This entry is part 10 of 27 in the series Nordkalottleden Relato Completo

Kilpisjarvi Retkeilykeskus es el nombre del pequeño complejo donde he pasado la noche; poco más que un bar/restaurante de carretera, motel y camping. Al final, me quedo con la duda de si había un albergue propiamente dicho o simplemente se trataba de habitaciones de motel a precio asequible… la verdad es que llegué arrastrándome y, simplemente, pedí «una habitación». El lugar es simple pero confortable y me hace el apaño, aunque le falta algo tan fundamental para el senderista mugriento como una lavandería. Tampoco hay tienda pero eso lo soluciono visitando el sector sur. Habría sido mucho mejor negocio alojarme allí, en el hotel: mismo precio (40 euros), bar abierto para la cena y el supermercado al lado pero me faltó información para tomar la decisión buena.

En cualquier caso, nada que no tenga arreglo: en Retkeilykeskus, al menos, el personal es muy amable y me ofrecen utilizar una de las bicis que tienen en alquiler para ir al supermercado a hacer la compra. Así, la hora que me hubiera costado ir hasta allí a pie (y otra de vuelta) se me queda en dos paseos de 10 minutos.

Kilpisjarvi Retkeilikeskus y sus bicis de alquiler

En el supermercado, tienen de todo lo que necesito y en una tienda aneja hay un mostrador que da servicio de oficina postal, así que puedo también librarme de los mapas usados. El último recado que me queda por hacer es lo único por lo que me puedo alegrar de haberme alojado en Retkeilykeskus porque me pilla más cerca de allí: tengo que ir al puesto fronterizo a buscar la llave maestra de los refugios noruegos.

Recapitulo: la mayor parte de los refugios noruegos están cerrados y, aunque son de libre acceso, es necesario obtener previamente la llave maestra que abre todos. No lo hice de cara a la primera sección y, dado cómo he visto que se las gasta el tiempo, me sentiré más tranquilo si cuento con ella para el resto del viaje. Acampar seguirá siendo mi primera opción pero tendré otra más si la cosa se pone fea.

El caso es que, según la información que manejo, la llave se puede conseguir en Kilpisjarvi; más concretamente, en el puesto fronterizo, lo que es lógico porque, a fin de cuentas, es una llave noruega y Kilpisjarvi está en Finlandia pero es un centro excursionista y un acceso a Nordkalottleden. La frontera está a unos 8 kms. al norte, según calculo en el mapa, así que necesito la bici de nuevo. Lo «gracioso» es que, tras tan sólo 3, paso junto al edificio de aduanas del lado finlandés… ¿será aquí? no, hombre, será en el puesto fronterizo del lado noruego… así que seguí pedaleando hasta completar los 8 kms… cruzar la frontera y no ver el esperado puesto fronterizo. Seguí avanzando un buen rato más, esperando el dichoso edificio detrás de cada curva pero sin que apareciera hasta que me convencí de que estaba buscando en el sitio equivocado y me di la vuelta. Casi una hora después, volvía a pasar por el puesto finlandés y, esta vez, me paré a preguntar, que es lo que tenía que haber hecho a la ida y me habría ahorrado un buen rato de hacer el pardillo. Era en el lado finlandés donde tenían la dichosa llave; el puesto fronterizo noruego, si existía, debía estar más lejos. En fin…

Ya con mi llave en el bolsillo, volví a Kilpisjarvi a la hora de comer así que no podía hacer cosa mejor que sentarme a una mesa y llenar bien la joroba de cara a la próxima sección que, por supuesto, empieza hoy. Ya me gustaría tomarme un día completo de descanso, no vendría mal, pero no lo necesito, estrictamente. El único problema es psicológico y es que, como ya sé, porque me conozco, no me gusta salir de los sitios a estas horas; prefiero hacerlo por la mañana, me evita esa cierta sensación de desamparo al salir otra vez «ahí fuera»… totalmente estúpido, lo sé… pero salir por la mañana me ayuda a paliar esa sensación. La mañana sabe a «principio» y es el momento que le gusta a mi cabeza para empezar algo nuevo pero, hoy, si quiero salir, va a ser por la tarde, como ya sucedió en Kautokeino, a principio de viaje. Bueno… como los días son muy largos aquí, aún quedan muchas horas para llegar a algún sitio.

Algún chaparroncillo mañanero ha dado paso a un cielo como casi no lo recordaba, con muy pocas nubes y mucho azul. Es un día parecido al de ayer pero, si cabe, mas tranquilo, sin viento, no tan frío y salgo dispuesto a disfrutar de la tregua.

La primera parte del día discurre a lo largo de la popular ruta a Treriksroset: el lugar donde los tres países, Suecia, Noruega y Finlandia, coinciden en un punto. Es un camino bonito y la excursión tiene la entidad y longitud perfectas para una actividad de un día y, como ya es por la tarde, me voy encontrando con la serie de senderistas que vuelven a Kilpisjarvi: no más de 8 ó 10, en total.

Mirando atrás: Kilpisjarvi, el lago

El camino se separa del lago Kilpisjarvi para cruzar unas modestas cumbres donde, a pesar de no ser más de ciento y pico metros de desnivel, el ambiente es totalmente diferente: bosque de mini-abedules abajo, sólo hierba arriba. Vuelta a bajar al valle y de nuevo entre los árboles para llegar a Treriksroset. Cuando alcanzo el lugar, es ya avanzada hora de la tarde y no hay nadie allí. De hecho, hace ya un buen rato que me crucé con los últimos senderistas en retirada. El sitio es simbólico y está marcado por una versión más pulida del típico mojón grande que ya he visto en otras ocasiones. Lo curioso es que el punto exacto está sobre el agua de un lago (no sé por qué lo han hecho así) y allí han colocado el mojón, junto con una exigua plataforma de madera que permite llegar allí desde la orilla. No es que los temas fronterizos me digan mucho (no me gustan las fronteras políticas; las fronteras geográficas son otra cosa) pero Treriksroset despierta en mí un cierto sentimiento de familiaridad; quizá porque era una especie de hito conocido, un punto sobre el que había tenido ocasión de leer información previa y alimentar la imaginación, al contrario que sobre la inmensa mayoría de todo el resto del viaje. Lo que más me gusta es un pedrusco con una inscripción en los tres idiomas pertinentes referente a Nordkalottleden y, aquí sí, triplico el nombre: Nordkalottrutta o Kalottireiti. No entiendo ninguno pero parece que es una conmemoración de la creación del sendero sin fronteras. Me parece un buen símbolo de un buen concepto.

Treriksroset es el punto donde abandono Finlandia para no volver. A partir de aquí, la ruta irá alternando Suecia y Noruega en la región montañosa sobre la frontera invisible entre ambos. Es, también, el punto en el que vuelvo a Suecia después de casi una semana de vagar por ahí. En este viaje, Suecia es mi «casa» pero, paradójicamente, aún no había pisado sendero en territorio sueco.

Esta segunda sección, hasta Abisko, discurre por la región Troms Border, casi toda la ruta en territorio noruego, con lo que tenía especial utilidad conseguir la llave de los refugios. Me siento mucho más confiado que en días anteriores, no sólo porque ya he experimentado Nordkalottleden de primera mano (y visto que no es para tanto) sino porque, además, en Troms Border dispongo de información formal. Al menos, hasta Innset, a poco más de un día de Abisko, todo lo que voy a recorrer está recogido en una esquinita de una guía de senderismo en Noruega escrita en inglés: información del sendero sin información. La guía, entre otras cosas, describe esta sección como de dificultad moderada, con lo que me dispongo a un agradable y bucólico paseo de 200 kms. con las manos en los bolsillos.

La realidad se encarga de recordarme que estoy en el ártico cuando empiezo a subir hacia las alturas e, increíblemente, el cielo se empieza a cubrir de nubes. Pero ¡si hoy hacía bueno! ¿no va el tiempo a descansar jamás?

Se trata de una fina película de nubes altas que se aproxima desde el sur y que va cubriendo el cielo visible lentamente, con nubes más gruesas y oscuras según avanza el bloque. Típica situación de frente cálido (que no quiere decir que haga calor; de hecho, hace bastante frío). Por lo demás, la tarde se mantiene tranquila, sin violencias meteorológicas y, objetivamente, no debería alterarme pero creo que me ha descolocado el hecho de que ni siquiera hoy, con lo bien que pintaba, el tiempo es capaz de estarse quieto. Yo ya asumía que, por una vez (y sin pretender que sirviera de precedente), iba a acampar tranquilamente, cenar mientras veía la puesta de sol y esas cosas que se hacen al acampar cuando hace bueno pero está visto que aquí no hay manera.

Vuelvo a subir a las tierras altas y dejo los abedules atrás mientras me resigno a mi suerte (mala). Las tierras altas son el lugar más bonito pero tienen un algo intimidante cuando el tiempo está oscuro. Es quizá por eso que me «enfado» tanto con el tiempo porque siento que no me está dejando disfrutar como merezco (¿lo merezco?) de estos sitios. Concretamente, afronto ahora una larga travesía en altura (de 700 a 800 m., no os vayáis a pensar) antes de bajar al siguiente valle en Paltsa. Aunque aún estoy a sólo unas pocas horas de Kilpisjarvi y todavía puedo reconocer los perfiles de las montañas que lo rodean cuando miro atrás, esta travesía tiene ese sabor especial de lugar remoto en el que no hay nadie. Y es que no hay nadie. Me encuentro, eso sí, con muchos renos, varios grupos, que me hacen compañía, aunque ellos no lo saben pero me hacen sentir menos solo. Gracias, renos.

Están tranquilos pastando por ahí y no se alteran mucho por presencias extrañas con mochila.

Indígenas de las tierras altas

Desde Treriksroset, circulo por terreno sueco. Serán sólo unas horas, antes de entrar en Noruega para recorrer Troms Border durante varios días pero, antes, en Paltsa, me cruzaré con un refugio guardado, el primer refugio sueco de la ruta. Técnicamente, podría llegar hoy hasta allí si aprieto el paso y acepto llegar bastante tarde pero sé que me lo agradeceré si acampo. Es la cara oscura de los refugios: están ahí y, en cierto modo, me gusta que estén, como colchón que puedo necesitar, pero son ese canto de sirena al que, a veces, es difícil decir no. Y luego sé que siempre me alegraré de haber acampado, que es lo más bonito del mundo pero, especialmente cuando el tiempo se pone incómodo (es decir, por lo que a este viaje respecta, siempre), cuesta renunciar a un techo.

Hoy, de todas formas, lo tengo bastante claro porque no me apetecería llegar a Paltsa anocheciendo cuando allí ya todo el mundo estaría yéndose a descansar. Me perdería la parte social, que es el otro atractivo (cuando sale bien) de los refugios.

Una vez coronada una primera cresta, digo adiós a la ristra de lagos del valle que dejo atrás y que me ha ido acompañando y voy cruzando pequeños valles transversales, con muy poco desnivel y que, inevitablemente, contienen más lagos. El paisaje es muy bonito y todo lo que se puede ver es páramos infinitos y montañas, siempre de perfiles discretos, todo inalterado y nada humano a la vista, salvo los hitos y la traza del sendero, que aparece y desaparece. Por momentos, parece que llueve. Hay otros momentos en que no lo parece: definitvamente, llueve pero siempre esa lluvia hiper-fina que ya conozco de días atrás. Ya he adoptado la chaqueta impermeable como vestimenta estándar para el resto de la tarde pero, como hace tanto frío, el sudor no es problema. La lluvia es tan fina que, a veces, es casi imperceptible y sólo me doy cuenta que está cayendo cuando paso junto a algún lago o charco y veo las gotas caer. Y, no, no se trata de ningún otro fenómeno de efecto análogo, son gotas de lluvia. Me pasará lo mismo algo más tarde cuando, desde dentro de la tienda, esté escuchando la lluvia caer contra las paredes y, cuando salga a hacer alguna operación, deje de sentirla ¿Ha dejado de llover instantáneamente? No, es que es casi imperceptible. Curioso fenómeno.

El ambiente es desapacible, lúgubre, intimidante y precioso. En la última cubeta antes de la bajada a Paltsa, busco y encuentro un lugar plano y seco, no demasiado cerca del lago de turno para evitar humedad extra. Es sorprendentemente fácil encontrar el campamento perfecto en estas regiones: yo pensaba que todo iba a estar encharcado y, de hecho, acabo de tener mis más y mis menos con una ciénaga más en los últimos metros pero, normalmente, basta con moverse un poco hacia terreno algo más elevado. Es todo hierba y, normalmente, hay poca piedra y el relieve es tan suave que el único problema es encontrar parapeto si hay viento o se prevé que lo haya. Esto ya es más difícil pero, bueno… para eso me he traído el refugio antiaéreo. Hoy, lo consigo a medias pero la brisa no pasará a mayores y tendré una noche tranquila en otro lugar especial. En el fondo, y a pesar de todo, sé que soy feliz. A veces, cuesta darse cuenta pero lo soy.

Recuerdos de los páramos árticos

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