Caminar para viajar. El mundo a escala humana

Primeras impresiones

Últimos pasos. El Atlántico, al fondo

Cruzar Islandia ha sido una experiencia intensa. Algunas impresiones iniciales:

Senderos

Los senderos que he encontrado son bastante diferentes de lo que tenemos por costumbre en la tierra media. Sólo transité por lo que podríamos llamar “un sendero” en unas pocas ocasiones: en el Laugavegur (3 últimos días de mi ruta), a lo largo del Jokulsa a Fjollum entre Asbyrgi y Detifoss en el día 3 y una corta sección en Vonarskard; menos de 150 km en total. La mayor parte de la ruta fue por pistas de 4×4 de calidad variable. En muchas ocasiones, me preguntaba cómo leches iba un 4×4 por ahí pero era evidente que circulaban, vistas las marcas de las ruedas.

Típica pista del interior, versión piso de grava. Algunos postes visibles en el flanco izquierdo

Seguir las pistas era sencillo la mayor parte de las veces. Están marcadas por postes verticales y por la propia traza de los vehículos. Ambos tipos de marcaje, el específico y el espontáneo, variaban mucho según la importancia de la pista y el tipo de suelo por el que transitaba: las pistas principales tenían muchos postes, las pistas secundarias o más remotas tenían una densidad de marcaje mucho menor, los postes podían llegar a estar muy espaciados. Las marcas sobre el suelo dependían mucho del tipo de terreno: claramente visibles en terreno arenoso, razonablemente visibles en grava y casi inapreciables en lava.

En general, mi impresión es que seguir las pistas, desde el punto de vista de la orientación, es sencillo en la mayor parte de situaciones.

Meteorología

Es lo que más me trajo de cabeza. Al final, en la mayoría de casos, para nada… en retrospectiva, puedo decir y digo que el tiempo no fue tan malo ni estuvo tan lejos de lo esperable como mis propios miedos me hacían sentir.

No hay escasez de nubes en Islandia

Sí que es cierto que el patrón general no me fue favorable: en Islandia, normalmente, el viento y la nubosidad vienen del sur o suroeste, con lo que el norte/noreste de la isla suele tener patrones más estables que el resto. Pues resulta que, cuando estuve en el norte, al principio de viaje, había una baja presión instalada enfrente de Noruega que me estuvo mandando viento del norte y nubosidad durante días. No es un patrón habitual pero puede pasar.

Cuando por fin di la vuelta al Vatnajokull (el glaciar gordo) y salí de su sombra, el viento cambió y empezó a soplar desde el sur, con lo que ¡volví a tener lluvia! Parecía que el mal tiempo me perseguía.

A la postre, la segunda semana fue más tranquila, el viento fue variable y aunque tuve algún día lluvioso y mucha nube, también hubo ratos de tranquilidad y hasta algo de sol, al final.

Para el anecdotario, mencionar que me llovió todos los días, aunque en algunos fuera muy poca cantidad. Lo mejor es que no padecí ninguna tormenta de arena. De hecho, solía pensar en la lluvia como el diario “rociado para que no se levante polvo”. Esto daba a la lluvia un carácter simpático que me ayudaba a no sentirla como un elemento agresivo.

Ríos

Al final, no tuve que cruzar ninguno de los dos ríos potencialmente peligrosos en mi camino a base de ¡cambiar de camino!. Fue una pena abandonar el abrigo del gran campo de hielo y la parte más remota del viaje para cambiarlo por dos pesados días en la F26, la pista central (una pista con mucho tráfico: un vehículo cada cuarto de hora, de media). Me quedé sin saber cómo habría sido intentar cruzar el Svedja y el Sylgja pero seguí el consejo de ICE SAR. Ningún otro caminante con quien contacté había cruzado o tenía intención de intentar la ruta por estos ríos: habían recibido el mismo consejo preventivo que yo.

Del resto, tuve dos vadeos serios. Irónicamente, ninguno de los dos era estrictamente necesario. Uno fue debido a un cambio de planes sobre la marcha; el otro, a un error.

Por la mañana, hacía bueno y eso me animó a ir por la ruta más agreste, que había descartado la tarde anterior, cuando el tiempo estaba más revuelto. No hacía falta desandar nada, bastaba con hacer un tramo campo a través. Fue sencillo salvo por esto:

Rjupnabrekkukvisl

De haber seguido la ruta original desde un principio, habría cruzado el Rjupnabrekkukvisl aguas arriba del punto de la foto, antes de que se encajonara y fluyera con todo el agua junta. Tal cual lo encontré, requirió mucho cuidado, calma y atención pero no fue difícil ni peligroso. Agua blanquecina que impedía ver el fondo y corriente fuerte, había que tener cuidado de no meter la pata en alguna poza que cubriera más allá de medio muslo. Me provocó tensión y grandes recuerdos de vadeos similares en el pasado. Fue como un test. Llegué al otro lado con alivio y con una agradable sensación de reforzada confianza.

El otro vadeo grande fue muy grande. Demasiado, de hecho. La pista F26, en la que pasé casi dos días, hacía un amplio bucle pero había una pista secundaria que atajaba, en una trayectoria más corta y lógica. Antes de tomarla, estudié el mapa por si podría haber algún obstáculo por el camino y sólo vi un río. No estaba pintado en grueso así que debía ser un río normalito y, además, la propia F26 lo cruzaba (aguas arriba) también… así que tomé el atajo. Cuando llegué al río, me encontré esto:

Storaverskvisl

Intenté cruzarlo, dos veces. Busqué con cuidado el mejor lugar posible, encontré una zona donde el cauce se ampliaba y había un islote intermedio. Llegué al islote y llegué a menos de 15 metros de la orilla de enfrente pero el tramo que quedaba era demasiado potente y profundo y me tuve que volver atrás. Hacía tiempo que no pasaba tanto miedo. Lo bueno es que, por lo menos, tenía la opción de volverme atrás: de vuelta a la F26, a ver cómo leches cruzaba aquello…

Había un puente.

Puente sobre el Storaverskvisl en la F26

A ritmo de maratón

La longitud final fue de 570 km. Para encajar esto en dos semanas (13 días para caminar), tenía que promediar 44 km diarios. Es algo que ya había hecho antes pero no en un sitio como Islandia ni en una ruta completa, de principio a final: es más fácil promediar 44 km al día en medio de una ruta larga que hacerlo desde el primer día hasta el último. Lo tomé como un reto que, por otra parte, encajaba bien con mi forma de caminar. No estoy particularmente orgulloso del logro, lo tomo más como un efecto lateral de mi limitada ventana.

Fue duro físicamente pero tengo más presente el peso psicológico. No tenía mucho margen para error o planes de contingencia. Me tomé muy en serio la labor mental de evitar pensar en el largo plazo y concentrarme en el día a día, incluso en el rato-a-rato. Es una forma del “divide y vencerás”; en este caso, para evitar sentirse uno abrumado por todo lo que aún queda por hacer. Es muy útil fijar objetivos a corto-medio plazo, como Joe Simpson en Touching the Void.

Por las mañanas, en general, me sentía bien, aún fresco y con fuerzas. Lo peor eran las tardes, cuando ya estaba machacado pero aún quedaban muchos kilómetros por hacer. Las últimas horas de cada día solían ser llevaderas de nuevo, en una especie de tercer aliento: probablemente, liberada la cabeza del peso de la tarea por hacer, todo fluía mejor.

El día 2 fue el peor de todos, como suele suceder. El cuerpo aún no está acostumbrado al machaque al que le sometes y acumula ya el trabajo del día 1. Por mucho que entrenes, nada prepara a tu cuerpo para el viaje a pie como el propio viaje a pie.

El juego interior

Es un tema mental. Todo ello. Es en la cabeza donde se dirime la suerte del viaje y es el estado de ánimo el que te lleva hasta el final o te impide llegar a él.

Autofoto harto y bajo de moral con goterón en nariz

Esto ya lo sé pero da igual cuánto lo sepa o cuántas veces me lo repita a mí mismo: el peso mental es mucho mayor que cualquier cosa que pueda llevar sobre los hombros.

En mi travesía por Islandia, tendí a pensar demasiado. Como de costumbre. Ahora lo veo y, en cierto modo, durante el viaje también pero ahora lo veo más claro. Aprendo para la próxima vez.

Estuve preocupado por el tema de la orientación antes de comprobar que iba a usar caminos bien marcados o, al menos, iba a tener siempre la opción de hacerlo. Me preocupaba mucho la meteorología hasta que empecé a conocer los patrones locales y a saber qué esperar; entonces, empecé a estar más cómodo pero el que había cambiado no era el tiempo: era yo.

La primera semana fue una sucesión casi ininterrumpida de Diversión Tipo 2. Eso es duro. La Diversión Tipo 2 es aceptable en pequeñas dosis pero no de continuo. Hubo días en los que maldije cada minuto y la única luz al final de mi túnel era llegar al final del día, montar la tienda y meterme dentro para no salir más. El caso es que guardo un recuerdo maravilloso de esos momentos en los que el trabajo de la jornada estaba hecho y me podía, por fin, relajar y sonreírme para dentro, entre aliviado y satisfecho. Los echo de menos.

No me crucé con mucha gente a lo largo de la ruta. En algunos tramos del interior, curiosamente, me encontraba con más coches que gente (descontando, obviamente, a la gente que iba dentro de los coches). Era una sensación rara pero Islandia es así: los todo-terreno se meten hasta la cocina. La sensación era contradictoria: la gente me hace compañía; los coches, no sé… la gente que va dentro me manda ánimos y me pregunta si todo va bien, eso me reconforta pero la presencia de los coches me descoloca, me hace pasar de sentirme muy aislado a sentirme en un parque temático con penalidades auto-infligidas. Es raro.

Con todo, sí que me crucé con otros/as senderistas y siempre fue bienvenido, hasta el punto de que me ayudó enormemente en algún momento bajo. Es lo que más me ayudó. Y eso que eran sólo unos minutos de conversación (no solía estar el tiempo como para pararse mucho rato) pero el apoyo psicológico que me da el saber que hay por ahí otra gente como yo haciendo algo parecido es impagable. Son mis compas de equipo en el juego interior. Es al conversar con otras personas en mi misma situación cuando mi mente ve claro que no va a pasar nada, que todo va a ir bien, que no le estoy contando milongas cuando se lo digo yo.

Cosas raras con el sudor, la sed y las prendas impermeables

“A la mierda, sigo adelante…” o algo así pensé hacia el final del día 3, después de horas de lluvia, empapado y, sobre todo, confuso, en medio de un trasiego de turistas porque acababa de llegar al aparcamiento anexo a la cascada Detifoss, la más grande de Islandia, toda una atracción. Con la moral por los suelos, en parte a causa de la sensación contradictoria de sentirme tan vulnerable y expuesto y, a la vez, tan rodeado de “civilización”. Lo único que podía hacer con ella era pedir transporte y la tentación de hacerlo era grande. De ahí lo de “a la mierda…”

Todo esto viene a que, irónicamente (con la que estaba cayendo), llevaba poca agua en las botellas pero, dado lo tenso de la situación, ni me importó. Sólo importaba seguir adelante. Acababa de subir a una meseta y no había arroyos pero estaba tan preocupado por otras cosas que no me importó.

Seguí caminando y dejó de llover. El viento me secó casi todo lo mojado y empecé a retomar la confianza. Entonces, pasé cerca de una laguna pero ni me molesté en acercarme para coger agua. En ese momento, no sabía por qué pero el instinto funcionó bien: no la iba a necesitar.

Acampé y gasté casi toda el agua para cocinar la cena y el desayuno. Retomé el camino con un trago restante en las botellas y sin ningún río que cruzar en muchos kilómetros a través de una meseta volcánica sin pinta de tener cursos de agua. En circunstancias “normales”, habría sido preocupante pero es que las circunstancias no eran normales…

No tenía sed. Y me pasé todo el día caminando sin apenas beber y seguía sin tener sed. Todo lo demás era normal: orina normal, estado físico general normal y hasta estado de ánimo normal. Simplemente, no tenía sed.

La otra anormalidad en la escena era que podía llevar puestas las prendas impermeables durante horas y sentirme confortable con ello. Esto me venía muy bien porque el día estaba tormentoso con el típico patrón de chubascos que vienen y van. Lo ideal es quitarse los impermeables cuando deja de llover pero es tedioso y consume mucho tiempo. Conservar los impermeables puestos es el sueño húmedo (seco, en este caso) de todo montañero y me estaba pasando a mí.

Era inmediato relacionar ambas anomalías: no tenía sed porque mi cuerpo no estaba soltando humedad. No sudaba y así que podía llevar la ropa impermeable puesta sin problema.

A lo largo del viaje, este patrón se repitió regularmente. Se lo achaco al clima del verano islandés: fresco y ventoso. Puede no ser el tiempo ideal para pararse a echar la siesta pero el hecho de que el cuerpo no necesite sudar (y todo lo demás esté normal) resulta comodísimo. Nada de saunas andantes en tiempo lluvioso.

Fue una experiencia interesante. Nunca me había pasado nada parecido.

El modelito Cagoule Azul – Pantalón Blanco se convirtió en atuendo estándar


Fueron sólo 13 días pero parecieron meses. Iré escribiendo sobre todo ello a lo largo de la temporada.

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Descripción

3 comentarios

  1. Yo

    Mi sueño es no sudar. Bueno, un sueño muy básico…

    • Viajarapie

      No me había pasado nunca y no tengo del todo claro cómo explicarlo. No me he convertido en mutante, vuelvo a sudar como de costumbre 🙂

      De todas formas, el sudor es un mecanismo útil. Tendemos a verlo como una incomodidad y, en cierto modo, lo es, pero es un mecanismo para perder temperatura sin el que nuestra vida sería muy diferente, no sé ni cómo…

  2. Francisco

    Enhorabuena. Te sigo con interés. Ya estoy esperando el relato del viaje. saludos

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