Caminar para viajar. El mundo a escala humana

Categoría: Invierno

Ruta invernal en tiempos de tormenta

Un fin de semana largo, también conocido como «puente», en medio de esto que hemos venido a llamar la segunda ola de la pandemia, con las fronteras regionales cerradas, y una tormenta de estas con nombre propio, característica que reservamos para las tormentas grandes. Tres circunstancias en las que salir ahí fuera se complica y que sirven, por encima de todo, para recordarme por qué me gusta tanto el viaje a pie.

Evitando la masificación

Era un escenario de tormenta perfecta, incluyendo en la expresión la tormenta meteorológica, que traía nieve abundante a las montañas y, con la nieve, avalanchas de gente atraída por la novedad, efecto potenciado por el cierre fronterizo regional que deja a la gente con opciones más limitadas de lo habitual, también para mí mismo: en un año normal, el puente de principios de diciembre suele estar dedicado al viaje en bici con amigos/as, hasta el punto de que hemos hecho de ello una tradición a la que incluso hemos puesto nombre -somos Los/as Decemberists– pero 2020 no parecía un buen momento para viajar en grupo, ni siquiera localmente, así que me fui solo. A pie. Con raquetas de nieve, por si acaso.

La Sierra de Guadarrama está muy cerca de Madrid y suele tener mucha gente pero, en este caso, con nieve recién caída y sin opciones de viaje al más allá, era de prever que se pusiera hasta arriba. En estos casos, es importante ser consciente de que la sierra es muy grande y la inmensa mayoría de visitantes ocasionales se concentran en unos pocos puntos. Tracé una ruta que los evitara lo más posible, lineal, usando transporte público en rutas/horas no punta y teniendo en cuenta el condicionante meteorológico: el tiempo no iba a estar para caminar por cimas o crestas así que sería una ruta de valles y collados.

Sábado

Frío, viento y mezca de luz y oscuridad

El autobús me deja en un pueblo serrano que apenas se ha empezado a despertar pero no me falta un bar donde volver a desayunar. Que sea ración doble.

Miraflores de la Sierra

No me decidía entre café y chocolate y pedí los dos

El acceso a los senderos tiene un aspecto profundamente invernal, nevado y con los robles desnudos. El embalse de un poco más arriba reproduce también el ambiente gélido, barrido por el viento que baja desde las cumbres nevadas y nubladas del fondo.

Accesos tranquilos

Tiene pinta de estar fría

Arriba, en el puerto, la carretera está limpia y el pequeño aparcamiento, casi lleno aunque la zona, convertida en un embudo para el viento del noroeste, no es buen lugar para echar el rato, a pesar de los claros que, a ratos, dejan pasar un poco de sol. La gente que ha subido en coche ha llegado antes que yo y el camino está ya bien marcado por pisadas en la nieve polvo.

Me tienen la señal hecha un asquito

Altos de La Morcuera

Abajo, en el siguiente valle, la capa de nieve es fina pero continua, algo que, a sólo 1200 m. altitud, no suele durar mucho así que disfruto especialmente del ambiente invernal y la espectacular mezcla de luz y oscuridad, según cómo se colocan las nubes.

Robles y caballos del Lozoya

Luz aquí, oscuro allá

Puente sobre el Lozoya

Subo hacia zonas altas, lejos del valle y las poblaciones, para acabar el día y buscar discreción pero sin salir del bosque. A 1700 metros, hay mucha nieve y el vientotiene ráfagas muy fuertes, los árboles no son protección suficiente y tengo que buscar un parapeto rocoso para pasar una noche tranquila mientras el vendaval ahúya. Algunas rachas sacuden la tienda pero me he traído una muy resistente.

La elegancia de un túnel bien tensado

Si hay algo que echo de menos en esta tienda es un vestíbulo. Cuando cocinar fuera está fuera de toda cuestión y tengo que hacerlo dentro, resulta una operación delicada. Me pasé varios minutos sosteniendo el cazo mientras el agua se calentaba: incómodo pero, al menos, seguro.

Con cuidado

Domingo

Frío, viento y oscuridad

Volvió a nevar durante la noche y tuve que palmotear desde el interior al menos un par de veces para que no se me acumulara demasiado. Todo estaba inmaculadamente blanco por la mañana. La nieve estaba muy venteada y su profundidad variaba según la zona; en mi protegido sotavento, había unos 20 cm. La temperatura más fría que llegué a ver en el exterior no fue tan baja como auguraba la predicción.

Nieve nueva

20 cm de nieve polvo

Al amanecer

En esta zona, poco frecuentada, pude disfrutar de un rato muy especial, un mundo blanco y gris de nieve recién caída, alternando el silencio profundo con el ahuyar del viento. En la estación meteorológica que hay en las proximidades se llegaron a medir ráfagas de 100 km/h durante estos días.

En esta ocasión, no hay claros en la nube y todo el mundo visible es de algún tono de gris. Recuerdo haber atravesado esta misma zona en condiciones similares, años atrás, en los tiempos pre-Smartphone y sin GPS, y cómo me pareció considerablemente más emocionante, en todos los sentidos de la expresión. Ahora, con la orientación resuelta, queda la parte de trabajo duro para progresar en la nieve suelta. Por lo demás, es igual de bonito. Aquí sí que usé las raquetas y me alegré de tenerlas aunque la nieve no era lo suficientemente profunda como para que fueran imprescindibles.

Viva el gris

Poste solitario marca el camino

Piedra, poste, piedra

El único punto masificado que no puedo evitar tiene, lógicamente, carretera, aparcamiento lleno y mucha gente pero la escasa visibilidad y el ambiente riguroso calman mucho la posible sensación de agobio. Veo con estupor la cola para entrar al único bar del lugar, que es pequeño y, claro, tiene límite de capacidad. Lo entiendo todo y no entiendo nada. La ropa de la gente añade un punto de color a la escena.

Gris y otros

Pasado el collado, todo se vuelve tranquilo otra vez. Con 200 metros, bastaba. Según desciendo, salgo de la nube y vuelve el color a la escena en el marrón de los troncos de los pinos silvestres. Se abre la vista hacia el norte con un panorama poco habitual de nieve continua en el valle y, más allá, las llanuras de la meseta.

Más gris

Fuera de la nube

Todo nevado

Según me acerco a zonas más pobladas, me aparto de los senderos para buscar un rellano en la ladera en un sitio discreto. El viento sigue soplando y lo hace en direcciones variadas pero la tienda parece aguantar las ráfagas sin mucho problema.

Un rellano en la ladera

Lunes

Tormentoso y húmedo

La temperatura sube drásticamente durante la noche. Al principio, nevaba pero luego la precipitación cambió a lluvia en mi localización a 1600 metros. Ya lo había anunciado la previsión pero no por conocido es bienvenido el cambio: todo se humedece y, aunque hace menos frío, la sensación es la contraria. En este ambiente, mi tienda condensa mucho, un problema conocido también y, en esta ocasión, hay tanta humedad que, si no fuera porque sé que es mi última noche, estaría bastante mosqueado.

Vista en planta

El último día es para un plan relajado, un paseo por el bosque lluvioso junto a mi compañera, con quien me encuentro en el pueblo cercano, y con la promesa de un final feliz y, posiblemente, apoteósico en la taberna que hay al final de la carretera.

Un paseo por el bosque

Durante la mañana aún no llueve mucho y, por primera vez en el viaje, me sobra ropa. Llevo un chaquetón súper versátil, que funciona estupendamente ante viento, nieve e incluso lluvia, a pesar de que, técnicamente, no es impermeable, pero abriga mucho, sólo va bien cuando hace frío de verdad y es un monstruo de medio kilo que ocupa media mochila, si te lo tienes que quitar. Por eso no lo uso en rutas largas. Menos mal que, según subimos, vuelve la ventisca y me lo puedo volver a poner.

Poniendo negro sobre blanco

Cuando empieza a llover fuerte de verdad, aprovechamos la ocasión para darles una oportunidad a las chaquetas largas, que sigo valorando como prenda ideal para la lluvia en el largo recorrido. Tienen sus desventajas pero protegen muy bien, permitirían prescindir de un pantalón impermeable, que siempre es un engorro para quitar y poner, y dan una sensación muy acogedora de colocar la lluvia en un lado y a ti, en el otro.

En este caso, vamos con el modelo Señor(a) Oscuro/a, en formato pulóver y cobertura hasta las rodillas, y el modelo Rojo Vader, en formato chaqueta de apertura frontal y espacio para cubrir una mochila grande. El modelo Señor Oscuro es el que usé el año anterior en el Continental Divide Trail.

Señor(a) Oscuro/a

Parezco el robot de hojalata de la serie Mazinger Z

Llegamos, por fin, al bar. Han sido 3 días en condiciones difíciles y, a ratos, ha sido duro pero, cuando se me hacía cuesta arriba, pensaba en que el plan acababa aquí, con un par de guisos de los de cuchara en una mano y pan en la otra:

Sopa castellana

Judiones

Es un pensamiento recurrente en mis actividades montañeras y ha pasado mucho durante esta corta ruta: ¿qué leches hago aquí? Hace frío, estoy mojado, estoy incómodo, avanzar cuesta mucho trabajo y aún quedan horas y días de todo esto. Y sé que es porque, en el fondo, estar ahí fuera me hace sentir bien, vivo y conectado y es sólo gracias a todo ello que puedo estar ahora sentado delante de una pantalla tecleando esto. Si no, no tendría sentido.

La banda sonora de este pequeño viaje es este precioso tema de uno de mis grupos favoritos. Fue una compañía perfecta:

Viajar a pie en el invierno

Invierno: lo que sucede en las montañas altas de las latitudes medias durante unos cuantos meses del año

Parece una foto en blanco y negro (salvo por la tienda)

Las condiciones invernales tienen, en el imaginario popular, un carácter eminentemente técnico, como de cosa difícil y exclusiva donde la propia actividad es el objetivo: se sube a esa montaña porque el objetivo es subirla, no como punto de paso para ir a algún otro lado.

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