This entry is part 6 of 27 in the series Nordkalottleden Relato Completo

La primera noche en el sendero (esto es, durmiendo en el sendero, no en alojamientos) suele marcar un punto de inflexión: suele ser el momento a partir del cual me empiezo a sentir integrado y cómodo en el lugar. El día anterior, me acobardé y me refugié en Cunovuohppi pero yo sabía que lo que necesitaba para empezar a disfrutar de verdad de Nordkalottleden era plantar la tienda por ahí y sentir cómo, al levantarme al día siguiente, todo seguía ahí y podía continuar caminando. Es parte del trato entre el sendero y yo.

Por la mañana, sigue nublado pero hay menos insectos y camino con buen ánimo. Afronto ese tramo que siempre me había parecido tan intimidante en los mapas: sin una traza concreta y lleno de marcas de ciénagas, ríos y «blancos» sin información, antes de descender a las profundidades del cañón Reisadalen. Ahora que ya estoy aquí, ya no le tengo tanto miedo. Ya he visto qué tipo de terreno esperar en esos trozos que salen «blancos» en el mapa y la gente con la que he hablado me ha confirmado que el sendero es inequívoco. De hecho, al poco de empezar tengo que cruzar Njargajohka, el que la escasa literatura que conseguí reunir calificaba como el río potencialmente más peligroso de toda la ruta y avanzo hacia allí con la tranquilidad de saber que no va a ser problema. Casi más me molesta pensar en los fangales pero resulta que este río está algo más encajonado en su cauce y no se esparce por los lados y llego hasta la orilla pisando tierra firme.

Njargajohka

El río es muy ancho y puedo imaginar que será imposible de cruzar cuando baje lleno pero hoy fluye tranquilo y no cubre demasiado. Cruzo sin problemas.

Al frente, ya empiezo a ver montañas de verdad. Está terminando la parte del viaje que consistía en avanzar hacia el oeste al encuentro de esas montañas. Aún tengo tramos a través del bosque de abedules enanos hasta que empiezo a subir. Sé que es coyuntural porque lo que tengo que hacer hoy es bajar pero para llegar al fondo de Reisadalen no vamos a seguir el desagüe de Raisjavri: hay que subir unos pequeños montes para luego descender.

En estas cimas modestas, el ambiente cambia y los lagos ya tienen más pinta de ibón pirenaico que de mar de agua dulce de la tundra. Abajo, aparece la profunda muesca de Reisadalen que, si no me equivoco, significa, en noruego, «el valle Reisa». Parece que todos los topónimos de valles en noruega acaban con ese sufijo (-dalen). Éste es un profundo cañón de paredes casi verticales que, con dirección noroeste, lleva las aguas de la tundra hacia el mar. En el fondo de Reisadalen, y en el mismo lugar, coinciden el punto más bajo y el más septentrional de Nordkalottleden. Pero eso llegará mañana; primero, hay que bajar ahí y avanzar por el fondo del cañón durante un montón de kilómetros.

El cañón Reisadalen

El descenso es muy interesante; en poco más de 400 metros de desnivel, se atraviesan varias zonas climáticas: desde la tundra de arriba, pasando por el bosque de abedul, un poco más abajo, para llegar a un terreno inédito hasta ahora, una vez dentro del cañón: bosque de pinos. Árboles de buen porte y tamaño.

El descenso es empinado, a ratos, pero el sendero es bueno. De repente, es como si no estuviera en el ártico: suelo seco, pinos, setas de colores… suena a terreno conocido y eso me hace sentir bien. Ya me imagino un rápido, fácil y agradable recorrido por el fondo del valle para lo que queda de día y parte de mañana pero, una vez en el fondo, veo que no va a ser así: el piso es irregular, muy rocoso, y la vegetación es muy densa. El ambiente es húmedo y agobiante y, aunque no hace nada que pueda llamar calor, sudo mucho. Y vuelven los mosquitos aunque, por lo general, me dejan en paz mientras camino. El sendero, a diferencia de todo lo pasado, es inequívoco y está muy bien definido pero la verdad es que no hay más remedio: con tanta vegetación, o está así o no está.

Tengo mi segundo encuentro en la tercera fase (senderista): una pareja que camina valle arriba y lleva mochilas gigantescas y, al rato, una familia acampada en un claro cerca del sendero. Parece que éste es territorio más frecuentado.

El camino se mantiene en la márgen derecha de lo que ya es un río de gran tamaño hasta que, aprovechando un estrechamiento entre rocas, cruza por un puente al otro lado. Justo allí está el refugio Nedrefosshytta donde el cobarde que hay en mí me diría que podría quedarme a pasar la noche pero es aún demasiado pronto y, además, está cerrado (esto es, no hay nadie allí hoy, por el momento). Aún así, el mismo cobarde en mí me dice que no pasa nada; que, según la información que manejo sobre Reisadalen (un poco mejor que la que tenía hasta aquí), hay un pequeño refugio abierto unos kms. más allá y allí pongo mi objetivo para hoy.

Reisaelva

Acampar aquí abajo no es tan inmediato: hay que buscar algún claro en el bosque que, por lo demás, es impenetrable. El día se me hace largo y cansado porque lo que yo imaginaba como un cómodo paseo sin desnivel es, en realidad, una serie de constantes subidas y bajadas empinadas para evitar resaltes rocosos e irregularidades varias. No importa, voy hacia mi refugio cobarde y allí estaré como en palacio… salvo que, cuando llego, está ocupado. Pues vaya…

Uno ya cuenta con que aquí no hay mucha gente y siempre hay sitio pero se trata de una cabañita muy pequeña y sólo hay sitio para dos, que son esos dos que están intentando pescar algo en el río. Si hiciera muy mal tiempo, supongo que me harían sitio pero, aparte de que sigue nublado, no parece siquiera que amenace lluvia así que lo razonable es abandonar el plan. Este es uno de esos casos de cosa que fastidia (porque ya te habías hecho a la idea) pero que, a la postre, es lo mejor que podía pasar: continué unos minutos más hasta una zona llana y parcialmente despejada, muy cerca del río y con acceso franco hasta él. Había hasta restos de hoguera, está claro que era un campamento habitual. Muy buen sitio donde pasé una tarde-noche muy tranquila y agradable… salvo por los malditos mosquitos, moscas y lo que narices sean, que no me dejaban vivir en cuanto me paraba quieto.

Mis aposentos en Reisadalen

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