Esto es un breve comentario sobre el gran poder de algunas pequeñas cosas. Puede ser con la máquina o a mano; funciona igual.

Pantalones viejos

Aquí encima, mis viejos pantalones “de montaña”. Son viejos de verdad, y se nota; si no en la foto, os aseguro que, en directo, se nota: están decrépitos. A pesar de todo, los sigo usando: son simples, cómodos y funcionales.

Pequeños desperfectos aquí y allá les iban haciendo cada vez menos cómodos y funcionales. Sea por vagancia, por mala programación o por miedo escénico, me costaba ponerme a repararlos hasta que, un día, lo hice. Di el que siempre resulta el paso clave: sacar la máquina de coser del estuche y enhebrar. A partir de ahí, todo va sobre ruedas. Siempre es así.

Un rato y algunas costuras más tarde, mis viejos pantalones volvían a ser tan cómodos y funcionales como cuando los compré hace más de 15 años. Están descoloridos y desgastados pero eso, en el monte, no tiene importancia. Lo que sí la tiene es que todas las costuras están completas, las cremalleras, elásticos y tancas, en su sitio; los sietes, parcheados. Todo funciona.

Lo “normal” habría sido tirarlos. Los desperfectos habrían sido la perfecta excusa. Repararlos resultó sencillo. Ahora puedo seguir usándolos normalmente en una segunda ronda de 15 años y yo, contento con mis pantalones y con vivir alineado con mis valores.

El aparato mágico

Es algo muy simple y nada nuevo pero me hizo sentir muy bien. Ahora, cada vez que me pongo mis viejos pantalones, me acuerdo y me siendo así de bien.