This entry is part 19 of 27 in the series Nordkalottleden Relato Completo

Por la noche, ha vuelto a nevar y, me da la impresión, un poco más bajo que en días anteriores. El resto de noticias meteorológicas son algo así como buenas: tiempo frío pero pacífico y sólo parcialmente nuboso. Ojalá esté volviendo el patrón de mañanas tranquilas, aunque se estropee luego.

Sitashytta está a tiro de piedra del extremo del lago. La pista llega hasta allí mismo y los edificios de servicio, que son similares al propio refugio que he ocupado. Llego en un rato y veo un coche aparcado; parece que el lugar está habitado hoy. De nuevo, estas presencias, aunque escasas y relativamente discretas, me estropean las sensaciones propias del lugar mucho más que en cualquier otra región; aquí no me cuadran, y no puedo esperar a dejar atrás pista, casas, coches, presas y tendidos eléctricos. Dicho así, parecería que esto es la gran vía y, en realidad, nada más lejos… esto sigue siendo un lugar relativamente remoto. Por eso todas esas cosas están especialmente fuera de lugar. El tendido eléctrico aún me acompañará un rato más pero pronto me separaré de él también.

Nada más cruzar el desagüe entre Sitasjaure y otro pequeño lago anejo, la pista acaba y vuelvo a la cruda realidad: no hay sendero o, mejor dicho, las trazas de sendero que encuentro no merecen tal título; y no tardo en encontrar humedades que, por el momento, no pasan a mayores. No hay, en absoluto, nostalgia de la pista. Voy ascendiendo a través del escarpe que cierra el lago por su esquina noroeste, con hermosas vistas hacia Sitasjaure, gracias a la luz que se cuela entre las nubes. El día va mejorando y, cuando llego arriba, ya luce el sol sin mucha interrupción. ¡Bien! una travesía por zonas altas con sol, eso es lo que más me gusta… el cambio de vertiente me ofrece panoramas hacia el oeste, Noruega, desde donde se supone que vienen todos los nubarrones, y las noticias son moderadamente buenas: nada gordo por el camino. Me dispongo a disfrutar de una mañana tranquila. ¿Podrá ser un día tranquilo? A mis pies, un valle cuyo fondo aún no veo pero al que tendré que bajar. Enfrente, nueva escalada en la categoría de las montañas: picos medianamente colosales con algún que otro glaciar de buen tamaño. Atravieso verdes praderas de altura camino del talud que habré de descender y empiezo a estar entusiasmado.

Última vista de Sitasjaure

Nada de esto tiene parangón con lo que viene a continuación: Baugevatnet y su valle glacial, a la luz del sol ártico, son uno de los panoramas más impresionantes que he visto en mi vida. Exagero sólo un poco, o ninguno.

Baugevatnet, Noruega ártica

El típico valle en U perfecta y acabo de llegar al final de uno de los palitos de la U. Abajo, un lago de un azul imposible y cuyo nombre, Baugevatnet, se sale de la rutina de los -jaure, -javri o -javrit, aunque ese detalle sea lo de menos. No me lo puedo creer y menos aún puedo explicarlo ahora. De nuevo, la única razón que puedo encontrar para creerme a mí mismo está en las luces árticas, que hacen de un paisaje bonito un acontecimiento sin precedentes en la memoria de un habitante de las tierras medias. Esto es otra cosa.

¿Cómo describir un lugar como éste sin resultar empalagoso? Ni sé cuántas fotos llego a sacar, en un patético intento por captar lo que estoy viendo. El momento es tan perfecto que hasta el tiempo atmosférico colabora: hace algo así como calor y puedo rememorar tiempos pasados y sentarme en la hierba a descansar y comer algo. El comedor con las mejores vistas. No puedo dejar de comentar aquí algo que, en el ártico, es casi una constante pero que recuerdo vívamente de este lugar: ¿comer aquí? pues… ¡necesitaré agua! a ver… habrá un arroyo cercano… voilá, 5 metros escasos. No me molesto ni en llenar botella; cuando me da sed, levanto el culo y bebo directamente del suelo, como más rico sabe.

Baugevatnet no es un lago más, el lugar tiene algo especial. Quizá sea lo escarpado de las laderas del valle, los glaciares que cuelgan de ellas o, simplemente, que he llegado aquí en el momento justo. Inicio el descenso y se abren vistas, si cabe, aún más bonitas hacia la parte alta del valle, donde el lago es menos lago y está más «manchado» por lenguas verdes que invaden el azul aquí y allá.

Baugevatnet, otra vez; ¿qué lado es más bonito?

Nordkalottleden vive sus momentos más intensos según bajo hacia la orilla. La travesía junto a Baugevatnet es un episodio orgásmico que casi me da lástima completar. Ralentizo el paso y paro a descansar aunque no esté cansado, a comer aunque no tenga hambre… el viaje tiene estos momentos, la gloria de lo efímero y la miseria de la necesidad de dejarlo atrás. Hay que seguir adelante en busca de nuevos horizontes pero lo mejor es, en el fondo, que nunca sabes si lo mejor es lo que está por llegar… como es el caso ahora.

Las orillas de Baugevatnet suavizan su relieve en torno a lo que fue la morrena terminal del glaciar que excavó todo esto, una «presa» natural que nada tiene que ver con los fríos y antinaturales muros de hormigón que, afortunadamente, he dejado atrás. El lago desagua en un precioso torrente de pronóstico reservado, en lo que a vadeos se refiere, pero el mapa señala un puente y, como de costumbre, es fiel a la realidad: típico puente colgante, endeble estructura afirmada en pilares bien alejados del cauce principal, como método de construcción pensado para soportar las crecidas primaverales.

Típico puente en Nordkalottleden

Ya en la orilla opuesta, Nordkalottleden abraza las laderas de una cresta en fase terminal para dar fe de su caracter transnacional y fronterizo, introduciéndose en Suecia por corto tramo para volver a Noruega, donde nos espera más fantasía ártica. Un vistazo al mapa me dice que lo que está detrás de esa arista va a ser muy bonito pero, por el momento, lo que acapara mi atención son las gloriosas vistas hacia el este, hacia ese conglomerado sin fin de lagos y montañas en el que se deshacen los panoramas en la vertiente sueca.

A ver quién me cuenta cuántos lagos salen aquí…

Retomar rumbo hacia el oeste, superar un resalte y… buenas, malas e igualmente extremas noticias. Las buenas: mi nuevo valle deja pequeño al anterior; en tamaño, espectacularidad y sensaciones instranscribibles en mundanas palabras. Las malas: se acabó la fiesta. La vista al oeste revela la génesis de un episodio de mis peores demonios, en forma de bloque gris compacto, denso y amenazante.

Cada viaje tiene su argot. En Nordkalottleden, he ido acuñando ciertas expresiones, íntimamente ligadas a la idiosincrasia local. Una de las que más uso, por razones obvias, es la del «un marrón»: dícese de ese bloque de nubes sólido que pone fin a la efímera tregua de buen tiempo y anuncia episodios delicados. Lo de «marrón» tiene evidentes connotaciones lingüísticas castellanas pero la mencionada idiosincrasia local me ha obligado a «redirigir» la expresión y a cambiarla por algo más gráfico: aquí, tiene más sentido hablar de «un gris»: dícese de ese bloque de nubes sólido que pone fin a la tregua.

«Un gris» es lo que me encuentro a la vuelta de la esquina de Paurofjellet (las montañas Pauro), esa cresta coronada por glaciares que acabo de rodear. De vuelta a la vertiente atlántica, me encuentro con que el océano me manda un buen órdago en forma de nubes pétreas y oscuras que avanzan hacia mí. Y yo hacia ellas. Atrás quedan las nubes rotas y pacíficas del lado báltico; bienvenidos a un nuevo terreno de juego.

¿Qué efecto tiene esto sobre los panoramas? Permitidme un pequeño inciso de perspectiva…

El mapa dice que entro en una cuenca especial. Esto no es como nada que haya visto antes: por alguna razón, y sin que las montañas sean especialmente más altas (1400 metros, máximo), aquí voy a presenciar glaciares de los grandes. Gihccejiekna, un auténtico casquete polar en miniatura apostado sobre las cimas nor-escandinavas, como telón de fondo de la cuenca lacustre más fantástica posible. Añádase a esto las ya comentadas cualidades de las luces árticas. Habría que preguntar a Thor y a Odín qué cojones hacen con la luz para que los mortales podamos ver estas cosas.

Obviamente, las fotos no van a hacer justicia al escenario real (nunca la hacen) pero merece la pena pegar alguna para intentar transmitir tal momento:

Ese azul plano y metálico de Bovrojavri y el telón de fondo de las montañas oscuras tienen un punto irreal y extremo. Nunca había visto algo así. Intento imaginar cómo sería esto con el sol en el cielo, consciente de la apoteosis de verdes y azules que tendría lugar y, vive dios, me cuesta cambiarla por esta visión de otro mundo bajo el filtrado de las nubes densas. Éste es el momento en que debería empezar a preocuparme por la que se me viene encima pero no hay lugar para preocupaciones terrenales en momentos que trascienden lo terrenal.

Bovrojavri es ese lago, o conjunto de lagos, que tengo enfrente. Aparece increíble, mágico y siniestro y celebro retomar esas sensaciones únicas del remoto ártico. Aparte de toda la cosa paisajística, tengo un par de hitos interesantes delante: uno, a su orilla; otro, a su través.

Pauro está llamado a ser el refugio situado en el lugar más espectacular de toda Escandinavia. Es mi «refugio de mediodía» de hoy y, a tenor de la que se está montando, lo voy a necesitar. Será, además, mi última estación antes de un cierto momento de incertidumbre donde no sé bien qué voy a encontrar: resulta que Bovrojavri tiene multitud de islas, estrechos y brazos de tierra que se adentran en él hasta casi interrumpirlo. Sólo «casi». El mapa muestra cómo Nordkalottleden «atraviesa» el lago en un lugar donde dos brazos de tierra se adentran en él, uno desde cada orilla, hasta casi tocarse en el centro cual estalactica y estalagmita en una cueva; pero, si hago caso al mapa y su representación, se ve un trozo de agua entre las dos puntas de tierra. Lo que no muestra el mapa es un puente… y he aprendido a creer lo que dice el mapa. ¿Será que cubre muy poco y se puede caminar? ¿Habrá que llamar a moisés?…

El descenso es breve hasta la cota 686 de Bovrojavri. Si llega a ser 20 metros menos, y con el ambiente sombrío y violento, habría sido fácil imaginar películas de miedo pero, de nuevo, es todo tan espectacular, dentro de lo lúgubre, que casi no me importa que empiece a llover o que haga un frío gélido. En parte, no me importa porque ya veo, allí enfrente, el pequeño edificio de madera del refugio pero hoy no va a ser un día como los tres anteriores: hay refugio de mediodía pero no refugio de noche. El siguiente en la lista, Roysvatn, está demasiado lejos para llegar hoy hasta allí. Es decir, si salgo de Pauro, tendré que acampar.

Esto era la parte buena del plan: llevaba tres noches consecutivas «acobardándome» en los refugios, de forma más o menos justificada, autoexcusándome pensando que hoy y, al menos, mañana, no iba a ser siquiera posible y consciente de que no tener opción suele ser la mejor forma de aceptar la acampada y disfrutar de ella. Así, era bueno el plan hasta que, a la vuelta de esa arista, me he encontrado con «el gris» y he visto venirse encima esas circunstancias que hacen tan dura la acampada.

Se arranca a llover poco antes de llegar al refugio, lo justo para llegar mojado, y hago buen uso de mi llave maestra para abrir la puerta del paraíso. Pauro está vacío y frío pero estar a cubierto vale su peso en comida.

Pauro y Bovrojavri

Analizo situación: es muy pronto aún y, literalmente, no puedo permitirme quedarme aquí. Técnicamente, podría; en la escala global del viaje, voy holgado de tiempo… pero me sentaría mal dilapidar los esfuerzos pasados en una tarde ociosa con el objetivo de traicionar, una vez más, mis principios; por muy justificado que esté. En los tres días anteriores, al margen del mal tiempo, contaba con la oportunidad: el refugio aparecía allí en el momento justo de terminar la jornada. Hoy no. En mi interior, sé que tengo que ser fuerte y seguir adelante o me voy a empezar a sentir mal conmigo mismo.

Afuera, el infierno contenido; no llueve mucho ni muy continuo pero da miedo salir. Según miro por la ventana, reflexionando sobre el vacío oscuro del fondo, aparecen dos figuras humanas que, aparentemente, vienen por Nordkalottleden (tampoco hay ninguna otra ruta aquí) desde el lago. Unos minutos más tarde, entran por la puerta dos aguerridos noruegos, caso típico de senderista local, amantes del aire libre y la pesca en lagos fríos.

Vienen desde Roysvatn, el que para mí será el siguiente refugio y el número de horas que han tardado en llegar (ocho) me confirma lo que ya sabía: que no puedo aspirar a llegar allí hoy, por mucho que estos sean senderistas nórdico-pesados y caminen más lento que yo. Otra cosa que mencionan, sin que yo pregunte, es «las barcas para cruzar el lago» y entonces sí que pregunto:

– ¿barcas para cruzar el lago?

– Sí, hay dos, una a cada lado. Hay que cruzar tres veces.

Vaya… sabía de este tipo de solución en Kungsleden donde, a causa de la menor altitud, se necesita cruzar lagos bastante grandes y que sería muy largo rodear; y hay barcas para ello. No sabía que las hubiera en Nordkalottleden y, sinceramente, esperaba que no. Es la típica cosa que, en el fondo, es muy tonta y puede ser divertida pero que, estando solo en estos sitios, me impone cierto respeto. Y más aún con este tiempo tan feo. Pues ya sé lo que me espera en cuanto salga de aquí… que aún no sé cuándo.

Contemplo con ojillos tristes cómo los noruegos se empiezan a poner cómodos en Pauro, quitándose las cosas mojadas, enciendiendo la chimenea… pero cuando uno de ellos me pregunta si no me apetece quedarme, con la que está cayendo, casi me sorprendo a mí mismo al escucharme responder con seguridad que no; que, en cuanto pare de llover un momento, sigo adelante.

No sé si realmente he respondido yo o si ha sido mi propio holograma pero eso es lo que he dicho. Y no sé quien coño me manda, con lo bien que estaría aquí, con los noruegos estos tan simpáticos y esa chimenea… pero el caso es que, cuando siento que he recuperado calor corporal y según veo que amaina la lluvia, no lo dudo: me despido y salgo afuera.

Pocos minutos me separan del lugar donde atravesar el lago. Cruzo dedos para que no llueva durante la operación; ya va a ser lo suficientemente penosa sin lluvia. El tiempo no puede ser más amenazador, oscuro y frío. Estoy en medio de una cuenca de forma circular, rodeada de montañas y glaciares y rellena por lagos pero poco de todo esto es visible ahora: el bloque gris es mi horizonte.

Avanzo por el estrecho brazo de tierra que se interna en Bovrojavri hasta que llego a la punta. Enfrente, la otra punta; enmedio, no más de 30 metros de agua, claramente demasiado profunda para vadear. De hecho, parece muy profundo. Aseguradas tierra adentro mediante sendas sogas, una barca en cada extremo.

Senderismo y remo: duathlon ártico

Tengo que cruzar pero tengo también que dejar las barcas como están, con una a cada lado, para que quien venga detrás pueda cruzar también. Es como en los pasatiempos estos de «hay una barca a cada lado y no-sé-cuántas personas y tienen que cruzar todos sin que viajen más de no-sé-cuántos a la vez…» pero en fácil; somos sólo yo y mi mochila. La maniobra es como sigue: tengo que coger la barca de mi lado, cruzar al otro, atar ambas barcas y volver al punto de origen con las dos; dejar una allí y cruzar una tercera y última vez con la otra.

Me armo de paciencia; muchos pasos por avanzar así que empezaré por el primero y espero no encontrarme con ningún problema. Y ¿qué problema puede haber? Pues, para empezar, tengo que arrastrar la primera barca hasta el agua y no veas lo lejos que la han dejado… suelto la soga y empiezo a tirar, pensando que el bote metálico va a pesar quince toneladas y que no lo voy a poder ni mover pero, para mi sorpresa, resbala con relativa facilidad sobre la roca que lleva hasta el agua y, en menos de un minuto, estoy ahí.

Ahora empieza lo divertido: hay que subirse. Renuncio a intentar hacerlo sin mojarme los pies y acepto desde el principio una derrota que, tarde o temprano, se iba a producir. Sujeto bien la cuerda para no cagarla. Menos mal que no hay olas ni corriente porque entonces la cosa ya sería un poco dantesca pero digamos que consigo embarcar con cierta dignidad. Sé que, si hiciera buen tiempo, la situación sería muy diferente pero, con este panorama, me siento muy vulnerable y sólo puedo pensar en acabar lo más pronto posible, antes de que empiece a llover, o a nevar, o lo que caiga.

La mochila, de momento, se queda atrás. Prefiero hacer el primer viaje sin ella y, si algo va mal, que vaya mal sólo conmigo. Pongo especial cuidado en no perder los remos, que no van sujetos. La barca se mueve más de lo que a mi miedo escénico le gustaría pero es ancha y bastante estable. ¿Por qué hay tanta agua en el suelo de la barca? No quiero saberlo… venga, que son sólo 30 metros…

Al final, son bastantes más, por todas las vueltas que doy (¿por qué no va recta la barca ésta?), pero consigo llegar al otro lado. Primera prueba conseguida. Ahora, me siento más vulnerable que nunca, separado de mi mochila por un brazo de agua, pero es el momento de mantener la calma y hacer bien el siguiente paso.

Sé que esto que estoy haciendo es una tontería sin ninguna complicación objetiva pero prometo que no estoy exagerando la nota al contarlo. Es decir, lo viví así. Dame la misma barca en el estanque del parque y voy tan feliz, igual hasta avanzo recto… pero aquí, yo solo y en medio del ambiente inhóspito que se ha montado, tengo que contar hasta diez y respirar hondo para no estar acojonado. Hay que hacerlo y ya está.

Sobre todo, no hacer el pardillo: cosas como perder un remo o, peor, perder una barca. Aseguro bien en tierra la primera en la orilla y arrastro hasta allí la segunda. Milagrosamente, sigue sin llover. Ato ambas. Echo una al agua. Echo la otra. Me tengo que montar en una. Me encuentro a mí mismo hablando con la barca en cuestión:

-eh, eh… ¿por qué te vas para allá? !Que no he montado todavía! ¡Quieta ahí!

– venga, sé buena… no me hagas esto… que me estoy mojando más allá de…

Entiendo que es una forma de liberar la tensión pero me sale ello solo y lo encuentro tan gracioso que me hace reír, a pesar de lo poco «entusiasmado» que estoy. Siempre me han gustado los toques tragicómicos. Finalmente, me encuentro sentado en el banco y con los remos en la mano. Que no se me caiga ninguno. Enfilar la barca para el otro lado y avanzar lo más recto posible… o no, pero avanzar.

Con la suficiencia de estar ya en mi segundo viaje, éste lo hago con más aplomo pero no menos vueltas; al menos, no parece que llevar la segunda barca de paquete lo haga más difícil. Llego al extremo inicial y, nuevamente, me concentro en no cagarla. Puede que mis maniobras no sean de manual pero tampoco hay nadie para verme hacer el torpe. Venga, que ya no queda nada…

Aseguro la primera barca tierra adentro, donde la encontré. Todo esto sería mucho más fácil con dos pares de brazos pero no se me está dando del todo mal, creo. Ya sólo queda el tercer y último viaje que ya debería parecerme fácil pero ahora tengo que traerme la mochila y no puedo evitar pensar en la catástrofe que sería dejarla caer y perderla en el lago o algún desastre así… en fin, mejor no pensarlo. Me sigo concentrando en hacer las cosas bien; torpes pero bien. Subo la mochila a la barca, la echo al agua, hablo con ella e intento ser amable para que no se me escape demasiado y me monto con más cuidado que nunca.

A falta de un solo largo más

El tiempo no se aguanta más y empieza a llover, lo que me pone aún más presión por llegar al otro lado, pero sigo intentando centrarme en no ir deprisa; sé que sería una buena forma de hacer algo estúpido. Respiro aliviado cuando la quilla toca roca y se aguanta ahí para poder poner pie en tierra firme por última vez. Saco la barca del agua sin tirar nada por la borda. A salvo.

Al otro lado. Todo en su sitio

Llovisquea, hace frío, tengo los pies empapados, así como las piernas y el pantalón hasta algo más allá de las rodillas. Acabo de poner agua de por medio del único sitio seguro que me quedaba cerca y ya sólo me queda avanzar, sabiendo que esta noche tendré que capear lo que caiga, sí o sí. Vamos, que el panorama no es muy halagüeño pero me siento tan aliviado de haber terminado la operación Bovrojavri que estoy casi contento.

Retomo el camino, no muy confiado en lo que me espera pero reforzada mi moral por haber pasado la prueba del algodón. El estrecho brazo de tierra de este otro lado (la estalagmita) me lleva cuesta arriba para revelar las gradas de este flanco del anfiteatro, o lo que dejan ver las nubes bajas: el glaciar ese grandote y de nombre impronunciable que mencionaba más arriba, Gihccejiekna (ya digo que es bastante impronunciable), se desparrama por las laderas hasta casi llegar al fondo del valle. Este no es un glaciar pequeñito ni confinado a las alturas de un valle estrecho, no, no… un auténtico campo de hielo de varios kms. cuadrados aposentado en las tendidas laderas norte de una serie de montañas que apenas superan los 1400 metros.

Hablo vía mapa porque, desde aquí abajo, sólo puedo ver el faldón del glaciar que cae sobre mi valle o, más bien, lo que las nubes me dejan ver de él. Supongo que, así, la visión resulta especialmente fantasmagórica.

La lengua glacial que cae de las alturas

Delante tengo otra pareja de lagos y un brazo de agua que superar en el estrecho entre ambos. Según el mapa, tiene pinta y anchura similar al episodio de las barcas pero me acaban de confirmar la pareja de noruegos del refugio que aquí hay un puente, a pesar de que el mapa no lo señala. Los mapas no son perfectos, al final, pero me alegro de que está vez estén equivocados. Efectivamente, me encuentro con el ya típico puente colgante que se mueve más que los ojos del monstruo de las galletas pero no se cae. El estrecho es más bien un desagüe que salva los dos metros de diferencia en altitud entre los dos lagos en cuestión.

Técnicamente, vadeable… pero prefiero la danza del puente

Nordkalottleden vuelve a acercarme a la orilla de Bovrojavri, por este otro lado. El tiempo está muy raro: apenas llueve, aunque se mantiene el nublado denso y bajo pero, de cuando en cuando, se abre un agujerito en el bloque de nubes; inexplicable, habida cuenta del grosor de la criatura pero el caso es que las luces que se generan son algo absolutamente irreal. Bovrojavri en primer plano y Kabtajaure al fondo: ¿alguien me puede explicar la diferencia de color de dos lagos contiguos?

Bovrojavri y Kabtajaure

Más extraño aún cuando a Bovrojavri le sale un arco iris encima. Cómo ha podido llegar a aparecer un arco iris en estas condiciones, se me escapa pero, para cosas antinaturales, ese azul raro que se le ha quedado al lago, que parece que está pintado y con la paleta equivocada:

Imagen sin tratar. Era así de raro al natural

Espectacular despliegue de medios de la naturaleza ártica para hacerme olvidar mis miedos y tenerme entretenido.

En unos minutos, llego a la línea fronteriza que ya he cruzado varias veces en los últimos dos días; esta vez, justo a la altura de uno de estos mogotes cónicos que, al parecer, se distribuyen a intervalos irregulares a lo largo de la línea invisible, no sé con qué criterio de distribución pero esta vez me toca bordear uno. Como de costumbre, espero una transición lo más suave posible entre la señalización de un lado y la de otro pero cuento con la tranquilidad de lo que me han comentado al respecto la pareja de antes: «muy fácil de seguir hasta Roysvatn». Pues me pregunto qué querían decir con eso cuando veo cómo, del lado sueco, los hitos brillan más bien por su ausencia. Cierto es que la ruta, hitos al márgen, es inmediata porque se trata de bordear, a cierta altura en la ladera, Bovrojavri primero y Kabtajaure después. No tiene pérdida pero ya llegará el momento de abandonar la compañía de los lagos y cambiar de valle y, para entonces (y, sobre todo, si el tiempo sigue así) me gustaría tener unas señales que seguir. Huelga decir que no hay sendero aunque eso, en lo que al avance se refiere, da igual, el terreno es muy fácil, pero no hay pasamanos al que agarrarse.

Aparte del episodio del desvío por error de ayer, es la primera vez que pierdo de vista los hitos por un periodo significativo y esto me incomoda casi más que me intranquiliza. De todas formas, no dedico demasiado tiempo a buscar las señales; sigo adelante pensando que, si están, ya las encontraré.

Hoy tampoco voy a tener tiempo para mucho más. ¿No quería acampar en un sitio bonito? pues las orillas de Kabtajaure, con el trasfondo de esos montes levemente nevados, son un sitio tan bueno como cualquier otro. El nubarrón se vuelve a ennegrecer y la amenaza inminente de lluvia me termina de animar a dar por terminado el día. Relativamente escasa producción kilométrica para la jornada más espectacular de mi vida senderista. Y siento que no exagero.

Acampando ¡libre!

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