This entry is part 75 of 118 in the series PCT Relato Completo

Distancia: 30 m / 49 km. Acumulado: 1938 m / 3119 km

Salir desde civilización suele implicar no poder conseguir igualar los horarios habituales del sendero… que no es por no madrugar pero qué menos que un desayuno como el dios de los senderistas manda antes de salir… en el fondo, eso es combustible extra para el resto del día. El problema es que, hoy, la disponibilidad de agua dicta que hay que llevar una cantidad enorme o caminar 49 kms. En estas circunstancias, suelo elegir lo segundo y así lo decido también en esta ocasión. Pero hoy, además, está de por medio Crater Lake, un lugar por el que, definitivamente, no se puede pasar corriendo. Sería imperdonable.

Madrugo para desayunar a primera hora y allí me encuentro a dos senderistas que viajan de norte a sur; uno de ellos, incluso, es un thru-hiker, el primero que encuentro que esté haciendo el sendero de norte a sur (pocos lo intentan cada año). Ambos coinciden en preguntar algo que no me gusta mucho: «¿Qué tal los mosquitos más al sur…?» Bueno, qué pasa… no me iréis a decir que hacia el norte todavía quedan… Cuando les digo que no encontrarán muchos y hacen gesto victorioso, no me queda más que afrontar que el calvario insectil no se ha acabado aún. Ambos confirman que, efectivamente, hay muchos mosquitos aún al norte de aquí. Pues vaya… estamos a mediados de agosto, esto no debería ser así…

Me despido de todo el mundo y salgo sólo moderadamente tarde. Lo primero es subir lo que queda del monte Mazama para llegar al borde del cráter actual y, ya en esta subida, los mosquitos anunciados hacen su primera y fiera aparición.

Puedo imaginarme la emoción y, sobre todo, la sorpresa que sintieron los primeros exploradores que llegaron aquí. Crater Lake es invisible desde la distancia; no eres consciente de lo que hay ahí hasta que, prácticamente, llegas al último metro antes del borde del cráter. Yo juego con ventaja sobre aquellos porque sé lo que me espera pero, de verdad, ninguna foto te puede preparar para este sitio. Es demasiado espectacular.

No es ya la vistosidad paisajística, que también… es, sobre todo, contemplar este sitio y pensar en cómo se ha originado. Pensar que esa ladera que acabas de subir continuaba hasta más allá de 3000 metros, que ese enorme vacío que ahora tienes delante era el interior de una montaña. Que la isla en medio del lago es otro cono volcánico, con su propio cráter, perfectamente visible; casi como una copia en miniatura del monte que explotó y ya no está.

Las dimensiones resultan ciclópeas para la escala humana. Son visiones como estas las que contribuyen, creo, a ponernos en nuestro lugar en el mundo, a dejarnos claro que hay algo mucho más grande y poderoso que la raza humana, que está vivo, ahí, en el interior de nuestro planeta, aunque en nuestra limitadísima escala temporal no lleguemos apenas a percibirlo. Lugares como Crater Lake son como la página de un libro abierto donde leer la historia de la tierra.

El PCT, en su origen, no subía hasta el borde del cráter y rodeaba, en cambio, la base de la montaña, fuera de la vista del cráter y su lago. Tamaño despropósito era resuelto en la práctica por los senderistas que, por supuesto, no querían perderse esto y subían hasta aquí para enlazar con el sendero más adelante. Y fue más aún resuelto cuando se trazó un sendero alternativo que puede contarse, sin duda, como uno de los tramos más espectaculares de todo el PCT: durante unos 10 kms., el sendero bordea el cráter.

Es casi hasta difícil caminar por aquí. Es difícil continuar cuando todo lo que quieres es pararte y seguir parado, contemplando esta maravilla de sitio… pero hasta el avance progresivo añade atractivo, según las perspectivas cambian y se alcanza a percibir los detalles de las paredes del cráter, con sus vertiginosas laderas, aún con restos de nieve, y sus formas volcánicas imposibles.

Otra de Crater Lake. Imposible cogerlo entero

La travesía del borde del cráter en Crater Lake es otro de esos momentos gloriosos que contribuyen a alimentar el espíritu y a reafirmar la fe en el viaje; otro de esos momentos en los que sientes que estás donde quieres estar, que estás en el mejor lugar posible del mundo y que no quisieras estar en ningún otro sitio. Otro de esos momentos que rememorar cuando lleguen tiempos peores y la moral flaquee… sabemos que hay momentos como estos que son capaces de dar sentido a casi cualquier penuria. Llegar aquí como parte de una aventura de varios meses sólo añade un cierto factor épico que realza el valor del lugar.

La bajada al mundo es brutal: nada más acabar la travesía del cráter, miro al frente y veo el aéreo perfil del monte Thielsen, a lo lejos… a lo muy lejos. De repente, me doy cuenta de todo lo que falta por hacer hoy aún. Miro la guía, que me dice que aún quedan 32 kms. y, miro, por fin, el reloj: son ¡las 2 de la tarde! y, ahora, tengo un problema… me quedan 5 horas para hacer 32 kms. y eso implica caminar muy deprisa y sin parar; y a ello me pongo.

Lo que sigue es una especie de maratón por terreno orográficamente fácil pero sendero polvoriento y seco. Desde el borde del cráter, es todo una suave cuesta abajo durante un buen rato; antes de empezar el descenso, estimulantes vistas de las planicies volcánicas, parcialmente despejadas de bosque, con la aguja de la cima del monte Thielsen al fondo, como promesa de que va a ser una tarde muy larga; una vez iniciado el descenso, el bosque engulle el sendero y se acabaron las vistas.

Monte Thielsen y llanuras volcánicas

El terreno me recuerda mucho a aquel de Old Station y Hat Creek: llano, seco y polvoriento pero siempre bajo el bosque. Una especie de «travesía del desierto», en esa acepción especial que del «desierto» se puede tener en Oregón, donde prácticamente todo está cubierto por bosque. Y, así, hasta llegar a las faldas del monte Thielsen y empezar a subir otra vez, de nuevo en zona Wilderness y de vuelta en terreno que es fuente constante de inspiración y bienestar espiritual… o algo así.

Thielsen es una impresionante montaña de aéreo acceso y relieves extraños, como ya he comentado muchas veces que se encuentra en las zonas volcánicas. Una mezcla de paredes de roca oscura de formas curiosas y laderas de grava desmenuzada. Cuando cruzo la loma sobre la arista cimera, siento dejar de lado esta ascensión pero, en mi situación, no es viable; no tengo agua suficiente para pasar la noche ni tiempo para subir, bajar y avanzar hasta el siguiente arroyo. De hecho, tengo el tiempo y, sobre todo, las fuerzas justas para llegar hasta Thielsen Creek, al otro lado de la montaña, donde podré encontrar agua y un sitio para dormir.

La ascensión de Thielsen es muy atractiva, con unos metros finales con pasos de tercer grado, si no recuerdo mal, y muy expuestos y aéreos; técnicamente fácil pero delicado. Y, como premio, las mejores vistas de 360 grados, o más, sobre Oregón y el mundo. Para otra vez…

Ya más relajado, con toda la cuesta subida, puedo bajar un poco el ritmo y disfrutar del descenso hasta Thielsen Creek, donde encuentro aún algún nevero y unas aguas horrorosamente frías… pero tenía que lavarme los pies:

Resultado de un largo día por polvoriento terreno volcánico

La jornada ha sido dura; entre otras cosas, porque no me he tomado ni un solo descanso, algo asumible, quizá, cuando sales de civilización con un par o tres de buenas comidas detrás pero no tanto desde el punto de vista de los pies que, como sé de sobra, necesitan parar y descansar (y ser aseados) cuanto más mejor. Hoy están, en apariencia, simplemente sucios pero a partir de mañana comprobaré que era algo más, y lo pagaré en su justo precio.

Thielsen Creek, ya digo, tiene un agua gélida; tan fría que, por mucho que agradezco meter los pies ahí, no puedo mantenerlos en el agua más de unos pocos segundos antes de que empiecen a doler. Y he probado agua fría muchas veces, en este y otros viajes, pero esto es algo más; retorno a mi vivac con pies y manos congelados, pero limpios.

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