This entry is part 20 of 27 in the series Nordkalottleden Relato Completo

Por la mañana, todo sigue igual. Vanas esperanzas de abrir la puerta y encontrarme con Kabtajaure iluminado por el sol… en lugar de eso, el mismo nubarrón, la misma luz, como si no hubiera pasado una noche y, como único cambio que me dice que, efectivamente, ha pasado el tiempo, noto que la cota de nieve en las montañas de enfrente ha descendido notablemente.

Buenos (y oscuros) días

Mi preocupación ahora es que tengo que subir; más allá de los 800 metros, que puede no parecer mucho pero, calculando a bulto, yo diría que la nieve ya ha llegado ahí y quizá la nube también. Todo esto, sin sendero que seguir y, por el momento, sin señales tampoco.

Lo único que me tranquiliza es que, en la zona más alta, hay un refugio, Roysvatn. Tal como veo en el mapa, la mayor parte de la ruta hasta allí es muy evidente, bordeando lagos en el fondo de valles. Se trata de una serie de valles encadenados, separados por un pequeño talud entre cada dos contiguos, configuración típica de la erosión glacial. Por dos veces, tendré que abandonar el valle en el que estoy para tomar dicho talud, encaramarme al siguiente y seguirlo. Todo esto, con muy poco desnivel, sin pasar de los 700 metros, hasta que llego al final de un circo, donde tengo que subir un escalón algo más serio que me deposita en las mesetas de altura. Ese, calculo, va a ser el punto crítico porque Roysvatn estará muy cerca pero tendría que llegar allí sin apenas referencias por un terreno muy intrincado. Si para entonces estoy pisando nieve y dentro de una nube, puede ser complicado. No digo ya si, encima, hace viento, nieva, llueve o alguna otra lindeza.

Por el momento, lo único que puedo hacer es salir cuanto antes y aprovecho casi el último instante sin lluvia para recoger una tienda no muy mojada. Busco los hitos, pensando que, cuando me separe de Kabtajaure, me vendrían muy bien. Para mi relativa tranquilidad, ayer acabé encontrando alguno, poco antes de parar: los típicos pedrolos con pintura naranja, habitual sistema en el lado sueco, pero en muy mal estado: la pintura borrada, casi invisible, y los hitos, muy escasos. Al menos, sé que voy encaminado. Encuentro algunos más pero estamos en las mismas: sin pintura, son difíciles de discriminar del resto de piedras y encuentro también algunos caídos. Por el momento, no pasa nada, pero espero no tener que echar de menos el estándar de señalización al que me han (mal)acostumbrado.

Según dejo atrás Kabtajaure, empieza a nevar. No me extraña nada; con el frío que hace, es lo que se puede esperar que pase. El panorama es más sombrío que nunca. El primer cambio de valle es fácil de identificar, ese monte piramidal (forma no muy habitual en esta región) me sirve de boya inequívoca.

Sigue nevando y, en algunos momentos, con fuerza. El suelo se empieza a cubrir de blanco y se empieza a confundir con el cielo, con la nube y con el horizonte, empezando a formar ese oscuro gris homogéneo al que tanto temo, visto lo que viene por delante y me empiezo a preocupar seriamente. Recuerdo perfectamente lo que me pasó por la cabeza en aquel momento; hablando conmigo mismo:

– por los dioses árticos, los dioses del sendero o los dioses de mecagoendiós… que deje de nevar ¡ya! o voy a tener un problema…

Lo de los dioses es una forma de hablar pero ¿me cree alguien si digo que me debieron escuchar? Estaba ya enfilando el siguiente valle y, según desciendo unos metros para bajar a la cuenca, veo el lago alargado de turno. Esto es, veo algo. Y veo, preocupado, cómo todo lo que me rodea está nevado, aunque la capa es aún muy fina, pero parece que ahora cae con menos intensidad. Poco después, deja de nevar. Algo después, la nube se levanta un poco y me deja prácticamente libre el suelo y, para mi sorpresa (dado el frío que hace), la nieve se derrite del todo; al menos, en el suelo del valle.

Volví a sacar fotos cuando empezó a merecer la pena otra vez…

Para cuando llego al final de este lago, tengo una amplia vista hacia el suroeste ya que el terreno empieza a descender hacia allí. Yo tendré que girar al noroeste y seguir subiendo pero menciono lo de la vista porque juraría que, por allí, está algo así como más luminoso. De hecho, se ve más sombrío si miro hacia atrás. Esto es un buen augurio: el oeste es la fuente de todos mis males. Si hay luz por el oeste, hay esperanza.

El sendero sigue sin existir y las señales, casi tampoco pero el que no falta a la cita es el puente que señala el mapa sobre el desagüe del lago; si hay puente, no hay pérdida posible, es por ahí. El puente es, además, una especie de presencia familiar y reconfortante en este sitio donde me siento tan desamparado. Qué cosas, tanto buscar rutas sin civilizar para terminar alegrándome por encontrar un puente… pero es que hoy las montañas son muy grandes y yo, muy pequeño.

El segundo talud para subirme a otro valle colgado; éste, ya muy estrecho y encajonado y sin visibilidad hacia esa dirección de la que espero noticias así que, mientras bordeo un lago más, me tengo que conformar con lo que veo en la estrecha franja de cielo directamente encima de mí. El terreno es mucho más rocoso y la progresión, más lenta. Para cuando llego al fondo del valle, allí donde se amplia un poco en un bonito circo, lo que jamás hubiera creído posible hace un par de horas: un hueco entre las nubes. Cielo azul a la vista.

¡Aupa Odín, los trolls y el baxajaun! Justo a las puertas de esa última subida que tanto yuyu me daba, el panorama se ha aclarado tanto que hasta algún rayo de sol llega al suelo. Estoy a salvo.

Las nubes se van hacia levante

Y no sólo eso sino que me puedo relajar y empezar a disfrutar de este sitio que, por si no se supone ya, es una maravilla de lugar. A unos pasos, otra vez, de la línea fronteriza, este es un enclave remoto y aislado y, bajo la nueva perspectiva, sobrecogedor (pero en positivo). Más aún, durante la subida empiezo a ver pintura roja en hitos más regulares, según los noruegos van tomando el relevo de unos suecos que, en este tramo que acabo de recorrer, se han dormido un poco y me habían dejado algo tirado.

Fin de ascenso y, como ya imaginaba (son muchas horas ya en las alturas árticas), la aparente meseta que muestra el mapa no es tal. La escala 1:100.000 se queda corta para representar la caótica sucesión de pequeños desniveles que hacen que el horizonte esté a sólo unos pocos minutos de distancia. No quiero ni pensar en haber tenido que estar aquí arriba con mal tiempo pero, afortunadamente, el «gris» es sólo un mal recuerdo. De hecho, las nubes que quedan se están disipando como si las estuviera soplando el gigante y ya hasta me da el sol. En estas circunstancias orográficas, no veo Roysvatn hasta que prácticamente estoy llegando allí pero los hitos me llevan bien. Helo ahí.

No sólo el solitario edificio de madera sino también una figura humana que se mueve por la colina de al lado. Se pone una mochila enorme y parece que se marcha pero me ve venir y se espera para decir hola.

Se trata de un simpático, veterano y aguerrido senderista noruego. Creo que sobra lo de aguerrido porque parece que, en estas tierras, todos lo son (menos yo) pero es que éste tiene una pinta curtida y una incipiente barba blanca que le da un aspecto de explorador polar muy exclusivo. Me cuenta que está haciendo una larga ruta que empezó hace ya varias semanas (¿o llegaba a meses?) en el Cabo Norte y que ahora va hacia el sur a lo largo de las montañas. Parece ser que es un concepto popular en Noruega aunque me dice que no mucha gente lo lleva a cabo. Le compadezco por haber atravesado la tundra en el principio del verano y me confirma que no es lo más agradable de su historia senderista pero, claro, no podía empezar más tarde si luego quería continuar por las montañas, como evidencia el episodio reciente. Se marchaba ahora, vista la mejoría del tiempo, tras haber pasado dos noches en Roysvatn a causa del temporal.

– esta mañana, aquí arriba parecía invierno. Era todo nieve…

No hace falta que me lo jures, compañero, si me ha nevado a mí por ahí abajo… difícil dar crédito a la situación actual, sólo unas pocas horas después, con nubes altas, algo de sol y ni rastro de nieve. La historia de cómo pasar de la miseria a la gloria en media mañana.

Señor simpático y aguerrido noruego, le dejo a ud. que continue que yo me voy a tomar un merecido descanso aquí, para reponer fuerzas y reponerme del susto.

Estoy en una de estas maravillosas zonas altas, con esa mezcla justa de cesped, roca y lagos que parece sacada de la definición de lugar paradisiaco del libro gordo de petete. Bueno… en los tiempos que corren, sería de la wiki de petete. Sobre todo, en momentos como estos en los que hay luz, lo habré repetido ya… cosas de la orografía, las vueltas que dan las rutas y la visibilidad o invisibilidad del terreno, es difícil imaginarse que esas montañas de enfrente son las que, por el otro lado, tienen el campo de hielo ese que vislumbraba ayer por la tarde; Nordkalottleden me ha traído alrededor del macizo y ahora estoy viendo su cara sur, que no tiene hielo. En parte, por ser sur y, en parte, porque es muy escarpada. Es difícil imaginar, también, todo el hielo que hay en las laderas del otro lado pero ya me lo dice el mapa.

La última incursión en Noruega ha sido muy breve; prácticamente, sólo para llegar a Roysvatn y vuelta inmediatamente a Suecia. Está gracioso esto de ir alternando país aunque, geográficamente, es mucho más significativo alternar vertiente, que no siempre coinciden ambas cosas. En este caso, sí lo hacen: desde las mesetas en Roysvatn, el panorama dominante es hacia el oeste; Noruega, una relativamente estrecha franja de montañas, terreno muy accidentado, grandes desniveles sobre valles muy profundos intensamente excavados por glaciares. Al fondo (no se ve, pero está ahí), el oceáno. Nada más salir de Roysvatn y superado un pequeño desnivel, se inicia un descenso hacia el este, vertiente sueca, donde los panoramas son sensiblemente diferentes: extensión mucho mayor de montañas pero con relieves más suaves, valles gigantescos, enormes lagos que los llenan. No me pronuncio sobre qué lado me motiva más; la vertiente oeste es más montañera, más alpina, a nivel de relieves, pero la otra es más extensa y me produce más sensación de sitio por el que quiero caminar, aunque también sé que esos verdes valles no son tan transitables como aparentan desde la distancia (los fangales y esas cosas…). En cualquier caso, todo luce espléndido, ahora que brilla el sol.

Volviendo a Suecia y sus perfiles amables. Las nubes, no tanto

El rato que sigue es de esos de reconciliación; con el sendero, con el viaje y con uno mismo. El buen tiempo me ha traído tranquilidad y me ha permitido liberar la tensión que había ido acumulando desde ayer. Prácticamente, he pasado el último «gran» obstáculo de esta parte de la ruta y ahora me queda sólo una travesía aparentemente sencilla, en comparación, hasta bajar a otro gran valle donde volveré a encontrar árboles y cerraré un capítulo de mi viaje: el que me ha llevado por la agreste franja fronteriza.

Esto tiene implicaciones más allá de lo simbólico: desde que abandoné Kungsleden, había vuelto, en cierto modo, a indertidumbres similares a las de semanas atrás… incertidumbre por no tener referencias de lo que viene a continuación, temores en cierto modo confirmados por la práctica ausencia de senderos y la escasa señalización en algunas zonas. No era broma. Cuando, a última hora de hoy, o mañana temprano, inicie el descenso a Valdajahka, cuento con que todo eso habrá terminado. No sólo espero un Nordkalottleden mejor definido sino que, además, desde Vajsaluokta vuelve a unirse a otra de las rutas «trilladas» del ártico sueco: Padjelantaleden, del que espero calidad similar a Kungsleden. De hecho, dice la literatura que Padjelantaleden es aún más sencillo. En mi cabeza, llegar a Padjelanta significaba dejar atrás las dificultades y prepararme para un final feliz y relajado y, pasado el último trago, es ahora cuando lo veo cercano.

Los noruegos que encontré en Pauro también me hablaron brevemente de este tramo que tengo delante y en términos no tan amables como de lo anterior (mencionaron terreno muy accidentado, con continuas subidas y bajadas). Sea como sea el terreno, para mí va a ser al revés; el tiempo atmosférico dicta facilidades y dificultades mucho más que el terreno y a mí, ahora, me sonríe.

Desciendo en dirección sureste, de cara a esos evocadores paisajes típicamente árticos, enormes extensiones de alfombra verde peloteada de puntos azules y ahora sí que soy feliz. Así sí que juego. En el punto en que Nordkalottleden gira hacia el sur, hay una señal; curioso emplazamiento porque indica varias direcciones, evidenciando un cruce de caminos… que no existen. Rutas sin caminos. Al menos, Nordkalottleden está señalizado por los hitos pero no veo marca alguna para la ruta transversal que, aparentemente, une Sorfjorden (fiordo del lado noruego) con Ritsem (primer lugar habitado del lado sueco). Menos mal que, además de la señal, hay un grupo de noruegos tomando un descanso allí y ellos me lo explican: es el camino que ellos están siguiendo, una ruta histórica para cruzar las montañas. Son un grupo variopinto, gente bastante mayor que, según me dicen, forman parte de un grupo más grande que viene por detrás y que se ha juntado para pasar unos días de ruta por aquí. Varios de ellos tienen evidentes rasgos lapones; les acompaña un perrillo grandote muy cariñoso con el que puedo jugar un rato.

Se interesan por mi mochila y, sobre todo, mi calzado, que les llama especialmente la atención. Preguntan por mi viaje y, cuando les digo que estoy haciendo Nordkalottleden entero (o intentándolo, al menos), me da la impresión de que me ven con cierta admiración. Si ellos supieran lo cagao que estaba hace sólo unas horas… en realidad, es a la inversa, soy yo el se descubre ante esta gente, que habrá salido hoy o ayer de Sorfjorden, en medio de lo que para mí era un temporal, caminado monte a través y están aquí tan felices, como noruego por su casa, bromeando sobre la comidota que se van a endosar cuando lleguen a Ritsem.

Nordkalottleden abandona el descenso para cambiar de dirección y pasar a bordear los montes de altitud modesta que forman la divisoria y quedan ahora a mi derecha. El terreno es, efectivamente, agreste, con mucha roca, continuas subidas y bajadas, sin sendero y la señalización es más bien justita aunque, con buena luz, no es mayor problema, aunque alguna vez haya que buscar un poco por dónde continuar. La trayectoria, a media ladera, es un excelente balcón sobre las enormes cuencas del lado sueco, con todos esos lagos.

No por repetida deja la imagen de ser espectacular

El primer hito significativo es un vadeo que, en el mapa, aparece como muy serio, por lo ancho. El señor noruego simpático del último refugio me había comentado que había un par de ríos grandes en las próximas horas y estaba claro que éste iba a ser uno de ellos. Según desciendo el talud que me lleva al cauce, veo una figura humana en la orilla de enfrente… ¡es él! que se está poniendo las botas tras cruzar.

El río es ancho, con buena corriente pero, como suele ser habitual, no muy profundo aunque hay algún tramo en que tengo que ir con mucha precaución. Me reconforta tener a alguien «vigilando», en lugar de enfrentarme al río yo solo, como de costumbre. Me alegro de verle otra vez, cosa que, más o menos, esperaba porque ya me había dicho él mismo que él camina despacito y, con la mochila que lleva, no me extraña, es muy grandota. Según hablamos un rato, se levanta viento y aparece desde el oeste un bloque sólido de nubes, cual telón de acero y, a pesar de que, encima nuestro, sigue haciendo sol, está claro que el mal tiempo no ha dicho su última palabra por hoy…

Me despido del señor simpático, que se lo toma con calma, y salgo ladera arriba para recuperar la altura perdida y algo más y proseguir la ruta del balcón. ¿Hablaba yo de acuñar términos? Esto que se me viene encima es «un gris» en toda regla. Avanza rápido y soy carne de cañón. Según me alcanza, de repente, vuelve el invierno: se apaga la luz, se levanta un viento gélido y empieza a caer un mix indefinido de lluvia y nieve. A pesar de que voy cuesta arriba, esto es, produciendo calor, me quedo petrificado y no puedo pensar en seguir así mucho rato más, sólo puedo esperar que el nubarrón pase y se vaya como ha venido… cosa que, efectivamente, sucede al rato. Ha sido un cuarto de hora de recordatorio de dónde estoy y del respeto debido a un lugar que me deja bien claro que estoy a su merced. Por el momento, vuelve a salir el sol mientras veo el telón de acero alejarse hacia levante.

La ruta es tan agreste como preciosa. Avanzo lento por un terreno extremadamente irregular, tanto en la pequeña como en la gran escala, mientras compruebo en el mapa, con cierta preocupación, que había una zona alta pendiente en la que no había reparado y que viene a continuación. Lo que no veo es el otro gran río anunciado, hasta que aparece en el terreno. En el mapa, no parecía tan grande pero es similar al anterior; cuesta un rato cruzarlo pero se hace sin mayores problemas.

Rikkekjahka: ocasión para lavar los pies en agua fresquita (otra vez)

La línea de montañas tuerce al sureste pero Nordkalottleden continua hacia el sur… y, para ello, tiene que cruzar un collado elevado. No me había dado cuenta antes porque es una zona de relieves suaves y, en el mapa, no hay rastro de esos paredones que indican las curvas de nivel muy juntitas, con lo que, a primera vista, parecía que continuaba el flanqueo pero hay que subir hasta 800 metros, tanto como la línea del miedo de esta misma mañana en Roysvatn.

Afortunadamente, el tiempo se aguanta, por el momento, aunque a duras penas. Según gano altura, veo otro telón de acero aproximándose desde el oeste pero, visto cómo funcionan estos episodios, no me doy por derrotado hasta que me alcance y mantengo la esperanza de que no se mueva hacia mí (única forma de que no me alcance). ¿Falsas expectativas? Pues ¡no! porque, a pesar de que pasa cerca y hasta llego a notar el abrazo del aire helado, se acaba desplazando hacia el noreste en su viaje hacia Suecia y me evita por poco.

El collado desemboca en un precioso circo en el que el tiempo me aconseja que mejor no me entretengo. Se hace tarde y empiezo a pensar en dónde acampar… la idea original era avanzar todo lo posible, como forma de alcanzar una cota, también, lo más baja posible y estar así menos a merced del tiempo enfadado éste… desde aquí, todo es para abajo ya pero, tras un brusco descenso inicial donde bajo a 700 m., la ruta se va aferrar a esa cota durante 5 kms. más y veo que no me va a merecer la pena estirar el día para acabar teniendo que buscar un trozo plano en plena ladera expuesta. Por contra, ese talud de 100 m. que ahora desciendo me deposita en otro circo, uno pequeñito, protegido por paredones al norte y oeste, con lo que veo claro que va ser mi mejor casa para esta noche. Además, la vista hacia el sur es gloriosa, con la profunda muesca del valle de Valdajahka, donde deberé bajar a continuación, y el paredón de la montaña que lo cierra por el otro lado, abrazado por unas nubes pétreas que, sin embargo, dejan ver algún trozo de cielo a su través.

Mi pequeño circo, mirando a la parte abierta

El tiempo está muy revuelto pero estaré bien aquí. Doy las buenas noches a los renos que pastan por la zona y a los que siento haber medio-expulsado con mi presencia pero me quedo más tranquilo cuando les veo aposentarse un poco más allá y seguir a lo suyo.

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