This entry is part 80 of 118 in the series PCT Relato Completo

Distancia: 34 m / 54.7 km. Acumulado: 2083 m / 3352 km

Los Three Sisters son tresmiles, algo muy serio en estas latitudes, y están rodeados de pequeños glaciares. Hay una ruta alternativa por las tres cumbres que más o menos evita todas las manchas de hielo pero el PCT discurre por cotas más bajas y rodea la base de las tres montañas en un entorno igualmente espectacular: primero, prados de altura, pequeños lagos y bosque intermitente, con hermosas vistas a las sucesivas tres cumbres, al este, y al infinito, hacia el oeste. Después, la mejor sorpresa: el paisaje lunar de los ingentes campos de lava, laderas de roca desmenuzada y conos volcánicos por todos lados.

Antes de eso, buenas y malas noticias: buenas porque siempre es un placer encontrar otros senderistas; primero, T-Bird y Twisted Sister (nada que ver con las Three Sisters…), que están recorriendo secciones, y me informan que la carretera que el PCT cruza más adelante, en McKenzie Pass, está cerrada hacia el este, a causa de un gran incendio. Y esto, claro, son noticias fidedignas porque ellas acaban de acceder al PCT por ahí. Más adelante, Squatch, que sigue cámara en mano con su proyecto de documental, me confirma lo mismo. Aún no sé qué sucederá al llegar a McKenzie Pass pero, por el momento, yo camino contento, estimulado por el bonito entorno, y así ha quedado inmortalizado, más o menos, en el corte final de Squatch.

Cruzo campos de obsidiana, esa piedra que tanto recuerdo de las rutas por Islandia y que me parece la roca más bonita del mundo. Mi roca favorita. Pétrea y pulida, densa y suave como el terciopelo. Preciosa:

Obsidiana

Más adelante, llegan los campos de lava, donde los árboles luchan por ir colonizando el terreno, en una sección absolutamente espectacular que me hace sentirme en otro mundo. Bueno, es que, de hecho, ¡estoy en otro mundo! Un poco más arriba, desaparece toda vegetación y me quedo solo con las rocas magmáticas y sus ángulos imposibles, a los pies de los conos volcánicos menores y bajo los glaciares de la cara norte de North Sister, mucho más grandes que los del otro lado.

Algunos árboles valientes empiezan a colonizar la tierra nueva

Entre tanto sueño imposible, cambio de vertiente y veo, por fin, el panorama: la estilizada figura del monte Washington, al fondo y, saliendo de los bosques que le preceden, enormes columnas de humo que llegan al cielo y hasta forman nubes (imagen en el diario). Ahí está el incendio. Mapa en mano, estudio la traza del PCT alrededor del cráter Belknap y concluyo que es muy posible que el sendero evite, siquiera por poco, el incendio y que el cierre pueda ser más bien preventivo… whisful thinking.

Unos minutos más allá, me encuentro con dos Rangers y a estos sí que les voy a sacar información de primera mano; me confirman las malas noticias: el incendio es gigantesco (eso ya lo veo) y el PCT está cerrado entre McKenzie Pass y Big Lake. Esta vez no se trata de un cierre preventivo-estúpido, como sucedió en el norte de California; el propio PCT está en llamas.

Los Rangers me ayudan a planear un posible desvío, carretera abajo (y luego arriba), para llegar a Santiam Pass, el siguiente cruce de carretera del PCT y, desde ahí, retroceder unos pocos kilómetros hasta Big Lake, donde me espera mi siguiente paquete postal; hasta me regalan su mapa. Son muy amables y salgo de allí con la tranquilidad de, por lo menos, saber ya a qué atenerme y tener un plan para evadir los problemas.

El plan consiste, ya digo, en abandonar el PCT en McKenzie Pass, descender hacia el este por la carretera, que está cerrada pero, por el momento, no amenazada por el fuego, y tomar una pequeña carretera forestal que me servirá de atajo para llegar a la carretera principal de la zona, la que sube a Santiam Pass. Desde ahí, retomo el PCT de nuevo. Puedo hacer todo ese trayecto en un día y estar mañana por la tarde en Big Lake, como tenía previsto.

Según me cuentan, el incendio es muy importante y hay un enorme despliegue de medios para intentar apagarlo o, al menos, contenerlo; el objetivo básico es que no llegue a la relativamente cercana población de Sisters y han cerrado la carretera de McKenzie Pass para facilitar las operaciones. Todo es grande en América, hasta los incedios.

Desciendo hacia McKenzie Pass mientras el terreno se vuelve un poco más mundano y el cansancio empieza a aparecer. Mi intención es bajar por la cerrada carretera para llegar hasta una zona de acampada, ya en el valle, justo donde tomaré mi atajo para enlazar con la otra carretera. Ambas se unen 6 kms. más allá, en Sisters, pero ni necesito ni quiero llegar a la población. Una vez fuera del PCT, todo se volverá confuso, al no tener guía que seguir y sólo el poco detallado mapa que me han regalado los Rangers: no sé dónde hay agua y es difícil identificar sitios para acampar, así que esa zona de acampada me vendrá perfecta; siempre hay algún arroyo o lago en las zonas de acampada.

Mientras bajo hacia McKenzie Pass, me pregunto dónde estará Smiley que debe ir muy cerca de mí pero no sé si delante o detrás. No le he visto en todo el día.

Caminar por una carretera no es lo más agradable del universo senderista pero si, al menos, la carretera está vacía, ni tan mal. Y, además, esta ruta recorre paisajes espectaculares, en su parte alta: está trazada justo al borde de una lengua de lava, de forma que, según desciendo, llevo el típico bosque a un lado y la roca negra y pelada al otro. Sigo viendo las enormes columnas de humo; ahora, un poco más cerca.

McKenzie Pass – Santiam Pass, ese es el trozo de PCT en llamas… por el momento

De cuando en cuando, algún coche baja o sube por la carretera; son Rangers, bomberos, policías o algún elemento relacionado. No falla uno: todos paran y me preguntan si quiero que me lleven al pueblo. Se lo agradezco pero, ahora, esta carretera es parte de mi viaje y así se lo explico con una sonrisa, aunque me va costando más sonreír y me va costando más decir que no a las ofertas. El encuentro más «gracioso» y peliculero es con el Sheriff: este no sonríe ni ofrece nada; desde detrás de sus gafas de espejo y con voz de pocos amigos, me pregunta que qué hago en esa carretera, que está cerrada… yo le explico lo del PCT, de Méjico a Canadá, incendio feo, blah, blah, blah, y parece que la explicación le convence. Me anuncia con solemnidad que tenga cuidado, que habrá camiones circulando por la carretera esta… gracias, señor Sheriff.

En esto, llego a un mirador. El típico mirador de carretera y, como la vista es muy bonita, me paro… pues eso, a mirar. Allí hay un todoterreno de unos Rangers que, con un talante bastante más amistoso que el Sheriff, se interesan por mi viaje, me ofrecen llevarme a Sisters, me ofrecen bebidas frías (de esto sí que acepto…) y… malas noticias. De hecho, ya estaba notando yo una nueva y espectacular columna de humo, allí lejos, al norte, y el grupo este me anuncia que es un nuevo incendio, recién detectado, hoy mismo, en Mt. Jefferson Wilderness, al norte de Santiam Pass y del que aún no se sabe nada pero, sólo por el aspecto del humo, no tienen que decirme que es un incendio grave y tiene pinta de estar ardiendo en la zona por la que pasa el PCT. Uh, oh… yo esperaba retomar el PCT hacia el norte en Santiam Pass y, con esto, parece muy probable que, cuando salga de allí, pasado mañana, el sendero estará cerrado también. Esto no es aún una certitud pero esperar lo contrario sería mas wishful thinking… expresión que me gusta mucho y que encuentro difícil traducir al castellano pero tiene bastante que ver con el concepto de auto-engaño.

Esto cambia las reglas de juego; según retomo el camino, tras despedirme de los amables Rangers, que me desean suerte, voy pensando: ¿qué pasa, ahora, si llego a Santiam Pass y me encuentro el sendero cerrado ahí, como parece probable? Consulto mi mapa de carreteras, ese instrumento tan útil para planes de contingencia que siempre llevo conmigo en las rutas, y veo una carretera, otra más, que discurre, a grandes rasgos, paralela al PCT en esa zona pero fuera de las montañas; podría ser una alternativa, indeseable pero válida, si no hubiera más remedio. Aún así, veo una cosa clara: puedo necesitar mapas topográficos. Los que llevo son buenos pero dan una visión de túnel del corredor del PCT y el de carreteras me sirve sólo para las carreteras y para una visión de conjunto de la zona pero no para planificar rutas alternativas por senderos. Con esto, decido cambiar el plan alternativo: voy a bajar a Sisters. Allí, podré encontrar mapas, o eso espero, además de información sobre el nuevo incendio. Si no voy a Sisters, llegaré a Santiam Pass sin saber nada de nada de lo que está pasando; sin información y sin elementos de juicio sobre qué hacer y estaré a merced de un posible signo en el sendero diciendo que está cerrado… y me quedaré con cara de «ahora qué…». En Sisters, hay una estación de Rangers, teléfonos desde donde llamar (los del grupo de antes ya me han dado números) y, espero, tiendas donde comprar mapas.

Eso sí, tengo que llegar a Sisters andando, y eso añade unos cuantos kilómetros más a la ya de por sí larga jornada de hoy. Bajo a toda leche por una carretera, ahora sí, incómodamente transitada por los camiones que anunciaba el Sheriff, todos ellos relacionados con la extinción de incendios. El empleado que controla el cierre de la carretera me ofrece, también, bebidas frías, cuando paso. Da gusto cuando todo el mundo está dispuesto a ayudar.

Paso por el camping donde pensaba dormir; es el típico lugar básico, sin servicios, pero hay ambientillo, con un buen grupo de gente, ahora reunidos alrededor de algún evento que están celebrando; me da un poco de pena no quedarme pero, ahora sí, necesito bajar a Sisters.

A la entrada del pueblo, me encuentro con una estampa que acentúa una preocupación adicional que ya me rondaba la cabeza: se trata de un mega-campamento de emergencia, montado en los terrenos de un polideportivo, si no recuerdo mal, donde los bomberos han montado una pequeña mini-ciudad. Y recuerdo lo que pasaba en Etna: en aquel pueblecito perdido de las montañas del norte de California, me llamó la atención que el único motel del lugar estaba completo; no me afectó porque yo me alojé en el barracón para senderistas de Alderbrook Manor pero más tarde supe que el anómalo lleno era debido a los bomberos que estaban en la zona, a causa de los incendios en Marble Mountain Wilderness… Sisters es más grande que Etna (aunque no mucho) pero ¿estará todo lleno aquí también? Y, si lo está, ¿qué hago?

El caso es que aquí hay cientos de miles de bomberos acampados. Ya digo que todo es grande en América.

Llego al pueblo propiamente dicho muy tarde, ya en penumbras, cansado y sucio; y con dos prioridades: encontrar alojamiento y cenar. Supongo que lo segundo será más placentero una vez resuelto lo primero y voy por ello. Como ya es casi de noche y no se ve un carajo, pregunto al primer especimen que veo, un empleado de un restaurante que ha salido a echarse un cigarro y al que ya directamente pregunto si habla español, dado su obvio origen mejicano. Me indica los dos moteles del lugar que, por suerte, están ahí mismo. Voy para allá y, horror, ambos están completos. Y, visto los precios, no sé si darlo por bueno pero es de noche ya y esto no es el monte, donde todo es fácil; ahora, estoy en la civilización y tengo un pequeño problema.

Decido ir por el segundo objetivo, la cena, con la esperanza de que, a base de comentar la situación al personal, me puedan dar alguna solución. No puedo negarme a mí mismo que, acostumbrado ya a la amabilidad infinita y deseos de ayudar de todo el mundo, me encuentre con algo de trail magic improvisada como que alguien me invite a ir a su casa.

Entro en el restaurante que acababa de pasar, un poco avergonzado por mi delictiva pinta pero, como de costumbre, no hay ni una mala mirada ni un mal gesto y, al tiempo que pido una cerveza, comento el problema a la camarera que me atiende. Me habla de un tercer motel, más pequeño y, posiblemente, más barato y dejo ahí la mochila para ir a preguntar mientras me traen la cena. No hay suerte, está lleno también.

Mientras como, la camarera me pregunta: tú tienes equipo de acampada, ¿verdad? Pues, en ese caso, puedes dormir en el parque este que hay aquí al lado; hay lavabos públicos. Hmm… ¿seguro? ¿No vendrá el sheriff de las gafas de espejo de antes a echarme a gorrazos?

Me dice que, si sólo es dormir y me marcho por la mañana, no hay ningún problema. No es la solución más glamourosa pero me servirá y, ya más tranquilo, termino mi cena.

En esto, aparece el mejicano de antes. Es el cocinero. Me cuenta que la camarera ha estado preguntando al personal sobre mi caso y me ofrece pasar la noche en su casa. «Es una casa pequeña; todos hombres, todos mejicanos…»

No sé qué quiere decir con eso de «todos hombres» o por qué lo menciona pero no dudo de su honestidad y, tras hacerle asegurarme que no le supone ninguna molestia, acepto. No soy de los no puede pasarse un día sin ducha pero hoy estoy tan sucio que siento que lo necesito, siquiera por mis pies, que siguen con sus hendiduras a medio curar.

Matías me acompaña a su casa. Está bien esto de ver viviendas locales. No es muy comunicativo. Consigo sacarle que aquí, en Oregón, la vida es muy cara pero los salarios son mejores también. Sisters es un sitio bastante orientado al turismo y hay mucho trabajo. La casa es como todas las de aquí, una casita de madera con su jardín. Me presenta a sus co-inquilinos, que están congregados alrededor de la tele y me reciben con amabilidad y cierta indiferencia. Al rato, se marchan todos al centro comercial que, intuyo, es la forma local de salir a echar el rato; es sábado por la noche. Saturday night fever.

Tengo que comentar esto: en la tele, me dejan puesta una cadena mejicana con una apasionante retransmisión de un partido de campo quemado. Sí, el juego ese de pasar la pelota de un lado a otro, intentando eliminar contrarios a base de darles un pelotazo, al que solemos jugar de pequeños. Lo mejor es que no es que en Méjico haya una liga de campo quemado profesional, con pedazo de atletas estilo volley-ball… o a lo mejor la hay (no creo…) pero este partido es entre chavales de la escuela. En una cancha de parquet, con gradas y todo, sí, pero los que juegan los chavales, y chavalas, de 12 años, o menos, que ni siquiera juegan bien. Es como un partido del recreo pero con comentarista, repetición de las jugadas y análisis a cámara lenta de las más interesantes. Impagable.

Yo me acuesto en el sofá pero, justo antes, se abre la puerta y entran otros dos mejicanos que no conocía y que, lógicamente, se quedan con cara de «y tú quién eres…» Y yo: «esto… vosotros no estabais aquí antes, cuando he llegado, ¿no?» Pregunta no capciosa; como había tantos, ya no estoy seguro… y les explico que me ha traído aquí Matías; sendero por las montañas, incendio gordo, sendero cerrado, moteles llenos… toda la historia. Me desean buenas noches con una sonrisa y vuelven a salir. Y yo vuelvo a mi sofá, para poner punto final a la larga historia de un día muy largo.

La casa de Matías & co., a la luz de la mañana siguiente

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