This entry is part 6 of 14 in the series Cape Wrath Trail

Inicio: Glen Coulin
Fin: Shenavall
Distancia: 33 km

Saco la cabeza de la tienda y cuesta creer el panorama. No es que esté gris -que lo está… no, es algo más: es el tipo de gris. Un muro de neblina que une cielo y tierra y no deja lugar a dudas: mal tiempo.

Beinn Eighe bajo una nueva luz

Ayer tarde, el cielo estaba azul, el viento en calma y la presión, estable. Nada hacía presagiar este vuelco en sólo unas pocas horas pero Escocia es así: no hay tregua y, si la hay, dura poco.

Ayer, durante una tarde, viví la fantasía de un viaje cómodo y relajado, donde no había que preocuparse de nada, sólo dejarse ir. Sé que no he venido a Escocia para eso y no me importan las dificultades pero sí esperaba una reintroducción a la batalla algo menos abrupta. Me decepciona profundamente. Claro caso de expectativas no cumplidas. Una vez más, tengo que ser claro conmigo mismo: el problema no es el tiempo; el problema, en todo caso, está en mí.

Recojo rápido, antes de que empiece a llover aunque, de alguna forma, todo está mojado ya.

La ruta abandona Glen Coulin para cruzar un tramo de bosque y subir a unos páramos que la guía anuncia como fangosos y de progresión lenta. Igual que hice 8 años atrás, elijo dar un poco más de vuelta y continuar por el glen, sobre una estupenda pista y bordeando dos bonitos lochs a costa de desembocar en una carretera y tener que recorrerla durante unos pocos kilómetros hasta Kinlochewe. Sólo ya la críptica explicación (o el intento de explicación) de la guía sobre cómo salir de Glen Coulin a través del laberinto de pistas del bosque ya echa para atrás.

Beinn Eighe tiene un aspecto imponente, con sus cimas nevadas, fantasmagórico, a través de la niebla. Es un grupo de montañas típicamente escocés, con relieves suaves y, a la vez, verticales, aislado del resto de montañas de alrededor, es como si fueran parte de orogenias diferentes unas de otras.

Hace frío. No se puede decir que llueva en el sentido de que la lluvia no cae; más bien, está.

La carretera es minúscula; muy estrecha y prácticamente desierta. Llego a Kinlochewe sin cruzarme con ningún coche.

Kinlochewe. Las nubes se tragan las montañas por donde continúa la ruta

Kinlochewe fue el final de mi ruta de 8 días en 2005. En esta ocasión, llego allí a media mañana del día 6. Es un pueblín pero lo suficientemente grande como para tener algunos servicios. Uno de ellos, esperado: la tienda donde espero reponer la despensa. El otro, me lo encuentro nada más entrar: un restaurante. Aún es hora de desayunar y está empezando a llover, ahora ya sí, con claridad, así que no me lo pienso: para adentro.

El subidón es físico pero, sobre todo, moral: un desayuno escocés completo junto a la chimenea constituye un momento de paz y reconciliación con la vida del sendero.

Desayuno escocés completo (full scottish breakfast)

Me pongo «fino» con doble razón: porque me lo he ganado y porque necesitaré las energías de cara a lo que queda por caminar hoy. Y no será fácil encontrar un momento y lugar para reponer fuerzas. Fuera, parece que se está haciendo de noche otra vez y, a ratos, llueve con intensidad. Me recreo en el calor y el confort del salón pero sé que tengo que salir, cosa que hago, por fin, con más resignación que ganas; es fácil que sea así: ¿ganas? No tengo ninguna.

Al menos, el plan inmediato pasa por entrar en la tienda y hacer compras, con lo que aplazo el momento de salir ahí fuera a mi perdición.

La tienduca es pequeña pero, como suele ser en estos casos, tiene de casi todo. A estas alturas, no sé aún si tomaré, dos días más allá, el desvío a Ullapool, donde habría más provisiones, o si pasaré de largo, en cuyo caso no encontraría tiendas hasta casi final de viaje. Repongo para más allá de dos días pero no para los 7 u 8 que necesitaría para llegar al cabo. Así, me doy margen de maniobra para tomar decisiones sobre la marcha.

El apoyo moral

Una de las cosas que uno aprecia en situaciones como ésta es un apoyo moral de parte de la gente con la que se mantiene un necesariamente breve contacto. No hace falta gran cosa: un comentario comprensivo, una sonrisa o alguna palabra de ánimo. O, aunque sea, de condolencia. En la tienda de Kinlochewe deben tener un mal día o son unos siesos porque me tratan con indiferencia y frialdad. Me intereso por el pronóstico del tiempo y la escueta respuesta es que es malo: lluvia y nieve. Mañana, nieve a nivel del mar. Y no me extraña: fuera, además de lluvia y gris oscuro, hace bastante frío.

Re-empaquetar

Me encuentro, como es habitual en estos casos, con un buen montón de envases nuevos y de cosas que re-empaquetar para dejarlas en la mitad de su peso y una quinta parte de su volumen -así, a bulto. Pregunto por un sitio a cubierto para la operación, que lleva un buen rato… la respuesta es un lacónico «no sé». No esperaba que me invitaran a su casa ni ningún favor personal pero sí, al menos, un poco más de empatía. Y de información. Curiosamente, en un sitio tan lluvioso como Escocia, no es habitual que los edificios tengan soportales o tejadillos, ni siquiera en las entradas. Al menos, en esta zona. Si sales, te mojas. Como está claro que en la tienda ya he hecho todo lo que podía hacer, salgo y me mojo.

No hay nada cubierto a la vista así que camino un poco y, voilá, una marquesina de autobús. No es gran cosa: pequeña y con paredes parciales, se cuela el agua por barlovento, pero servirá.

Re-empaqueto y consigo meterlo todo en la mochila aunque hubiera parecido imposible; siempre resulta así. Enfrente de la marquesina, está el hotel del pueblo y allí me dirijo (a sus contenedores de basura, concretamente) con la montaña de envases que acabo de separar del grano.

El estado de las cosas

Resumo la situación: a continuación, lo que la guía describe como, posiblemente, la etapa más difícil de la ruta. Además, tiempo gris, frío y lluvioso, con la posibilidad de que, a la altitud a la que hay que subir, sea nivoso. Hay que subir alto y atravesar la parte más elevada monte a través: navegar correctamente para bajar por el valle correcto. Arriba, puedo encontrar niebla, nieve o ambas cosas a la vez. Y ya es mediodía. La etapa, tal cual la describe la guía, está pensada para salir de Kinlochewe por la mañana y, aún así, no llegar a ningún sitio habitado; en su lugar, se propone acampar en las montañas. Tengo todos los ingredientes para la tormenta perfecta.

El hotel es una tentación. Por si fuera poco, tiene sección de albergue a precio económico. Quizá nunca como ahora habría estado tan justificado pedir -y concederme- una tregua, descansar, relajarme y que mañana fuera otro día… por otro lado, liquidaría mi superávit y, quién sabe, quizá mañana por la mañana sea aún más difícil que hoy por la tarde cruzar esas montañas que hoy no puedo ni ver -por el nublado.

Otra vez el juego interior. Los argumentos del anterior párrafo son la parte pragmática, los pros y contras objetivos. Pecata minuta. En realidad, lo importante es mi proceso personal: ¿a qué había venido yo aquí?

Pues a llegar a momentos como éste y seguir adelante con suficiencia.

Con suficiencia no va a poder ser pero adelante, sí.

Hasta aquí lo que caminé en una semana en 2005. A partir de Kinlochewe, todo es nuevo.

Kinlochewe (pronúnciese «kinlojiu»)

Lochan Fada

Lochan Fada es un loch mediano, tirando a pequeño, comparado con los grandes lochs marinos pero bastante grande para estar arriba, en las montañas. Hay dos posibles rutas para llegar a su cola sur. En atención a las condiciones tan duras y a mi miedo escénico, opto por tomar la variante más sencilla, sabiendo que me llevará hasta el lochan pero que, a partir de ahí, estaré solo.

El apoyo moral, otra vez

En momentos como estos, me gustaría tener gente alrededor. Me ayudaría enormemente, me daría confianza. A la salida de Kinlochewe, paso junto a una zona de aparcamiento que da acceso a los senderos y, además de algunos coches aparcados, hay un par de personas cacharreando con cosas de montaña en uno de ellos. No sé si van o vuelven. Nada me gustaría más que tuvieran planeado hacer el mismo recorrido que voy a hacer yo.

Si lo hicieran, seguramente, no interactuaría con ellos para nada pero sólo el saber que están ahí me serviría para sentirme mejor y más confiado. La lectura es inmediata: ¿por qué depender moralmente de la presencia de alguien que ni siquiera iba a hacer nada más que estar ahí? Si puedo valerme solo, ¿por qué esa dependencia emocional?

Según dejo Kinlochewe atrás, voy mirando por comprobar si alguien me sigue o precede pero parece que no.

Bealach na Croise es mi collado; Dundonnell, mi destino improbable

Caminando de nuevo

La reintroducción al sendero es gradual: una amplia pista, primero, por un valle amplio también, para luego seguir ascendiendo por otro valle lateral donde la pista ya es más primitiva. Llueve y hace frío pero no mucho viento y refugiado bajo el paraguas me apaño bastante bien.

Soy perfectamente consciente de que un elemento básico del miedo escénico es tener los problemas, reales o potenciales, en la cabeza. Y que sacarlos de ahí es el remedio perfecto. La cuestión del millón es cómo conseguirlo; cómo pensar en otra cosa. Hace unos meses, vi una peli ambientada en Escocia, cine social desde los bajos fondos de Glasgow. Me gustó mucho. Se me ocurre contarme a mí mismo la película y me entrego a la tarea. Es fácil porque la recuerdo muy bien; y entretenido, porque me gusta recordarla. Lo mejor es que ¡funciona! Y me mantengo curiosamente sereno mientras la pista se convierte en senderito y la lluvia, en nieve. Y, según subo, me meto en la niebla, hasta el punto de que empieza a merecer la pena poner atención a lo que estoy haciendo. Perfecto, porque justo se me acaba la película. El senderito aún es fácil de seguir pero la nieve lo va cubriendo mientras no debe quedar mucho para llegar a Lochan Fada.

Cuando menos me lo pudiera esperar, surge de entre la niebla una figura humana: un caminante animoso que ha subido a Lochan Fada por la ruta que yo he preferido no usar y al que ya sólo le queda la parte fácil, bajar por donde he subido yo. Para mí, en cambio, lo complicado empieza ahora.

El encuentro me anima un poco, siquiera por no sentirme tan solo y abandonado en el incipiente whiteout pero no consigo información, que eso sí me habría venido bien, sobre la parte de ruta que viene a continuación. Saltaré al vacío.

Llego a la orilla de Lochan Fada, del que sólo veo unos metros, los que permite la niebla. Sigue nevando y hace un frío del carajo. La nieve se va haciendo fuerte en el suelo aunque, por el momento, no lo cubre todo con una capa uniforme y aún se distinguen los relieves de la vegetación. Esto es importante para navegar con la brújula y mantener una dirección cuando la visibilidad, como ahora, es escasa. Lo bueno de que no haya sendero es que no hay problema por que la nieve lo tape.

Mapa y brújula

Monte a través

La tarea es complicada: hay que ascender por terreno suave, con escasas referencias, hacia una planicie y buscar la entrada al valle correcto para bajar por él. Con buen tiempo y visibilidad, sería sencillo pero, en estas condiciones, no. No hay ningún pasamanos que seguir porque hace falta cruzar la cabecera del valle que no es para luego encontrar un collado que comunica con el valle bueno. Necesariamente, hay que navegar con la brújula.

Me lo tomo con calma, esta vez sí: guardo el paraguas ya (a la mierda…) y camino con el mapa y la brújula a mano. Tomo rumbo y voy despacio, consultando constantemente mapa, brújula, terreno y altímetro.

Lochan Fada, en su fantasmagórica presencia, era mi único asidero conocido. Cuando, enseguida, le pierdo de vista entre la niebla, me quedo solo.

Me enfoco en la tarea y así mantengo la cabeza entretenida. Es divertido, esto de la navegación, y más aún cuando no es un juego sino que hace falta de verdad.

Mi referencia intermedia es un pequeño loch en un balcón sobre los valles. La guía avisa de lo importante que es encontrar ese loch. Navego con error inducido para garantizar pasar por encima del loch y no por debajo; pasaría de largo sin verlo. Paso un rato de tensión contenida en el kilómetro largo de subida al balcón mientras miro fuerte, a ver si así atravieso la niebla mejor, hacia mi derecha en busca de una orilla. Como en las pelis en las que todo acaba bien, ahí aparece, justo cuando y más o menos donde debía estar.

Afortunadamente, hay visibilidad suficiente para distinguir cosas a 50 metros o más, a veces. Con todo, me auto-dedico una palmada en la espalda porque esta vez sí estoy satisfecho. No sólo por haber encontrado el camino sino por haber hecho las cosas bien y con calma. Un set ganado en el partido interior.

Desde el pequeño loch, aún hay que ir con cuidado porque el descenso inmediato no es el correcto. El collado bueno, Bealach na Croise, está justo enfrente y, en algún momento en que la niebla se levanta un poco, aparece a la vista. Una vez en el collado, la orientación ya deja de ser problema: sólo hay que seguir el rectilíneo glen.

Victoria

He vencido, básicamente, a mis propios demonios y me siento estupendamente. A todo esto, el ambiente sigue siendo muy hostil, casi peor según la nieve va transformándose en lluvia otra vez, pero camino sereno y confiado, como debe ser, como yo perseguía que fuera. Es un buen momento.

Sé que lo que me queda no va a ser fácil: monte a través, tiempo frío, lluvia constante, cansancio acumulado y aún mucha distancia por recorrer pero camino con la tranquilidad de saber que lo más difícil ya ha pasado y de que lo que queda es un trámite, en comparación. Me equivocaba.

El calvario empieza aquí

La tensión que mantenía era la tapa de la caja de pandora de lo que hasta ahora no salía a relucir: que llevo otra buena paliza encima y que estoy muy cansado. La cabecera de un glen no es el peor sitio para caminar en las highlands -no está muy encharcado- pero no deja de ser monte a través, por terreno irregular y de progresión necesariamente lenta. Mi siguiente objetivo es Loch an Nid, un pequeño y alargado lago en medio del glen. la magnitud del desastre empieza a ser evidente cuando pasa el tiempo, pasa el esfuerzo y el avance costoso y Loch an Nid ni siquiera aparece a la vista aún.

Loch an Nid es el final de la etapa que la guía describe desde Kinlochewe. Una de las pocas ocasiones en las que la guía opta por acampar, renunciando a intentar llegar a algún sitio a cubierto habida cuenta de que, ya así, la etapa está categorizada como muy dura. Yo vengo desde más allá y, tal como está el tiempo, no cuento con quedarme en Loch an Nid. Podría hacerlo pero se me caen las cascarrias sólo de pensarlo: a estas alturas, estoy ya calado hasta las partes más íntimas, hasta el punto de que ya me da igual mojarme porque no puedo mojarme más; llevo un montón de horas caminando sin parar, ni a descansar ni a comer, pero no me atrevo a hacerlo porque siento que seguir en movimiento es la única manera de mantener calor corporal. Sigue haciendo frío y llueve sin parar.

Todo mojado

Tengo tres alternativas: acampar, llegar a civilización o buscar un bothy.

Acampar sería la forma más inmediata de acabar con el calvario físico pero me obligaría a una tarea dura en sí misma y técnicamente complicada, conseguir ponerme cómodo en estas circunstancias. Al menos, cuento con que en Loch an Nid habrá terreno acampable -que no es poco, en esta región. Visto desde el sofá, es fácil pensar que esta opción hubiera sido la mejor pero cualquiera que haya estado en una situación así o similar podrá recordar que, in situ, las cosas se ven más difíciles, empezando porque tengo las manos tan congeladas que me cuesta hasta agarrar los bastones, no digo ya cualquier cosa que exija dexteridad. Una vez montado campamento, quedaría la tarea gigantesca de convertir aquel maremagnum de cosas mojadas en un sitio confortable para pasar la noche. Avanzo glen abajo esperando que acampar no se convierta en la mejor opción.

La civilización está lejos pero, técnicamente, es alcanzable. Quizá llegara de noche pero el último tramo sería por una pista inequívoca y un tramo de carretera. El cuello de botella de esta opción sería mi capacidad de seguir caminando tanto tiempo y tanta distancia. Implicaría hacer dos etapas de la guía habiendo, en mi caso, empezado la primera a mediodía. El premio sería un hotel de las highlands.

La del bothy parece la mejor opción, habida cuenta de que hay uno localizado a distancia alcanzable y que sólo requiere un ligero desvío -si es que eso tiene alguna importancia, a estas alturas. Cuando salí de Kinlochewe, era consciente de la existencia del bothy en Shenavall y, de hecho, contaba con él si la cosa se ponía fea. Fue parte de lo que me animó a salir.

De momento, difiero la decisión. Voy avanzando y ya veré, aunque veo el bothy como la opción más deseable, dentro de una estrategia posibilista, consciente de la paliza física que conllevaría llegar hasta allí. Consciente también del valor moral de esta opción, de lo que supone de cierta renuncia a mi elevado concepto de autonomía. Pero hay que estar allí para comprender las razones de una decisión.

Loch an Nid

El glen es rectilíneo pero tiene un recodo; a la vuelta del mismo, aparece, por fin, a la vista Loch an Nid. Al menos, supone una referencia visual de progreso. Tardo aún un buen rato en llegar allí.

El ambiente es tan bello como desolador. El valle es un perfecto ejemplo de glen de las tierras altas: recto, largo, de perfiles redondeados en forma de U, amplio y despejado de vegetación, salvo la herbosa. Loch an Nid tiene orillas llanas, de perfil amable. El lugar es muy bonito y aislado. La gama cromática se limita al pardo-marrón de la vegetación y el gris de todo lo demás; llueve sin parar y hace mucho frío. La sensación dominante es que no hay donde meterse.

Llueve sin parar y hace mucho frío. No hay donde meterse

En esta ocasión, a diferencia de lo más habitual, el problema no es tanto emocional como físico. No hay ninguna decisión que tomar, no tengo dudas sobre lo que tengo que hacer, está bien claro: avanzar lo mejor que pueda. El conflicto es físico: empiezo a no tener claro si podré; hasta dónde o hasta cuándo.

Tomar las decisiones correctas

Con todo, sí hay una parte mental importante, muy relevante en momentos delicados: hay que tomar buenas decisiones.

Los problemas con final catastrófico suelen ser consecuencia directa de alguna mala decisión. Podemos echarle la culpa al mal tiempo o al estado del cesped pero, si tiramos del hilo, casi siempre llegamos a algún caso de decisión discutible. Esto tiene una consecuencia demoledora: si tomamos buenas decisiones, todo irá bien. Por eso es importante pensar con frialdad y decidir lo correcto y por eso, también, los desenlaces catastróficos se suelen dar en situaciones complicadas: no sólo por lo difícil de la situación como porque eso nos lleva a tomar alguna mala decisión.

De momento, tengo claro que necesito seguir adelante y que puedo hacerlo pero soy consciente de que estas condiciones y mi estado son de riesgo de hipotermia. No basta con seguir ciegamente, hay que hacerlo con un ojo en el estado físico y, ante signos de posible bajada de temperatura corporal, hacer algo.

El riesgo de hipotermia

Temperatura ambiente apenas por encima de cero y todo mojado es, además de muy incómodo, de lo más peligroso. Un poco más de frío hace incluso las cosas más fáciles porque cruzar la barrera del punto de congelación del agua hace que todo esté mucho más seco. La humedad es un sumidero de calor y, en este caso, funciona como agujero negro de mi calor corporal.

Pasado Loch an Nid, aparece una traza que hace la progresión un poco más sencilla, aunque tampoco mucho. Continúa mi calvario. Me arrastro como puedo pero, de momento, puedo. No me importa el esfuerzo, tampoco el dolor; lo que me preocupan son las energías, de las que dependo no ya para moverme sino para mantenerme en funcionamiento. Necesitaría comer pero pararme sería un problema. Maniobrar para sacar comida, otro.

Llego a un ensanchamiento del valle que supone dos hitos; uno: si continúo, debo elegir ruta, entre bajar a la civilización o buscar el bothy; y dos: llego al borde del doblez del mapa. Y no quiero decidir sobre lo primero sin haber resuelto lo segundo.

Maniobras agónicas

Antes de empezar la parte que requería navegación, tuve cuidado de asegurar el mapa en el porta-mapas y doblarlo de forma que mostrara el mayor trozo posible de lo que me quedaba por recorrer, para evitar tener que volverlo a sacar, re-doblar y meter. Siempre a la vista y siempre disponible. Acabo de llegar al final del trozo visible. Recuerdo más o menos la distancia y terreno por recorrer tanto para bajar a la civilización como para ir al bothy pero ahora necesito saberlo exactamente.

Sacar el mapa de la funda, re-doblarlo y volverlo a guardar: en la sala de casa, una operación de 40 segundos. Aquí y ahora, una agonía. Mis manos han perdido el uso de varios dedos que ya no soy capaz de mover, quitarme las manoplas es todo un logro, ¡quitármelas!… cosas del material ultraligero, que no tiene mucha integridad estructural y se engancha por todos los lados.

Creo que no exagero si digo que éste fue el momento más traumático. Hasta aquí, mi marcha empecinada me mantenía ocupado; ahora, tengo que detenerme, hacer otras cosas y usar otros músculos.

Tuve que contar hasta 10 y armarme de paciencia para compensar mi desesperante lentitud y mis ganas de mandar la operación a tomar por saco y tirar para alante pero, en ese momento, tenía claro que esa habría sido una de esas malas decisiones de las que arrepentirse. Especialmente en circunstancias como éstas, es importante saber por dónde voy, hasta dónde quiero ir y cuánto queda.

Decisión fácil

El bothy queda a un par de kilómetros, valle abajo, por un senderito. Para llegar a una carretera, la ruta va por una pista amplia pero es mucho más largo, 13 kms, y hay que salir del valle hacia arriba, atravesar páramos y luego bajar. También podría acampar aquí: hay terreno llano y empieza a haber algún grupo de árboles donde el piso no es cenagoso, ¡sería un campamento precioso en otras circunstancias! pero, a estas alturas, y por un par de kms. más, encontraré mi Shangri-La en el bothy.

Tengo que cambiar de lado del glen y atravesar el torrente principal que, a estas alturas y con toda esta lluvia, se ha convertido en un río considerable. menos mal que está separado en dos ramas y puedo dividir para vencer porque, incluso así, los vadeos son para ir con cuidado.

A pesar de la situación, me queda un rincón de consciencia para apreciar lo bonito que es este lugar. Es muy bonito.

Los dos kilómetros que faltan son agónicos pero camino con la convicción de que ya nada puede salir mal. El glen se encaja un poco para, a continuación, abrirse a un enorme foro, confluencia con otro valle. Si lo anterior era bonito, esto es espectacular.

Como punto tragicómico, tropiezo y caigo de bruces en un charco. A todo esto, caer encima de un charco es lo más sencillo del mundo… lo difícil sería caer fuera de uno, ¡todo es charco! Físicamente, no me afecta mucho, más allá de alguna magulladura pero no acabo más mojado de lo que ya estaba porque infinito+n=infinito. Moralmente, la parte tragicómica: me lo tomo a risa. Qué otra cosa puedo hacer…

El bothy se resiste a aparecer a la vista, algo preocupante en esta región de panoramas amplios e ininterrumpidos, pero es sólo un poco de torturilla adicional: surge puntual allí donde esperaba encontrarlo, tras un recodo.

Shenavall

Estoy tan estropeado que soy consciente de que esto no acaba aquí y aún me quedan penurias por pasar pero también sé dos cosas: 1, lo peor ha pasado ya; y 2, todo va a salir bien.

Durante estos últimos kilómetros, fantaseaba con la idea de que hubiera alguien en Shenavall y que tuviera la chimenea encendida. No sale humo de la chimenea ni hay disponible madera para encenderla, a no ser que uno se la traiga. Un solitario árbol hace compañía al edificio del bothy.

Entrar es un alivio. Hay alguna pequeña gotera pero, por lo demás, el lugar está seco y cumple los austeros estándares de los bothies. No hay nadie. Voy dejando un charco por donde paso y procuro concentrarlo en el pequeño vestíbulo.

Quitarme la mochila es otro pequeño gran alivio. No lo he hecho desde que salí de Kinlochewe hace 7 horas.

Hace frío en el bothy y no hay nada con lo que encender la chimenea. Me concedo unos instantes para respirar hondo y sentirme a salvo pero ¡no muchos! porque me estoy congelando. Me quito rápidamente toda la ropa y me pongo un juego seco, además de toda la ropa de abrigo que tengo. Comer algo es lo siguiente en la escala de urgencias. Después, empezaré a pensar en intentar ponerme cómodo.

Mi día más duro en las montañas

La prueba ha sido difícil y ha costado mucho. Creo que, después de tantos años, acabo de pasar mi día más duro en las montañas.

En aquel momento, no tenía mucho espacio mental para reflexionar sobre lo que acababa de pasar, sólo podía sentir alivio. Ahora, con la perspectiva del tiempo, puedo contar aquel día como un relativo éxito en mi objetivo de afrontar las dificultades con buen humor, al tiempo que voy dibujando mi perfil: lo que me cuesta es tomar decisiones que impliquen meterme en marrones y me pesan mucho las vueltas que les doy. Sin embargo, una vez en el marrón y cuando ya no hay alternativa, suelo estar sereno y consciente de lo importante de hacer las cosas bien. Aquel día, hubo más de lo segundo que de lo primero y respondí correctamente. No sólo porque hice las cosas adecuadas -que creo que sí- sino, sobre todo, porque evité agobiarme y lo llevé con dignidad. Es lo que buscaba.

Revisión tras la batalla

Hasta ahora, no había habido bajas es este viaje. Hoy, tengo la primera: la cámara de fotos iba en el bolsillo del cinturón lumbar -donde siempre la llevo para que esté a mano- en una bolsa de plástico pero, al final, la humedad se cuela por todos los sitios y está provocando un contacto que hace que la cámara se encienda y apague continuamente, ella sola. Le tengo que quitar las pilas para que se esté quieta. No va a haber fotos de esta fase del viaje. La dejo en una repisa, a ver si durante la noche se seca y vuelve a la vida normal.

El gélido bothy no me permite una velada confortable. No estoy ni para reflexión ni para contemplación, sólo para meterme en el saco cuanto antes. Mi saco, una vez más, el mejor lugar del mundo.

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