2620 millas (más de 4200 kms) a lo largo de California, Oregon y Washington, los estados más occidentales de la unión. Cinco meses de recorrer montañas, desde el árido sur de California hasta las remotas Cascades septentrionales, desde Méjico hasta Canadá. Durante cinco meses, soy un homeless y mi única casa son las montañas. Viajar a pie cobra todo su sentido.

El Pacific Crest Trail significa algo muy especial para mí. Lo veo como el epítome del viaje a pie tal cual me gusta pensar en él. No es la ruta más larga, ni la más difícil ni la más-nada pero es la ruta en la que descubrí y aprendí a amar esta actividad: salir a la naturaleza y recorrerla durante días, verla pasar ante mí al ritmo necesariamente lento de mis pasos, alejarme de esa civilización tan contradictoria que nos alimenta y nos mata a la vez, alejarme de ella durante días de forma que no me pueda coger… todo eso es lo que encontré, casi sin esperarlo (aunque algo se cocía ya) en aquel lejano verano de 2001 cuando una presunta visita al parque Yosemite se convirtió en un recorrido de una semana en el John Muir Trail (que comparte buena parte de su traza con el PCT)

Desde entonces, el PCT ha sido ese sueño imposible que me ilusionaba y atormentaba a la vez: ¿cuándo, cómo, iba yo a tener, a buscar, a tomarme el tiempo necesario para recorrer esto? De alguna manera, sin embargo, sabía dentro de mí que esto acabaría sucediendo y que, como suele pasar con todas las cosas de esta vida, cuando llegara el momento, de alguna manera, lo sabría.

En 2006, ese momento ha llegado. Es curioso cómo, una vez convencido de que quería hacerlo, todas las demás barreras que parecían tan altas, de repente, se han hecho mucho más pequeñas. Una vez más, la vida me enseña que lo más importante es querer hacer algo. No lo es todo pero es lo más importante. Cuando quieres algo y vas por ello, las barreras se desvanecen. A menudo, solas.