Me cuesta encontrar motivación para escribir sobre los Alpes… ¿qué puedo decir sobre los Alpes que no sepa todo el mundo ya?

El GR5 no ha sido el más memorable de mis viajes. Los Alpes no son el mejor lugar para lo que yo busco en un viaje o, por lo menos, no la parte de la cordillera que he recorrido. Demasiada humanización.

Cada vez que menciono esto, mis interlocutores sugieren «mucha gente, ¿no?». Y, no, no se trata realmente de eso. Hay mucha gente pero no es ese el elemento distorsionador más importante; es más bien el tiro-porque-me-toca del mundo urbano en el que se convierte una travesía a lo largo del GR5: bajar a un valle es sinónimo de carreteras y pueblos; la dinámica habitual, casi ineludible, significa subir, cruzar y, al rato, descender a un nuevo valle con más carreteras y pueblos. Si no ves la civilización, sabes que está cerca. Así, no hay manera de integrarse en el medio, sentirse parte de él.

Terreno y senderos

El GR5 es, en general, un buen sendero y no recuerdo ningún tramo significativo donde no existiera traza o, al menos, señalización que la sustituyera. La señalización que, por su parte, es casi siempre exquisita, hasta el punto de que mal-acostumbra al viajero a tomarla por garantizada y casi produce enfado cuando, aquí y allá (sucede alguna vez), el estándar baja un poco.

Una parte digna de mención es las empinadas pendientes de algunas secciones. Curiosamente, esto se daba especialmente en caminos amplios y pistas más que en senderos; quizá fuera el efecto psicológico de transitar por un espacio amplio, lo que hace parecer que se consigue poco progreso; quizá en un sendero tradicional una misma pendiente se lleve mejor. En cualquier caso, grandes desniveles que se salvan, a veces, de forma bastante abrupta. Yo creo que nunca en mi vida había sudado tanto en el camino como en estos tramos. Son habituales en los alpes septentrionales y, especialmente, en los primeros días tras salir del lago Leman.

El terreno es muy quebrado… supongo que la magnitud de estas montañas, con relieves muy abruptos y altitud elevada, desaconseja el trazado de senderos que sigan las zonas altas y eviten los valles y, así, lo que nos queda es un constante sube-y-baja con desniveles que habitualmente alcanzan y superan los 1000 m. de una tacada.

Meteorología

El tiempo se amoldó al mejor de los patrones esperables, es decir, hizo bastante bueno aunque dentro de lo que se puede considerar normal (o yo esperaba como normal). Sólo un par de periodos lluviosos en todo el mes y ninguno demasiado prolongado, además de algún día de condiciones inestables y un poco amenazantes hacia el final del viaje sin consecuencias, a la postre.

El calor llegó a ser intenso en algunos momentos pero, de nuevo, nada fuera del guión.

Cuando hizo mal tiempo, eso sí, la cosa se llegó a poner bastante fea en las zonas expuestas, como suele ser habitual en montaña y, en el GR 5, había que pasar por zonas expuestas casi de continuo: caminar por una cresta herbosa en condiciones de lluvia, frío, viento y baja visibilidad a última hora del día fue de lo más lúgubre y agorero y hasta me puso un poco nervioso… hasta que me crucé con una familia con niños que volvía de darse un paseo hasta un refugio cercano. Esto son los Alpes.

El desarrollo de nubes de tormenta vespertinas era bastante habitual; casi diario, en alguna fase del viaje. También era habitual que esas nubes llegaran a descargar alguna gota y, desde luego, oscurecían el ambiente del final de la jornada, física y psicológicamente. También resultó habitual que hubiera algo de lluvia ligera durante las noches, con lo que prescindir del toldo no solía ser una opción. Por lo demás, sólo una vez tuve que caminar debajo de una tormenta de las gordas.

Gente

Desde 2005 en la Alta Ruta Pirenaica, no había caminado en un ambiente tan social e incluso entonces fue muy diferente de lo que he encontrado en los Alpes: esperaba encontrar mucha gente pero me ha sorprendido un tanto el tipo dominante. Así, a lo bruto y sin mucho rigor, diría que casi la mitad de senderistas que me he cruzado eran gente muy mayor; probablemente, jubilados. Y otro porcentaje importante correspondía a familias con niños (a veces, muy pequeños, lo que siempre es una alegría en las montañas). Supongo que el carácter de la ruta, por buenos senderos, exquisitamente señalizados y en rutas troncales entre los valles principales, ha tenido mucho que ver, así como el hecho de que la abundancia de rutas y el propio carácter de las actividades típicas en los Alpes me ha evitado cruzar caminos con los montañeros que realizan actividades más técnicas.

Un día cualquiera en el Col de la Vanoise

En cuanto al ámbito temporal del viaje de la gente con la que me encontré, la inmensa mayoría estaban realizando rutas de un sólo día; esto es de esperar en un sitio tan accesible y en un sendero donde nunca se está a más de unas pocas horas de un acceso motorizado.

En todo el viaje, sólo me encontré con un caminante más de quien llegué a ser consciente que estaba haciendo la ruta completa (léase, la misma que yo); es posible que me haya cruzado con alguien más en la misma situación sin haber llegado a saberlo pero intuyo que no muchos; posiblemente, ninguno.

No muy abundante pero tampoco extraño era encontrar grupos en rutas de varios días. La mayoría de estos, aparentemente, utilizaban la infraestructura de alojamientos para pasar las noches. Encontré a muy poca gente acampada o con signos evidentes en su material de pretender acampar.

Muy poca gente caminando en solitario. Era relativamente frecuente encontrar grupos relativamente grandes o, incluso, muy grandes.

Mucha gente pero escasa interacción. Esto es algo esperable y, de hecho, constituye una de las grandes desventajas, para mi gusto, de este tipo de recorridos: en las rutas más aisladas, encontrarse con alguien más es algo que promueve el intercambio de algo más que un simple saludo. Además, es más probable que el resto de caminantes sean gente con quien me puedo identificar, en el sentido de que estarán haciendo una actividad muy similar a la mía, con lo que existe una cierta conexión inmediata. En una ruta como este GR 5, resultaría impensable pararse a charlar con cada persona que te encuentras pero es que, además, con muchos de ellos no tendría mucho de que hablar, más allá del tópico. Es por todo esto que, en el fondo, el GR 5 me ha resultado una experiencia muy poco social. A pesar de la aparente paradoja, era algo esperado.

Refugios

Los refugios en los Alpes son el epítome de las sensaciones encontradas: confortable puerto en la tempestad y, a la vez, intrusiva y permanente presencia que te recuerda que aquí nunca estás lejos de las comodidades urbanas. No voy a reproducir recurrentes argumentaciones sobre cómo la sola existencia de estas cosas nos roba una parte de la experiencia de estar en las montañas, en la naturaleza… simplemente, comentar que, en los Alpes (al menos, a lo largo del arco occidental), el aspecto intrusivo de los refugios es especialmente notorio y (permítaseme el juicio de valor) grave.

Tanto por cantidad como por calidad; la densidad de estos edificios es abrumadora en algunas zonas pero es casi más impactante el tipo de servicio que ofrecen: llamémosles refugios pero muchos son más bien hoteles. Hoteles rústicos pero hoteles. O quizá mejor llamémosles albergues, que es el concepto al que más se aproximan ciertos edificios que no por estar en las montañas carecen de acceso motorizado, agua caliente y restauración a la carta.

Me gusta el concepto de «refugio». Me gusta ese edificio que te ofrece abrigo en un momento en que quizá lo necesitas: porque hace malo, porque te sientes débil, física o psicológicamente… pero me sobra esa reproducción del mundo urbano en que han convertido a muchos de estos lugares que yo ya no llamaría «refugios». Un refugio es otra cosa. O eso espero…

Utilicé algunos de los que me crucé en el GR 5; fuera por elección o por obligación (en La Vanoise no se puede ni siquiera vivaquear…) y mi experiencia fue desigual. El refugio, sea del tipo que sea, sirve, en cierto modo, de punto de encuentro y, como tal, significa un cierto valor añadido. A veces, el carácter urbanita era tal que perdía hasta ese pequeño valor (no quiero acordarme del engendro de Péclet-Polset…). A veces, me sirvió para levantar el aislamiento al que en cierto modo te sometes cuando lo que haces no es compartido por casi nadie de quien te encuentras y ahí encontré momentos agradables cuyo valor no desprecio. Hablaba yo de sensaciones encontradas…

El «hotel» de Pléclet-Polset, con su «carretera». 2474 m. Obligado cautiverio en La Vanoise

Chalets d’alpage

Una interesante consecuencia de la tradición pastoril alpina es la posibilidad de avituallamiento en el mismo sendero; al menos, de queso.

En verano, los caseríos de altura (chalets d’alpage) están habitados por quienes se dedican al pastoreo de las vacas y ovejas y, allí mismo, ordeñan y elaboran el queso. Y, ya que están, también lo venden a quien pase. Y ¿quién pasa? Pues, allá donde cruce un sendero, los senderistas.

Personalmente, durante el viaje prefiero llevar quesos más curados (más secos y energéticos en relación a su peso) que los que se pueden encontrar en estos sitios pero esto de poder comprar beaufortain recién hecho junto al propio GR es un valor añadido brutal. Además, puedes saludar, al pasar, a las vacas próximas sabiendo que el queso que te vas a comer está hecho con su leche y sentir que las boñigas que pisas no han sido en vano.

Los chalets d’alpage son especialmente abundantes en los Alpes septentrionales. Si empezáis a caminar en el lago Leman, no llevéis mucho queso desde casa.

Boulangeries

La boulangerie (o sus matizados refinamientos patisserie y vienoasserie) es una de las piezas basales de la cultura gastronómica francesa y una de especial interés para el montañero: suele conllevar una cierta dosis de dolor el placer de estar en uno de estos establecimientos y sentir el tirón de lo prohibido… por lo mismo por lo que resulta casi orgásmico entrar en una panadería bien provista (y ¿cuál no lo está en Francia?) y saber que tienes permiso para comer todo lo que quieras. Sí, el senderismo de largo recorrido tiene sus partes triunfales.

La bollería francesa es algo especial, tanto en cantidad como en calidad. Imposible probar todos los especímenes, por muy senderista hambriento que uno sea; y con la garantía de que están todos exquisitos. Desde lo más simple y austero a lo más refinado o colorista, esas combinaciones de masas esponjosas u hojaldradas, cremas, mermeladas y compotas hacen de la boulangerie el paraíso. Mi favorito, el chausson aux pommes; a poder ser, por la mañana pronto, aún caliente tras salir del horno.

La auténtica importancia de la boulangerie como templo está en que nunca falta. Si el pueblo más pequeño tiene una tienda, será una boulangerie. Y, si no hay boulangerie, vienen a traértela, como en esta mañana de agosto en el camping de Val d’Isere:

Tele-panadería en Val d’Isere

Referencias

No quiero dejar de mencionar este espacio web que tanto me ha ayudado, tanto por agradecérselo como para recomendarlo a quien quiera planificar un viaje en la parte alpina del GR 5. Excelente como punto de partida y con mucha información de profundidad también. En inglés.