Terminología

Introducción

Es este un tema que considero importante. Me incomoda, en cierta manera, el hecho de que sea difícil describir mi actividad principal, no ya a profanos en la materia sino a los mismos montañeros o senderistas. Por un lado, mi actividad y forma de realizarla no son muy comunes; por otro, la utilización de palabras de un idioma ajeno (el Inglés, como suele ser habitual en tantos otros campos) crea confusión al no utilizarse siempre las palabras correctas y/o con el sentido correcto.

Los idiomas reflejan mucho de la vida de la gente que los utiliza. Comúnmente, una lengua utilizada en un lugar donde llueve mucho dispondrá de muchas palabras diferentes para decir “lluvia”: para distintos tipos de lluvia, para la lluvia en diferentes partes del día o del año… esto es lo mismo para todas las cosas. En un ejemplo más cercano a lo que nos ocupa, en un lugar donde hay muchas montañas, la lengua local dispondrá de muchas palabras para todo lo relacionado con la montaña. Y, de misma manera, en un lugar donde no las hay, el juego de palabras para el caso será menor.

Algo así sucede con la actividad que yo practico y el idioma que yo uso. Por un lado, el Inglés introduce terminología por todos lados: suena guay, suena ¡cool! (lo dicho… por todos lados) y, en el plano práctico, resulta un idioma muy funcional, con sus expresiones compactas y descriptivas; por no mencionar los nombres de cacharros varios originados o comercializados en el mundo angloparlante que nos llegan con su denominación original. Todo esto afecta (sin connotación necesariamente negativa) al mundo de la montaña y el aire libre.

Por otro lado, el hecho de que el senderismo (o como quiera que vayamos a llamarlo; esperar al final del artículo, por lo menos), tal como yo lo practico, no sea una actividad muy habitual hace que, directamente, el idioma no haya desarrollado palabras comunes para describirla. Así de simple.

Por último, la ingerencia del Inglés, y aquí sí que hay connotación negativa, provoca que, al ser una lengua no del todo conocida, el uso que se hace de sus vocablos prestados no sea siempre del todo correcto o preciso.

El Senderismo Autónomo de Largo Recorrido

Esta es la expresión que me parece más correcta para describir lo que yo hago. Problema: horriblemente larga. Impracticable, hay que encontrar algo más corto. Echemos un vistazo a una conversación imaginaria; un poco apañada para ilustrar el caso pero bastante cercana a lo que nos podemos encontrar en el mundo real:

- y ¿qué es lo que tú hacías?
- senderismo...
- ah, ya... algo facilito, sin muchas complicaciones, ¿no?
- bueno... difícil no es, aunque requiere ciertos conocimientos y experiencia para hacerlo de forma segura
- no será para tanto... total, para dar un paseo con los amigos y volver a casa al final del día...
- no es tan simple. Puede serlo pero, otras veces, se tratará de caminar durante días, o semanas, durante cientos de kilómetros, durmiendo en la naturaleza y llevando todo lo que necesitas.
- ah, pero eso no es senderismo, eso es "trekking"

Pues ya apareció la palabrita… la infame palabrita, debo añadir. Infame porque, por un lado, como es bien sabido (y no creo que mucha gente esté en desacuerdo con esto), está tan manida que ya significa casi cualquier cosa o, mejor, ya no se sabe muy bien qué significa. Por otro lado, porque en el propio mundo angloparlante, paradójicamente, ¡nadie llama “trekking” a lo que intento describir!. Pero voy con esto más tarde.

Primero, vamos con el uso habitual en nuestro ambiente: “trekking” empezó a usarse como “expedición a gran escala a zonas de montaña remotas”, lo cual es bastante atinado, pero no del todo. Hoy día, tiene una fuerte connotación a Himalaya o Andes y huele a marcha larga con toneladas de equipo de todo tipo y porteadores que lo llevan. No del todo incorrecto, podemos llamar trekking a eso; el problema es pensar que trekking es *eso*. No lo es, es un vocablo bastante más genérico.

Seguidamente, y como suele suceder cuando se empieza a generalizar el uso de un vocablo ajeno y cuya etimología no se domina, se empieza a sobreutilizar, es decir, abuso del lenguaje… ¡Inglés!. La consecuencia es que se empieza a llamar trekking a cualquier actividad que implique caminar por la montaña; en parte, por falta de un término mejor, aunque en Castellano los hay (senderismo, excursionismo… o, como se ha dicho toda la vida, “ir al monte”) pero en estos tiempos modernos donde cada vez más gente vive de una cierta imagen o pose, real o no (da igual), esos términos suenan demasiado tradicionales y tienen una connotación muy paleta y muy poco deportiva. Trekking, por el contrario, suena mucho más presentable en sociedad. Eso y las ganas de contarlo de la gente hacen que todo el mundo haga trekking.

Bueno, pues yo no. Primero de todo, porque rechazo profundamente la connotación deportiva del término. No por razones lingüísticas o etimológicas sino porque yo no concibo las actividades que yo hago en la naturaleza como un “deporte”. Lo único que puede tener en común con un deporte es el esfuerzo físico pero no me parece conexión suficiente. Aquí puedo patinar yo, quizá la etimología de “deporte” incluye lo que yo hago pero la connotación (que, a fin de cuentas, es lo que vale en el día a día porque es lo que la gente percibe y entiende) va por otro lado y yo no me identifico con eso.

En segundo lugar, rechazo también el mencionado abuso del lenguaje y, especialmente, tratándose de una palabra de otro idioma. Por fin, la evolución (local, nuestra particular) del término en cuestión ha terminado por designar, en su acepción más específica (menos amplia) algo que es casi un producto comercial pret-a-porter con el que no me identifico tampoco, en absoluto (de hecho, esto sería tema de otro artículo…).

Entonces, ¿qué?

Veamos qué hacen en el mundo angloparlante: el término más genérico para el senderismo o excursionismo es “hiking”; de “hike”, caminar. Más concretamente y para el caso del largo recorrido, “backpacking”, vocablo construido con “back”, espalda, y “pack”, mochila, con esa pasmosa facilidad que el Inglés ofrece para construir vocablos nuevos a partir de otros. Este es el término que a mí me interesa y que define mejor que ningún otro lo que yo quiero expresar pero, lamentablemente, no conozco ningún equivalente en Castellano. El problema del Castellano que veo en todo esto es doble: por un lado, el término más usual, “senderismo”, no me gusta en absoluto porque empieza con una asunción, a mi modo de ver, excesiva: que el caminante va a utilizar senderos. Aún aceptando que esto va a ser lo más habitual, me parece demasiado restrictivo como punto de partida.

Por otro lado, el resto de términos usuales son poco funcionales (“ir al monte”… ¡es una frase entera!), pasados de moda (“excursionismo”), poco apropiados (“montañismo”) o considerados en una especie de segunda división (de nuevo, “senderismo”).

Lo de la “segunda división” es otro asunto con entidad propia. No es etimología de la palabra sino, obviamente, connotación que le hemos ido dando. Las palabras se van acoplando a los conceptos que se necesita describir y, en nuestro entorno, tenemos dos perfiles principales: el montañero, aguerrido y que realiza actividades más o menos técnicas, y el senderista, al que imaginamos poco más o menos con la bota de vino, la tortilla y echando la siesta (después de dar cuenta del vino y la tortilla). Así, tenemos, dicho de otra forma (y dado que aquí las montañas son casi el único terreno de juego válido), el montañero de primera división (el “montañero”) y el de segunda (el “senderista”). Y no es que a mí me importe un carajo que se me coloque en una u otra pero, si digo que hago “senderismo”, tengo claro que mi interlocutor va a tener una idea de lo que hago muy diferente de la realidad.

El asunto de fondo es que intento poner un nombre en Castellano a una actividad que no se practica apenas en nuestro ámbito, con lo que ni hay una palabra adecuada ni a nadie le importa. En Inglés sí las hay porque en su ámbito sí se practica y es popular esta actividad.

Conclusión

Me temo que me tendré que quedar con “senderismo”, aunque no lleve bota ni tortilla y aunque me atreva a hacer un espacio web hablando de todo ello y pretender estar aportando algo original (hasta con apartados de técnica y material). Incluso, aunque no siempre vaya por senderos.

Eso sí, por favor: quítenme de ahí (para mí; para los demás, allá cada uno) esos plastificados términos como “trekking”, “aventura” y demás, tan manidos que ya significan cualquier cosa pero, especialmente, algo muy pintón; preferentemente, caro; y más bien en la línea de poner un poco de emoción a lo que no lo tiene. En definitva, bastante alejado de lo que yo busco cuando salgo a las montañas.

La lana merina

En los últimos tiempos, se está viviendo un cierto resurgimiento de la lana como materia prima de material de montaña de alto rendimiento: calcetines, chaquetas, camisetas... sí, sí, camisetas. Uno no diría que eso es lana pero las nuevas tecnologías también han llegado a revolucionar las técnicas de tratamiento de los materiales de toda la vida. Aunque no estoy muy seguro del procedimiento concreto, entiendo que se trata de conseguir hilos muy finos para luego tejerlos y conseguir una camiseta de la que nadie diría que no es de algodón o, para el caso, de poliéster.

Pero no es esto de lo que quiero hablar en un apartado sobre terminología. Es, nuevamente, sobre el intrusismo del inglés y de la curiosa actitud de los hispano-hablantes. Porque una cosa es usar anglicismos cuando no hay palabra equivalente en castellano o cuando la palabra equivalente no es práctica, por la razón que sea... pero otra es usar la palabra inglesa cuando en castellano hay otra prácticamente igual.

No conozco mucho la etimología de la lana merina pero a mí me da que es una palabra con mucha historia. A todos nos sonará la conocida expresión de mezclar las churras y las merinas (la lana merina es la de mejor calidad; la churra debe ser peor...). Pues bien: en inglés, y me parece muy bien, "lana merina" se dice "merino wool". El porqué usan una "o" en lugar de una "a", no lo sé ni importa mucho; es así y ya está. El género de las cosas es algo bastante arbitrario pero es que, en este caso, ni siquiera eso: las palabras en inglés no tienen género gramatical (semánticamente, sí; pero no por construcción gramatical), es decir, esa "o" no significa "masculino" (como sí lo haría en castellano).

Lo curioso es que este retorno de la lana en el material técnico ha venido del mundo anglosajón; particularmente, Nueva Zelanda, donde las industrias de la lana y la del aire libre son de un peso muy importante. De esta combinación ha debido surgir esta innovación, aunque estoy especulando. Lo importante aquí es que en el mercado han empezado a aparecer prendas con la anglófila denominación "merino wool". Esto es, en español, "lana merina". Pero hete aquí que, obviando (u olvidando) nuestro idioma, mucha gente se refiere a este material como "lana merino"!!!??? Y, claro, como esa discordancia de género hace daño a la vista, al oído y hasta al tacto, algunos "arreglan" la expresión a base de giros como "lana de merino".

Atónito estoy. Por las barbas del profeta, "lana merina"!!! Castellanísima y elegante expresión de la que deberíamos estar orgullosos como cuna de dicho material maravilloso (¿es así? esto no lo sé pero lo que está claro es que la lana merina es una tradición castellana de siglos). Bueno, tampoco es cuestión de tomarse demasiado en serio a uno mismo y a los productos ibéricos pero, volviendo al principio: una cosa es degenerar el idioma para aprovechar lo que de práctico hay en otros pero otra es olvidar los orígenes de las palabras hasta el punto de usar en castellano la versión anglofilizada de una palabra propia.

Más controversias

¿Acampar o vivaquear? Etimológicamente, vivaquear implica pasar la noche al aire libre, sin tienda de campaña. Se ha abusado tanto del término que ya se llama vivaquear a casi cualquier cosa que no sea la tradicional acampada de barbacoa, radio-cassette y juerga nocturna. Quizá como intento bienintencionado de huir de esa imagen negativa de la acampada como actividad destructiva y dañina con la que, por otra parte, no tiene nada que ver, salvo en las mentes de urbanitas recalcitrantes que no imaginan siquiera una “acampada” sin la mesa, las sillas, la nevera y el vídeo.

Es, probablemente, este deseo de desmarcarse de tan penosa e injusta imagen lo que hace a muchos montañeros llamar a las cosas con el que no es su nombre. Es un sentimiento y actitud que comparto pero no puedo evitar sentir cierto incomodo al “no poder” llamar acampada al acto de levantar mi tienda al final de una jornada para simplemente dormir al abrigo de los elementos. En realidad, esta es una parte fundamental de la rutina del sendero, en las rutas largas: levantar campamento, caminar y acampar. Creo que perdemos una parte importante del poder descriptivo de la lengua cuando evitamos usar estos términos. Es más, la propia expresión “acampar” sugiere (o a mí, al menos, me lo sugiere) una cierta sensación acogedora, confortable y, en definitiva, agradable, en esas horas en las que somos más vulnerables. En Norteamérica, donde no existe, por razones obvias, esta imagen negativa de la acampada, es un concepto que se utiliza sin ningún pudor y tiene esta connotación de “esta es mi casa (por esta noche, al menos)”.

En cualquier caso, me incomoda, también, llamarlo vivac; es que no lo es. Un término medio que puede venir al rescate es el de “pernocta”, que no deja muy claro si se usa tienda, lona, funda o nada de ello pero sí implica que se trata de pasar la noche, en contraste con apalancarse ahí durante días o durante las horas diurnas, con lo cual se huye automáticamente del concepto urbano de la acampada.

De cara a las autoridades despistadas en busca de medallas al proteccionismo barato, me parece aceptable lo de la pernocta; se puede, incluso, acuñar como término oficial descriptivo de “lo que es” y, sobre todo, de “lo que no es” pero, personalmente, a mí me encanta llamarlo acampar. Incluso si no uso una tienda (que, actualmente, uso muy poco, incluso en mal tiempo). Acampar, para mí, significa mucho más que levantar unas paredes de nylon y meterme dentro; es algo mucho más profundo y que implica cierta conexión con el mundo natural. Significa sentir cómo el día se acaba y buscar un lugar resguardado donde pasar la noche cómodamente; protegido del frío, de la lluvia, del viento... con agua accesible... un lugar donde disfrutar del ritmo de la naturaleza desde una posición estática, en contraste con la perspectiva desde el movimiento que habré mantenido durante las horas de luz. Ver apagarse la luz, poco a poco (nada que ver con los apagones o alumbrones repentinos del mundo urbano), descansar y escuchar los sonidos de la naturaleza. Recoger agua, preparar la cena, tumbarme y dormir. “Acampar” significa todo eso y todo eso será lo que tenga en mente cuando mencione el dichoso término. Pero que no salga de aquí.

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Publicado el 17/11/2005

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