This entry is part 5 of 27 in the series Nordkalottleden Relato Completo

Mi primer vistazo es al tiempo afuera y las noticias no parecen muy buenas: el gris ha bajado al suelo y hay una niebla que hace parecer todo aún más lúgubre que ayer. Me alegro doblemente de haberme quedado aquí porque mi moral sigue floja y no necesito dificultades ni penurias. Ya sé que esto no se puede aún considerar como lo uno ni lo otro pero cuando la moral flaquea todo parece cuesta arriba. El caso es que no tengo ganas de salir pero no hay otra: mi moral puede estar baja pero mi motivación no y espero que la una ayude a levantar la otra (¡y no al revés!)

Salgo al mundo gris y compruebo que la señalización sigue siendo excelente, lo que me tranquiliza porque, en tal caso, la niebla no es mayor problema. Tampoco es demasiado densa. Por alguna razón (que no sé cuál es), parece que no hay tantos insectos como ayer y camino más cómodo y, una vez asumido el tema de la niebla y visto que no supone problema, progreso con relativo buen ánimo.

Por el momento, continua la tónica de ayer: Nordkalottleden atraviesa la tundra ártica, buscando las colinas para encontrar terreno lo más seco posible, cruzando ciénagas en las zonas más bajas. En éstas, a unos 400 m. de altitud, se sigue encontrando bosque de abedules enanos aunque, por alguna razón, que tampoco sé cuál es, parece menos denso que ayer. En las partes más altas, a 500 m. y superior, ya no hay árboles y el terreno es más parecido a la auténtica tundra.

Durante el día de ayer no me crucé con nadie en el sendero y hoy, tampoco. Como esperaba, no parece que esta sección sea muy popular. Y, sin embargo, la civilización (testimonial) no está demasiado lejos porque, aunque no la puedo ver, sé que esa carretera que ayer llevaba a mi derecha sigue cerca. Así lo dice el mapa. Esta carretera morirá en la nada un poco más adelante pero, por el momento, debe seguir ahí. Además, voy caminando cerca y paralelo a una línea eléctrica que, por una parte, me estropea la sensación de estar en un sitio tan especial y, por otro, me ofrece un vínculo con algo conocido que, aunque feo, casi bienvengo. No puedo evitar alegrarme cuando el sendero se le acerca y aparece entre la niebla. Cobarde que es uno.

El maldito tendido eléctrico estará a mi lado durante día y medio, nada menos. No es la imagen que uno espera del ártico.

Paso la mañana en una serie de pequeñas subidas y bajadas en una especie de viaje sin fin hacia un horizonte verde y gris. Afortunadamente, la niebla se despeja un poco; más bien, la nube abandona el suelo y vuelve a su sitio en el cielo y, por lo menos, veo el horizonte. El cielo se mantiene muy oscuro y llega a caer alguna gota pero nada que pueda llegar a llamar lluvia.

La tundra y sus extensos y lineales panoramas bicolor

Subo a Rivkkos, una colina más alta que las demás, 600 m., y el ambiente es sensiblemente diferente, más parecido a un entorno de montaña. Hasta hay un lago en una pequeña hoya. Más aún, este cerro es lo que me separa de Raisjavri, un lago de los grandes, que es mi siguiente objetivo. Pasada la cumbre, puedo ver Raisjavri y mi futuro para el resto del día y parte del de mañana.

Gran hito en la cima de Rivkkos

Arriba, en la cima, sólo queda hierba, el terreno es mayormente seco y se camina muy fácil. Bajar hacia Raisjavri supone retomar la vegetación densa y las ciénagas. Paso por delante de la puerta del primer refugio que me encuentro en este viaje, Reisavannhytta, y aprovecho para tomarme un descanso mientras el cielo amenaza lluvia cada vez más. El refugio está cerrado. Al rato, aparecen dos noruegos que tampoco cumplen el estereotipo de rubio y alto y que sí traen la llave maestra. Se identifican como cazadores y me cuentan que están batiendo la zona de cara al inicio de la temporada de caza, inminente. Nada que ver, por cierto, con la imagen totalmente urbana del cazador ibérico medio; estos llevan mochila y se parecen más a mí. Les pregunto por el terreno que tengo por delante y me dicen que el sendero es bueno.

A estas alturas, ignoro si tengo derecho a quedarme en un refugio sin tener llave (pero habiendo alguien que sí la tiene) pero, de todas formas, aún quedan unas cuantas horas y bastantes kilómetros por hacer. Valga decir que mi moral sigue cerca de los suelos y que con gusto me hubiera quedado bajo techo así que tengo que agarrarme a la disciplina para decir hasta luego y seguir adelante.

Es en Raisjavri donde el terreno empieza a cambiar: al fondo del lago, las colinas ya tienen categoría de montañas, que flanquean el profundo valle al que tendré que bajar y que aún no veo: Reisadalen, una profunda hendidura de paredes casi verticales, un auténtico cañón.

A esta esquina de Raisjavri donde está el refugio llega una pista que viene de aquella carretera que crucé por última vez esta mañana al salir de Cunovuohppi. Un poco más allá, otra rama de la misma pista llega hasta el edificio de una estación meteorológica y, justo cuando alcanzo su altura, empieza a llover. Es la primera vez que me llueve de verdad y, como toda primera vez, sienta muy mal. Cuento con que el edificio estará cerrado pero ¿tendrá porche? Me acerco y, efectivamente, está cerrado y, también efectivamente, tiene un estupendo porche cubierto donde paso felizmente mi primer y auténtico chaparrón lapón.

La zona que viene ahora es una de las que me más respeto me daba: dos ríos potencialmente peligrosos y aparente discordancia entre el dibujo del mapa y la única y vaga descripción de ruta que he conseguido encontrar, unido a una topografía llena de las rayitas azules que marcan ríos, arroyos, afluentes, afluentes de afluentes y ciénagas, las malditas ciénagas. El primero de los ríos, Cieknaljohka, discurre por una zona muy llana y eso significa que la franja de terreno de las orillas es un fangal de los de más allá de la rodilla. Y no se trata de los cinco últimos pasos antes de llegar al río, no… no menos de 50 metros de fangal, a elegir entre barro o agua barrosa pero te hundes igual. Ya puestos, creo que es mejor la parte acuosa… recuperar el pie después de hundirlo en el barro más allá del tobillo no mola nada y nunca sabes seguro si la zapatilla va a salir con él.

Cuando llego al río propiamente dicho, esto es, donde fluye el agua líquida (uno ya tiene duda si los fangales pueden tener ya consideración de parte del cauce), me encuentro con la última visión que esperaba: ¡un senderista! con su mochila y todo, en la orilla de enfrente, dispuesto a cruzar. Le dejo pasar primer para no caer en la surrealista situación de encontrarme al primer senderista en día y medio y cruzarnos en medio de un río. Bueno, pues compruebo que no sólo no soy el único que camina por Nordkalottleden sino que, además, el tío este lleva una mochila relativamente pequeña y calza un par de zapatillas que, para más inri, son mi marca y modelo habituales (y que ahora no llevo por gastar estas otras que ya tenía). Acabáramos: el tío no es escandinavo, es americano (ya me parecía a mí). Me confirma que el sendero al otro lado sigue siendo sencillo y fácil de seguir y me pregunta si a este lado también hay fangales…

– ¿ves ese talud de allí enfrente? Pues hasta allí, es todo fangal.

– vaya, ahora que tenía las zapatillas limpias…

no necesito preguntar con qué me voy a encontrar después de cruzar.

Por desgracia, no tenemos tiempo de compartir mucho más porque los mosquitos nos están devorando.

Pocas veces meter los pies en un río sentó tan bien aunque sé que no va a valer para nada. Cieknaljohka es muy ancho pero no lleva mucho caudal y es fácil de cruzar. Ni cubre mucho (poco más de la rodilla) ni lleva corriente fuerte. El cauce, sin embargo, es muy grande y puedo imaginar que puede ser peligroso y hasta imposible si está más lleno.

Tras el baño de barro del otro lado, sigo adelante con algo más de ánimo: me ha sentado bien encontrarme con alguien, más aún al tratarse de alguien con quien me podía identificar.

Acabo el día subiéndome a una colina para alejarme del lago y ver si así puedo librarme de los insectos pero no funciona del todo; acampo, por fin, en algo que se va acercando a uno de esos sitios soñados, con Raisjavri a mis pies y comiéndome la cena mientras paseo porque pararse significa ser blanco fácil y me daba lástima encerrarme en la tienda con estas luces tan bonitas que se cuelan entre las nubes.

En la cima de Aitevarri

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