This entry is part 20 of 118 in the series PCT Relato Completo

Distancia: 17 m / 28 km. Acumulado: 930 m / 1497 km

En el PCT, viajamos con un equipo minimalista, cada uno según sus posibilidades y, normalmente, esto requiere o, al menos, aconseja, acampar en sitios resguardados, como estrategia para salir adelante con menos. Es decir, no estamos muy acostumbrados a acampar en sitios tan altos y expuestos y eso, quizá, nos hace apreciar especialmente lo espectacular que resulta dormir aquí arriba, un poquito más cerca de las estrellas. Por la mañana, eso sí, pasamos menos frío que la mayoría de noches en el fondo de los valles, efecto paradójico pero bien conocido por los montañeros.

El descenso es poco empinado; algo importante, habida cuenta de que, por la mañana, la nieve está congelada. Necesitamos los crampones pero el terreno no es comprometido. Yo me los acabo quitando en cuanto llego a la primera esplanada, harto de su penoso ajuste.

Entramos en el bosque enseguida, en la amplia cabecera del valle de Bear Creek, por el que tendremos que bajar. Bear Creek es ahora nuestra preocupación: el único obstáculo importante que nos separa de Lake Edison. Bear Creek es, supuestamente, otro de los vadeos difíciles. Y, encima, hay que vadearla dos veces, con lo que nos preguntamos si no merecería la pena resolver el problema de un plumazo evitando ambos vadeos… el mapa no muestra ningún obstáculo significativo pero decidimos ser prudentes y confiar en que quienes trazaron el sendero no serían tan estúpidos como para regalarnos dos vadeos potencialmente peligrosos «pa ná…».

El primero es muy sencillo, Bear Creek aún no es muy grande. Seguimos bajando por un precioso entorno de bosque abierto, casi totalmente nevado pero con pequeñas calvas que utilizamos para intentar seguir el sendero, que aparece aquí y allá. Es importante de cara a identificar el segundo vadeo.

Llegamos allí y este ya tiene mucha peor pinta. Bear Creek se ha enfadado y ahora engrosa la lista de ríos furiosos, con el añadido de que su cauce es muy ancho. Esto último, en realidad, es más positivo que otra cosa porque, cuanto más ancho, más se reparte el agua y menos profundidad tendrá. De hecho, no parece muy profunda pero el lecho es rocoso y en el torrente de aguas blancas no vemos lo que hay debajo.

RT «lee» el río para buscar el mejor lugar posible. Decidimos cruzar ligeramente río arriba del vado. Los vados están pensados para los periodos estivales, cuando el torrente lleva mucha menos agua, y no siempre van a ser el mejor sitio para cruzar en condiciones como las presentes. Merece la pena buscar bien. De hecho, la fase de búsqueda es casi más importante que el vadeo propiamente dicho.

Utilizamos nuevamente la técnica kiwi, lo cual nos sirve, sobre todo, para darnos cuenta de sus limitaciones. Esta vez, no sale bien. Funciona a medias, en el sentido de que llegamos enteros al otro lado, que era lo más importante (lo único importante, en realidad), pero esta vez nos cuesta mucho, física y psicológicamente. No lo pasamos bien.

El problema era que el cauce era muy rocoso e irregular y, encima, invisible y no siempre fácil de predecir. Más o menos, puedes intuír dónde va a haber una piedra, dónde una poza, pero con un límite. Y, en cualquier caso, era difícil encontrar una trayectoria que nos mantuviera a todos a la misma altura al mismo tiempo. En algún momento, llegamos a estar muy desequilibrados en este sentido (uno muy hundido, otro no tanto…) y eso nos lo puso difícil.

A posteriori, es difícil decir si hubiéramos cruzado mejor uno por uno pero creo que, si lo tuviéramos que hacer otra vez, hubiera sido así. No nos quedaron ganas de volver atrás a probar. Bear Creek no era demasiado profunda (ingle, en alguna poza) pero la corriente era muy fuerte e irregular, aguas blancas. Había sido el vadeo más complicado, hasta la fecha. Pero, ahora, ya nada importa; estamos al otro lado y ya no hay quien nos pare. En unas pocas horas, llegaremos al objetivo.

Bear Creek, el vadeo más difícil, hasta la fecha

Me dispongo a disfrutar del resto del día, con un suave y sencillo descenso a lo largo de un precioso valle. La nieve va cediendo terreno, luce el sol y todo sonríe. Es, quizá, el relax inherente a la situación lo que me permite cambiar de preocupaciones y es, creo, entonces, cuando mi cuerpo reclama atención y empieza a quejarse: tiene hambre. ¡Tengo hambre!

Me digo a mí mismo una y otra vez que no pasa nada, que sólo quedan unas pocas horas más… que, si he llegado hasta aquí, lo que falta no debería ser problema… pero mi cuerpo no escucha o no hace caso. Tengo hambre, me siento débil, no me lo puedo quitar de la cabeza y no lo estoy pasando bien.

Queda una última subida, para cambiar de valle. Tenemos que abandonar la compañía de Bear Creek y volver a subir hasta casi 3000 metros para, finalmente, bajar al valle contiguo, donde nos espera Lake Edison. Paramos a picotear algo antes de empezar a subir y yo, ahí, agoto todo lo que me queda. Hasta la última miga. Ya no hay más; con esto, hay que llegar.

Será físico o psicológico, o las dos cosas, pero el efecto me dura minutos, o ni eso. Mi única esperanza ya es que cada vez queda menos y ya me dedico a arrastrarme colina arriba, mirada al suelo y adelante.

Arriba del todo, volvemos a encontrar nieve pero nada serio. Otra cosa que encontramos es algo inesperado, a estas alturas: un thru-hiker. Es Todd, a quien no concíamos y que era parte, nos cuenta, de un grupo que entró en la Alta Sierra unos días antes que nosotros. El grupo se ha desmembrado y ya sólo queda él, que también se dirige a Vermillion Valley. Todd resultará un personaje con cierta relevancia en el resto de mi viaje, le encontraré más veces. Me quedo, ahora, con una de las cosas que me dijo tiempo después: «Cuando os conocí, aquel día, teníais una pinta horrible, parecíais muy cansados…». Puedes estar seguro que lo estábamos.

Desde aquí, ya es todo cuesta abajo, a través de una empinada ladera e innumerables zigzags. Me digo y me insisto que ya está, que ahora ya no va a costar nada pero sí cuesta. Me dejo caer por el sendero pero me siento muy débil y, de nuevo, sólo me puedo agarrar a que cada vez queda menos.

Tras el interminable tramo, llegamos por fin al valle. Allí, por fin, el primer indicio de la tierra prometida:

Señala bien, no nos vayamos a equivocar ahora…

Los escasos kms. hasta el extremo del lago Edison se me hacen eternos pero, por fin, helo ahí. Hemos llegado con tiempo de sobra y ahora hay que esperar al barco. No va a ser fácil, tampoco pero, por lo menos, ya no hay que caminar más. Basta con quitarse la mochila, el eternamente empapado calzado y tumbarse en la placa de granito caldeada por el sol. Ya está.

A RT le ha sobrado algo de comida. Me ofrece. Yo rechazo. Hay algo románticamente correcto en el objetivo de llegar de Kennedy Meadows a Vermillion Valley de forma autónoma y consideraré que he llegado allí cuando el barquito nos deje al otro extremo del lago.

Al rato (largo rato, debo decir), suena el inconfundible, antinatural, horrible y bienvenido ruido de un motor y allí aparece nuestro barco. Las huestes del VVR vienen a buscarnos.

No era un yate pero servirá

Dos senderistas se bajan, no les conocemos. No son thru-hikers, de todas formas. El lago es muy largo y el viaje lleva un rato. Está represado en el otro extremo, algo muy raro en la Sierra Nevada, pero es lo que provoca que haya una pista de tierra que llega hasta allí y lo que posibilita la existencia del VVR, Vermillion Valley Resort. Es un lugar muy rústico, con unos pocos edificios de madera, sin tendido eléctrico o telefónico. Tienen un generador y un único teléfono, vía satélite. La pista de acceso es famosa por su dificultad: estrecha, eternamente larga y con vertiginosos barrancos, o eso dicen; yo no la conozco. Pero no es fácil llegar aquí, desde luego. Sus clientes principales son pescadores que vienen a pasar unos días de relax en el lago y, en esta parte de la temporada, los senderistas del PCT, que llegan aquí hambrientos y sucios.

Quizá por eso, en VVR saben cómo tratarnos. Cuando desembarcamos, no nos dirigen a las tiendas comunitarias con catres donde podremos dormir o a las duchas, no, no, no… «El almacén y el bar están ahí, en el edificio de la izquierda…¡la primera cerveza es gratis!». Esto sí que es atención al cliente. Vamos todos para allí, dejamos caer las mochilas en el porche y entramos en el paraíso: ¡dos filas de estanterías llenas de cosas para comer!!!

Ironizando con el argot… bienvenidos a VVR

Lo que sigue a continuación es algo que casi me ahorro contar. Nos pasamos horas comiendo; la cocina acababa de abrir y, en minutos, nos sirvieron una cena de cuya calidad no dudo pero no me pronuncio… una suela de zapato me hubiera sabido bien, también.

VVR tiene buena y mala fama a casi partes iguales: que si es muy caro, que si re-venden material de la hiker box… o que si son muy amables y hiker-friendly… Esperaré a agotar mi estancia aquí para hacerme una opinión. Por el momento, me gusta el hecho de que aquí los senderistas son no sólo bienvenidos sino, además, comprendidos y atendidos como necesitan. Entiendo que puede ser parte de estrategia comercial, lo cual no es necesariamente malo… no sé hasta qué punto los senderistas del PCT/JMT son parte sustancial de su negocio pero está claro que saben quiénes somos y a qué venimos. No es que en ningún otro sitio me haya sentido mal tratado (en absoluto, y este es un tema digno de mención en sí mismo… siempre me he sentido tratado con corrección hayá donde he estado, por muy sucio, maloliente o inusualmente ataviado que estuviera, dadas las circunstancias) pero, aquí, lo mismo que en Kennedy Meadows, los senderistas son parte del paisaje y a nadie le importan las pintas delictivas que tenemos. El propio lugar es extremadamente rústico y, digámoslo así, «sucio». La presencia de la palabra «Resort» en el nombre puede llevar a equívoco, especialmente en nuestra crecientemente pija península (la Ibérica, me refiero) pero VVR es, digamos, ostentosamente cutre. Es decir, el sitio ideal.

Vermillion Valley «Resort»

El resto del día es para relax, físico y mental; y comer y beber, esos placeres prohibidos. Yo destacaría, sobre todo, el aspecto mental. Por mucho que la obsesión se haya ido centrando en lo alimenticio, cuando ha faltado, eso es algo que se sacia relativamente pronto (lo que tarda uno en tragarse todo lo que cabe en el estómago…). El relax psicológico, sin embargo, es un proceso más sublime, prolongado e intenso: hemos concluído la que, probablemente, era la sección más difícil, dura y exigente de todo el viaje, y lo hemos hecho con éxito. Éxito no sólo porque hemos llegado sino porque ha sido fantástico y lo hemos pasado muy bien. Ahora, nos queda recordarlo y reflexionar sobre todo ello, sentados a una buena mesa (por muy cutre, es la mejor mesa de mi vida) o al calor de la hoguera. Queda la satisfacción por el trabajo bien hecho.

Echamos un vistazo al registro: sólo aparecen dos thru-hikers, Lico & Patience, que acaban de marcharse. Obviamente, no todos los senderistas pasan por aquí pero yo diría que una buena mayoría sí. Parece que no hay mucha gente delante. Ahora mismo, estamos en VVR nosotros tres más Todd y Dan; este último, un chaval encantador que está recorriendo el JMT y llegó ayer. Compartimos unas cervezas al calor de la hoguera con otros inquilinos y empleados del VVR. Hoy dormiré mejor que nunca.

Series Navigation<< Día 49: Colby Meadow – Selden PassDía 51: Vermillion Valley Resort >>