El sistema asimila el senderismo

Senderismo (caminar, viajar a pie): está de moda.

A los ojos de nuestro miope sistema socio-económico, caminar era sólo para "ir al monte"; una actividad con cierto sabor a gueto: no aparece como algo que le pudiera gustar a cualquiera. Y, desde luego, no aparece como nada de lo que se pudiera conseguir mucha rentabilidad económica.

Hasta hace nada, había unos pocos GRs y prácticamente nada más; una densidad ridícula comparada con la de (por ejemplo) nuestro vecino del norte y, lo que es casi peor, en un estado de conservación y hasta de existencia tristemente lamentable en muchos casos: no había inversiones. No había dinero ni para un bote de pintura.

Ahora, sin embargo, todo el mundo parece querer tener su sendero y los "Camino de..." no sólo proliferan sino que tienen continuidad, una hermosa señalización y hasta topo-guías. ¿Qué ha pasado?

Básicamente, lo que faltaba era interés. Y faltaba interés porque no había perspectivas de negocio. Porque en nuestra coche-céntrica sociedad no éramos capaces de concebir un turismo sin motor. Porque quien va a pie es que es pobre y no consume y, así, una cansina lista de tópicos.

Un cambio de mentalidad

En nuestro entorno, el senderismo (caminar; ¡viajar a pie!) ha empezado a salir de su gueto cuando han empezado a surgir notorios ejemplos de prácticas que se escapaban del tópico habitual que lo asocia a la afición por la montaña, una afición comunmente vista con distancia y casi con reparo por la generalidad de la sociedad. El gran ejemplo ha sido el Camino de Santiago: de repente, no era necesario ser un gran experto en nada para ponerse una mochila y caminar

No sólo eso sino que el senderismo, además, alcanzaba un estado generalizado de dignificación y carácter popular: ya no se asociaba necesariamente a gente atípica o, como mínimo, particular sino a gente "normal" (entiéndase esto desde el punto de vista de quien es profano en todo lo que significa caminar o aire libre). Ya no hacía falta ser nadie especial para tener una buena razón para ponerse una mochila y caminar.

A todo esto contribuye el tirón educativo de ver pasar por nuestro gran camino a mucha gente de otras regiones del mundo; resulta que teníamos una algo importante ahí y han venido de fuera para contribuir a ponerla en valor y hacérnoslo ver.

El resto del proceso es bastante inmediato: la bola de nieve de un camino como el de Santiago crece y arrastra un cada vez mayor aparato mediático. El viaje a pie se acaba, así, de ganar en España los galones que el turismo convencional necesita para empezar a explotar la actividad. El senderismo se convierte, de esta forma, en algo vendible a las masas.

Resulta curioso, a la vez que un tanto descorazonador, cómo el sistema empieza a mirar hacia una esquina a la que ignoraba con desprecio. Descorazonador por la constatación (por si alguien lo dudaba) de cuáles son los factores que mueven las inversiones sociales, así como hasta qué punto llega la miopía comercial en este país de nuevos ricos.

Dedicar recursos al senderismo era visto como un gasto; ahora, empieza a verse como una inversión.

Al margen del tema comercial (que no es el objeto central de este escrito), me parece interesante el proceso de dignificación que experimenta el viaje a pie: ya no hace falta dar tantas explicaciones, ni sobre lo que quieres hacer ni sobre tus posibles motivaciones para hacerlo. Tu afición sale en las revistas y hasta en la tele ¡no puede ser malo si sale en la tele!

El cambio cultural que esto implica es, en su pequeña escala, un paso cualitativamente importante en el proceso de madurez social de nuestra región: un camino más difícil de recorrer que cualquiera de los GRs semi-borrados que aún quedan en la península.

Publicado el 26/01/2011

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