This entry is part 83 of 118 in the series PCT Relato Completo

Distancia: 24 m / 39 km. Acumulado: 2154 m / 3466 km

Según avanzo por la pista, fantaseo con la idea de que me alcance el coche de los Rangers que vienen a cerrar el sendero que voy a tomar para subir al PCT. Tanto es así que, en el par de ocasiones en que oigo un motor acercándose, me entra cierto nerviosismo. En ambas, falsa alarma, eran excursionistas.

Tras un par de horas, llego al final de la pista, donde hay una zona de aparcamiento donde encuentro a los dos vehículos que me han adelantado y a bastantes más, aunque a ninguna persona. Allí mismo, empieza el sendero esperado y, por supuesto, no hay ninguna señal de cierre. Me río de lo que para entonces considero ya mi paranoia tonta y hasta me tomo un rato de descanso antes de desaparecer sendero arriba. Más tarde, supe lo cerca que estuve del desastre: sólo un par de horas después de que yo saliera de allí, el servicio forestal cerró el acceso por Whitewater. La historia, al final del día.

Por el momento, yo, inocente y ajeno a los designios gubernamentales, subía feliz, contento por pisar de nuevo un sendero; un buen sendero, además, que, en poco rato, me iba a llevar hasta el PCT. Veo la cresta que, supuestamente, me separa del Puzzle Fire; y digo «supuestamente» porque no hay ni rastro del incendio, ni siquiera humo… parece ser que los incendios tienen una naturaleza pulsante, avivándose y remitiendo con los ciclos del día y la noche; esto es, por la noche hace frío y el fuego baja de intensidad. Ahora, es la mañana temprano y, aparéntemente, aún no ha empezado a revivir. La mencionada cresta es muy alta y empinada. Aunque está cubierta de bosque, no parece probable (casi ni siquiera posible) que el incendio «salte» eso. El fuego viaja bien cuesta arriba pero no tan fácilmente cuesta abajo. Aún no me puedo creer que cerraran esta zona pero luego voy con eso.

Por el momento, sigo adelante. Me encuentro con un señor que ha salido a coger bayas y que, por fin, me enseña la diferencia entre las azules (blueberries, que yo conocía ya de otros años) y las negras que, según me explica, son huckleberries y, supuestamente, tienen un sabor ligeramente diferente. Yo creo que depende más de lo maduras que estén unas u otras pero da igual, están todas muy ricas. Hay muchas huckleberries por el camino (imagen en diario).

Alcanzo, por fin, vistas frontales y espectaculares del imponente monte Jefferson, con sus glaciares espléndidos. Este tipo de montañas siempre suponen una dificultad latente: vados potencialmente complicados en los ríos de deshielo. Si no recuerdo mal, fue aquí donde murió ahogada una senderista en 2005. En esta ocasión, emergeré en el PCT justo después del flanqueo de la montaña, con lo que evitaré el posible problema. Por buscar algo positivo a los dos días horribles que acabo de pasar.

Si lo hubiera podido abarcar, le hubiera dado un abrazo pero es difícil abrazar a un sendero. Tanto da, el reencuentro con el PCT es el reencuentro con un viejo amigo. Qué mal lo he pasado en el mundo civilizado… pero, ahora, ya estoy «en casa» y lo mejor es que ¡es eso exactamente lo que siento! Después de tanto tiempo en el sendero, este es «casa». Es aquí donde me siento a gusto y es aquí donde quiero estar. Adoro la vida en el sendero y, sobre todo, aprecio la simplicidad y la facilidad de la vida en el sendero, en fuerte contraste con lo complicado que se vuelve todo, a veces, en el asfalto. Estoy de vuelta y me siento en mi hogar.

Esas tres palabras y esa flechita…

Y es que, encima, esta zona es preciosa: praderas de altura, numerosos lagos, en la misma base del monte Jefferson, bajo los glaciares de su cara norte. Tengo la mejor bienvenida.

Mt. Jefferson en toda su gloria

El sendero sale de allí cuesta arriba, coronando una cresta de altura notable y, a pesar de las fechas (mediados de agosto), al otro lado, en cara norte, hay amplios neveros. Según la guía, aquí hay nieve casi todo el año.

Abajo, al fondo, se ve ya Ollallie Lake, el más grande de los cientos de lagos de la zona. Hasta allí llega una pista y existe un pequeño establecimiento rústico-turístico, un tanto caído en desgracia entre los thru-hikers porque han dejado de aceptar paquetes postales, con lo que el lugar ha perdido el 250% de su atractivo. Yo tampoco voy a repostar allí pero, dada la hora que es, mi jornada va a concluír por allí cerca.

Decido parar en Head Lake y, al llegar allí, veo que hay ya gente acampando… pues vaya… lo percibo como un handicap, hasta que veo de quién se trata:

– espero que tengáis sitio para uno más…

El destinatario de tal saludo era un agachado Sugar Daddy, a quien no veía desde Burney Falls, en algún lugar de California, hace mucho tiempo. Un poco más allá, montaban su gigantesca tienda para expediciones polares mis suizos favoritos, Pang y Swiss Miss.

Nos alegramos de vernos pero no de la razón de habernos encontrado que, por supuesto, tiene relación directa con los incendios. El trío ha utilizado las mismas carreteras que yo para rodear las zonas afectadas pero en coche, o coches. Pero ¿cómo habéis llegado hasta aquí? No os he visto adelantarme… y aquí es donde me cuentan su odisea de hoy, casi comparable a la mía, aunque a otro nivel: a base de auto-stop, llegaron a uno de los accesos oficialmente cerrados y, cuando estaban a punto de desaparecer sendero arriba (según contaban, no había rastro del incendio), aparecen los Rangers y les dicen que por ahí no pueden subir; y les obligan a volver atrás, hasta la carretera. Por lo menos, les llevan hasta allí. Su segundo intento es en Whitewater, por donde he subido yo y, tras oírles, no doy crédito: cuando llegaron allí, a mediodía, se encontraron este acceso recién cerrado.

Yo les cuento que había subido por allí tan sólo un par de horas antes y me confirman que los Rangers les dicen que acababa de tomarse la decisión de cerrar Whitewater. Me cuentan, con resignación, cómo no había señales del incendio en ese área y yo les confirmo que no las había visto, así como lo que me comentaron los bomberos. Coincidimos en que esto es un nuevo episodio de exceso de celo y falta de consideración hacia los senderistas. Yo me quedo con el susto en el cuerpo por lo que podía haberme pasado y estoy tan enfadado que me siento locuaz y les echo un mitin anti-burocracia de lo más inspirado. Me dicen que les hace gracia verme de tan mala leche.

Ellos, al final, han tenido que seguir la carretera bastante más allá. No les ha costado esfuerzo físico, han ido en coche, pero sí el peso psicológico de haberse tenido que perder un tramo enorme de sendero. Están más o menos resignados y, lo mismo que yo, felices de volver a estar en el PCT.

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