This entry is part 11 of 27 in the series Nordkalottleden Relato Completo

Pasar la noche dentro de la tienda, a diferencia del vivac o el toldo, unido a las circunstancias presentes, trae ese momento de emoción mañanera al abrir la puerta y ver qué tiempo hace. No se oye lluvia desde hace rato, parece que hay bastante luz y, efectivamente, las noticias son bastante buenas. A estas alturas, no sé si es casualidad o responde a un patrón pero parece que las mañanas son más tranquilas. El clima lapón me pone el caramelo en la boca pero luego me lo quita siempre. A ver hoy…

Está semi-soleado y sin mucho viento pero tampoco hay lugar para echar muchos cohetes. Aún así, en esos momentos en que la luz asoma, todo luce verde intenso y, una vez más, me alegro infinito de haber acampado por aquí arriba y resistido a la tentación del refugio en Paltsa, a pesar de que estaba ya bastante cerca. Es todo tan bonito y tiene ese aire aislado y remoto que las sensaciones de transitar y acampar por aquí son muy especiales.

Mismo campamento, diferente vista, diferente luz

Una pequeña subida más, otro poco de travesía y llego al borde de un gran valle, lo suficientemente profundo para que haya bosque en el fondo aunque yo apenas voy a rozar los árboles en mi trayectoria transversal. Abajo, se ve el edificio del refugio y, enfrente, la redondeada y masiva silueta de la montaña que habrá que flanquear para salir de Paltsa y de Suecia; al otro lado de esa cresta, Noruega y Troms Border.

Paltsa y Juoksavatnjunni

Al paso por el refugio, me intercepta el guarda, que me da conversación y hasta me saca el libro de registro para que le eche una firma, aunque no he pasado la noche aquí. El río a continuación cuenta con un hermoso puente colgante metálico, signo claro de que esta es una zona relativamente concurrida.

Según subo desde el fondo del valle, empieza a aparecer nubosidad que viene del otro lado de la cresta que voy a cruzar y, para cuando llego allí, estoy envuelto en niebla. No se ve un carajo y, encima, me pilla en el momento de transición entre las señales suecas y las noruegas pero, por suerte, han hecho bien el interfaz y puedo continuar sin problemas. Hace más frío del habitual y me tengo que abrigar. Nuevamente, el tiempo es desapacible pero noto que ya me voy acostumbrando y ya no me importa. Lo tomo por garantizado.

Según el mapa, estoy en uno de esos valles gigantescos, muy amplio y, esta vez, flanqueado por montañas de tamaños y perfiles algo más alpinos que de costumbre. Puedo confirmar todo esto cuando, al rato, la niebla se levanta un poco y deja libre el suelo. Es más de lo mismo pero no puedo dejar de insistir en lo que me gustan estos paisajes. No sé si es tanto la belleza intrínseca como una debilidad personal pero me pone los pelos de punta estar aquí, mirar alrededor y ver estas extensiones inmensas interrumpidas por nada. Es un lugar acogedor e inhóspito a la vez: no tiene la verticalidad de los perfiles alpinos ni provoca esa sensación de barrera pero, por otra parte, hay algo que impone en la escena. Ya lo he mencionado más veces pero es que la sensación es recurrente.

Moskanjavri, con la niebla recién separada del suelo

La niebla se ha ido pero hace un viento bastante fuerte y mucho frío y el cielo gris oscuro tiene pinta enfadada. El terreno, por otra parte, es muy fácil, por el fondo plano del valle, bordeando lagos, uno tras otro, y por suelo sorprendentemente seco. Hay veces que, simplemente, el agua no se esparce por ahí y se queda en sus cuencas. Es por esto que me paso un rato intentando vadear un río a la vez que mantengo los pies secos pero era demasiado río. O la zona es más remota o a los noruegos no les gustan tanto los puentes.

Poco después, el valle abandona la horizontalidad y, al tiempo que se estrecha, empieza a descender. Al menos, el relieve me coloca en sotavento y ya no me castiga tanto el viento, me estaba quedando congelado. El cauce principal es técnicamente vadeable pero, aquí sí, hay un buen puente que, por supuesto, aprovecho y llego a un rellano donde se ubica Rostahytta, el refugio que hoy marca mi mediodía, aproximadamente.

Rostaelva, cielo y nubes

El lugar tiene dos o tres edificios principales y está vacío, como evidencian los candados cerrados de las puertas. Tengo, por fin, ocasión de probar la llave maestra: el cerrojo se abre con facilidad y a la primera. La llave de mi casa funciona peor que ésta.

No las tenía todas conmigo respecto a la llave, con lo despistado que parecía el funcionario finlandés que me la proporcionó. Es, además, un placer estar un rato a cubierto del viento y el frío de fuera.

El refugio es similar a todo lo que he visto hasta ahora aunque algo más pulcro, con ese toque «lujoso» de los cojines sobre los asientos de madera. Curioseo en el registro mientras zampo algo.

Para cuando salgo, las nubes se han abierto, el sol se cuela por alguna rendija y la cosa tiene mejor pinta. El lugar es inusualmente «escarpado», con montañas bastante notables a ambos lados y un valle que, desde aquí, desciende hacia los árboles en marcada forma de V, encajonado entre paredes. Mi ruta, sin embargo, no es valle abajo sino hacia arriba, por una ladera que, aquí, tendría el calificativo de «empinada». Es por esto que tardo relativamente poco en volver a las alturas, desde donde tengo otra larga travesía por ese terreno elevado donde se escriben los mejores capítulos.

Rostadalen (el valle Rosta)

Una vez completada la subida, emerjo en una enorme explanada, llena de lagos, laguitos y charcos, cerrada por montañas por el otro lado y, por momentos, iluminada por el sol. El panorama es espectacular. ¿He dicho ya lo que brilla todo cuando luce el sol?

En las montañas, todo es glorioso…

No es que haga bueno, aunque el viento también se ha calmado algo pero hace un frío considerable y esas nubes sólidas agarradas a las cumbres tienen muy mala pinta. Según el mapa, tengo que subir a más de 900 m. y no estoy del todo tranquilo por la posibilidad de niebla y mal tiempo ahí arriba pero todo se andará.

Según atravieso la explanada, los dioses nórdicos me lanzan un bofetón: es curioso ver cómo, desde el oeste y desde detrás de esos montes con la nube agarrada, aparece un bloque sólido que se desplaza hacia donde estoy. Puedo ver la lluvia caer unos kms. más allá mientras yo aún estoy bajo el sol; puedo ver aparecer el arco iris para, en cuestión de minutos, o segundos, borrarse según el marrón me alcanza y se monta una buena: lluvia, viento y frío glacial. La cosa dura otros pocos minutos hasta que el bloque gris descarriado sigue su camino y a mí me vuelve a salir el sol. Miro hacia el oeste y me pregunto si habrá más… la respuesta es que tiene pinta de que sí. La atmósfera está muy revuelta y la inestabilidad se siente en los huesos.

Este es el tiempo lapón al que, debo decir, me voy acostumbrando. Abandonada ya la esperanza de paz meteorológica, noto cómo me voy sintiendo cómodo con este status quo que ya acepto como algo normal. Por el momento, la inestabilidad es continua pero el mal tiempo no es duradero y ya he aprendido a caminar en mi chaqueta y a tomarme los cachetes con resignación y, si puedo, con una sonrisa.

Termino de atravesar la explanada y el corto ascenso me coloca en un mundo de roca. Es curioso pero, de alguna forma, este terreno, aun siendo más extremo, me es como más familiar… supongo que es más parecido a las montañas a las que estoy acostumbrado. Atravieso un largo collado con varios lagos en serie y donde el viento se canaliza y hace más frío que nunca pero las montañas del oeste parece que están haciendo bien su papel de portero: me mantienen las nubes a raya y disfruto de cielos inusualmente azules. Eso sí, para pararme a comer algo me tengo que hacer un gurruñito entre las piedras para no congelarme.

Creo que es el terreno más yermo que he pisado hasta ahora y lo curioso es que, cuando estoy ya saliendo del pasadizo entre montañas, justo antes de iniciar el descenso, aparece un grupito de renos… ¿qué hacéis aquí? Si apenas hay hierba… en fin, ellos verán. A mí, me alegra verles, como siempre.

Bajo por una inusualmente empinada vaguada para desembocar en otro -vaggi: un valle amplio y gigante. El cielo se mantiene azul y el panorama es indescriptiblemente bonito, verde intenso y azul aún más intenso. No, más el verde. Me faltan palabras para describir la sensación, es algo increíble. Según el mapa, acabo de entrar en Ovre Dividal Nasjonalpark, esto es, el Parque Nacional Ovre Dividal, por el que transitaré durante un buen rato. «Dividal» es el valle principal de la zona, uno de los «valles profundos», que tendré que cruzar mañana, si todo va bien. «Ovre», ni idea.

Daertavaggi

El descenso termina en la misma puerta de Daertahytta que, como todo lo que acaba en -hytta, es un refugio y era mi objetivo, a grandes rasgos, para hoy. Digo «a grandes rasgos» porque me cuadraba la distancia de treintaytantos kms. pero la idea no es dormir aquí. Y mira que la tentación es fuerte… nuevamente, el lado oscuro tirando de mí. Sigue haciendo frío y viento y, aunque el cielo sigue limpio, el ambiente no es muy acogedor y las nubes siguen asomando por encima de las cumbres de ese lado…

Compruebo que, efectivamente, la llave es maestra del todo y también abre éste. No hay nadie. Aguas arriba, el valle hace un recodo y se estrecha, aún manteniendo ese fondo plano lleno de lagos. Dan ganas de explorar pero mi ruta va en la otra dirección, hacia donde el valle se amplía hasta el infinito y ya hay lagos en los lagos. Resguardado en la pared de sotavento de Daertahytta, decido no ser tan cobardón y seguir adelante un rato más. Ese -vaggi es mi shangri-la y voy a acampar por allí.

La ruta es un tanto rocosa y, aunque me toca parar ya, me paso un buen rato caminando esperando a cruzarme con ese sitio perfecto que otros días ha sido fácil de encontrar pero hoy no tanto. Hay mucha piedra y, además, añado a la ecuación la necesidad (conveniencia, más bien) de algo de resguardo… pero también quiero aposentarme con vistas valle abajo, hacia esa serie mágica de lagos encadenados. Yo quiero tener la puerta mirando hacia ahí. Costará un poco pero el sitio perfecto aparecerá a tiempo.

Me parece increíble estar en un sitio tan bonito y tenerlo todo para mí. Ni siquiera mis miedos escénicos ni mi cobardía congénita me pueden empañar hoy el momento. Si algo había soñado antes de venir aquí, si alguna expectativa había tenido, esto lo supera. No puede haber nada mejor.

Un pedacito de paraíso en Daertavaggi

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