Caminar para viajar. El mundo a escala humana

Viajar a pie en el invierno

Invierno: lo que sucede en las montañas altas de las latitudes medias durante unos cuantos meses del año

Parece una foto en blanco y negro (salvo por la tienda)

Las condiciones invernales tienen, en el imaginario popular, un carácter eminentemente técnico, como de cosa difícil y exclusiva donde la propia actividad es el objetivo: se sube a esa montaña porque el objetivo es subirla, no como punto de paso para ir a algún otro lado.

Esto está muy bien y no es exclusivo del invierno, se hace también en verano. La particularidad del invierno es que a duras penas se concibe otra opción. Tenemos las condiciones invernales muy confinadas en áreas que fomentan esa forma de hacer las cosas, es decir, que sólo tenemos nieve en las montañas, donde el terreno está inclinado (a veces, mucho) y no fomenta la actividad de desplazamiento y pernocta sino más bien la de conquista y retirada.

Yo también lo hago y me gusta: soy montañero y esa es una faceta estupenda del montañismo pero no me basta: también necesito llevar al invierno nevado la versión de mi estancia en la naturaleza que más me motiva, la del viaje a pie.

Con esquís

Pensando en trasladar al invierno la idea del viaje a pie, me encontré con el esquí y pensé que era la modalidad perfecta. El esquí no se siente cómodo en sitios extremos. Con esquís, se sube a donde haya que subir pero se busca la vía fácil.

Sí, ya sé… con esquís se hacen también un montón de barrabasadas… por poder, se puede, pero no constituyen la esencia de la herramienta.

El esquí me produce una sensación de fluir con el entorno similar a la del caminar “en seco”. Cuesta un poco acostumbrarse a tener pies de metro y medio pero se funden muy bien en un entorno en el que caminar sin ellos sería poco fluído y eso ayuda a olvidar el armatoste. Y, al final, esquiar es deslizar, ¡qué mejor forma de fluir por el territorio que deslizando!

Cemento armado primaveral (nótese la falta de huella…)

Nuevos retos, mismas estrategias

El terreno invernal plantea retos nuevos pero las soluciones son más o menos las mismas que en el resto del año. Hay que llevar algunas cosas más que en verano, así como versiones más gordas de algunas cosas del verano. Hace falta cargar más peso y volumen, con lo que las estrategias ultraligeras tienen, si cabe, más importancia que nunca; tanta que es casi eliminatoria: una mochila invernal completa para pernocta y autonomía pesaría demasiado para hacer la actividad atractiva si no se aplicaran las técnicas de optimización.

Peso y volumen

Es casi peor el volumen que el peso. El material aislante necesario para dormir (saco y colchón) necesita ser grueso para poder aislar lo suficiente. Meterlo todo dentro de una mochila requiere una bastante grande, hasta el punto de que se puede convertir en un monstruo peludo adosado a la espalda, muy poco aparente para actividades dinámicas como descender con esquís.

Mochila de geometría rechoncha y gruesa

Esquiar con un mochilón

Con una mochila grande a la espalda, cambia significativamente el centro de gravedad y, claro, esto tiene un efecto importante en una actividad, el esquí cuesta abajo, en la que es muy importante la distribución de cargas y la transmisión de fuerzas. Vulgo, no se esquía igual que sin mochila o con una pequeña. Lo cual tiene sentido porque tampoco el objetivo acostumbra a ser el mismo que el de alguien que esquía con una pequeña mochila de día.

No hace falta renunciar a esquiar elegantemente pero el único objetivo importante es descender con seguridad. Esquiar con una mochila voluminosa no es el mejor momento para alardes de destreza.

Para el ascenso, el bulto a la espalda no es tanto problema

Pernoctar

El gran valor añadido del viaje es su extensión a más de una jornada y, claro, lo que pasa enmedio: que se hace de noche y cambia el escenario. Hay que crear hogar y hacer las cosas del hogar.

Cocina invernal

En invierno, esto resulta sensiblemente diferente al resto del año. Son visualmente muy románticas las fotos de tiendas de campaña en la nieve pero la realidad no es tan bucólica: la nieve crea un entorno bonito pero, en ciertos aspectos, poco acogedor y pasar todo el día y, luego, toda la noche (y repetir así N veces) sobre la nieve resulta duro, en condiciones de itinerancia.

Un sistema de acampada que puede resultar adecuado en el verano puede no serlo en el invierno, no ya por las condiciones climáticas (que, por supuesto, también) sino por algo tan simple como el tamaño: en el verano, es normal estar “afuera” y entrar sólo para dormir y poco más; un sistema de acampada de pequeño tamaño resulta aceptable. En el invierno, en cambio, se pasa más tiempo dentro y una tienda pequeñina ya no hace tanta gracia. El compromiso entre espacio y peso cargado se vuelve más crítico.

Con todo, la pernocta sigue siendo esa parte tan inmensamente especial del viaje; más, si cabe, que durante el resto del año, en la que la conexión con el entorno cobra una dimensión especial, inédita durante las horas de actividad. Moverse por la montaña durante las horas de luz es la excusa para llegar al crepúsculo y buscar un hueco; contemplar y descansar.

Acampar en sitios bonitos

Ultraligero en invierno

La idea es la misma que en el verano y la necesidad es incluso mayor: una mochila descuidada en invierno es, en el mejor de los casos, disuasoria; en el peor, peligrosa. Hay que hilar más fino que nunca.

Hay partes de la filosofía ultraligera que aplican estupendamente bien en condiciones invernales: concebir el material como un equipo de piezas que trabajan juntas y se complementan, multi-funcionalidad de algunos elementos y la simplicidad como principio general. Otras ideas tienen un encaje más delicado: a veces, conviene aplicar un poco de maximalismo y redundancia.

En general, el minimalismo se encuentra con un reto renovado: cuando más importante es ahorrar peso, más difícil resulta hacerlo. Si creías que ya habías alcanzado ese dulce punto de equilibrio entre peso y funcionalidad, ¡prueba en el invierno! Ya verás qué divertido…

Golite Pinnacle: simple, ligera y grandota

La magia del invierno

En un día normal de invierno, la montaña se vacía más pronto que el resto del año y la sensación de soledad y abandono es mucho mayor que en el verano. La comunión con la montaña es más complicada: es más difícil sentirse a gusto; pero quizá por eso la sensación es más exclusiva. En el invierno, más que nunca, la montaña es dueña de la situación y la persona, una invitada a la que se permite disfrutar del espectáculo ¡sólo si se porta bien!

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1 comentario

  1. Ricardo

    ¡Un placer poder leer algo de tus aventuras invernales! Esperemos que lleguen a convertirse en algo habitual en esta web…

    Un saludo!

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