This entry is part 3 of 27 in the series Nordkalottleden Relato Completo

Es como si el tránsito de sábado a domingo no hubiera pasado. En parte, por las pocas horas de oscuridad y, sobre todo, porque al pasármelas en el asiento del tren, es como si no hubiera habido noche. El caso es que se hace de día (a las 3.00 h.) y nada ha cambiado: túnel verde y cielo gris. Me entretengo con el mapa, imaginando por dónde voy.

En Boden se divide la línea y no sabía si había que cambiar de tren o separaban los vagones en dos grupos, uno para un lado y otro para el otro; y me quedé sin saberlo porque informan de que, por trabajos de reparación en la vía, el resto del viaje tiene que ser por carretera.

El tiempo sigue gris y lluvioso y hace frío. Boden está junto a la costa del Báltico y tiene una pinta muy pulcra, con mucho verde, casas de madera y más bicicletas que coches por las calles. En el aparcamiento de la estación de tren espera una fila de autobuses, donde reparten a la gente según destino. Yo voy a Kiruna. Nos dan una bolsa con un desayuno.

El viaje, desde aquí, es más entretenido y variado, aunque el paisaje sigue siendo bastante monótono: el verde oscuro de los abetos bajo el cielo gris. Desde la carretera, hay más vistas que desde la vía de tren y se cruza algún pueblo, pocos y muy espaciados pero no deja de sorprenderme que, estando tan al norte, los pueblos sigan teniendo una pinta tan «normal»… El círculo polar, a estas alturas de año, no es más que una línea en el mapa pero es un cierto hito, sobre todo para alguien que, como yo, nunca lo ha cruzado antes y voy con el mapa en la mano siguiendo el progreso del viaje, suponiendo que estará marcado de alguna forma. A pesar de que ya hace muchas horas que es de día y yo, de día, no duermo, mi cuerpo cansado elije ponerse en modo ahorro de energía poco antes del dichoso círculo y cuando me desperezo ya se me ha pasado de largo. Creo que no me importa mucho.

El paisaje sigue igual, salvo porque los árboles van siendo algo más pequeños. Para mi sorpresa, veo que estamos a unos 400 m. de altitud. Yo pensaba que el ártico sueco, hasta llegar a las montañas, sería de baja altitud y que por eso las condiciones climáticas eran relativamente benignas pero resulta que es una meseta. Debe hacer frío aquí en invierno.

Aunque mi destino es Kiruna, luego tengo que volver para atrás para llegar al cruce con la carretera que me llevará a la frontera con Finlandia y me pregunto si, dado que voy a pasar por ese cruce, no podría pedir que me dejaran bajar ahí y continuar en auto-stop… me ahorraría más de 50 kms. de ida y otros tantos de vuelta. Pregunto a un empleado que viene en el bus y me pone cara de pocas buenas pulgas. Me dice que eso del auto-stop no es habitual y que me recomienda seguir mi plan; llegar a Kiruna y coger otro autobús allí. En fin… el problema es que a Kiruna llego a media mañana y mi autobús no sale hasta última hora de la tarde pero, con lo poco animoso que me siento, si me chafan la idea me dejan con pocas ganas. La verdad es que el cruce ese está en medio de la nada ártica (aunque se supone que hay un pueblo aquí al lado pero debe constar de dos o tres casas) y no hay ni tráfico. No parece un plan muy acogedor y decido dejarme de líos y continuar hasta fin de viaje.

En Kiruna, el bus nos deja en la misma estación de tren, donde conecta con otros buses que llevan a todo el mundo a sus destinos finales, cuando estos no eran el propio Kiruna. Muchos de los que venían en este bus eran montañeros o mochileros o como se llamen, o nos llamemos, pero todos parecen coger uno de estos otros buses que van a Nikkaluokta, a las puertas de Kebnekaise (la montaña más alta de Suecia), todo ello a tiro de piedra de aquí, hacia el oeste. Kiruna es el punto de acceso a las montañas Yo me quedo tirado cual colilla, con 9 horas de espera por delante, vagando por un desierto Kiruna en un día frío y gris. No estoy muy entusiasmado.

Kiruna y, al fondo, las montañas. Arriba, el nublado

Kiruna es un sitio un tanto raro. Ya me parecía extraño que hubiera un pueblo aquí arribota pero me lo imaginaba como un sitio bucólico, cuatro casitas de madera y poco más… y resulta que es bastante grande, ¡tiene hasta bloques de pisos de un montón de alturas! nueve, si no recuerdo mal, que me parecen más fuera de lugar que un cocotero. La ciudad (porque es casi como una pequeña ciudad) está en la falda tendida de una colina en cuya base hay un complejo industrial (¿¿¿???) en cuyo centro se levanta un gigantesto edificio acristalado con pinta de edificio-de-oficinas-que-fue-moderno-en-los-años-setenta y yo no entiendo nada… ¿qué pinta todo esto en medio del ártico? Enfrente, un extraño cerro, empinado, de cima redondeada y con unos desmontes en las laderas que, obviamente, no son naturales. Parece una cantera.

Al final, la explicación es que Kiruna es famoso por sus minas. No sé de qué eran las minas pero es la razón de tanta industria y ese urbanismo tan poco propio de escandinavia.

El caso es que Kiruna es bastante feo. No es intrínsecamente feo pero no tiene ningún atractivo aparente, al márgen de la novedad que para mí supone estar tan al norte y ver tantas cosas que no esperaba pero, si me olvido de eso, me quedo con un pueblo industrial en medio de un paisaje monótono. Creo que no estaba de muy buen ánimo y el tiempo gris y frío tampoco ayudaba. Encima, era domingo y estaba todo cerrado, no había casi gente por la calle y yo no quería estar allí. Supongo que, en otras circunstancias, me hubiera parecido mejor.

Estampas de Kiruna

Salí a la carretera y probé suerte con el auto-stop durante una hora o dos, mientras aún tenía tiempo de llegar a mi siguiente conexión de autobús en Karesuando… si alguien me hubiera llevado. Me acordaba de lo que me había dicho el señor del autobús según veía como nadie paraba ni a preguntar. Al final, viendo que, de todas formas, no iba a poder coger el siguiente bus, decidí dejarlo. No paraba ni dios, hacía frío, me estaba quedando helado y tenía hambre así que me metí en el bar de la estación de autobús, que debía ser el único sitio abierto en todo Kiruna, y por lo menos comí algo.

En el resto del día, ni me molesté en seguir intentando el auto-stop. Me pateé el lugar hasta que me aburrí. El paisaje en lontananza no era demasiado espectacular: desde la parte alta del pueblo, se veía mucho terreno, la inmensa mancha verde oscuro del bosque boreal y, al fondo, hacia el oeste, se intuían las montañas pero el cerro descascarillado y las instalaciones mineras, justo enfrente, estropeaban el panorama. La parada del bus estaba permanentemente desierta: ni buses, ni viajeros pero había un cartel luminoso que anunciaba los horarios y mi autobús a Karesuando aparecía ahí así que tendría que venir. Parecía difícil de creer pero, llegada la hora, sí, apareció. Me alegré de salir de allí de una vez.

Las distancias entre poblaciones son enormes en Laponia y, eso, contando como poblaciones núcleos minúsculos. El viaje es largo y habría llegado a Karesuando de noche de no ser porque esto es el verano lapón y aquí se no se hace de noche hasta muy tarde. Karesuando es pequeño y disperso, no tengo mucha sensación de haber llegado a ningún sitio pero, después de lo que he visto por el camino, parece hasta grande. Incluso, hay una tiendita abierta y puedo entrar a preguntar y hablar con alguien humano.

El camping está justo enfrente del puente que lleva a Finlandia. No hay ninguna tienda montada y la mía tampoco lo va a estar: tienen casitas de madera y me ofrecen una muy barata (debían ser conscientes de que, a esas horas, no iba a aparecer nadie más) y no puedo rechazar. La verdad es que no me apetecía un carajo montar la tienda.

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