Había mucho por descubrir en este viaje. Siempre lo hay, para eso viajamos, entre otras cosas pero, en este caso, me enfrentaba a muchos cabos sueltos; algo que nunca me ha gustado.

Algunos de esos cabos correspondían a las condiciones que podía esperar y a cómo afrontarlas, desde el punto de vista del material que llevara conmigo. Lo de las condiciones, entre otras cosas, lo tenía algo más controlado a base de preguntar en foros de lenguas raras pero sobre el material, literalmente, no me atreví. ¿Cómo iba a hacer preguntas como si se podía recorrer Nordkalottleden en zapatillas? Me imaginaba las respuestas pero, en cualquier caso, sabía que no iba a poder creerme los consejos, por muy bienintencionados que fueran. No me quedaba más remedio que analizar lo mejor que pudiera los escenarios posibles y tomar mis propias decisiones; ir allí y ver qué pasaba.

Sistema de acampada / Mochila / Saco de dormir / Colchoneta / Ropa / Varios / Claves / Aspectos mejorables

Uno de los atractivos de caminar por un sitio nuevo es intentar aplicar ahí las técnicas e instrumentos de que dispones y conoces. Es una forma de testar ambos y la mejor manera de aprender cosas nuevas. Desde el sillón de casa es fácil hacer cuentas sobre cómo debería ser posible salir adelante con tal y cual cosa en tal y cual circunstancia, generar una lista de material super-ultraligera y quedarse tan ancho. Salir ahí fuera es algo totalmente distinto y cuando, a pesar de seguir todas las ecuaciones, te encuentras calado, congelado, de mal rollo y a varios días del siguiente sitio humano, te das cuenta de que esas cuentas no sirven de mucho. La matemática tiene un límite aquí.

En mi caso, el reto, una vez más, tenía un nombre: viajar ligero. Después de todos estos años, sé que funciona. He tenido sobradas ocasiones de creérmelo y ya es algo interiorizado y asumido pero ¿funcionaría en el ártico? Miro los números y todo me dice que sí, que tiene que funcionar; y, sin embargo, nadie parece querer probarlo. ¿Pura inercia? Sé lo fuerte que la inercia puede ser y lo difícil que puede resultar escapar de ella pero ¿no será que en Laponia el paradigma ultraligero se encuentra con su límite?

Debo añadir, más que nunca, que el «ultra-» está ahí más por cuestión estética que otra cosa, porque eso de «viajar ligero» tiene alguna otra connotación muy graciosa pero poco atinada. Mi peso base para Nordkalottleden iba a estar bastante lejos de la ortodoxia ultraligera y no pretendo que parezca otra cosa. Aún así, el paradigma iba a seguir intacto y si estaba seguro de algo es de que tendría que trabajar duro para hacerlo funcionar.

En la relación que sigue, evitaré repetir análisis ya hechos pero no voy a dejarme nada significativo. Habrá referencias para quien necesite la información completa pero aquí me centraré en los aspectos específicos a cómo funcionó todo en Laponia y Nordakalottleden.

Condiciones

Frío y humedad: lo peor de lo peor para el viaje a pie autónomo de largo recorrido. El frío y la humedad, juntos, son una combinación de lo más feo y unidos a la necesidad de autonomía y a la longitud, algo bastante serio: las popularmente conocidas como «condiciones de hipotermia». Cuando hace un poco más de frío, es más fácil hacer frente a la humedad pero, en torno a esos fatídicos cero grados, el agua sigue siendo agua y tiene la facultad de llevarse tu calor corporal a otro barrio. Luchar contra esto día tras día es agotador, física y psicológicamente.

Debo matizar que la necesidad de autonomía no era total porque había refugios a los que podía recurrir, cosa que hice regularmente durante la última semana. Y que la humedad era notable pero no extrema. Siempre puede ser peor…

El termómetro rara vez pasó de 10 grados (por encima) y, mientras no luciera el sol (esto es, casi siempre), se mantenía entre los cero, o menos-algo, de la madrugada y los 5 a 8 del mediodía. Si el tiempo se torcía, bajaba a cero en cualquier momento. El viento ponía las cosas peor aunque sólo en ocasiones aisladas fue fuerte pero casi siempre había algo.

Pioneros

En mi archivo de recuerdos, me gusta comparar mi expedicioncita en el verano ártico a una expedición de verdad, la que en 2006 intentaron Dial, Geck y Jordan en Alaska y que se encuentra documentada en Arctic 1000 . Salvando las distancias, obvias y enormes, estos tres pusieron en práctica las técnicas ultraligeras que todos conocemos y algunas más en un terreno y circunstancias que suponían un gran reto y han servido como banco de pruebas para que gente como yo encuentre confianza para aplicar esas mismas técnicas en los viajes propios a territorios similares.

Los paradigmas ultraligeros funcionan igual pero es necesario adaptarse a las circunstancias y hace falta hacer algún retoque aquí y allá al equipo para hacerlo funcionar en unas condiciones singulares y potencialmente rigurosas. Lo peor es, quizá, la incertidumbre y por eso ayuda mucho disponer de información como la contenida en Arctic1000. Dial, Geck y Jordan están un mundo por delante de mí en conocimientos, experiencia y, en ese viaje concreto, aspiraciones; y Alaska es un terreno más duro que Laponia en multitud de sentidos pero parte de mi planteamiento sí coincide con el suyo y sus experiencias me han sido muy útiles. Cuando menos, sabía, antes de empezar, que, definitivamente, se puede viajar por el ártico en zapatillas.

Sistema de acampada

Me preguntaba si alguna vez volvería a usar una tienda clásica durante el verano, tal era mi confianza en toldos e híbridos. A escasos meses de partir para Laponia, decidí que uno de aquellos no era suficiente para mantenerme seguro y, además, creérmelo y esa fue la excusa perfecta para romper la hucha e ir por ese oscuro objeto de deseo que es una tienda Stephenson’s Warmlite.

Llevaba mucho tiempo detrás de una pero no conseguía encontrar una razón lo suficientemente buena como para justificar el gasto elevado. Laponia me dio esa razón. Eso y que la familia Stephenson había decidido, por fin, incorporar un nuevo miembro a su catálogo: una versión reducida de su modelo más pequeño, con lo que hicieron especialmente cierta la frase de «la tienda de verdad más ligera que puedas conseguir»: Warmlite 2C.

Warmlite 2C

Materiales ultraligeros y poco más de un kilo para una tienda espaciosa en todas las dimensiones pero lo mejor es que, supuestamente, es extraordinariamente resistente. La aparente contradicción se supera gracias a un diseño que evita tensiones extremas y, en cambio, las reparte por toda la estructura. O eso dicen.

En la práctica, lo mejor que puedo decir es que, a pesar de lo fácilmente impresionable del dueño (forma suave de decir «miedica»), siempre me sentí seguro en la 2C. Sólo aquel día del viento huracanado, que me pilló, además, en un sitio expuesto, me sentí intranquilo pero pronto vi que aquello no se iba a romper, a pesar de que ni siquiera tenía la orientación correcta.

El cuerpo de la 2C está hecho de silnylon y el armazón, de un aluminio muy fino. Incluso las varillas tienen un diseño cuidado: pared fina para ahorrar peso, sección amplia para aumentar resistencia y precurvadas de manera que forman los arcos de forma natural, sin ninguna tensión extra.

Los arcos se forman ellos solos

Sólo dos contras: primero, que eché de menos un vestíbulo. Esta tienda, además, es tan radicalmente minimalista que no tiene ni un mal enganche, nada extra, y no es posible ni poner a secar los calcetines. Como de costumbre, los compromisos a los que hay que llegar para ahorrar peso.

Lo segundo es algo peor. Lo voy a decir muy bajito para que no me oiga el fabricante: condensa mucho.

Los Stephenson son una gente peculiar y se cansan de decir que, si sus tiendas condensan, es por culpa del usuario, que no gestiona bien la humedad que produce. Pues no sé… cuando menos, tengo que respirar… mi opinión es que el sistema de ventilación, aunque útil, no es ni de lejos suficiente.

La condensación se daba preferentemente en los extremos anterior y posterior, allí donde la tienda es de una sola pared. En la sección central, de doble pared, sólo en las condiciones más extremas de frío y humedad tuve condensación significativa. La balleta se encargó del resto.

El diseño es realmente inusual y sorprendente: básicamente, se trata de una tienda túnel con dos arcos asimétricos (más pequeño el de la parte de atrás); hasta ahí, nada especial. Lo que le hace especial viene a continuación: es una tienda de una sola pared que, en el tramo comprendido entre los dos arcos, tiene una segunda pared que cuelga de la primera pero que, a su vez, es impermeable, como lo es la exterior; es decir, no se trata de la doble pared típica: el propósito es el aislamiento térmico. La idea es crear un espacio de aire entre ambas que haga de aislante. La casi ausencia de condensación en el interior de la doble pared da fe de que funciona: la condensación se produce sobre superficies frías y el interior de la tienda se mantiene más caliente gracias a esta capa aislante.

Como toda tienda túnel, no se sostiene sola pero ésta sólo necesita tres piquetas, aunque acepta siete y yo solía usar cinco (las otras dos ya sí que no eran necesarias); el montaje era extraordinariamente sencillo y rápido y se puede hacer perfectamente en malas condiciones climatológicas. No tiene «vientos»; esto sí que es un órdago: supuestamente, no los necesita y eso en una tienda que presume de ser capaz de aguantar condiciones extremas. Todo está en el diseño.

Cuenta como opción estándar de serie una especie de «vientos internos», en forma de conexiones entre diferentes secciones del armazón que hacen la misma función que los mencionados, clásicos anclajes al suelo; mi 2C vino sin ellos por error y sin ellos me fui a Laponia pero tengo previsto añadírselos en el futuro.

En conclusión: estoy muy contento con mi vuelta al mundo de las tiendas y ya no me acuerdo del desembolso. En un viaje donde la incertidumbre era tan alta, la 2C me dio una dosis de tranquilidad en ese aspecto tan sensible.

ProsContras
Ligera
Espaciosa
Estable
Montaje simple
Condensación
Falta de vestíbulo

Stephenson’s Warmlite 2C en las montañas árticas

Mochila

Granite Gear Virga

Mira que la Virga acabó el PCT con bastantes desperfectos (y casi ninguno culpa suya, en realidad) y mira que tenía una mochila nueva que se ha convertido en uno de los clásicos del mundo ultraligero en las largas distancias… pero me llevé la Virga. Esto es testimonio de lo que me gusta esta mochila.

Tuve que desempolvar la máquina de coser para echar unos remiendos en esos desgarros de varios centímetros para dejar la mochila casi mejor que nueva y, ahora, con esos parches tan cucos.

No tengo nada nuevo que decir sobre esta mochila que tanto me gusta y que ha vuelto a satisfacer expectativas: simple pero con la funcionalidad justa; tamaño perfecto, versátil y sólida y, con el cinturón lumbar que le añadí en su momento, muy cómoda, incluso con grandes cargas. Su diseño de saco sin armazón es parte de su carácter austero pero no un handicap y la integración de todos los elementos, aislante incluído, para conseguir un bulto compacto es parte de la belleza, estética y funcional, de la filosofía ultraligera.

Un único comentario negativo: durante los días en que cargué muchos kilos, partiendo de Abisko con comida para 12 jornadas, noté los hombros castigados; supongo que el acolchamiento de las hombreras ya no es lo que era, lo que es lógico, tras los años y tantos kilómetros.

Ya escribí extensamente en su momento sobre el rendimiento y la forma de usar esta mochila en este tipo de viajes tras haberla llevado durante cinco meses en el PCT; por si alguien quiere saber más.

Saco de dormir

Nunatak Arc Special

El saco sin fondo sigue su carrera de éxitos: me ha mantenido a salvo en las inhóspitas noches polares. Sigo, sin embargo, preocupado por la aparente escasez de pluma en esos compartimentos que a veces se me quedan medio vacíos donde más duele: justo encima de mí. La pluma cae por gravedad hacia los costados y me deja con sólo dos capas de nylon entre mi cuerpo y el frío de la noche.

No siempre ha sido así; empecé a notar este efecto en el PCT y no estoy seguro de a qué achacárselo… ¿pérdida de plumas? No creo, ese es un problema casi testimonial. ¿Pérdida de capacidad de hinchado por suciedad acumulada? Es lo mejor que se me ocurre pensar.

Debo cuidar de reagrupar las plumas en el centro de los compartimentos al inicio de la noche y, con eso, en la mayoría de ocasiones he dormido bien; sólo en algunas pocas he pasado frío y siempre ha sido por el efecto arriba comentado. Lavar el saco, rellenarlo con algo más de pluma… son las dos soluciones que puedo aplicar. Supongo que empezaré por la primera, a pesar del coñazo que supone lavar un saco de plumas. En fin, alguna vez tenía que suceder.

Sigo creyendo plenamente en el diseño de Nunatak, sin fondo pero con una excepcional cobertura lateral y buena protección contra corrientes de aire y esa versatilidad extrema inherente a este tipo de sacos. Increíble ratio peso/aislamiento. De nuevo, más rollo al respecto en las series de 2006 y previas.

Colchoneta

Como de costumbre, espuma de alta densidad, el mismo de ocasiones anteriores, recortado para que cubra de hombros a pies y pese un poco menos. Sigue haciéndome la doble labor de dar rigidez a una mochila sin armazón. 9 mm. de grosor aunque las protuberancias semiesféricas de uno de los lados están ya bastante aplastadas; típico aislante de 3 estaciones que resultó perfectamente suficiente para las condiciones encontradas.

Dado que duermo perfectamente en un aislante de estos, a pesar del escaso, casi nulo, acolchado, no veo razón para usar un hinchable que ocupa menos pero pesa más, es menos eficiente y está sujeto a fallo.

Ropa

Aquí quería llegar yo porque aquí sí que hay novedades y voy a poder escribir alguna cosa de interés, o eso espero. A mí me interesa, desde luego…

Cabeza

Lo de siempre: gorro de ala ancha, gorro de forro polar y braga, nada sofisticado pero versátil y funcional. Lo único comentable aquí es sobre las capuchas que no estaban en viajes anteriores: la que sí estuvo en éste y la que aún faltó. Quizá aplicable más en el apartado del tronco porque van ligadas a la correspondiente prenda de esa zona pero baste decir, por el momento, que, en las condiciones que encontré, todo abrigo era bienvenido y una capucha era una pieza muy importante por ese espacio protegido continuo que crea entre la cabeza y el tronco. Tradicionalmente, la de la chaqueta impermeable era mi única capucha; en esta ocasión, la chaqueta aislante, nueva adquisición, venía con otra. Y me hizo un gran servicio. La capa cortaviento siguió siendo la tradicional, sin capucha, y esta la eché de menos. Comento más en el próximo apartado.

El gorro de ala ancha no tuvo mucho uso, sólo dos o tres veces. Aún así, lo volvería a llevar; es impagable cuando hay sol.

Tronco

Para este viaje, eché mano de la estrategia invernal para vestir el tronco; a la postre, puedo decir que con muy buen criterio.

Base

La ya tradicional camiseta de poliéster con buen manejo del sudor, manga larga, cuello alto y cremallera en el pecho. Mi segunda piel, no me la quitaba ni para eso…

Forro polar

A esta capa me refería con lo de la cosa invernal. El forro polar, desterrado de las tareas veraniegas por pesado y voluminoso, sigue siendo pieza clave en invierno, donde su comodidad y buen manejo del sudor son claves para mantener el cuerpo seco. En las temperaturas invernales, vivimos una cierta contradicción: hace falta vestir algo de aislamiento durante la actividad pero el esfuerzo provoca sudoración. Es fundamental contar con un sistema de vestimenta capaz de evacuar la humedad y mantener la piel seca.

El forro polar cumple esta función a la perfección y, cubierto por una capa corta-viento, forma un equipo a prueba de bombas: aislamiento, transpiración y el micro-clima creado bajo el corta-viento.

En verano, normalmente, no suele ser necesario vestir una capa aislante durante la actividad; no suele hacer tanto frío y, si alguna vez lo hace, se usa el aislante ese maravilloso tipo saco de dormir pero en chaqueta (o pullover, más correctamente). Esta pieza, aunque transpira, no maneja bien el sudor, que tiende a condensar y acumularse en la pared interior y en el interior de la fibra aislante. Además, esta prenda sufre bajo el peso de la mochila, especialmente en las hombreras. En resumen: no es problema si sólo se usa esporádicamente pero no es lo más adecuado para uso habitual. En el peor escenario, podemos incluso humedecer esta capa tanto (especialmente, si llueve) que comprometamos su funcionalidad una vez en campamento, cuando más la vamos a necesitar..

Si se espera necesitar algo de aislamiento durante la actividad de forma habitual, es mejor dedicar una capa específica para esto y la pieza más eficaz y versátil sigue siendo el pesado y voluminoso forro polar de (casi) toda la vida. Elegiré un modelo fino, ceñido y estilo pullover, de forma que se convierte en casi una camiseta gorda, tanto por ajuste al cuerpo como por peso. Esto es lo que hago en invierno y esto es lo que pensaba que quizá necesitaría hacer en Laponia.

Y vive dios que lo necesité. Este elemento me salvó el culo, a pesar de vestirlo un poco más arriba. Las condiciones eran idóneas para tener que usarlo casi de continuo; temperaturas alrededor de 5 grados, humedad y viento: la camiseta, el forro polar y el corta-viento eran un equipo perfecto para hacer frente a esto y poder seguir caminando con comodidad y sin problemas de condensación del sudor.

El forro polar fue útil también como aislamiento adicional en las noches más frías, en esas en las que recurres al «me lo pongo todo». El modelo, Haglofs Solo Top, construído en Polartec 100. Esto, realmente, da bastante igual; cualquier forro fino sirve. ¿La penalización en peso? 187 gramos. Curiosamente, 3 menos que la camiseta base.

Pulóver aislante

La ya clásica pieza consistente en una capa de fibra aislante emparedada en nylon. La novedad, aquí, era el modelo: Bozeman Mountain Works Cocoon UL 60 Hoody. Pedazo de nombre largo.

Al final, no es más que el otro que ya tenía pero recién estrenado. Ese otro pullover con ya unos añitos encima estaba un tanto aplastado y era notorio que ya no aislaba como siempre así que aproveché el lanzamiento de una de las limitadas series de Bozeman Mountain Works para hacerme con un clásico del mundo ultraligero. La prenda en cuestión está pensada y construída para ser lo más ligera posible o, mejor dicho, maximizar el ratio aislamiento/peso: el material textil es Pertex Quantum y la fibra aislante, Polarguard Delta. El diseño es en formato pullover, con cremallera hasta el pecho y mi idea inicial era hacerme con uno sin capucha, prácticamente idéntico al que quería sustituír pero tal es la demanda de estos chismes que llegué tarde y no me quedó más remedio que encargar el de capucha.

Es difícil decir si es mejor así o no; por una parte, la fusión pullover + capucha crea ese espacio común protegido que resulta tan eficaz para guardar calor por una penalización en peso de sólo 30 gramos; por otro, la indivisibilidad de ambas partes hace al conjunto menos versátil.

Con la inclusión del forro polar, el Cocoon quedaba casi exclusivamente para campamento y/o dormir, que es para lo que va mejor. A falta de ver cómo envejece (típico talón de aquiles de los aislamientos sintéticos), es una prenda que cumple con las expectativas con un peso casi increíble: 250 gr. y con capucha. Todo está pensado para que pese lo menos posible sin comprometer funcionalidad. Incluso en las condiciones de las que ya he hablado tanto, nunca eché de menos algo más grueso.

Corta-viento

Durante algún tiempo, consideré cambiar el pullover de siempre, Montane FeatherLite, por su prima mayor, Montane LiteSpeed, la versión en chaqueta. Lo de la cremallera parcial o completa (pullover o chaqueta) me importaba menos; el factor importante es que la LiteSpeed tiene capucha. La capucha, como comento en los párrafos precedentes, tiene la gran ventaja de crear un espacio protegido diáfano entre cuerpo y cabeza, creando una interesante sinergia protectora de calor corporal; normalmente, una capucha vale su penalización en peso pero, en este caso, la diferencia entre FeatherLite y LiteSpeed iba más allá de los 15 ó 20 gramos que puede suponer la capucha: la LiteSpeed tiene algún detalle más que no necesitaba realmente y eleva su peso hasta unos «monstruosos» 146 gramos, por los escuetos 80 del pullover. ¿Qué hacer?

Me resistí a hacer una concesión más y me dije a mí mismo que si el pullover me había servido tan bien durante todos estos años, debería ser suficiente.

Y el FeatherLite funcionó igual que siempre pero, como ya me he hartado de decir, las condiciones no fueron las de siempre y tengo claro que una de las lagunas de mi equipo (pequeña, pero laguna) era esa capucha en el cortaviento que me hubiera dado un margen adicional de confort en todos aquellos días gélidos.

Intentaba ser muy estricto con mi vestimenta en cada momento, adaptándola a la situación presente, que para eso llevaba muchas capas con funcionalidad concreta; esto es, en cuanto las condiciones variaban, no dudaba en parar y dedicar unos segundos a cambiar lo que hiciera falta para llevar siempre la combinación más óptima. Esto significaba, básicamente, quitar y poner el forro polar, según la temperatura, y cambiar el corta-viento por la chaqueta impermeable, o viceversa, según lloviera o no… y como la lluvia solía ser muy inconstante, tenía que hacer este cambio muy a menudo. Era un poco tedioso pero, una vez hecho, me alegraba infinito. Nada peor que mantener el corta-viento «porque no llueve casi nada» para acabar cambiándolo cuando ya está empapado… o dejar puesta la chaqueta cuando ya no llueve «por si vuelve a empezar» para terminar quitándotela cuando su escasa transpiración ya te ha hecho sudar más de la cuenta. Todo esto viene especialmente a cuento aquí porque, a veces, mantuve la chaqueta impermeable puesta más de lo imprescindible pero no por vagancia sino por seguir aprovechando su capucha.

Cuando hacía tanto frío y condiciones tan desapacibles, ponerse la capucha suponía un alivio instantáneo. Era casi como «meterse dentro». Hubo muchas ocasiones en que el corta-viento era la capa adecuada pero, si lo llevaba, echaba de menos esa capucha.

El problema de incorporar otra capucha más es la redundancia pero yo diría que, si son de esperar condiciones prolongadas de frío y viento, la capucha vale su peso en titanio.

Chaqueta impermeable

Una novedad relativa; la Montane Superfly es ya una veterana en mi armario, del que llevaba sin apenas salir desde 2004. Es la típica chaqueta impermeable ultraligera, 240 gramitos de nada para una prenda con toda la funcionalidad imaginable: capucha ajustable, cremallera con solapa, ajuste en muñecas (velcro) y perímetro inferior (elástico con tanca), longitud extra en la espalda… un buen diseño, un nylon ligero y la típica membrana de poliuretano de transpiración más bien pobre.

Con las membranas y sus características, sigue sin haber milagros: una simple lámina de poliuretano es lo más ligero, menos voluminoso y más barato pero la transpirabilidad es… pues eso, limitada. Es importante tener esto en cuenta a la hora del uso y saber que hará falta algo más que la membrana para estar cómodo.

Primero de todo: ¿por qué el cambio? Cambio que, a todo esto, implicaba dejar en casa la chaqueta de «papel» de los últimos años… antes del viaje, tenía la conciencia de que esta era una flagrante transgresión de la filosofía ultraligera y una concesión a mis miedos escénicos. Si la chaqueta de Propore (el nombre «técnico» del «papel») funcionaba tan bien como sabía, por experiencia, que funcionaba, ¿por qué no seguir con ella?…

Había una razón objetiva que, a la postre, puedo considerar más que aplastante: en Laponia, podía necesitar vestir la chaqueta mucho más a menudo de lo habitual. Antes de partir, no imaginaba hasta qué punto.

La chaqueta de Propore es frágil; insultantemente ligera y asombrosamente transpirable pero frágil. Perfecta para un uso ocasional, como suele ser el caso en los meses de verano pero quizá no la mejor idea para un uso algo más continuado. Es por eso que preferí condenar mis huesos a la escasa transpirabilidad del poliuretano a cambio de tener una chaqueta «de verdad».

Repito que, a la postre, lo considero un acierto crucial. El tiempo, una vez más, recuerdo, fue peor de lo esperado y la chaqueta vivió en dos sitios básicos: o puesta o arriba del todo de la mochila, lista para salir. No hubiera sido agradable hacer todo esto con la O2 Rainshield (la de papel).

Como añadido y conclusión importante: en las condiciones encontradas (frío, viento, humedad alta pero no extrema), hasta el poliuretano funcionaba bien. Esto sí que no me lo esperaba: ¡apenas tuve condensación! Por una vez, he visto la razón de ser de las membranas (no muy) transpirables: el tiempo era tan desapacible que el cuerpo casi nunca llegaba a sobrecalentarse, incluso durante la actividad; un poco de atención a la ventilación, o ni eso, y olvida los problemas de sudor.

Debo añadir, también que, durante los periodos de lluvia, el paraguas ayudaba: podía ventilar la chaqueta cuanto quisiera.

Montane Superfly

Camiseta extra

Pijama, emergencia y lo que surja. Sobre todo, pijama; imprescindible dormir con algo limpio en contacto con las paredes interiores del saco aunque, al final, hacía tanto frío que rara vez dormía en camiseta. En cualquier caso, en el largo recorrido conviene tener algo en la suplencia para la capa base y mi mejor opción sigue siendo la seda: sólo 100 gramos de tacto fino para una camiseta de manga larga y estética lujosa

Piernas

Pantalones

Tenía mis pantalones perfectos aún en buen estado de uso; los mismos que llevé el año pasado al PCT: ligeros, cortaviento, a prueba de mosquitos, desmontables, de color claro, con bolsillos de seguridad… pero no podía dejar de pensar en esos otros que compré en un momento de desesperación (cuando no conseguía encontrar unos desmontables que me gustaran), tiempo antes: Lowe Alpine Mettle, aunque el nombre sea lo de menos aquí. Estos tenían una característica que me gustaba mucho: un interior en una especie de micro-forro polar que proporciona una sensación muy agradable cuando hay humedad de por medio.

Lo malo de estos pantalones, y la razón por la que no los había apenas usado aún, es doble: ese color negro tan poco adecuado en cuanto hace un poco de calor; y el penoso diseño de los bolsillos, más típicos de un pantalón de traje. Necesito, al menos, que se puedan cerrar para no volverme paranoico por la posibilidad de perder algo que no puedo perder. También iba a echar de menos los elásticos en el bajo.

El caso es que pensé que en Laponia no iba a hacer mucho calor y, si lo hacía alguna vez, siempre los podía llevar cortos; no iba a tener el sol inclemente de otras ocasiones y la estrategia tuareg no iba a ser muy necesaria. Y, si hacía frío, el color negro quizá hasta me podía venir bien…

El resto de pegas tenían arreglo: cosí unas tiras de velcro en la abertura de los bolsillos que me permitían cerrarlos y, además, de una forma muy práctica y funcional. Y le añadí el elástico en los bajos, con tanca y todo. ¡Pantalones nuevos!

Cuento todo esto porque, resueltas esas deficiencias (menores pero importantes), estos pantalones han sido sencillamente perfectos; especialmente, en las condiciones experimentadas. No creo que sean lo mejor en climas cálidos aunque, al ser desmontables, aún sirven; pero ese micro-forro polar les hace muy confortables en condiciones de frío y humedad.

Por supuesto, son corta-viento, antidesgarro y muy resistentes pero, obviamente, no impermeables. Soy consciente del esfuerzo psicológico (más que el físico) que hay que hacer para afrontar la lluvia con sólo estos… sentir cómo te empiezas a mojar y saber que te vas a ir mojando más y más. Por eso es tan útil mirar atrás y analizar cómo pasaron esas situaciones: las piernas no son un elemento crítico a la hora de mantenerse seco y en lo que estos pantalones sí cumplían a la perfección era en esa característica tan clave: secaban al instante.

Esto me ha parecido asombroso, casi milagroso. En parte, se lo achaco al micro-forro polar, que contribuía a evitar esa sensación tan desagradable de cosa-mojada-pegada-a-tu-piel, con lo que el pantalón podía seguir muy húmedo pero no incómodo. Realmente, y a falta de lluvia fuerte, sólo sentí las piernas caladas cuando tenía que cruzar vegetación aunque, entonces sí, la sensación era muy desagradable pero bastaban unos minutos (literalmente) sin más aporte de humedad para que la situación mejorara más allá del umbral de confort percibido.

Esto me lleva a ratificarme en la no-necesidad de pantalones impermeables; si en las condiciones laponas he pasado perfectamente sin ellos, ya no me imagino dónde los voy a necesitar (fuera del invierno, esto es). Debo decir, también, que los pantalones corta-viento estaban ahí para tomar el relevo en caso de emergencia y, sin ese colchón, me hubiera sido más difícil prescindir de los impermeables pero, a la postre, sólo usé los pantalones corta-viento mientras hacía la colada (que no es mal uso).

Pantalones corta-viento

Montane FeatherLite, hermanos del pullover; no en vano están hechos del mismo material (Pertex Microlight). Pesan un poco más de lo imprescindible, que es lo que pasa a veces con los productos comerciales que, por intentar abarcar un público más amplio, incluyen algún extra como, en este caso, cremalleras en las perneras para poder quitar y poner sin afectar al calzado. Aún muy ligeros, de todas formas: 107 gramos.

Estaban ahí para tomar el relevo de los desmontables si se me mojaban mucho y se volvían demasiado incómodos, especialmente en campamento o situaciones estáticas. La idea era tener otro par de pantalones para que los desmontables no fueran el único pero a cambio de pesar lo menos posible. Al final, como decía arriba, los usé muy poco porque los desmontables secaban tan rápido que siempre pude seguir con ellos. Aún así, creo que eran un elemento necesario. Sólo los sustituiría por un par similar pero de material impermeable, no transpirable; sólo para emergencias, así que no merecería la pena el peso extra de la más ligera de las membranas… está por ver si, para tal uso, es mejor así que con estos corta-viento que, por supuesto, calan en la lluvia pero aún separan tu piel de los elementos.

Aislante

Esta era otra novedad, añadida al cartel a ultimísima hora y en un arrebato de prudencia (¿o era cobardía?). ¿Pantalones aislantes? Siguen el modelo de las chaquetas o los sacos de dormir: un material aislante emparedado en nylon. Esta es una prenda típicamente invernal y habitualmente rellena de pluma pero los muchachos y muchachas de Bozeman Mountain Works, en su búsqueda constante del mejor aislante para el largo recorrido en condiciones de humedad y con el peso como factor primordial, han llegado a la conclusión de que las fibras sintéticas tienen su sitio aquí y lo han intentado demostrar a base de diseñar un pantalón que, una vez más, maximiza el conocido ratio aislamiento/peso: Cocoon UL 60. Sí, el mismo nombre que para el pullover descrito arriba; son prendas hermanas, construídas con los mismos materiales (Pertex Quantum y Polarguard Delta) y la misma idea de diseño. La única diferencia es que unos son pantalones y, lo otro, pullover. No equivocarse de zona del cuerpo donde vestir cada uno.

Cocoon UL 60 pants

Compré estos pantalones sin saber muy bien para qué los iba a usar y pensando más bien en el invierno, aprovechando la misma serie de fabricación (y el mismo pedido) de donde saqué el pullover; probablemente, sin este, no habría habido aquellos. Y el arrebato del que hablaba y que me llevó a cargarlos por Nordkalottleden fue mi miedo a pasar frío por las noches… tenía en mente mi problema con el relleno del saco y, sobre todo, temía que Laponia pudiera presentar esas condiciones para las que diseñaron específicamente la línea Cocoon: clima húmedo y frío.

Y es que es así: las series Cocoon (ropa y sacos) llevan aislamiento sintético, lo que parece paradójico, sabiendo que en Bozeman Mountain Works son fanáticos del peso; de su ahorro, esto es… y que la pluma es un aislante más eficiente en relación a su peso que cualquier sintético. Pero es, también, conocida la sensibilidad de la pluma a la humedad. Yo mismo he escrito largamente sobre ello y sobre cómo esto es más un mito que una realidad pero con alguna salvedad: en climas con frío continuado y humedad alta, continuada también (esto es: en el verano de las regiones árticas), los materiales aislantes que dependen de su hinchado se suelen ir cargando de humedad, por mucho que les protejas de la que venga del exterior; el problema viene del interior, de esa transpiración que, normalmente, escapa a través de la prenda pero, en dichas condiciones, suele condensarse *en el interior* de dicha prenda, acumulándose según pasan los días. Una humedad invisible hasta que puede ser demasiado tarde. No es un gran problema en viajes cortos pero sí puede llegar a serlo en viajes largos con necesidad de autonomía prolongada, donde puede no haber ocasión de deshumedecer la prenda en cuestión, cuyo material aislante puede llegar a colapsarse a causa de la humedad y, entonces, ya no aísla.

Y pensaba yo: mi saco es de pluma y, no sólo eso, es un diseño carne de cañón para ser víctima de este fenómeno, porque es muy fino y, mal de males, sus compartimentos están muy justitos de relleno. Y si me pasa esto, ¿qué?

Especialmente para los usuarios de sacos de pluma en condiciones de humedad, llevar ropa aislante sintética supone un gran margen de seguridad: normalmente, el saco debería ir bien si se le trata con el cuidado debido pero, si llegara a fallar, la ropa nos saca del apuro. Este era parte del razonamiento para el pullover sintético de estos últimos años y su sustituto de este año y esta fue la razón fundamental que me decidió a llevarme los pantalones a Laponia.

Después de tanto rollo para explicar el porqué y contar algo de técnica por el camino, tengo que evaluar qué tal fue: creo que, estrictamente, podía haberme pasado sin los pantalones aislantes pero creo, también, que me dieron un margen de confort y de tranquilidad que fue muy importante en, insisto, una ruta con demasiados interrogantes. No los usé demasiado en campamento pero sí para dormir, en numerosas ocasiones. Es difícil decir si hubiera dormido confortable sin ellos pero me alegré de tenerlos.

Parte de la valoración positiva es su increíble peso: 203 gramos, nada más. Esto es crucial porque este es un elemento que va a estar siempre en la mochila.

Mallas

Las de siempre: ultraligeras de polipropileno, sólo 87 gramos, no muy ceñidas. Básicamente, para usar de pijama y para emergencias; las típicas de «todo lo demás está mojado» o «hace tanto frío que me lo pongo todo». Tentado estuve de llevarme unas de lana (pero de esa lana moderna tan fina y tan cara, no las del pastor) pero aquí tampoco me rendí y mantuve el axioma ultraligero. A esto ayudó la decisión de llevar también los pantalones aislantes, con lo que las mallas ya no eran tan cruciales.

Pies

Zapatillas

Salomon Solaris 2

El modelo y marca es casi lo de menos; lo importante aquí, y una de las piedras angulares de todo este invento, es decir adiós a las botas y dar ese salto cualitativo, y cuantitativo, de calzarte algo mucho más ligero, sencillo y amable para tus pies. Y hacerlo así no en un sitio cualquiera sino en Laponia, donde sé que la temperatura no va a ser alta y que la humedad va a ser una constante.

Salomon Solaris 2

La estrategia tradicional contra estas condiciones es la bota gigante: gigante en tamaño, en grosor y en peso. El estándar local era una mega-bota de piel gruesa, con caña muy alta y suela de varios centímetros. Algo así como la botarra de toda la vida. Al parecer, y por las conversaciones que mantuve, es habitual que sean semi-rígidas. Supongo que funcionan; si no, la gente no las usaría… pero definamos «funcionar»…

Entiendo que por «funcionar» se entiende mantener los pies razonablemente secos, a pesar de las condiciones, y proteger el tobillo de torceduras. Esto último no es más necesario que en cualquier otro terreno de montaña, de media: hay pedreras y zonas de piso irregular y, en Nordkalottleden, muchos tramos campo a través pero nada que no se encuentre en cualquier otra zona montañosa. Lo de la humedad ya es otra cosa; como ya he mencionado por todos los sitios, aquello es un infierno de agua en todas las modalidades posibles: en movimiento, estancada, limpia o embarrada. Hay incluso quien usa las tradicionales Katiuskas, nada menos… no me imagino caminando en eso…

Ante este panorama, mi estrategia será totalmente opuesta: usar un calzado ligero, flexible y no impermeable. Olvidarme de esa protección para el tobillo que ya sé de sobra que no necesito y, en cuanto a la humedad, asumir que me voy a mojar y saber vivir con ello.

Esto es algo que requiere una cierta adaptación mental, más que física. Cuento con la experiencia propia; principalmente, del PCT y especialmente la de aquellas semanas en la nieve con los pies eternamente mojados. Y también con la experiencia ajena, de quienes han viajado antes por el ártico eligiendo zapatillas similares para un plantamiento similar. Esto es, sé que se puede hacer y, muy importante, sé que yo lo puedo hacer.

Como ya comento en otros apartados sobre Nordkalottleden, el tema del calzado era, de largo, lo que más escandalizaba a la gente que me encontraba por el camino. Algunos no se podían creer que estuviera allí con eso y, cuando me preguntaban cuál era mi viaje (esperando, quizá, que les «tranquilizara» con una respuesta que implicara una ruta muy corta, de pasada) y les respondía lo que les respondía (Nordkalottleden completo), era cuando ya no entendían cómo había llegado hasta allí. Y yo:

– Es gracias a esto que estoy aquí…

No seré yo quien diga que algo no se puede hacer (porque seguro que aparece alguien que lo ha hecho y quedas muy mal…) pero dudo que sea factible caminar por Nordkalottleden al ritmo que yo lo hacía con unas botarras como las que llevaba la gente allí. Quizá unos pocos días pero no durante semanas. Las zapatillas eran lo que me permitía moverme rápido sin grandes esfuerzos y, a la vez, mantener mis pies en buen estado. Huelga decir que esas botarras rígidas son un calvario para los pies y que hacer una distancia mínimamente larga con ellas es comprar boletos para conseguir ampollas en las ampollas.

Pero está claro que la facilidad de movimientos y el buen trato a los pies no lo es todo: ¿qué hay de la humedad? Como digo, es algo con lo que hay que aprender a convivir, si se usa este tipo de calzado. No hay forma de mantenerte seco en Nordkalottleden. Sólo esporádicamente pude tener pies más o menos secos y la cosa llegó a durar hasta un par de días cuando coincidí con la ruta Kungsleden (con todos esos puentes, plataformas y buena traza) pero, si bien los pies estaban casi permanentemente mojados, debo decir que la sensación desagradable de tenerlos calados tampoco solía durar tanto: tras meterlos en algún río o fangal, era cuestión de un rato de caminar que la cosa quedara en «simplemente, mojados», que ya no está tan mal. Insisto en que, para considerar estas situaciones aceptables, es necesario dejar de considerar los pies secos como una necesidad.

Una consideración importante atañe al conjunto de la actividad como algo integrado; me explico: al final, lo que importa no es si los pies (o la parte que sea) están mojados o secos sino si están calientes o fríos. Mojado pero caliente está bien. Frío (seco o mojado), no. Y el problema es que mojado suele dar lugar a frío. Cuando los pies van a estar mojados y la temperatura va a ser baja, mantener los pies calientes puede ser difícil; unos buenos calcetines ayudan pero suele ser fundamental, también, contar con caminar de continuo. Caminar es la mejor forma de mantener la circulación en los pies y, así, mantenerlos calientes. Esto quiere decir que tener los pies mojados cuando hace frío no se lleva bien con un estilo de caminar con frecuentes y/o prolongadas paradas.

Yo camino prácticamente de continuo, como estrategia para hacer largas distancias sin grandes esfuerzos, con lo que este tipo de calzado me viene que ni pintado: aparte de las ventajas obvias y ya comentadas, la humedad se combate sola; caminar me mantiene caliente y contribuye al secado.

Las zapatillas, además, están construídas para evacuar la humedad y secarse lo antes posible.

Normalmente, habría llevado las Vasque Velocity de toda la vida pero tenía este par de Salomon prácticamente nuevo, compradas de urgencia antes de terminar el PCT. Tanto da porque son prácticamente idénticas en concepto y construcción. A la postre, puedo decir que también en rendimiento y, si tengo que sacarles algún pero es que la suela era, quizá, algo menos adherente de lo que hubiera querido pero debo reconocer que las condiciones eran muy difíciles: pedreras húmedas convertidas en peligrosas pistas de patinaje. No sé si las Vasque lo hubieran hecho mejor. Probablemente, no.

Debo decir, para terminar con el tema funcional, que puede ser duro recorrer Nordkalottleden con este calzado. Para mí, lo fue. No quiero vender las zapatillas como una panacea en estos terrenos; no lo son. Aún así, creo que, conociendo sus pros y contras, funcionan muy bien. No es un terreno fácil para ningún calzado: las botas, aparte de tratar no muy bien a los pies, también se mojan y, entonces, ya no se secan nunca. La piel gruesa sigue aislando y contribuyendo a mantener los pies calientes pero también es cierto que un pie húmedo dentro de una bota es carne de cañón para ampollas y, una vez aparecidas, ya nada es cómodo. Las zapatillas no son tan agresivas, se adaptan al pie y no provocan (a mí no, al menos) ampollas aunque la piel esté constantemente mojada y reblandecida.

Es fundamental dar a los pies unas horas de ambiente seco todos los días; una vez en campamento, calcetines secos. Habrá que ponerse los calcetines mojados de nuevo por la mañana y ayuda mucho dormir con ellos dentro del saco (no en contacto con éste, para no ensuciarlo) porque, por la mañana, estarán algo más secos y, al menos, calentitos. Esto está altamente contraindicado si el introducir humedad en el aislamiento del saco es un problema potencial.

Como reflexión final: lo volvería a hacer, sin ninguna duda.

Pies tragados por el fangal

Calcetines

Los ya tradicionales tres pares; sé que con dos es suficiente pero llevo contento el peso de un par más por ese margen de seguridad.

Los titulares eran unos viejos conocidos ya probados en frío y humedad: Smartwool Light Hiker. A pesar del «light» del nombre, son unos calcetines de lana relativamente gorditos, creo que ideales para estas condiciones. La única pega que les sigo viendo a los calcetines de lana 100% es lo relativamente poco que duran. Esperaba terminar Nordkalottleden con este par pero no que me duraran nada más y, efectivamente, han llegado al final de milagro. Tenía este par en el cajón, sin estrenar; si tuviera que comprarme unos nuevos ahora, creo que intentaría encontrarlos con algo de nylon en la mezcla, para que duren un poco más. Por lo demás, la lana de calidad está muy bien: tarda en secar pero aún aísla y mantiene un confort relativo cuando está mojada.

Para dormir, sigo con los de siempre: Bridgedale Trail Runner; como son sólo para dormir, no se estropean y espero que me duren mucho porque, para esto, son perfectos: gorditos y muy ligeros, al ser cortos.

Como reservas, llevaba esos que pienso usar de titulares a partir de ahora: lana con algo de nylon. Puede no ser fácil encontrar algo así en las tiendas y, tras buscar, lo que más se parecía a lo que quería fueron los Bridgedale Endurance Trail Light.

Light Hiker. Endurance Trail Light. Trail Runner

Manos

Esta vez me pareció imprescindible llevar algo de aislamiento específico para las manos; lo de los calcetines como guantes de fortuna está muy bien, y funciona, pero cuando esperas necesitar proteger las manos regularmente, merece la pena invertir (en peso) en algo más funcional y a propósito. Y menos mal que así lo hice: las manoplas se convirtieron en pieza clave en el día a día.

Usé, una vez más, unas manoplas de Windstopper. Las manoplas tienen mejor relación aislamiento/peso que los guantes aunque proporcionan menos destreza. No son impermeables. El problema de la humedad en las manos es complejo porque los guantes (no tanto las manoplas, pero también) tienen tantas costuras y tanto roce y abrasión que es difícil mantenerlos impermeables (cuando lo son de salida) y no suelen dar buen resultado. A falta de probarlos más y por el momento, prefiero no impermeables. Lo malo es que, cuando empieza a llover, como quiero evitar que se mojen (y me dejen tirado cuando más las puedo necesitar), lo que hago es quitármelas y dejar que se mojen las manos, que se secan enseguida… pero, entonces, las manos se quedan heladas (si además hace frío que, en Nordkalottleden, era lo habitual) y sólo puedo esperar a que deje de llover para volver a ponerme las manoplas y devolver la vida a las extremidades.

La solución sencilla y bastante efectiva es llevar otro par de guantes o manoplas: impermeable y no transpirable. Cuando llueve, me quito las manoplas aislantes y me pongo estos. No aíslan pero sí mantienen los elementos (agua y el aire que la enfría) al otro lado y la situación es mucho más aceptable que sin nada.

Además, estos guantes son insultantemente sencillos y baratos: en Nordkalottleden, utilicé, como otras veces, los que dan en los supermercados para coger la fruta. Y este fue un error: suficiente para emergencias, demasiado frágiles para un uso continuado. Al final, acababa guardándolos para más adelante, para cuando no me quedara más remedio que ponérmelos porque los dedos se me estaban poniendo morados… y ese momento nunca llegó. Es decir, eran tan ligeros que acabé por no usarlos para que no se rompieran. Un perfecto ejemplo de cómo lo ultraligero tiene sus límites. Pesaban poco (casi nada) pero fueron peso muerto y, lo más importante, tuvieron funcionalidad nula.

Nunca mais. Para la próxima, unos guantes de vinilo, de los de fregar, que pesan aún muy poco y siguen siendo baratos pero resisten mucho más. Y las manoplas de Windstopper, por supuesto, qué gran elemento.

Varios destacables

Balleta

Parece mentira lo importante y, digo más, imprescindible, vital, que puede llegar a ser un elemento tan pequeño e insignificante. No sé qué hubiera hecho sin la balleta. Por si es el primero de mis análisis de material que te lees, me explico: se trata de una balleta de cocina de esas amarillas que absorven todo. ¿Alguna vez has pensado que esas toallas «de montaña» eran como una balleta grande (pero más caras)? Pues yo sí, muchas veces. Y pensé que, entonces, ¿por qué no usar una balleta directamente? Probé a pesar una y ya no hubo duda: era mucho más ligera que la más liviana de las toallas.

La balleta es mi toalla, tanto en los episodios de civilización como en la ruta pero, cuando menciono lo de «imprescindible» pienso más en su utilización para enjuagar la condensación en la tienda. Como digo más arriba, la Warmlite 2C tiene un asunto pendiente con la condensación y la balleta me permitía sacar mucho agua de allí y hacer aquello más habitable.

Era un pensamiento recurrente: como pierda la balleta, tengo un problema. Puedo perder el gps, el mapa y hasta el billete de avión pero ¡no la balleta!. Cuando la colgaba a secar durante la marcha (en esos escasos días en que se podía colgar a secar), me preocupaba bien de asegurarla, que uno nunca sabe lo que pasa por ahí detrás.

Usarla en civilización tiene su gracia; sobre todo cuando, como en el albergue de Estocolmo, las duchas son comunales y me presento allí con mi balleta de cocina de amarillo cantoso… alguno tuvo algo que contar de su visita a Estocolmo.

Paraguas

Sacar el paraguas en medio de las montañas me produce una sensación entre la extrañeza, el alivio y la conciencia de estar haciendo algo correcto. Por mucho tiempo que pase, no puedo evitar sentirme raro al manejar este chisme que mi cabeza asocia al medio urbano pero la percepción inmediata de estar protegido de la lluvia es el mejor medio para ver lo bueno de llevarlo.

El paraguas va a ser siempre demasiado pequeño y demasiado grande. Grande, cuando no está en uso, cargando tu espalda; pequeño, cuando llueve y echas de menos esos centímetros de más en su perímetro. Como de costumbre, hay que llegar a un compromiso y dado que, en esta ocasión, iba a viajar por un lugar donde la lluvia puede ser algo más que un accidente pasajero, opté por el modelo «grande» y, nuevamente, creo que fue acertado. No sólo por el tamaño sino porque el Golite Dome es robusto, un paraguas muy simple con muy poco que romper, lo que siempre viene bien en la montaña.

Golite Dome

Este paraguas sigue sin servir por sí solo; los brazos se acaban mojando y, salvo con lluvia muy suave, conviene vestir la chaqueta impermeable. Esto plantea una duda importante sobre su uso: ¿realmente merece la pena llevarlo? Es una pregunta difícil de responder. Considerando el resto de mi equipo, el paraguas, estrictamente hablando, era un elemento redundante, lo que va en contra de la ortodoxia ultraligera… aunque hay versiones de dicha ortodoxia que lo admiten.

Pongamos las cosas en la balanza. Contras:

  • Es un elemento especializado: sólo se usa para la lluvia.
  • Tiene funcionalidad limitada: no va bien (o es directamente inútil) en condiciones de viento o vegetación densa y no es suficiente por sí solo.
  • Incompatible con el uso de los bastones.

Pros:

  • Alivio psicológico de ponerte a cubierto; especialmente importante en lluvia de larga duración.
  • Permite adecuar la vestimenta a la temperatura más que a la lluvia; aunque aún necesite la chaqueta impermeable, es posible ventilarla adecuadamente y utilizar la cabeza como termoregulador, cubriéndola o descubriéndola según sea necesario.
  • Facilita operaciones en las que se necesita abrigo de la lluvia; un ejemplo muy bueno es sacar fotos.

En Laponia, fue raro encontrar lluvia de larga duración; aunque llovía casi todos los días, nunca lo hizo durante varias jornadas seguidas, sin parar. La lluvia solía ser suave, de gotas muy finas. Todo esto la hacía bastante tolerable sin paraguas. Por otro lado, los enemigos típicos del paraguas, el viento y la vegetación, estuvieron ahí en algunas ocasiones pero aún me permitieron usar el chisme en muchas otras. Otro matiz lapón es que, durante la última semana de viaje, hubo más nieve que lluvia. El paraguas sigue siendo útil ante la nieve pero no es tan necesario porque la nieve moja menos que el agua.

Como conclusión, creo que podría haber pasado sin el paraguas y habría salido adelante pero con un grado inferior de confort. A la postre, creo que ese punto extra de funcionalidad y la paz psicológica de saberme protegido merecieron la pena de los 275 gr extra.

Cubremochila

Llevé el mismo de otras ocasiones, hecho en casa aunando elementos de diseño de aquí y de allá para conseguir un cubremochila de ajuste versátil, cosa muy importante en el largo recorrido, cuando la mochila va variando de volumen a lo largo del viaje. No hubo ninguna sorpresa pero el aspecto comentable no es por el modelo de cubremochila sino por su uso en Laponia: jamás lo había utilizado tanto.

En Laponia y en las condiciones que encontré, el cubremochila era un elemento estándar. Lo usé prácticamente todos los días. El tiempo era tan inestable que, incluso cuando hacía bueno (o parecía que lo hacía), lo llevaba puesto porque sabía que era cuestión de tiempo que cayera algún chaparrón. En algún alarde de optimismo, lo guardaba en la mochila para acabar sacándolo antes de que acabara el día.

Sigo prefiriendo un buen cubremochila sobre las técnicas de impermeabilización desde dentro. En cualquier caso, sea cual sea la estrategia para mantener seco el contenido de la mochila, debo insistir en que tiene que funcionar bien; va a ser necesario.

Cubremochila, equipamiento estándar en Laponia

Las claves

Un sistema de acampada a prueba de bombas y que me daba la confianza de saber que podía hacer frente a cualquier cosa.

El forro polar fino, que añadió una flexibilidad enorme al sistema y me permitió estar cómodo durante la marcha sin comprometer mis piezas aislantes más sensibles.

Aspectos mejorables

Una capucha para la capa corta-viento habría añadido un buen grado de flexibilidad por muy poco peso.

Los guantes impermeables eran algo más que equipo de emergencia. Cuando se van a usar mucho, hace falta algo más consistente.