This entry is part 6 of 28 in the series Colorado Trail

El más típico (y confortable) campamento en el bosque

Ahora sí que he hecho las cuentas definitivas y decido intentar llegar a Tennessee Pass el viernes por la tarde, a tiempo de alcanzar Leadville antes de que cierre la oficina postal y no arriesgarme así a llegar el sábado por la mañana y encontrarla ya cerrada hasta el lunes. Kevin opina que debería estar abierta y él debe saberlo porque es de aquí pero tampoco está seguro al 100%. Y, en el fondo, me gusta plantear estos pequeños retos de la larga distancia, a pesar de que mi plan modelo ideal es llegar a los pueblos por la mañana y pasar allí el resto del día… pero tengo mucho papeleo que enviar por correo y no quiero arriesgarme a tener que llevarlo todo durante la siguiente etapa.

Kevin va a tomárselo con algo más de calma así que le dejo en campamento mientras yo salgo prontito. Hoy habrá muchas montañas que recorrer pero también bastante civilización, por desgracia. A grandes rasgos, quedan dos cordilleras por atravesar antes de llegar a Tennessee Pass y Leadville y, antes de ambas, sendos valles troncales que hace ya tiempo que cambiaron su pasado minero por un presente enfocado al turismo. Estos también hay que atravesarlos y me temo que no van a ser tan agradables como las cordilleras.

El estirón de ayer tarde nos dejó a tiro de piedra del valle de Breckenridge, uno de los emporios turísticos de las montañas de Colorado; es decir, mal rollo. En una hora de camino relajado entre el bosque, emerjo en entorno urbano: urbanizaciones con aspecto bucólico y una carretera con mucho tráfico en el fondo de un valle relativamente amplio y flanqueado por poderosas montañas cubiertas de bosque infinito.

La civilización sólo mola cuando voy a hacer uso de ella; si no, resulta un horror y algo que quiero dejar atrás cuanto antes pero, en este caso, tengo que pasar un buen rato caminando junto a la carretera (afortunadamente, no por ella) para llegar al punto donde el CT retoma la dirección oeste, se mete en el bosque y empieza a ascender laderas para salir de aquí en dirección a las alturas de Ten Mile Range, la subcordillera que flanquea este lado del valle. La cresta en Ten Mile será la segunda vez que el CT se encaramará en terreno alpino y la primera que lo hará por un tramo de cierta longitud, más allá del simple subir, coronar y bajar de Georgia Pass. Es, por tanto, hora de vigilar el estado del tiempo y no demorarse: es necesario salir de las alturas antes de que la inestabilidad de la tarde convierta la zona en un mal sitio para estar.

El bosque ayuda a olvidar pronto la carretera, ocultando vistas y amortiguando ruidos. Por primera vez, aparecen señales del CDT (Continental Divide Trail), que comparte traza con el CT desde Georgia Pass pero, hasta ahora, sólo porque lo dice el mapa. Es conocido que el CDT es un trabajo en progreso y, en esta sección, se beneficia del excelente estado de los senderos por los que discurre el Colorado Trail; en la subida hacia Ten Mile Range, además, el presupuesto les llegó para alguna que otra señal que acompaña a las del CT, que no faltan nunca.

Colorado & Continental Divide: senderos hermanos

En un descanso (arroyo, remojar pies, comer… la vida en el sendero) me sobrepasa un tipo con pinta aguerrida y mochila minimalista; este es de los míos, sin duda, pero no parece que tenga muchas ganas de charlar y sólo saluda y pasa. La presencia de las señales del CDT me recuerda una de las razones por las que estoy aquí y este senderista barbudo me trae a la memoria imágenes de la épica de las grandes rutas. Aún así, no creo que se trate de un thru-hiker en el CDT, a no ser que sea el increíble hulk the los thru-hikers… es aún demasiado pronto para que los que empezaron en la frontera canadiense estén ya en Colorado.

El sendero sigue subiendo por el bosque hasta que éste empieza a clarear y aparecen a la vista las poderosas paredes que cierran el acceso al otro lado de Ten Mile Range. El camino comienza un largo flanqueo con vistas al valle del que acabo de subir y va progresando por la ladera hasta acabar encaramándose a la misma cresta. Para entonces, ya se me ha hecho mediodía y algo más y el cielo está hoy muy amenazante; no es sólo el nublado sino también el viento gélido que, además, se siente muy fuerte aquí arriba. Parece que no se trata sólo del ambiente tormentoso de cada tarde sino que va más allá. La inestabilidad se siente en el ambiente. Por suerte, por el momento, la catástrofe meteorológica se sujeta.

Cerca de las nubes en Ten Mile Range

El sendero casi desaparece en el trayecto por la cresta pero, con visibilidad y algunos hitos, no hay mayor problema que estar atento al lugar donde empezará a descender por el otro lado. Antes de hacerlo, echo un vistazo al panorama: abajo, los edificios de Copper Mountain, la tercera estación de esquí en dos días. Enfrente, la montaña que le da nombre, cosida a remontes. En el valle, una carretera aparentemente no tan concurrida como la de esta mañana pero, un poco más allá, confluencia con un valle transversal que constituye, al parecer, vía troncal de comunicación trans-rocosa: una autopista serpenteante y cuyo ruido se escucha incluso desde aquí arriba.

Hay que mirar un poco más hacia el horizonte para encontrar vistas más estimulantes como ese mar de montañas que constituye el universo visible hacia el oeste. Hacia allá y hacia el sur está mi futuro próximo y alimento mi ánimo pensando en cuántas de todas esas montañas tendré que recorrer. No olvido el abc de la orientación aunque, aquí, con el excelente sendero y señalización, no suele hacer falta pero nunca está de más repasar la siguiente subida antes de empezar a bajar y que la topografía oculte las vistas. Ahí, enfrente, identifico el valle por el que escaparé de Copper Mountain Resort, que promete ser la experiencia más dolorosa desde Denver. La distancia no da ocasión para precisar mucho más pero fantaseo pensando en cuál será el próximo gran collado, si es que es visible siquiera desde aquí…

El CT, en su versión «valiente» en Ten Mile Range

La ladera de bajada es mucho más abrupta de lo que lo fue la de subida pero no así el sendero, que traza larguísimos zig-zags. Aún en terreno alpino, antes de entrar en los árboles, me cruzo con dos ciclistas que suben… ya, ya sé que aquí la bici de montaña es religión y que estos vendrán desde el valle, luego bajarán y estarán en su camita esta noche pero no deja de sorprenderme verles progresar por el estrecho sendero casi colgado de la ladera para llegar allí arriba donde hasta a pie me ha parecido un pequeño reto… creo que me han tenido demasiado tiempo metido en el bosque y me tengo que re-acostumbrar a las alturas.

También impone un poco, en mi caso, saber que, hoy como ayer, hay que montar campamento y crear hogar, algo no tan inmediato cuando el cielo se pone tan negro oscuro como ahora… hacer una escapada con billete de vuelta siempre es más llevadero ante el mal tiempo aunque sé que, al final, todo esto es más psicológico que físico y es que, tras sólo 5 días, aún no estoy lo suficientemente curtido en la vida en el sendero. Todo se andará y acampará.

Llegan a caer unas gotas pero, increíblemente (a tenor de cómo está el panorama), no llega a llover de verdad. Con esto, llego al fondo del valle dispuesto para ese duro trago que es, una vez más, el tropezón con el mundo urbano. Especialmente, en esas horas sensibles del final del día cuando uno se siente algo más desamparado. Por la mañana, todo parece más fácil, el día entero está por delante y te sientes capaz de cualquier cosa. Por la tarde, cruzar civilización supone un encuentro de sensaciones, a caballo entre la tentación de quedarte y la necesidad de alejarte de allí para volver a sentirte cómodo, tranquilo y seguro en la montaña.

Quizá debiera hablar en primera persona porque esto es algo, valga la redundancia, bastante personal. El problema con la civilización, por tanto, es doble: por un lado, el obvio de romper las sensaciones que aporta la interacción con el mundo natural; por otro, el canto de sirena que supone y que puede llegar a pesar bastante según las circunstancias del momento.

Copper Mountain es mucho peor de lo que esperaba; la carretera que hay que cruzar es relativamente tranquila y la zona urbanizada queda apartada pero la cosa, por desgracia, no acaba ahí… en lugar de escalar laderas y alejarse inmediatamente, el CT, en su camino hacia la entrada del valle por el que transitará a continuación, se dirige hacia los edificios y hasta pierde la poca altura que había ganado, de forma que, al final, prácticamente bordea toda la estación, que es más grande de lo que parecía. El propio sendero se pierde en el maremagnum de pistas y acaba siendo un acertijo salir de allí.

Copper Mountain, esquí en Colorado. También enseño lo feo

En el fondo, lo que más me pesa es algo que ya he sentido otras muchas veces: no puedo evitar sentir cierta envidia al pensar en todas esas personas que estarán dándose un paseo por ahí y esta noche acabarán en algún bar, con una buena cena y luego una cómoda cama donde dormir en un entorno controlado y cómodo… esto es auténtica auto-traición y una forma cruel de cuestionarme si lo que hago realmente me gusta, si realmente es lo que quiero hacer. Y, como ya me ha pasado muchas veces, sé la respuesta: sé que sólo tengo que seguir adelante, volver a la naturaleza y volver a meterme en ella para sentirme de nuevo a gusto allí y olvidar mis miedos, mis fantasmas y dejar de envidiar las comodidades del mundo urbano. En el fondo, no me aportan mucho. Esta noche acamparé en algún sitio bonito y estaré muy contento por ello.

Tardo un buen rato pero voy dejando atrás Copper Mountain, aunque no del todo su recuerdo porque, durante un buen trecho, el sendero, ya recuperado, presenta evidentes trazas de tráfico masivo de caballos, que debe ser uno de los negocietes locales; hay tantas boñigas que casi no queda suelo libre donde pisar y no es muy agradable caminar por aquí pero, a partir de cierto punto, el sendero vuelve a la normalidad. Debe ser el punto oficioso de vuelta de las expediciones a caballo para turistas.

El CT termina, por fin, de bordear laderas y alcanza la boca del valle de Guller Creek, por el que se introducirá en la próxima cordillera, y esto empieza a tener mucha mejor pinta: el valle es muy bonito, genuinamente norteamericano, con esa configuración de laderas arboladas y fondo de valle despejado y surcado por río de montaña que, aquí, sabes que es natural. Hasta el tiempo colabora en el mejor humor general y, por increíble que pareciera hace un par de horas, ahora sale el sol.

Guller Creek al sol del atardecer

El cauce aparece lleno de pequeños estanques encadenados; tantos que no parecen algo casual ni del todo natural. Desde luego, no son lo primero y sería discutible si entran en la categoría de lo segundo. El caso es que, observándolos bien, confirmo que están formados gracias a pequeños muretes de ramas apiladas con un orden que indica intervención organizada. Inmediatamente, recuerdo cuándo he visto yo algo así antes y recuerdo que también fue en norteamérica: ¡castores! no puede ser otra cosa. No sabía que había castores en las Rocosas de Colorado. De momento, no veo a los animalillos, pero estarán por ahí, seguro.

Estanque de castores en Guller Creek. Se aprecia el dique

«¿Ves?» me digo a mí mismo… «esto es mucho mejor que los apartamentos de Copper Mountain, sus bares y sus tiendas…» Esto es lo mejor. Estar aquí es un privilegio, es algo con mucho valor y es genial darse cuenta de ello, una vez más, y sentirse capaz de apreciar ese valor y ese placer del que, seguramente, nos privamos más de lo debido.

Con la fe recobrada, subo contento por mi valle con castores, pensando ya en buscar un aposento confortable pero sin permitirme aún quedarme en el primer buen sitio que vea: si quiero llegar mañana a Tennesse Pass a buena hora, tengo que avanzar todo lo que pueda hoy pero no quiero pasarme y emerger en las zonas alpinas, que siguen sin aparecer acogedoras en medio de un tiempo que no termina de tranquilizarse. La inestabilidad es palpable y prefiero el abrigo del bosque pero, en esta zona, hay poco terreno plano. Aún así, sigo subiendo, sabiendo que, al final, la montaña proveerá y encontraré mi hueco.

Cuando ya queda poco para alcanzar las alturas y menos aún de luz diurna, ahí aparece mi rellano, perfecto y protegido por las anteúltimas filas de árboles. Hoy monto la pirámide completa. No me he encontrado con nadie en todo el ascenso y la soledad y la calma son tan impresionantes como el contraste con lo que he dejado sólo un par de horas atrás.

Aún me queda tiempo para un paseíto por los alrededores que se limita a asomarme al fondo del valle desde mi posición en la ladera. También aquí hay estanques de castores, unos 20 metros verticales o menos desde donde estoy. Y es entonces cuando tengo el premio que me faltaba: allí, en el agua, unas ondas persiguen a una cabecita que avanza… ¡es el señor castor! No sé si me ha visto o no pero, aparentemente, no parece intimidado. Es sólo la segunda vez que veo un castor en su medio (o fuera de él, para el caso) y me hace mucha ilusión. Es un animal muy bonito y que no tenemos en Europa, que yo sepa. Me quedo ahí, observándole, mientras alcanza la presa del estanque por el que nada; entonces, desparece bajo el agua para emerger otra vez en el estanque inmediatamente inferior, por el que sigue su trayecto hasta que se oculta definitivamente en algún sitio que sólo sabe él.

Castor

Definitivamente, es un placer y un privilegio estar aquí y sólo espero llegar a saber apreciarlo en todo lo que vale. Esta noche, dormiré muy feliz, sabiendo que comparto el valle, entre otros, con el hermano castor.

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