This entry is part 22 of 27 in the series Nordkalottleden Relato Completo

Es significativo el aislamiento del mundo que una simple cabaña de madera proporciona. O será que estoy cansado y duermo como un tronco, que también… esta noche ha nevado, cosa evidente al mirar ese faldón de nieve que cuelga de las cumbres de enfrente un trecho más abajo que ayer. Me acuerdo de lo que me comentaba la guarda al final del día y pienso que esto no es un buen augurio. En fin…

Un momento de luz sobre Vajsaluokta

Está muy nublado, con nubes muy oscuras, pero, por el momento, tranquilo y sin lluvia. Salgo pronto con el objetivo claro de volver a esa cierta rutina de encadenar refugios, por si las moscas, pero de dos en dos, esto es: pasaré por uno hacia mediodía y continuaré para llegar a las inmediaciones de otro hacia el final del día. Ración doble, para lo que necesito madrugar un poco y no entretenerme mucho, aunque sigo manteniendo un ritmo cómodo de camino; no me gusta ir corriendo. El lugar no lo merece.

Así que salgo pronto y compruebo, aliviado, que la vegetación no está muy mojada. Siempre sienta mal mojarse, y más si es a causa de la vegetación, pero sienta especialmente mal cuando sales sequito e impoluto. Me quedan sólo un par escasos de kms. paralelos al lago para tomar un valle lateral y empezar a subir. Una vez ascendidos cien metros de desnivel, o poco más, el bosque quedará atrás.

Empiezo mi viaje en Padjelanta rememorando tiempos pasados a base de un clásico cruce ártico-alpino, es decir, una larga travesía en altura, a lo largo de una estirada cuenca llena de lagos, flanqueada por picos no mucho más altos y con bajada final por el otro extremo a otro valle, donde apenas rozaré los árboles.

Padjelanta merece un comentario aparte: es el nombre de esta región y también del parque nacional en que se ha convertido, gracias a su valor paisajístico, ecológico, yo qué sé… aquí es todo tan puro y tan bonito que cuesta pensar en un sitio más especialmente bonito que otro pero, al menos, al ser un parque nacional, tengo garantizada la ausencia de engendros hidroeléctricos, pistas o tendidos eléctricos. Eso está bien.

Padjelanta es una zona de las montañas suecas de una gran altitud media y relieves, en general, muy suaves. Es decir, las montañas son redonditas y poco prominentes y las cuencas son muy amplias, enormes y llenas de lagos gigantescos, uno detrás de otro, y no hay ningún valle profundo. Sobre el mapa, adivino otro pedazo de paraíso y sueño con todos esos relieves glaciales, panoramas extensos, lagos de dimensiones oceánicas y enormes ríos que los vacían y los llenan. Y sueño con caminar por todos estos sitios impresionantes. Y sólo espero que el sueño sea bueno y no se convierta en eso feo que a veces les pasa a los sueños. Estaré en manos de Eolo y compañía.

Padjelanta es, también, y desde el punto de vista senderista/montañero, algo así como el hermano pequeño de Sarek. Sarek merece, probablemente, otro pequeño comentario aparte, aunque no forme parte de mi viaje, en esta ocasión: es otro parque nacional, es contiguo, por el este, a Padjelanta y así como éste es la cara amable, Sarek representa el lado salvaje: En Sarek, las montañas son más altas; los valles, más estrechos; los relieves, más extremos. Hay muchos glaciares y, lo más importante, es una zona absolutamente virgen, conservada así como un objetivo en sí mismo. No hay refugios ni ninguna construcción de ningún tipo; ni siquiera senderos. Sarek representa el concepto de «Wilderness» y viajar por allí es símbolo de un cierto saber hacer y arrojo que yo dejaré para otra vez. Me conformaré con contemplar las cimas de Sarek desde las más modestas alturas de Padjelanta. Por el momento, tendré suficiente con atravesar éste último con dignidad.

Para empezar, salir del bosque significa gloriosas vistas de Akkajaure que ponen en perspectiva el gran lago. Bonitas luces según las nubes se van abriendo un poco, lo que es buen augurio.

Akkajaure

No cuesta mucho salvar el desnivel y llegar a la larga hilera de lagos que se han aposentado aquí arriba, en este ancho pasadizo de unos 8 kms. sin apenas desnivel, cerca de los 800 metros de altitud, que dará paso al siguiente talud. Subiendo a estas alturas, era cuestión de tiempo llegar al límite inferior de la nieve que, efectivamente, aparece en cuanto el terreno se nivela. Una capa fina que apenas mancha el suelo pero prácticamente continua. Le costará deshacerse, con el frío que hace.

La nieve empieza a ser compañera regular de viaje

Me cruzo con un sueco que baja, que me cuenta que está terminando sus vacaciones. Cogerá el barco en Vajsaluokta. Le envidio un poco (ya sé, ya sé… sentimientos encontrados…) porque él ya está «a salvo» y yo soy un cobarde y, cuando se lo hago ver, me anima su respuesta: «esto es tiempo de montaña, y me gusta así». Ahí, con un par de guantes.

La verdad es que esta travesía, como de costumbre en estos casos, es preciosa, casi realzada por la nieve que, por otro lado, apenas molesta; y por el sol, que está empezando a salir y todo luce muy bonito. Es más, bastan esos poquitos (muy poquitos) grados de más para que la nieve se empiece a derretir y para cuando paso a la altura del pequeño refugio de emergencia que hay en medio de la travesía, ya casi no queda nada por el suelo.

Espero con expectación la llegada al borde del talud porque el mapa me dice que eso del otro lado va a ser espectacular: una enorme cuenca, rodeada por montañas masivas en presencia pero de relieves extremadamente suaves y un fascinante tetris de lagos y sus interconexiones. El faldón de nieve de las montañas, en una línea perfectamente horizontal, trazada con regla, da el toque de color y las nubes, poderosas, el de dramatismo. Ahora, hay que bajar ahí.

Skajdda, mi próximo valle

Nada más llegar al fondo de la cuenca, Kutjaure, el refugio de mediodía que, hoy, es más bien de media mañana. El guarda está haciendo tareas de mantenimiento, aprovechando que ya se le ha marchado todo el mundo, y está muy dicharachero. Yo, encantado de pillar conversación y aprovecho para comer algo.

Sigo adelante, atravesando esta gran explanada y caminando hacia el enorme curso de agua que drena la cuenca. Sobre él, tres puentes en serie que, según me ha contado el guarda en Kutjaure, son los más grandes del ártico sueco. Ya veo que Padjelantaleden no va a estar escaso en infraestructuras y obtengo buena prueba de ello cuando llego a la inexcusable zona pantanosa y encuentro una plataforma de madera «deluxe», con tres tablones, para que los de pie grande no tengan que hacer equilibrios y, lo que es más importante, apuntalada con traviesas que impiden que la propia plataforma se hunda en el fangal.

Así cualquiera se ríe de los fangales…

Desde aquí abajo, el ambiente es mágico, rodeado de un mundo verde enmarcado por esos montes ahora blancos, toda una celebración de la belleza de la naturaleza. Supongo que parte de esa belleza está también en el bloque de nubarrón negro que se acerca desde el oeste y que, a todas luces (valga la paradoja), pone fin al tiempo tranquilo. Saco la chaqueta.

Otra postal ártica

Según se levanta el ya habitual viento gélido y empieza a chispear, empiezo a no estar tan a gusto y, a renglón seguido, a comprobar, una vez más, cómo todo el problema está en la cabeza propia y a cerciorarme del cierto valor de un sendero más social como Padjelantaleden: me cruzo con Patrick y Daniela, una simpática pareja de alemanes que me contagian parte de su entusiasmo y de quienes guardo un recuerdo especial; no ya por este encuentro sino por lo que vendrá después.

Así, continúo mi camino con mejor ánimo hacia los tres puentes tres mientras el telón de acero de hoy sigue acercándose desde el oeste. Miro con desconfianza la montaña por la que voy a tener que subir a continuación, cubierta de nieve y, ahora, también de nube y dado que de lo que se trata es de rodear el monte en cuestión, me pregunto por qué no han buscado una trayectoria de menor altitud que me librara de ambos, nieve y nube… pero, claro, no han trazado Padjelanta pensando en mí y en hoy. Según veo en el mapa, hay que volver a subir a casi 800 metros y sólo puedo esperar que las condiciones no sean demasiado feas cuando me toque estar por ahí arriba.

Los puentes son del habitual tipo colgante pero, aparte de mucho más largos, también más consistentes de lo habitual: con una pasarela sólida y continua y protecciones laterales para que no dé tanto yu-yu. Y debo decir que están plenamente justificados porque el río que salvan es muy serio. Técnicamente, son dos ríos pero se unen pocos metros más abajo. Dos amplios cursos de agua que drenan Vastenjaure y Sallohaure, dos de esos lagos gigantes tan típicos de Padjelanta. La cantidad de agua que baja por ellos está acorde con el tamaño de los lagos de los que salen: cursos anchos, profundos y de corriente muy fuerte, lo tienen todo para ser virtualmente infranqueables. No seré yo quien diga que cruzarlos es imposible pero, desde luego, habría que nadar y, dado lo fuerte de la corriente y los ocasionales (aunque modestos) rápidos, me temo que se nos ahogarían más de la mitad de los senderistas. Como digo, puentes plenamente justificados. No es cuestión de evitar mojarnos los pies.

Según cruzo el primero, la lluvia arrecia un poco y siento cómo se me acaba la reserva de buen ánimo y vuelve ese cierto disgusto por las dificultades. Tiempo para otra inyección de moral y, voilá, ahí me encuentro con otro grupo que se encargará de espantar mis demonios: el nubarrón nos engulle y el tema de conversación no podía ser otro; recuerdo con especial agrado el comentario pragmático de una de las señoras allí presentes: «por suerte, aún no podemos encargar el tiempo». Pues sí, qué razón tienes, compañera…

Puede parecer obvio pero la frase tiene sus implicaciones profundas y que afectan directamente a la forma en que afrontamos las condiciones que se presenten: ¿desearíamos poder controlarlas? ¿Podernos evitar estos episodios de incomodidad, incertidumbre, desamparo? Pues por supuesto que no. ¿Qué mierda de experiencia sería esa? Así que la lectura inmediata (que no por obvia menos útil) es que a la mierda con el mal rollo; ¿hace malo? pues me aguanto, sigo adelante e intento disfrutar de lo bonito de la situación, que siempre queda algo. Y, si la cosa se pone realmente fea, me paro y acampo, no me va a pasar nada por eso. Y ya miro con otra cara la ladera nevada esa a la que me voy a tener que subir ahora.

Yo creo que los dioses del sendero premian de alguna forma estas actitudes positivas, y me parece justo. Es bromilla, lo de los dioses, pero no del todo: la cosa es que, en la naturaleza, el dios eres tú y tú mismo te premias o castigas con una buena o mala experiencia. La naturaleza no tiene piedad con tus debilidades o fortalezas pero tampoco va a ir a por ti y es tu labor saber adaptarte a sus circunstancias.

Dicho esto, me meto en la nube y empiezo a pisar nieve y los mencionados dioses empiezan a ahuecarme la niebla, de forma que nunca me falta visibilidad. No sólo eso sino que se depeja lo suficiente para poder comtemplar el glorioso panorama colina abajo: Vastenjaure, uno de esos lagos grandotes a los que hacía referencia, rodeado de montes nevados e iluminado por esas luces difusas de calidad ártica y el ocasional rayo de sol que me recuerda que aún hay un sol en el cielo. No sé qué pinta tendría esto cambiando el blanco por el verde y con un cielo azul pero lo que sí sé es que rememoro momentos de esos que no puedo describir con palabras sin echar mucha baba. Gloriosos paisajes y la certeza de que estoy haciendo lo correcto, en el sitio adecuado y que este es mi premio. Y que el premio, por encima de todo, está en mí.

Ni verde, ni azul, esta vez… pero igual de bonito. O más

A esta zona, en todo caso, le falta el componente de aislamiento y soledad. El lugar es tan remoto como siempre pero me encuentro gente regularmente. Esto no lo hace necesariamente peor y no lo menciono como algo negativo, ni mucho menos. La que encuentro es gente como yo y siempre es agradable y algo de lo que me alegro pero las sensaciones son distintas. Ese punto dramático que te da sentirte solo en un sitio como éste es algo que se pierde en este caso pero, dadas las circunstancias, tampoco lo echo de menos. De hecho, me reconforta saber que camino hacia un refugio que ya está cerca.

La parte más alta de la trayectoria está muy nevada, con una capa más gruesa de lo que había visto hasta ahora pero la traza, relativamente amplia, del sendero se mantiene milagrosamente libre de nieve, con lo que es sólo cuestión de caminar. Adelanto a otros dos que también se dirigen al refugio. El terreno empieza a descender levemente y, cuando se asoma al siguiente valle, puedo ver los edificios de Laddejakka.

Por las alturas nevadas de Loadasj

Antes de bajar, echo un vistazo, ahora que tengo perspectiva, a los montes de enfrente, por donde el mapa dice que habrá que subir a continuación (mañana, en mi caso). Conviene ir trabajando la orientación cuando aún hay visibilidad. Esa ladera está espléndidamente blanca y el monte en cuestión, totalmente cubierto por niebla. Habrá que subir hasta casi 900 metros y tomo nota mental de lo que puedo sobre la ruta de subida y las posibles referencias. A saber qué tiempo hay mañana…

Laddejakka es el primero de una serie de refugios de Padjelanta con un estatus diferente al habitual: no son propiedad del STF sueco (algo así como el equivalente a nuestras federaciones de montaña) sino de los Sami residentes en la zona. Ya he hablado en alguna ocasión de los asentamientos estacionales que los Sami tienen en las montañas y que, según veo por los mapas, son especialmente abundantes en la región de Padjelanta: pequeños grupos de cabañas, accesibles sólo a pie o navegando por lagos y ríos y que los Sami utilizan durante el verano para sus labores pastoriles. Entiendo que los refugios que vienen a continuación vienen del reciclado de algunos de estos asentamientos.

Empinado pero corto descenso hasta Laddejakka, que consta de un edificio principal que hace de refugio, otro que es la casa de la familia Sami local y un tercero que hace de almacén y contiene las letrinas. Nada nuevo, en esto. Dentro sí noto algunas diferencias: ¡no hay chimenea! (y eso es algo que lamento) y, en su lugar, hay nada menos que calefacción, lo que da al lugar un aspecto hotelero que no me gusta demasiado, pero bueno… el agua la calientan con bombonas de propano. Por lo menos, no hay baño ni duchas, eso ya me parecería un poco exagerado. El resto (sala común, habitaciones con literas) es como de costumbre, salvo por el hecho de que aquí hay mucha gente, mucha más de la que encontré en Kungsleden, cuando pasé una noche en un refugio allí, y muy lejos de mis noches de refugio solitario en Nordkalottleden. Aquí hay un montón de gente, lo que me agobia un poco, al principio, pero bueno… también es agradable, por otro lado, e intento quedarme con la parte positiva, el contacto con gente muy variada.

Es curioso que, al igual que en Kungsleden, el sendero principal no está referenciado de ninguna forma en sitios como los refugios; es decir, no hay ningún cartelito que ponga «Padjelantaleden» pero siempre hay uno con la N tricolor de Nordkalottleden que, en estas zonas, es el sendero bastardo. Helo aquí:

Bienvenidos a Laddejakka. Termómetro. Nordkalottleden

Cuando hablo de la familia residente, no es una frase hecha: una pareja Sami con sus hijos. Cuando voy a visitarles, están ahumando los peces que han pescado y que luego venden en el refugio… así que ¡esto era lo de los panes y los peces que había oído mencionar! Sonaba tan bíblico que no sabía hasta qué punto era cierto o coña… resulta que los Sami, al parecer, tienen esta tradición de hacer pan y ahumar pescado y lo mantienen hoy día como forma de sacarse unos eurillos adicionales. Ignoro de dónde sacaban el cereal en los tiempos pasados; sobra decir de dónde sacaban, y sacan, los peces. Pues, ya que estoy aquí, no me voy a privar y encargo una torta y un pez.

El refugio es un compendio de gentes con sus historias. Recuerdo al chaval alemán con el que compartí habitación, que estaba más o menos como yo respecto al tiempo pero creo que algo peor; no esperaba tiempo tan malo y había pasado tanto frío que se encontraba semi-enfermo, aunque confiaba en recuperarse y continuar. Todo el mundo coincide en señalar lo inusual de un tiempo más propio de un més más tarde pero es lo que hay… a algunos les afecta más que a otros.

Irene y Jarl son una pareja sueca de mediana edad, con la salvedad de que ella es de origen argentino y, claro, habla un perfecto castellano. No tengo mucho contacto con ellos en el marmagnum humano de Laddejakka pero aparecerán más veces y serán parte relevante de la parte social de esta historia.

Sentado a la mesa esperando mi pescado y mi torta, se me unen estos dos chavales de dos metros y medio, cada uno: Uli y Herbert, alemán y sueco, respectivamente, que también menciono porque, igual que los del párrafo anterior, saldrán más. De momento, y como comparto mesa, con estos sí que hablo largo, tendido y con la boca llena. Herbert es el ultrapesado por excelencia pero supongo que, con esas espaldas, se lo puede permitir, aunque creo que, al ver mi mochila, se empieza a plantear cosas. Nuevamente, son gente muy entusiasta y me anima mucho ver que, al contrario que yo, que no hago más que preocuparme por el tiempo y lo que nos pueda caer, ellos están tan felices. ¿Será por inconsciencia? Creo que no, que realmente saben en qué se meten pero no les afecta mucho, sobre todo al sueco, que es de lo más espontáneo y extrovertido. Para que luego ande la gente recurriendo al tópico fácil…

Doy cuenta del pan, el pez y, al tiempo, me doy cuenta que mi cuerpo me pide más y más. Estoy en esa fase en la que toda la comida parece poca, agravada por el tiempo tan frío y la progresión no siempre fácil, que hace que el cuerpo tire de energías más de la cuenta y, claro, necesita mucha comida. Queda poco para acabar pero también van quedando pocas provisiones y voy empezando a ser consciente de ello, comenzando esa cuenta de la vieja que a veces sucede; sobre todo, en estas secciones tan largas. Y me alegro de haber podido arañar algo de comida extra esta noche.

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