This entry is part 14 of 27 in the series Nordkalottleden Relato Completo

Aún está oscuro cuando me despierto. Afuera, se ha desatado el infierno y dentro se deja notar. Valga decir que el hecho de que aún esté oscuro significa que son algo así como las 4.00 h. de la madrugada pero no me veo capaz de volverme a dormir.

Probablemente, la falta de luz hace que dé más miedo. El viento sopla muy fuerte, a ráfagas, intercalando momentos de calma con ratos violentos. La tienda aguanta pero parece que puede salir volando en cualquier momento. ¿Cuánto decían los Stephenson que soportaba este chisme? (consulto en web…) 95 millas por hora… eso hace más de 150 km/h. A ciento cincuenta kilómetros por hora, se te vuela la peluca seguro. Es mucho viento. Yo no sé a qué velocidad está soplando ahí fuera ahora pero sí sé que el arco posterior se me viene encima durante las ráfagas y que no estoy nada entusiasmado. Por decir de alguna manera fina que estoy acojonado.

Es un viento de estos que suena como un silbido gigante; ahí, metiendo miedo. Y lo peor es que me golpea parcialmente de costado. Se supone que la 2C es muy fuerte pero ya estoy empezando a ver en la práctica lo que ya sabía en teoría: hay que orientarla bien, de forma que el viento venga desde atrás. Ayer, cuando la monté, aún no soplaba de forma continua y tuve que adivinar; acerté a medias.

Cuando llega una ráfaga, golpea el costado izquierdo y hunde la mitad del arco posterior, el más fino de los dos. Por el momento, compruebo, vuelve a su sitio cuando amaina.

Ni me atrevo a mirar fuera. Tampoco iba a servir de mucho, supongo… no me pienso mover de aquí mientras sea de noche. Me quedo acurrucado en el saco, no sabiendo muy bien si sentirme seguro o no y empezando a hacerme películas sobre cómo voy a salir de aquí. Sé que, en el peor de los casos, puedo volver por donde he venido. Incluso en el caso de que me cubra la niebla y no haya visibilidad, debería poder bajar y dejar que el propio valle me lleve. Mientras fuera para abajo, iría bien. Soy consciente de que algo aparentemente tan sencillo puede ponerse muy feo con visibilidad cero y viento fuerte; ya me ha pasado antes y lo recuerdo entre los momentos en los que más miedo he pasado en mi vida pero este es el momento en que es mejor decirle a la cabeza que deje de hacerse películas que siempre salen muy catastróficas. Para eso son películas. De momento, hace mucho viento y a veces viene acompañado de alguna ráfaga de lluvia, es todo lo que sé.

Por otro lado, volver atrás sería un desastre en lo que al conjunto del viaje se refiere: no hay ruta más fácil que ésta para cruzar a Abisko, ni siquiera dando un rodeo razonable. Es decir, mi única opción sería esperar a que pase el mal tiempo o salir de Innset por carretera pero no andando porque esta es una zona muy montañosa y no hay pasos a través de las montañas; para llegar a Abisko por carretera, tendría que ir hasta el mar y luego volver, un trayecto de varios días. Es decir, si quiero completar Nordkalottleden, más me vale seguir adelante… pero, en los momentos de más viento, pienso que contento estaré si consigo retroceder a Innset sin demasiado susto…

Como sé que no voy a poder volver a pegar ojo, me pongo a desayunar para estar listo para salir cuanto antes y poder así aprovechar cualquier oportunidad que me dé el temporal. Se va haciendo de día y echo un vistazo fuera buscando respuestas. Lo que veo es bastante menos catastrófico que lo que salía en mis películas: hay nubes muy negras cubriendo todo el cielo pero se mantienen justo por encima de los picos, por el momento y, a nivel del suelo, la visibilidad es 100%. Ni rastro de nieve aunque hace frío y supongo que daría para ello. Como tengo la puerta orientada valle abajo, puedo ver la hendidura donde está Innset, una visión familiar que me da tranquilidad saber que podría alcanzar sin problemas.

Esto son buenas noticias pero, por otro lado, pienso, la situación me va a «obligar» a continuar. ¡No puedo ser tan cobarde! sobre todo, teniendo en cuenta el problema que me crearía volver atrás. Pero luego llega una ráfaga de las buenas y no puedo evitar pensar que quisiera poder ser cobarde.

La estrecha franja entre el cielo y el suelo

Estudio el mapa: estoy al fondo de una hoya; tengo que subir un pequeño desnivel para alcanzar la zona del collado, que es del habitual tipo embudo: un pasillo largo y sin apenas desnivel, con fondo plano y paredes relativamente escarpadas a ambos lados, cosas de los glaciares. Me queda muy poco desnivel por salvar pero aún bastante distancia. Veo también que, nada más alcanzar este último escalón, el mapa señala ¡edificios! No tengo noticia de ningún refugio aquí, así que supongo que será alguna ruina o cabañas de pastores. El paso es amplio pero inequívoco; se trata de avanzar en línea recta hasta que el terreno empiece a descender y el pasillo te emboca directamente a otra hoya glacial al otro lado. Parece sencillo, incluso en condiciones de mala visibilidad.

Lo que menos me gusta es lo que viene después: esta es la única cordillera entre yo y el valle de Tornetrask (el lago gigante junto al que se encuentra Abisko) y, teóricamente, ya debería ser todo bajar pero… no es así. A mitad de bajada, la ruta se desvía por un valle lateral y vuelve a subir. No cruza la divisoria principal pero sí pasa por un pequeño collado entre aquella y un monte cercano. Este collado es prácticamente tan alto como el que tengo delante, casi 1000 metros, y su orografía es mucho menos evidente. Intuyo que sería un muy mal sitio para estar en condiciones de poca visibilidad. No sé por qué han trazado la ruta por ahí porque podrían haberla hecho descender directamente pero alguna razón habrá… supongo que es la forma de acercarse lo menos posible a la orilla del gran lago que, probablemente, esté muy empantanada. El caso es que esto me intranquiliza porque me puede dejar en una situación sin fácil vuelta atrás en la que tanto para un lado como para otro hay que subir.

De cuando en cuando, cae algo de lluvia y recojo todo en el interior. Me sorprende ver, cuando salgo, que está todo prácticamente seco. Debe ser por el viento. El caso es que, una vez fuera, el viento ya no parece tan fiero y, en ese momento, tengo claro que no debería haber problema en seguir adelante, a no ser que haya un empeoramiento.

Me encuentro, por tanto, en esa situación tan poco agradable pero a veces inevitable en la que el tiempo juega en mi contra por partida doble: el tiempo atmosférico y el cronológico. El atmosférico, por razones obvias: está enfadado y estoy a su merced. El cronológico, porque necesito un buen rato para dejar de ser tan vulnerable. Sería tan distinto si sólo se tratara de coronar ese collado y luego fuera todo bajar… pero tengo que volver a subir y atravesar una zona más expuesta y complicada que la propia divisoria y, sobre todo, tengo que soportar el peso de saber que el momento en que me pueda sentir a salvo queda lejos aún.

Con todo esto en mente, salgo por fin. Yo no sé si es que ha amainado algo el viento o es que, desde dentro de la tienda, parecía más de lo que era en realidad pero el caso es que me sorprendo de lo relativamente benigno de las condiciones: hace frío y viento, sí, el cielo está negro oscuro y el ambiente es de lo más desapacible pero nada mucho peor de lo que he visto ya antes en este mismo viaje… puedo caminar tranquilamente y casi sin tener que sujetarme la peluca. Vamos, que el viento no me tira ni nada.

Subo el siguiente escalón y me encuentro de frente el largo pasillo que es el collado. A mi izquierda, aparecen los edificios anunciados en el mapa: efectivamente, tienen toda la pinta de ser cabañas de pastores. No pueden ser otra cosa. Un buen número de pequeñas casitas de madera en un lugar donde no esperarías encontrar algo así. De hecho, creo que fue el grupo de cabañas más elevado que vi en todo el viaje. No suelen estar tan altas. No parece que haya nadie allí.

Según avanzo, mis miedos se van difuminando. No es para tanto la cosa. Las nubes cubren las cimas pero se quedan ancladas ahí y mi largo collado sigue libre y expedito. El viento no es casi ni molesto, quizá porque la propia orografía me está protegiendo aunque los collados (y, especialmente, los de esta configuración) tienden a canalizarlo y hacerlo más fuerte aún pero quizá la orientación sur me está protegiendo de un viento de componente mayormente oeste.

Completo la travesía sin mayores novedades. Sigue sin apenas llover y me siento hasta relativamente cómodo. Esperaba una especie de pequeña odisea con el viento de cara que intentaba devolverme rodando hacia Innset y ha sido sólo un collado más. Ahora me siento un poco ridículo por tanta queja escénica o, siendo más preciso: en aquel momento, me sentía un tanto ridículo conmigo mismo; ahora, por contarlo. Cuando digo que soy un montañero calzonazos, no exagero ni se trata de falsa inmodestia.

Desciendo hacia otra cabecera glacial, redondita como las demás y, en este caso, algo más encajonada entre paredes escarpadas. El hielo hizo bien su trabajo. Hacia el sur, se aprecia el enorme hueco que llena Tornetrask, el lago más gordo que me he encontrado hasta la fecha: un valle excepcionalmente amplio. La siguiente línea de montañas está lejos, esta vez. Enfrente, y al otro lado del lago, está Abisko, aún no visible. Nordkalottleden me llevará hacia el oeste para rodear Tornetrask y volver por la otra orilla.

Lo que no me gusta tanto es lo que veo cuando el terreno me permite identificar mi próxima, última y temida subida: si bien las nubes se están portando bastante bien y se mantienen en el cielo, hay una escisión que ha decidido descender un poco y aposentarse alrededor del pico que tendré que flanquear.

Consulto el mapa y parece que no hay duda: tengo que subir a lo largo de esa vaguada que acaba perdiéndose en la niebla. Parece que aún no está todo vendido por hoy.

Antes, tengo que atravesar el cauce principal del valle, al que he visto nacer, prácticamente, según iba bajando. Nacer y crecer, hasta el punto en el que, cuando toca cruzarlo, ya es bastante grande. El mapa señala un puente aquí pero el alemán de las blueberries de ayer ya me había advertido que no había puente. El vadeo es laborioso pero fácil. La única pega real es que este es uno de esos días en los que sienta especialmente mal empaparse los pies, con el frío que hace pero c’est la vie…

Los hitos no dejan lugar a dudas: hay que cruzar por ahí

Según termino el vadeo, hay que empezar a subir hacia esa niebla. Queda por ver a partir de qué punto empezará a ser un problema y cuán densa será… el problema es que, más que un collado, se trata de una travesía por ladera, con lo que será complicado encontrar referencias orográficas. Tendré que confiar en los hitos porque aquí, en las alturas, el sendero, como tal, no existe.

Llevo el mapa a mano y la brújula en el bolsillo, por si acaso. En el mapa, todo parece evidente: seguir vaguada, coronar collado con pequeño cerro en el lado del valle y bajar en diagonal por la ladera que sigue. Parece mentira lo que cambia todo cuando no se ve ni torta: la subida, ni tan mal; la vaguada a seguir es bastante evidente hasta casi la cima pero, a partir de ahí, envuelto en niebla densa y en un mundo de piedra, me tengo que agarrar a los hitos porque nada es lo que parece ni nada es tan evidente como se supone que debería ser. Los mapas pueden decir misa pero, cuando no ves lo que tienes 20 metros más allá, mejor tener algún buen pasamanos al que asirse.

A falta de otra cosa, la brújula serviría pero, afortunadamente, los hitos están lo suficientemente cerca unos de otros para poder seguirlos. Alguna vez tengo que buscar un poco pero avanzo sin más problema y, por fin, salgo de la nube y ya puedo contemplar Tornetrask en todo su esplendor oscuro.

Tornetrask, abajo, apenas visible aún. Nube sólida arriba

Allí abajo, un enorme lago a 340 m. de altitud, rodeado de una franja de bosque que no puede subir mucho más. Aún estoy en Noruega pero el propio lago y todo lo que hay más allá, Abisko incluído, es Suecia, por donde tendré que caminar un buen montón de kilómetros y varios días antes de volver a pisar territorio noruego. Finlandia quedó definitivamente atrás hace días.

Ya está. Ya es todo bajar. Y, pese a todas mis películas, ha sido fácil. Aunque sigue haciendo frío, ya no hay apenas viento. Encontrar mi camino entre la niebla, en esas condiciones, no tiene mayor problema (sobre todo, si hay hitos que seguir). Nada comparado con ese vendaval en la cara que no te deja ni levantar la vista y que es lo que salía en mis películas. Agradezco a los dioses del tiempo que me hayan cerrado la ventana.

Así, ya tranquilo y relajado pero cansado y hambriento, desciendo mi último tramo de tierras altas para llegar al límite del bosque y, justo ahí, encontrar Lappjordhytta, el último refugio noruego donde meter mi llave. Está empezando a llover cuando llego y agradezco especialmente poderme sentar a cubierto a dar cuenta de algunas viandas y reflexionar sobre lo pasado.

No hay nadie en Lappjordhytta, la chimenea está apagada y hace un frío que sólo empiezas a notar tras un rato de estar parado así que no me demoro más: escurrir calcetines y seguir adelante. Abisko está a tiro pero aún quedan un montón de kms. y horas. Según salgo, me encuentro con una pareja que, novedad novedosa, no son alemanes: son holandeses y salieron de Abisko ayer. Acaban de empezar su viaje y tienen alguna de las preguntas que tenía yo al empezar el mío: ¿renos? ¡veréis montones de ellos! Ahora mismo, según bajaba hacia aquí, he visto unos cuantos…

Les dejo, contento de que, esta vez, sean ellos los que suben hacia el nubarrón y los renos y yo el que baja hacia las comodidades infinitas de la civilización. Han sido cinco días muy largos.

Ya en el bosque, termino el grueso del descenso y llego a las orillas de Tornetrask. Ya estoy en Suecia pero el único cambio experimentado es otro: básicamente, que estoy de vuelta en los valles profundos.

Ya sólo me queda un cómodo paseo sin desniveles, pienso. Qué iluso… a estas alturas, ya debería tener claro que las zonas relativamente bajas son el sitio más incómodo para caminar: vegetación densa, terreno irregular… y si, como hoy, se pone a llover, vegetación densa saturada de agua y caladura integral garantizada.

Es, de hecho, nada más llegar a la misma orilla del lago cuando se pone a llover. Mi expectativa de un corto paseo hasta la carretera de Abisko era, obviamente, equivocada porque el tramo no es tan corto, algo obvio a la vista del mapa; pero eso se hubiera quedado en anecdótico de no ir unido al otro factor mencionado, no tan obvio en el mapa pero que ya no me debería sorprender, a estas alturas: que el terreno está muy lejos de ser llano y es, en cambio, una interminable sucesión de subidas y bajadas; algunas, bastante empinadas. La lluvia termina de redondear el panorama para hacerme pasar un mediodía extremadamente desapacible.

A orillas del gran lago. Nótese el nubarrón

En el fondo, todo el problema está en las expectativas: pasado lo «difícil» (la zona montañosa con mal tiempo), uno se relaja, parece que el resto va a ser coser y cantar y es fácil olvidar que aún quedan un montonazo de kilómetros que no se andan solos. Sé que el mismo terreno, en otras condiciones, sería algo muy parecido a ese paseo agradable pero no me queda más remedio que aceptar que no va a ser así hoy y que tengo que seguir adelante de todas formas.

Así, hago de tripas corazón y voy desgranando hitos: Un puente sobre un río es mi primera referencia inequívoca; ya va quedando menos. La siguiente, y por fin, la carretera de Abisko. Desde aquí, aún 12 kms. más hasta el fin de etapa, en los que el mapa no deja muy claro por dónde va Nordkalottleden. En las condiciones presentes, me gustaría hacer como en Kilpisjarvi y tomar el camino fácil pero menos agradable y menos auténtico, es decir, la propia carretera. No es que haya mucho tráfico y sé que va a ser el camino más corto pero, por mucho que Nordkalottleden discurra paralelo y la distancia sea similar, no puedo evitar pensar que ir por la carretera sería un poco de trampa. Por otro lado, los caminos son ahora un infierno de barro y vegetación empapada por el que odio meterme.

Mi esperanza secreta es que no haya tal camino y la carretera sea ello (ya digo que el mapa no lo deja muy claro, con tanta raya junta) pero, en el cruce, mi gozo en pozo: al otro lado tengo una estupenda señal que me dirige a la espesura mojada. Con mala gana, me meto por ahí. Efectivamente, sendero empapado en las tres dimensiones y senderista empapado con él. Tanto es así que, tras unos minutos y con todo chorreando, cambio de opinión y me vuelvo hacia la carretera… pero, en un flash de cordura y disciplina senderil, me digo a mí mismo que, en un futuro, no me acordaré de lo desagradable que me pareció este tramo y, en cambio, me sentiré mal por haber elegido lo fácil. Que no podemos ir siempre por el camino más fácil. Y continúo adelante mientras maldigo el purismo y echo de menos el asfalto. Es que no estoy de buen rollo hoy.

Los dioses del sendero me premian con un camino un poco más amplio algo más adelante y, por lo menos, ya no me tengo que frotar con vegetación.

Más «premios»: típico de cuando uno se acerca a civilización, un cruce confuso; ¿es esto un premio? en este caso… ¡sí!. Es lo que quería que pasara. La rama más probable me empieza a subir por las paredes, el desvío esperado a la altura de la vía de tren no aparece y esa es mi excusa perfecta para coger la otra rama y acabar desembocando en la carretera, como imaginaba (y en el fondo deseaba) que iba a pasar. A estas alturas, ya sólo puedo pensar en llegar a Abisko y descansar y el asfalto va a ser la vía más rápida y cómoda. Apenas hay tráfico. Y sigue lloviendo. Por contra, caminar por la carretera supone abandonar toda esperanza de disfrutar del resto del camino a cambio de saber que será fácil y en una hora y media estaré allí.

Yo pensaba que Abisko, esta vez sí, era un sitio compacto y sin sorpresas pero los holandeses de antes me han contado que, al igual que pasaba en Kilpisjarvi, ¡hay dos secciones! Y ya manda leches… con lo pequeño que es el lugar y no pueden ponerlo todo junto… Por lo menos, esta vez sólo hay dos kms. entre una cosa y otra y, además, la parte que me interesa es la primera que me encuentro que, con lo cansado que voy a llegar, es lo que necesito que pase. Otra cosa que también me han confirmado (esta vez, una buena) es que en Abisko sí hay albergue. Eso está bien: en los hoteles no puedo dormir bien, con tanto lujo…

Llueve a ratos pero ya no me importa. La carretera no es el ambiente más evocador pero las vistas sobre Tornetrask, el gran lago, no dejan de ser algo espectacular. Paso el desvío a Bjorkliden, un pueblecito que, probablemente, sea más turístico que otra cosa y, en cualquier caso, sólo unos pocos edificios pero no lo llego a ver. Voy contando las curvas hasta que, por fin, alcanzo la tierra prometida.

Abisko

Abisko es, prácticamente, un edificio y sus anexos. Al otro lado de la carretera está la estación de tren y eso es todo. El edificio central es un hotel y el anexo principal es el albergue. También hay un camping, un poco más allá, pero hoy mi Shangri-La se encuentra entre las cuatro paredes de una habitación con literas y, muy especialmente, en ese pequeño paraíso que es el vestíbulo del hotel.

El hotel funciona como centro neurálgico y todo se hace desde allí. La recepción es común. El vestíbulo da acceso a todo tipo de sitios soñados por un senderista cansado: tienda (de las de comprar cosas, no de campaña), mostrador de información, teléfono, ¡bar! y restaurante. El ambiente es muy entretenido: Abisko es, básicamente, un alojamiento sobredimensionado y todo lo que hay allí son viajeros. Algunos, turistas clásicos, pero también muchos senderistas, ciclistas… raro es el rato en el que no hay alguna mochila apoyada por ahí en algún lugar del vestíbulo.

He llegado a buena hora y, de alguna forma milagrosa, todo cuadra: me da tiempo a desinfectarme, hacer la colada y llegar a la segunda tanda de la cena. Es curioso que la cena es en dos relevos: primero, la tanda «de batalla», buffet comunitario a precio asequible. Según me dicen, hay que reservar con horas de antelación porque siempre se llena y yo he llegado ya demasiado tarde para eso… ¿que si quiero reservar para la tanda a la carta??? Ni don camilo sonaría tan convencido. Sale un pelín caro pero esta es mi celebración y me da todo igual.

Otra cosa que encaja de milagro es la lavadora. Yo no sé dónde está el truco pero sólo hay una para todo el lugar e, increíblemente, está libre, toda para mí. Hay veces que los planetas se alinean.

Ya limpito, relajado y con la tranquilidad que da tener los deberes hechos, me siento en esa espléndida mesa frente a los ventanales desde los que puedo ver Tornetrask y la lluvia que sigue cayendo. Estas comidas celebratorias son lo más rico que puedes comer en la vida. He cumplido un segundo hito y me siento relajado y eufórico. Mañana habrá que seguir caminando pero, por las horas que quedan, estoy, de nuevo, de vacaciones.

Series Navigation<< Día 10: LairevaggiDía 12: Ahpparjavri >>