Inicio: Tan Hill
Fin: Langdon Beck
Distancia: 42 km
Durante una charla que tuvimos ayer en el porche, decía el posadero que había cambiado el viento y que iba a traer tiempo despejado… no parecía fácil en aquel momento pero la mañana comenzó, al menos, sin niebla. Al rato, las nubes se empezaron a romper. Por lo tiesas que están las banderas, se nota que seguía soplando viento; por su orientación, del noreste: frío y seco.
Una de las partes interesantes de la vida en el sendero es la renovada relación con la comida: al contrario que en la vida urbana, puedes tomar toda la que quieras. Sin remordimiento alguno. Antes de salir, véase la obra de arte:
Efectivamente, el viento ha limpiado la atmósfera. Hace frío pero el día es luminoso y el páramo luce espléndido.
En la subida a Tan Hill de ayer empezó a no-haber camino pero ni siquiera eso me había preparado para lo que iba a encontrar a continuación: nada de nada. Seguramente, a la gente local le parecerá que a esa traza intermitente de páramo pisado se le puede llamar «camino» pero a mí no. Al menos, no hasta que me re-acostumbre (si lo hacía en Escocia, aquí también). Hay unas balizas de madera pero están tan espaciadas que sólo con eso no basta: hay que «navegar» y, como toda habilidad, se consigue con la práctica.
Seguir la ruta en esas condiciones (y con visibilidad) no es difícil pero requiere cierta adaptación, después de tantos días de sendero inequívoco. Una vez me hago con el terreno y las nuevas condiciones, camino contento y disfrutando de tanta luz, después de los días grises.
Pies mojados, eso sí. El pie se hunde más allá de la línea de flotación de la zapatilla en cada paso y no hay forma de pisar en suelo seco, no existe tal cosa.
La imagen es de un punto más fotogénico que la media porque en esos tramos de musguito verde-claro el charco era más profundo y el agua, más limpia, menos barrosa que en el resto del páramo; en las zonas de brezo, el pie se hunde algo menos pero, a efectos de mojarse, da igual: infinito más n sólo puede ser igual a infinito.
C’est la vie del senderista en los páramos. Tiene su encanto, no lo dudéis.
Más adelante, la traza se hace más visible de una forma casi continua. El día está precioso.
Donde la vegetación ha sucumbido a las pisadas, es mucho peor porque se forma un chocolate incaminable; pero, de perdidos, al barro…
Una práctica habitual (mía, al menos) es meter los pies en el agua limpia, cuando la hay, en los ríos o arroyos, pero con calzado y todo. O, como en este caso, pasar del puente, que lo había, y cruzar directamente por el agua. Total, más mojado no voy a estar (por lo del infinito más n) y así, al menos, dejo todo limpito hasta el siguiente fangal.
A quién le importa tener los pies mojados si hace un día tan estupendo… al sol se nota incluso algo de calor. La progresión es lenta y pesada en los páramos pero nada importa cuando el tiempo se pone amable. La luz es espectacular.
Tras cruzar algunas carreteras rurales y más secciones de páramo, el Pennine Way baja al valle del Tees (Teesdale) en el punto en el que se encuentra Middleton, un pueblo de buen tamaño. La mancha voladora sobre la cresta del fondo creo que era una cigüeña:
Desde Middleton, la ruta remonta el río Tees hasta su cabecera y, en consecuencia, el escenario cambia radicalmente. Como ya comprobé días atrás, los tramos junto a un río son preciosos, entre perfectos prados verdes y árboles grandes de ramaje infinito. Además, y sea para bien o no, hay un sendero de verdad, con lo que la progresión es mucho más cómoda y ágil.
Adicionalmente, el Tees es un río de buen tamaño, lleva mucha agua y cuenta con varias cascadas interesantes. La más grande de todas, High Force, tiene un salto principal de un montón de metros pero la foto salió mucho mejor en la otra, más pequeña, Low Force:
A pesar de la escasa diferencia en altitud, es notorio cómo la vegetación va cambiando: primero, desaparecen los árboles grandes; después, desaparecen los árboles casi del todo. Llego a la parte alta del valle con el sol ya muy bajito en el horizonte y la luz es, si cabe, más bonita aún.
El día se me hace largo y estoy cansado. Aunque hace «bueno» (en el sentido de que no llueve, al menos), el viento ha vuelto y hace un frío glacial. El terreno, llano y amplio, no da mucha opción para un campamento discreto fuera de la vista de las numerosas granjas y aquí al lado, curiosamente, hay un albergue… otra «tormenta casi-perfecta» que me da la excusa suficiente para, por segunda noche consecutiva, refugiarme bajo techo.
Esta vez, me sentiré un pelín culpable pero mañana me espera un día que puede llegar a ser muy largo. Pagaré caros mis «pecados».
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