente lejos.

El nuevo valle es de lo más angosto y recluído y hace rato ya que no llega el sol. Las paredes son tan verticales que me recuerdan a una versión en granito de las gargantas de los Picos de Europa. Hace frío.

Hacemos lo que podemos y conseguimos arrastrarnos hasta aproximadamente 7 millas del siguiente hito, Muir Pass. Mucha distancia y muchísimo desnivel pendiente pero no podemos más y el día tampoco da más de sí.

Volvemos a acampar en el bosque acogedor.

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