This entry is part 3 of 14 in the series Cape Wrath Trail

Inicio: Barrisdale
Fin: Ratagan (Shiel Bridge)
Distancia: 31 km

Bealach Coire Mhàlagain

La noche es mi tregua. Lo sería también si estuviera acampado pero más, si cabe, dentro del edificio que me aísla de lo de fuera. Durante la noche, guardo a mis demonios en el baúl, consciente de que al día siguiente se me escaparán otra vez o, mejor dicho, les dejaré salir pero, por el momento, les ninguneo. No me pueden hacer nada.

La noche no ha debido ser muy violenta y, por la mañana, el tiempo está sólo regular: sigue haciendo frío, está nublado, inestable… pero las nubes no tapan las montañas y, por el momento, no llueve.

La siguiente sección repite, con matices, el guión del día anterior: cruzar una cordillera y bajar al siguiente valle: de Loch Hourn a Loch Duich. Esta vez, un solo un paso de montaña.

Loch Hourn es una de las profundas hendiduras de la costa oeste escocesa. Seguimos en agua salada. En Barrisdale, el loch hace un recodo y cambia la atípica dirección norte-sur por la más habitual oeste-este para introducirse varios kilómetros en Knoydart. Hay que caminar por la orilla sur hasta el fondo del fiordo y, allí, girar al norte y empezar a cruzar montañas.

En Barrisdale, donde he pasado la noche, hay una granja, accesible sólo por mar. En el fondo del fiordo, 10 kms. tierra adentro, hay otra: Kinloch Hourn, accesible desde el otro lado por una carreteruca que baja desde las tierras altas y que es apodada como «el callejón sin salida más largo del Reino Unido», sin cruces en sus 50 kms. de longitud. Civilización a medias.

El estado de ánimo -el mío, desde luego- depende en buena medida de la dificultad percibida de la tarea que venga a continuación. En ese sentido, la primera parte del día 3 es una prolongación de la tregua nocturna: entre Barrisdale y Kinloch Hourn, hay un buen camino, fácil de seguir, de baja altitud (poco más que cero, mientras sigue la orilla de Loch Hourn) y bastante resguardado por las paredes del fiordo. Y con el colchón psicológico que da saber que al final de este camino, y si la cosa se pone fea, habrá algún sitio donde resguardarse para coger aire y contar hasta diez antes de afrontar terrenos inhóspitos.

Dicho de otra manera, la mañana va a ser tranquila y mi trabajo interior se concentra en que no se convierta en una calma tensa.

Loch Hourn está bastante encajonado para los estándares escoceses pero no llega a la verticalidad de un fiordo noruego. Desde el camino en la orilla sur, son visibles las montañas del lado norte y la marcada línea a partir de la que están cubiertas de nieve. Hago cuentas: son picos de 900 y pico y el collado por el que hay que cruzar está a 700. Va a haber que pisar nieve pero está por ver cuánta.

Loch Hourn

El tiempo da una tregua: las nubes se hacen más altas y menos oscuras y hasta se abre algún claro que evidencia que, aunque no lo pareciera, hay un cielo azul ahí arriba, después de todo. Paro a descansar junto a un reguero y hasta me lavo los pies para quitarles mugre y barro. Me quedo sentado mientras les dejo secarse al aire -que no al sol. El día está tranquilo, no hay viento y se nota que ha subido la temperatura. Juego a hacer como que es un viaje normal.

No por mucho tiempo: para cuando me vuelvo a calzar, se ha oscurecido otra vez y no tardo en tener que abrigarme ante la evidencia de que el viento gélido éste no permite alegrías en camiseta, aunque la camiseta sea de lana. En cuestión de minutos, empieza a llover.

Llego a Kinloch Hourn con el ánimo más congelado que el cuerpo y dispuesto a meterme donde sea para descansar y reflexionar. El complejo tiene varios edificios y uno de los primeros anuncia «Tea, coffee, snacks». Perfecto, para adentro.

Kinloch Hourn

No es un café al uso; más bien parece un salón de la casa del granjero donde te puedes sentar mientras el señor al cargo se mete en la cocina para volver con un café. Aprovecho para encargar todo lo comestible que hay en la minúscula carta y reponer fuerzas a cubierto.

El abrigo es tan psicológico como físico. Fuera, parece de noche y llueve fuerte. Hay también habitaciones para huéspedes y la tentación de quedarme aquí por hoy es fuerte: sólo he hecho 10 kilómetros pero ¿quién quiere salir ahí afuera en estas condiciones? Y eso que aquí abajo hay árboles y el lugar, al margen de los edificios, es relativamente acogedor pero ya sé que es un espejismo y que, en cuanto empiece a subir por la ladera, los árboles quedarán atrás y desembocaré en los páramos pelados.

La disyuntiva es similar a la de ayer en Sourlies: ¿cobarde o valiente? ¿Angelito o diablillo? El juego interior en su mejor momento.

Hoy, si cabe, la perspectiva es más fea: el collado es más alto; probablemente, tendrá nieve y la subida es campo a través. Hay una pista que me deja enfilado en el valle bueno, eso sí, pero, después, me quedo solo. Si no hay visibilidad -y, además, hay nieve- la cosa se puede poner muy fea. Para terminar el cuadro catastrófico, se hace tarde: la travesía de Loch Hourn a Loch Duich es un día estándar de camino; yo tendría que hacerlo en una tarde.

Mientras me termino la hamburguesa, cambio de opinión varias veces: me quedo, no me quedo, me quedo… aprovecho un momento en el que casi deja de llover y se hace un poco de luz para recoger rápido y salir sin mirar atrás; sé que puede ser mi última oportunidad.

Salir cuando no llueve es un apoyo psicológico importante. Luego, ya, que caiga lo que tenga que caer pero que me pille cuando ya no tenga más opción que seguir, que ya me apañaré.

Por el momento, el tiempo se sujeta: oscuro, frío, desapacible, pero no llueve y las montañas son visibles salvo por las cimas, que no son mi objetivo. Camino deprisa, intentando aprovechar la tregua. En este momento, mi labor es mantener la calma: correr no sirve para nada y preocuparme por lo que me queda por delante, tampoco.

La pista cumple su misión: me lleva hasta la entrada del valle que tengo que remontar y ahí desaparece. Como en las carreras ciclistas, cuando el gregario lleva al líder hasta el comienzo de la subida y, ahí, le deja ya solo. Afronto con resignación tener que caminar por el charco continuo que es el suelo y la lenta progresión que significa. Las nubes sólo tapan las cumbres y el faldón de nieve no llega al suelo del valle. Tras superar unos cuantos taludes, por fin, veo mi objetivo y la buena noticia es que lo veo:

Bealach Coire Mhàlagain

Voy a tener que pisar nieve pero no parece que sea profunda. No será problema mientras haya visibilidad. Más tranquilo, sigo para arriba.

La subida es evidente pero la bajada no lo es tanto; lo sería si el valle bueno fuera el que está inmediatamente al otro lado pero no: hay que hacer un flanqueo, seguido de un tramo de cresta y buscar la bajada a otro valle lateral. Sería realmente complicado si las nubes cubren la zona. Me da confianza haber pasado ya una vez por ahí pero cruzo dedos para que no se dé el cóctel letal de nieve en el suelo y niebla en el resto. No iba a ser fácil.

En el collado, hace viento y frío pero lo doy por bueno, no esperaba menos. La capa de nieve era fina en la subida pero me encuentro que, al otro lado, se ha acumulado mucha más. Desde aquí, ya es para abajo y, psicológicamente, eso es clave: se avanza hacia la salvación, no hacia la perdición, a pesar de que el tramo más delicado está por venir. Veo, a la izquierda, el tramo de sendero bien marcado que recorre la empinada ladera de Forcan Ridge. La nieve es sorprendentemente profunda y me hundo hasta la ingle en cada paso en un flanqueo un pelín tenso hasta que llego a la pequeña plataforma del sendero, protegida con losas a modo de quita-miedos en el lado del valle, lo que da mucha seguridad y hace la progresión más fácil.

La visible línea negra marca el sendero en las faldas de Forcan Ridge

Tras el flanqueo, la ruta toma una cresta donde el terreno es más fácil y hay menos nieve. Sigue habiendo visibilidad. Todo va bien. ¡Ya casi está!

¿Está?

Pasado el peso emocional, la realidad física se pone por delante y es la siguiente: es tarde, estoy muy cansado, todavía queda todo el descenso y buena parte de él es campo a través, ¡acabáramos!

Es posible volver a recurrir al juego interior en momentos así. No sólo es posible sino que es importante hacerlo: es en este tipo de situaciones (pasado lo peor, con el cansancio empezando a ser considerable) cuando se suelen cometer errores que pueden acabar en accidentes. Es importante tomar las cosas con calma, en todos los sentidos, el físico y el emocional.

El descenso por el glen es un guión conocido: empinado al principio, de piso irregular y enfangado después. Muy bonito, en cualquier caso. El tiempo atmosférico muestra signos evidentes de calma y me tomo esta última parte del día como un regalo.

Un vadeo delicado del Allt Undalain es lo último que me separa de un buen sendero que me lleva hasta Shiel Bridge, en la orilla de Loch Duich.

Loch Duich, Shiel Bridge y un claro en las nubes

¿Está ya, ahora sí? Pues ¡tampoco! Mi luz al final del túnel era el Kintail Lodge, un hotelito de las highlands encantador que ya conozco de otra ocasión y que tiene, como es relativamente habitual aquí, una sección que funciona como albergue. Llego hasta allí medio-arrastrándome pero satisfecho para encontrarme que ¡el albergue está completo! y sólo les quedan habitaciones carísimas en el hotel. Jopé… es lunes y no hay ni blas por ningún sitio. Era difícil imaginar que nada estuviera lleno hoy…

En Shiel Bridge hay un camping pero la desangelada pradera y la ausencia de servicio alguno (sólo hay una tienda en la gasolinera pero está ya cerrada por hoy) no casan bien con la imagen mental que tenía; la otra alternativa es caminar 4 kilómetros hasta el albergue en Ratagan -que, al día siguiente, tendré que desandar. Cuatro kilómetros puede parecer poca cosa, y lo es, pero no al final de un día tan extenuante como el que llevo. Decidí castigar un poco más el cuerpo para conseguir el alivio psicológico de recogerme en el albergue.

Realmente, si cuento todo esto no es por echarlo fuera sino por señalar que, en un momento así, aunque el cuerpo está machacado y le cuesta dar un paso más, el juego sigue siendo mental: me armo de resignación para pedirle a las piernas un esfuerzo más. Todo por la paz mental de huir del inhóspito afuera.

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