La cordillera Sawatch

¿Dónde estaban esos eternos cielos azules y la seguridad de que van a seguir así por tiempo indefinido? No en el agosto de Colorado, desde luego y, con su ausencia, adiós a mi idea de convertir la funda de vivac (la de juguete) en mi única protección nocturna. Sí, como hice en el PCT durante semanas y meses…

… no en Colorado. Ni siquiera la promesa de noches estrelladas podía convencerme de que todas esas nubes vespertinas iban a terminar desapareciendo; a veces, demasiadas veces, la promesa se cumplía sólo a medias, dejando rastros húmedos detrás.

Hubo guerra y paz a partes similares en las Rocosas aunque la parte violenta, la de las tormentas, sólo me atacó de lleno en ocasiones contadas pero ¿hay algo más intranquilizador que irse a dormir bajo el flash de relámpagos lejanos sin saber si estarás en su trayectoria próxima?

No quiero parecer catastrofista. Las condiciones, de hecho, no fueron catastróficas pero tampoco tan tranquilas ni tan predecibles como salían en mis sueños post-árticos. Escapé de la incertidumbre y la sensación de vulnerabilidad constante del verano lapón o la primavera escocesa para caer en un terreno de juego algo más benévolo pero igualmente delicado y que se encargó de ponerme en mi sitio en más de una y de dos ocasiones. Eso está bien. Es importante recordar quién manda aquí: las montañas, grandes; yo, pequeño.

Así que ese pretendido re-make de lo mejor de la Cresta del Pacífico funcionó sólo a medias; Colorado, sus Rocosas y el CT… con tales ingredientes, no podía salir mal, aunque hubo momentos en que la cosa no terminaba de despegar… ¿cuándo llegamos a esas regiones donde los valles no están humanizados? No, los valles principales tampoco… hubo que cruzar muchas montañas y demasiadas carreteras antes de que el ruido de los motores se apagara del todo y el recuerdo de Europa quedara lejos pero llegaron esos momentos en los que Wilderness fue algo más que una palabra escrita en un mapa.

El Colorado Trail es un sendero atrevido, a veces, y tímido otras. Eché de menos la visita a algunos de los terrenos más agrestes y espléndidos, tomé alternativas que me llevaron allí, volví al CT pensando en echarle en cara su «aburrido» discurrir y… se lo acabé agradeciendo cuando los dioses del tiempo me dieron algún toque. Y miré con el respeto debido todas esas secciones que me quedaban por delante en las que el sendero tomaba el terreno atrevido y colocaba al montañero a merced de los dioses del tiempo.

Una de las sensaciones recurrentes en Colorado es la de inmensidad. En América, esto no es novedad… Las Rocosas, como concepto global, son algo inabarcable, gigantesco, ya sabemos; pero es que esa cierta entidad que forman «las Rocosas de Colorado» está aún muy lejos de la escala humana de las cosas. Y resulta que, por ejemplo, esa maravilla que es la cordillera Grenadier es sólo una esquinita de las montañas San Juan, que son, a su vez, tan «sólo» la parte final de mi viaje… y ¿cuántos días llevo caminando por las montañas San Juan? Más de los que la vista y la propia orografía me dejan abarcar.

Al final, me queda una cierta sensación de Deja Vu. Esto ya lo he hecho antes. Con matices, pero nada realmente nuevo. Es quizá por esto que no estoy soltando el típico discurso sobre «qué bonito», «cómo mola» o yo qué sé… sino otro discurso (casi peor) sobre eso que me viene a la cabeza cuando pienso en mi viaje en el Colorado Trail desde mi nuevamente ganada posición en el sofá.

En cualquier caso, el CT no va a ser símplemente un sendero más que añadir a un curriculum. Estar ahí fuera durante semanas te enseña muchas cosas y el culo que se sienta en el sofá ya no es el mismo que el de antes. Nunca lo es.

Ahora, tengo unas cuantas cosas que contar. Espero que merezca la pena.