La jornada 5 es la de transición entre el bloque occidental y el oriental: unos kilómetros de carretera (mayormente, vacía) entre Dalwhinnie y Laggan para acercarme a las laderas de las montañas Monadliath y subirme a su cresta… si el tiempo y mi miedo escénico lo permiten.
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Ayer, las condiciones meteoro(i)lógicas fueron serias pero la ruta discurrió por cotas relativamente bajas y con referencias inequívocas. Hoy, hay que empezar por subirse a las alturas y eso, en Escocia, es cualquier cosa menos broma. Después, eso sí, es todo cuesta abajo hacia un plácido reencuentro con la habitualmente desolada civilización highlander y el ecuador de la ruta. Al menos, la parte complicada es al principio, cuando aún hay margen de error…
No es mal tiempo: es tiempo lluvioso; ¡no es lo mismo! Y es una de las características que hacen el viaje por Escocia tan evocador y, debo reconocer, intimidante. Hace falta ser de una pasta especial para disfrutar de esto; una pasta, al menos, impermeable y la mía, me temo, cala bastante. Aún así, es imposible no entusiasmarse ante la vista de los páramos neblinosos; pisarlos ya es otra cosa…
Escocia me produce sensaciones encontradas. El proceso resumido viene a ser algo así:
- tiempo antes: quiero ir. Tengo muchas ganas de ir.
- poco antes: tengo miedo. Pero aún quiero ir.
- horas antes: no quiero ir. Pero tengo que ir.
- una vez allí: quiero acabar el viaje. Quiero sentarme junto a la chimenea de algún hotel. Pero qué bonito es todo…