La serie de aspectos geográficos, humanos, medioambientales y personales que dieron forma a mi viaje por la Iberia Sin Vallas.
Plan / Materialización
La idea original era un viaje de dos semanas con principio y fin en una estación de tren, sin apenas penalización en forma de terreno de rutina en ninguno de los dos extremos. Punto de reaprovisionamiento en el día 6 con posibilidad de un segundo alrededor del día 10. En ambos casos, haría la compra y continuaría caminando. El plan era evitar pasar ninguna noche en pueblos.
Al final, resultó un viaje de 9 días con modificación de ruta para hacerla más corta y con un punto final diferente al planificado. El resto fue fiel a la idea original. Respecto al reaprovisionamiento, pasé por la localidad del día 6 y, aunque llevaba aún suficiente comida para completar 9 días, hice una pequeña compra por si acaso, dado el grado de incertidumbre y los constantes cambios sobre la marcha. Al final, no necesité estos extras.
La razón básica, casi única, para los cambios de planes sobre la marcha fue la pandemia. Cuando salí de casa, no había ninguna restricción de viajes que hubiera afectado a mi ruta original pero se veían venir. Aún así, decidí continuar con el viaje e ir adaptándolo a las nuevas circunstancias. Llegó el estado de alarma y algunas Comunidades Autónomas establecieron cierres regionales. Cuando cerraron Aragón, cambié la ruta para evitar esa región y poder mantener el punto final planeado. Cuando cerraron las dos Castillas, ya no me quedó más opción que cambiar el destino.
Iberia sin vallas
Podría aún haber completado las dos semanas de camino haciendo algo tan interesante como volver a casa caminando pero incluso esto se me chafó: cuando, a lo largo del día 5, conecté el teléfono a la red, recibí un mensaje del servicio de salud informándome de que mi padre había dado positivo en Coronavirus. Aunque no tenía síntomas, la situación era suficiente para que no me apeteciera estar lejos y desconectado e hice un nuevo plan para caminar hacia la estación de tren más cercana.
En el momento de escribir este texto, mi padre ha sido declarado no-contagiador, lo que equivale a haber pasado la infección. No ha llegado a caer enfermo.
Caminar en tiempos de pandemia
La ventana temporal de mi viaje coincidió con uno de los peores momentos de la segunda ola a nivel general en el país. No era un buen momento para viajar pero, debido a otras circunstancias, no tenía otro. Hasta donde yo sé, me mantuve dentro de la legalidad.
Esto último no fue suficiente para sentirme a gusto. No lo estuve. Había planificado intencionadamente un viaje extremadamente solitario en el que no esperaba encontrarme con prácticamente nadie en los senderos y preveía pasar casi sin parar por pueblos muy pequeños, que usaría para nada más que un acceso fácil a agua potable: llenar botellas en la fuente y seguir caminando. Sólo un par de pueblos grandes en los que haría una breve parada para comprar provisiones antes de seguir adelante, todo ello con la idea de mantener contacto con gente al mínimo indispensable.
Seguí esta idea al pie de la letra pero no fue suficiente para sentirme relajado aunque, efectivamente, apenas me encontré con gente y nadie expresó malestar por mi presencia. Uno de los escasos encuentros fue con dos agentes del Seprona con los que me crucé el día 2: me advirtieron de las restricciones a los viajes que estaban al caer pero no hablamos más del tema. Aparentemente, su interés estaba más centrado en la caza furtiva.
Uno de los aspectos delicados de las restricciones relacionadas con la pandemia por Coronavirus y el senderismo/montañismo es el de los toques de queda nocturnos que se declararon durante mi ruta. La idea de los toques de queda, recordaréis, era minimizar las interacciones sociales, tanto en lugares públicos como en domicilios, a base de forzar a la gente a estar en casa durante las horas nocturnas. En mi caso, pernoctando en el monte, cumplía plenamente con el espíritu de la norma pero quién sabe si mi situación cabía dentro de la formulación, dando por sentado que los/as legisladores/as no tuvieron en cuenta el viaje a pie a la hora de redactar. Desde luego, yo no estaba en movimiento ni encontrándome con nadie durante la noche. Al final, es una cuestión de más calado que afecta al derecho general al tránsito por el territorio, incluyendo la pernocta nocturna, visto, en este caso, en el contexto singular de una situación de pandemia.
Traicionando la idea original
En este caso, nada que ver con la situación socio-sanitaria, es un asunto mío personal. Mi idea original era la de una ruta principalmente campo a través. Pensaba que tendría mucho valor añadido, siquiera porque en esta región el terreno, la vegetación y la ausencia de vallas lo permiten, en contraste con muchas otras zonas, la mayoría, donde sería mucho más complicado, poco práctico o directamente inviable. Partiría con un punto de inicio, otro de final y una idea general de por dónde ir. Tampoco esperaba que hubiera muchos senderos, de todas formas.
Durante la planificación, me di cuenta de que, aunque, efectivamente, no iba a encontrar muchos senderos recreativos, sí que había una buena red de pistas de uso forestal/agrícola/ganadero y de que podía perfectamente trazar una ruta fiel a mi idea, sin desviarme ni un pelo, usando estas pistas. Entonces, pensé que sería buena idea tener un diseño base que llevar encima y al que recurrir en caso de que el campo a través no me convenciera in-situ. Esto fue, básicamente, el fin de mi idea original: una vez en ruta, no le veía mucho sentido al campo a través cuando podía seguir un camino estupendo cuyo Track, además, llevaba descargado en el Smartphone. Aún hice tramos campo a través aquí y allá pero fueron relativamente cortos.
Pista forestal en la Serranía de Cuenca
Campo a través facilito
No estoy seguro de cómo me siento al respecto, en retrospectiva. Ir campo a través tiene más encanto, es más especial que seguir caminos marcados pero las pistas se adaptaban perfectamente a mi ruta y usarlas no me obligó a pasar por ningún sitio que hubiera preferido evitar.
Terreno
Se trata de una región de mesetas elevadas y cordilleras menores en la divisoria atlántico-mediterránea en el centro-este de la península. Las llanuras cultivadas están alrededor de los mil metros de altitud. Los cultivos son de cereal en secano y huertas en las riberas. Por encima, sea meseta o montaña, suele ser todo bosque, principalmente pino, encina, roble y sabina. Los bosques son abiertos, poco densos en árboles y con un sotobosque escaso que permite paso franco.
Mi ruta comenzó y terminó alrededor de la cota mil. El plan original incluía una zona más baja, hasta 500 metros, aunque montañosa y muy interesante pero, tras todos los re-diseños sobre la marcha, me mantuve sobre la divisoria y nunca bajé de los mil metros. Las zonas altas, meseta o montaña, estaban por encima de los 1200 y el punto más alto de la ruta llegó a casi 1700.
Mesetas y el valle del Tajo
Hubo mucho sube-y-baja pero, en cuanto a desniveles, no fue una ruta exigente.
Estación
Esta ruta se podría recorrer en cualquier estación del año y cada una tendría sus dificultades. El verano sería quizá el peor momento debido al calor y la sequedad pero se podría hacer. Encontrar agua sería probablemente más complicado que durante el resto del año pero, en el peor de los casos, las fuentes de los pueblos deberían ser suficientes. El invierno podría ser estupendo si el tiempo se mantiene estable pero si se pone tormentoso podría hacerse muy duro. La primavera y el otoño son, probablemente, el mejor compromiso.
Yo he caminado a finales de octubre, con tiempo mayormente estable excepto por los tres primeros días, en los que un frenté cruzó la zona. Durante lo peor del frente, la combinación de frío, viento y lluvia hizo el viaje muy incómodo. Una vez pasada la inestabilidad, quedó el patrón típico de días soleados con temperaturas suaves, ideales para caminar, y noches frías, casi siempre bajo cero. Aunque la humedad ambiental no era notoria durante el día, al bajar la temperatura por la noche había mucha condensación.
Colores de otoño
Meteorología y condiciones generales
Ésta es una región de moderados extremos. A grandes rasgos, se puede decir que hace calor por el día y frío por la noche. Los frentes suele llegar con componente oeste aunque sólo los frentes potentes hacen llegar precipitación, algo que puede pasar en cualquier momento durante otoño, invierno y primavera. El verano es estable aunque puede haber desarrollos tormentosos locales. La altitud y la distancia a la costa hacen de esta región una de las más frías, de media, de la península.
Pasé la mayor parte del tiempo caminando entre árboles pero sin mucha sombra.
Sin Vallas
Fue la baja densidad de población y la ausencia de vallados, así, para empezar, lo que me atrajo a esta zona. Concretamente sobre las vallas, debo mencionar que me encontré dos grandes cotos vallados, ambos en las cercanías de Molina de Aragón en los días 5/6. Uno de ellos apareció en medio de mi dibujo de ruta y tuve que rodearlo.
Estas zonas valladas no tuvieron impacto en el conjunto del viaje pero, aunque fueran dos casos aislados, me disgustaron profundamente.
Una valla
Me disgustaron probablemente porque el resto sí cumplió las expectativas: Iberia Sin Vallas.
Pueblos y carreteras
Hay poca población pero nunca estás muy lejos de algún pueblo o carretera. La mayor parte de las carreteras son secundarias y con poco tráfico; los pueblos, muy pequeños. En mi ruta final, sólo crucé un corredor principal de comunicaciones una vez, con una autopista y una línea de tren de alta velocidad. Ambas están valladas así que hay que prever un punto de cruce con puente o túnel.
Crucé por los pueblos a propósito, siquiera para coger agua en las fuentes. En situaciones de viaje normales, esto es, sin una pandemia de por medio, visitar los pueblos sería parte de la gracia de la ruta, son localidades pequeñas, con encanto y una interesante vista al pasado.
Santa María del Val, Cuenca
Agua y comida
Dadas las circunstancias, intenté ser todo lo autosuficiente posible para minimizar contactos con gente e inicié ruta con mucha carga de comida que resultó suficiente para los 9 días que duró el viaje. En la ruta final, pasé por una localidad lo suficientemente grande para comprar comida sólo una vez, Molina de Aragón, por la mañana del día 6. El resto de pueblos eran demasiado pequeños.
Encontrar agua puede ser un problema. Es una región seca y mayormente caliza, con lo que el agua tiende a filtrarse hacia el subsuelo, apareciendo después en forma de manantiales, que acaban siendo un hito tan importante en el paisaje que incluso suelen aparecer en los mapas pero nunca hay garantía de que una fuente tenga agua cuando pases por ahí, especialmente en la estación seca, aunque aparezca marcada en un mapa.
La apuesta más segura para conseguir agua son las fuentes de los pueblos que, normalmente, están, de hecho, construidos alrededor de un manantial, típicamente localizado céntricamente en el casco urbano. Dibujé la ruta pasando por pueblos con cierta regularidad pensando en el acceso al agua.
Fuente en Terzaga, Guadalajara
Hay ríos y arroyos permanentes pero son una opción delicada para agua potable. Servirían en el curso alto, cerca del manantial, pero una vez que pasan por áreas cultivadas ya no me fiaría de ese agua, ni siquiera filtrada o tratada con químicos. Lo malo es que las huertas suelen estar en las riberas.
Fuentes
Son algo tan importante que cada pueblo tiene al menos una e incluso las que están por el campo suelen estar mapeadas, además de contar con los típicos caño y pilón. A veces, la propia construcción mola mucho; tanto que se merecen su propio capítulo
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Energía eléctrica
Partí con idea de no usar un enchufe en dos semanas. Esto no sería un problema para ninguno de los aparatos que uso excepto el Smartphone que, como ya es típico, además de para comunicaciones, de emergencia o no, utilizo para navegación. Había previsto la situación a lo largo del año cuando la situación sanitaria hacía del uso de locales públicos algo delicado así que preví ser energéticamente autosuficiente en mis viajes y me hice con una dinamo para la bici y un panel solar para los viajes a pie. Para este último, investigué a fondo el mercado y me decidí por un Anker PowerPort Solar Lite 15 W:
Panel solar
Este viaje sería la primera ocasión en la que iba a usar un panel solar, de cualquier tipo, así que salí ahí fuera sin experiencia previa, más allá de probar que funcionaba. Mis expectativas no eran muy altas: siempre pensé que si los paneles solares fueran realmente efectivos, se usarían mucho en ciertos ámbitos que requieren autonomía y no parecía el caso. Las críticas tampoco eran muy concluyentes.
Ahora puedo decir que esta primera experiencia ha sido positiva. Cuando las circunstancias familiares me obligaron a mantener el teléfono activo durante prácticamente todo el tiempo a partir del día 5 y el uso de batería se dobló respecto a cuando mantenía el modo avión (hasta un 50% de una batería de 3500 mAh), pasé a recargar el Smartphone cada noche desde una batería externa que luego recargaba durante el día desde el panel solar. Con 3 ó 4 horas era suficiente para recargar completamente la batería externa. Las condiciones eran bastante buenas, con el sol un pelín bajo en el horizonte pero a mi espalda, con lo que podía conseguir un buen ángulo colgando el panel de la mochila.
El conjunto completo de panel, cable y un par de mini-mosquetones para sujección a la mochila pesa casi 400 gr. Incluso si funciona bien, es discutible que merezca la pena en las circunstancias normales de la mayoría de los viajes que yo hago. Al peso citado hay que añadir el de una batería externa para hacer una recarga en dos pasos: del panel a la batería externa durante el día y de ésta al Smartphone u otro elemento durante la noche. Se podría hacer una recarga directa durante el uso pero sería engorroso. El modelo tiene sentido en circunstancias como las de este viaje, en las que no espero tener acceso a un enchufe durante mucho tiempo y el peso en baterías externas para ir recargando sería excesivo.
Al margen de circunstancias y necesidades de autonomía extensas, la clave del modelo solar es su fiabilidad. Si vas a llevar un panel solar pero no te fías del todo y acabas llevando baterías externas de sobra por si lo solar no da la energía suficiente, entonces, no merecería la pena. Con este viaje como única experiencia, de momento, no tengo criterio suficiente para declarar lo solar como efectivo pero sí que al menos ha funcionado lo suficientemente bien como para abrir la puerta.
Haré una crítica del panel solar concreto que usé en una entrada próxima.
Material
El material estándar de 3 estaciones funciona bien para una ruta como ésta y las versiones ligeras y estrategias de ahorro de peso aplican perfectamente. En el campo a través, puede haber encuentros con matorral denso y/o pinchoso pero nunca me pareció un problema serio a la hora de usar material ligero que, a veces, sufre en esas circunstancias. A la hora de acampar, no era difícil encontrar localizaciones protegidas; de hecho, todas mis pernoctas fueron entre árboles.
Pernocta en el robledal
En este caso, y al hilo de lo comentado en el apartado de energía eléctrica, llevé baterías externas extra y un enchufe por si el panel solar no daba la talla. Fue peso extra que dolió tanto física como psicológicamente pero me pareció necesario para asegurar al menos un elemento tan crítico como el Smartphone, sin el que ya no sabría estar.
Mi peso base para este viaje fue superior al habitual. Es muy interesante también la cifra del peso total porque, dado que llevé toda la comida para los 9 días desde el principio, se puede hacer constar sin necesidad de estimar. Éste es el desglose final:
Ruta original / Ruta final
Éste era el plan original:
Y esto fue lo que finalmente caminé:
Nótese la diferencia de escala entre ambos mapas, tal cual aparecen; la ruta original tenía casi el doble de longitud que la final.