This entry is part 85 of 118 in the series PCT Relato Completo

Distancia: 26 m / 41 km. Acumulado: 2112 m / 3399 km

Por la mañana, la atmósfera está revuelta; parece que uno toma ya el tiempo estable como algo garantizado, después de más de tres meses sin apenas otra cosa, y casi sienta como una pequeña traición que la cosa se tuerza. Te acostumbras a que tu preocupación diaria consista en caminar y cuidar que no te falte agua y cualquier otra circunstancia que se meta en medio es intrusa. Cuando empiezan a aparecer nubles y el viento sopla frío, hace falta una cierta adaptación mental.

Hoy toca, por fin, el flanqueo del monte Hood. Similar en disposición a otros ya visitados como Shasta o Jefferson, Hood se levanta como un cono perfecto sobre el territorio circundante, coronado por glaciares de tamaño notable.

Mt. Hood entre las nubes

Mt. Hood está relativamente cerca (a escala americana, al menos) de Portland y alguien tuvo la idea de construír allí un hotel en los años 20 del siglo pasado. Dice la historia que fue una de las cosas que se les fue ocurriendo para intentar dinamizar la economía y superar la crisis de por entonces. Debo decir, una vez más, que, si bien construír hoteles en las faldas de las montañas puede ser lo más normal del mundo en Europa, esto no se encuentra en América todos los días. Al menos, no en el oeste.

Seguro que recordáis la película «El Resplandor (The Shine)»: pues es ese hotel. Timberline Lodge no representa, precisamente, aquello por lo que he venido a América a caminar por las montañas (más bien, al contrario) pero no puedo obviar el indudable encanto del lugar. Antes de llegar allí, un poco más de bosque infinito.

Parece que el mal tiempo no progresa. Paul, que es de la zona, decía esta mañana que no hay problema, no es un frente. Hace frío y parece que se trataba, simplemente, de nubes de condensación que se van diluyendo según calienta (no mucho) el sol.

La subida sostenida indica que ya estoy escalando Hood pero los árboles aún no dejan ver el bosque. En un arroyo, me encuentro a Kim, alias Two Dog, thru-hiker de Alaska que, como su alias indica, camina con dos perrillos. Hacer el sendero con perros es uno de los típicos temas de discusión en el universo PCT… pros y contras varios entre los que destacan lo duro que suele resultar para los animales. Esto es algo que siempre me ha llamado la atención… uno asume que los humanos somos el eslabón débil de la evolución en cuanto a capacidad física pero resulta que parece ser que estamos mejor diseñados para caminar estas largas distancias que, por ejemplo, los perros, que suelen sufrir mucho en las pezuñas; vale que ahí hacemos «trampa»: llevamos suelas de goma, así cualquiera… pero también tienen problemas de adaptación a la temperatura y para mantener una correcta hidratación. Hay casos de perros que han muerto en el sendero. Se asume que cualquiera que traiga sus perros al PCT debe conocerles bien y cuidar de ellos para que no les pase nada. Los de Two Dog tienen buena pinta y juguetean por los alrededores mientras su dueña se toma un descanso. Llevar perros es una responsabilidad muy grande y admiro a Kim por atreverse no ya con uno sino con dos.

En esto, llega Paul, que venía por detrás y, tras un rato agradable entre los cinco senderistas (los tres humanos y los dos canes), salgo con Paul hacia Timberline Lodge. Al poco rato, salimos del bosque y hay que sacar la cámara: Estamos ya a los pies de la gran montaña y la vista es espectacular, con los glaciares encima y los profundos barrancos que, un poco más abajo, han excavado los torrentes que salen de las morrenas.

Barrancos profundos en las laderas de Hood

Timberline Lodge viene a significar algo así como «el hotel situado en el límite del bosque». Más o menos donde acaban los árboles, el antiguo y señorial edificio se asienta en un balcón que mira al oeste, con el panorama infinito de los bosques de las Cascades de Oregón.

Timberline Lodge, mirando hacia Mt. Jefferson

Ni Paul ni yo nos vamos a alojar aquí ni a recoger ningún paquete pero qué menos que entrar al lugar y echarle un vistazo. Aprovecho la presencia de teléfonos para llamar a la oficina postal de Cascade Locks, siguiente estación, y confirmar que abren (de tapadillo, pero abren) el sábado por la mañana.

El edificio es de corte clásico; tanto por fuera como por dentro. Una vez más, los thru-hikers somos la nota discordante y yo me siento algo pulpo en garaje entre tanta alfombra pero, como de costumbre, nadie nos trata mal.

Paul se va a quedar a acampar por aquí cerca, va a encontrarse mañana con un familiar, aprovechando el acceso por carretera y que está casi «al lado» de casa. Yo voy a seguir un rato más pero antes nos sentamos en una de esas barras en las que hacía el loco Jack Nicholson para tomarnos una cerveza de esas tan ricas que tienen aquí. Paul es una de esas personas con las que es un placer conversar, es como si le conociera de toda la vida.

Me quedan dos horas y me tengo que despedir. Es raro caminar, al principio, según me alejo de Timberline Lodge, cruzándome con los turistas que se alojan allí, que han salido a dar una vuelta por el PCT y ahora vuelven. El paseo, desde luego, no puede ser más espectacular, con el sendero flanqueando la montaña, justo por encima del límite de los árboles, con lo que los panoramas son inmensos y atravesando las recortadas vaguadas que los torrentes glaciales han ido excavando en las laderas. Allí, al fondo, hacia el sur, se ve perfectamente el perfil nevado del monte Jefferson, lo que da una perspectiva singular al viaje: ahí están los dos o tres últimos días de camino, por allí, al lado, estaba el Puzzle Fire; un poco más allá, Santiam Pass, Big Lake… las Three Sisters… es genial poder ver esto desde arriba. Te da una idea de lo que has hecho, te pone en tu sitio en el mundo. Hace dos días, estaba en aquel puntito de allí. Viajando en algún medio motorizado y mirando atrás, alcanzas a ver, como mucho, dónde estabas hace media hora… Yo y mis pies; dos días y aquel puntito de allí. No puede haber nada más real.

Caminamos siempre adelante pero las vistas más memorables son hacia atrás.

Jefferson desde Hood; de ahí venimos

La zona a la que me dirijo se llama Paradise Park y, con ese nombre, ¡tiene que ser bonita! Lo de «park» no sé por qué será pero esto es montaña sin condimentos. Una zona algo menos empinada en plena ladera noroeste de Hood, con vistas al cono volcánico, por un lado y, estirando un poco el cuello por encima de los incipientes árboles, hacia la inmensidad de las Cascades, por el otro. Inmensidad ahora cubierta por un mar de nubes que la hace, si cabe, más espectacular.

Paradise Park debe ser una zona popular porque hay mucha gente acampada. Busco el hueco más resguardado posible porque hace bastante viento y mucho frío. Estoy a poco más de un día de Cascade Locks y el Mighty Columbia.

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